16 Internautas contaron cómo insinuarle a una persona que ha dicho una verdadera estupidez

Dos escritores legendarios, Hans Christian Andersen y Charles Dickens, dejaron de comunicarse después de que el primero visitara al segundo. La visita del autor danés fue tan desagradable para el novelista inglés que pronto le escribió una carta de despedida a Andersen. Pero la relación de los dos genios podría haber sido muy diferente, si Dickens no hubiera invitado a su colega a la casa.
Me llamo Anastasia y estoy cansada de ser una persona hospitalaria. Te cuento cómo fue que decidí dejar las amistades fuera de las paredes de mi hogar.
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que, incluso a una edad temprana, no me gustaban las visitas de mis amigos ni de los compañeros de trabajo. Mientras que en mi infancia la llegada de invitados a una fiesta en nuestra casa era una experiencia alegre, en mi adolescencia la presencia de extraños era molesta. Los invitados hacían ruido y bromas tontas, pero eso era la mitad del problema. Lo que más odiaba era cuando intentaban darme lecciones. También notaba que perdía la sensación de “estar en casa” durante las visitas, e incluso después de que se fueran, tardaba en recuperarme y relajarme.
Todo cambió cuando me mudé a una residencia de estudiantes. Las habitaciones de los estudiantes solían estar siempre abarrotadas de gente. Por ejemplo, un estudiante de último año se había enamorado de mi compañera de cuarto, así que se sentaba en nuestra habitación día y noche y parloteaban sin parar sobre cualquier cosa. Era difícil echarlo. Cuando ya le decíamos directamente que era el momento de partir, se ofendía y nos acusaba a todas de inhospitalidad. Al día siguiente volvía.
Por supuesto, no fue fácil para mí vivir en una casa que siempre estaba visitada por gente que casi ni conocía. Luego, mis compañeros de clase también empezaron a visitarme con regularidad. Cuando terminé mis estudios y me mudé a una vivienda de alquiler, las tendencias de “convivencia compartida” persistieron durante un tiempo más. Estaba feliz de tener amigos en casa. Pero eso duró poco tiempo.
Los invitados que se quedan por un largo tiempo son una verdadera prueba de resistencia. Incluso los familiares más queridos pueden hacer la vida muy incómoda si vienen a quedarse unos días. Por no hablar de otra gente.
El volumen de las tareas domésticas aumenta al haber otro huésped en la casa al que hay que atender y también ordenar después de él. Ni siquiera puedo decir qué es peor: tener a un invitado como huésped que no se preocupa por nada y descansa, o a uno que trata de entrometerse en los asuntos del hogar. En el primer caso, te sientes como un empleado de hotel y un animador en una sola persona; en el segundo, puede ocurrir que el otro trate de establecer sus reglas en tu propia casa.
Un día, una antigua compañera de clase pidió quedarse en mi casa por unos días: “Solo me quedaré dos o tres días”. Pero tres días duraron casi dos semanas. No se preocupaba por las cuestiones domésticas, pero a menudo me lanzaba comentarios como: “¿Quién pela las papas así? ¡Jaja!”.
Solo logré que se mudara cuando ya estaba tan cansada que yo misma busqué en los anuncios y le encontré un alojamiento asequible. Después de eso, me di cuenta de que la “convivencia compartida” era cosa del pasado y que no estaba obligada a acoger a nadie. Por cierto, mi compañera ni siquiera dio las gracias y no volvió a aparecer.
Hoy en día, todo el mundo tiene un teléfono móvil, así que si has decidido hacerme feliz con tu compañía, será mejor que te asegures primero de que me parezca bien. Ya he rechazado un par de veces a personas que “pasaban cerca y decidieron entrar un minuto”, con el pretexto de estar ocupada. O he dicho en varias ocasiones: “¡Vale, vayamos a una cafetería!”.
En primer lugar, por muy poco pretencioso que sea el visitante, una visita inesperada siempre le toma a uno por sorpresa. Aunque el lugar esté perfectamente limpio y el refrigerador esté lleno de golosinas, igual me siento como si hubiera aparecido un “inspector”. En segundo lugar, me considero ocupada, aunque esté viendo vídeos de entretenimiento en YouTube, y veo al invitado como un ladrón de mi tiempo libre.
Tuve un caso así en el pasado. Estaba en mi casa con una fiebre de 38 grados cuando una vecina vino a verme. La saludé en bata y le dije que no me sentía bien, pero ella se acomodó con indiferencia y pidió un té porque tenía “noticias importantes” que contarme. Nos sentamos a la mesa, y ella siguió hablando de su vida personal sin parar.
Quería que terminara su té y se fuera para poder irme a la cama. Sin embargo, después del té, mi vecina fue a un armario del pasillo donde guardaba mis cosméticos. Revisó los frascos de cremas oliendo el contenido y comentando: “Oh, no me gusta esta. Esta sí quiero probar”. También probó todos mis perfumes. Había olvidado todas las leyes de la hospitalidad y me limité a mirar con frialdad a la mujer. Cuando se fue, me dijo: “Hoy estás cero parlanchina, eh”.
Sobre las fiestas. Cuando eres el anfitrión, los eventos en casa son toda una misión por completar. Asegurarse de que la casa esté perfectamente limpia antes de que lleguen los invitados, luego darles de comer rico y entretenerlos, y volver a limpiar más tarde. Después uno se queda pensando si todo salió bien. ¿Realmente es necesario? ¿No es más fácil reunirse en un territorio neutral? De esta manera todos se divertirían y también descansarían.
Cuando me mudé con mi novio, decidimos hacer una fiesta en nuestra casa por su cumpleaños y presentar a nuestros amigos. Tenía un turno de 12 horas en el trabajo en la fecha señalada, así que cocinar una docena de platillos estaba fuera de cuestión. Pero en los tiempos actuales, se pueden pedir muchas cosas deliciosas para delivery, y así lo hicimos.
Los invitados parecían irse satisfechos y contentos. Al día siguiente, sin embargo, me enteré por un amigo de lo que decían a mis espaldas algunas de las señoras presentes. Dijeron que mi novio no tuvo suerte, se juntó con una mujer que no cocina y que la mesa estaba puesta a la manera de un “soltero”. Ni siquiera podía pensar que en el siglo XXI el criterio para evaluar a una anfitriona sea la presencia de platillos gourmet en la mesa.
En otra ocasión, uno de los huéspedes decidió abrir la ventana, sin darse cuenta de la presencia de mi gato en la vivienda. Por suerte, vivo en el primer piso, así que no le pasó nada al gato que logró escapar. Aunque al peludo lo encontraron rápidamente discutiendo a arañazos con otro gato del vecino, y la situación no fue divertida.
La cereza del pastel para mí son los huéspedes con niños pequeños. En general, no es razonable reclamarles algo a los niños, pero no es descabellado hacérselo a los padres. Por desgracia, no todos los progenitores están familiarizados con la palabra “¡no!”. Muchas madres y padres observan con cariño cómo su hijo aplasta todo a su paso. Una vez, después de la visita del pequeño invitado, la lista de pérdidas incluía una maceta con una planta, un libro favorito, y, bueno, el sistema nervioso de mi gato. Los muñecos de colección tuvieron que ser arrancados de las manos del travieso casi a la fuerza, bajo la mirada de reproche de su madre, que parecía decir: “¿Qué edad tienes? ¿Por qué te importan tanto estas chucherías? ¡Ahora se va a poner a llorar y será tu culpa!”.
He reducido al mínimo las visitas a mi casa. Prefiero un paseo por el parque con una amiga a las reuniones en la cocina con un té. Las compañías ruidosas de amigos tampoco son ya bienvenidas en mi departamento. Aunque salir con amigos a un restaurante salga más costoso económicamente, el tiempo que se libera de cocinar y limpiar merece la pena, y también es mejor para los nervios.
Me sorprendió gratamente encontrar personas en Internet que sienten lo mismo que yo. Resulta que no soy la única a la que no le gusta tener invitados. Estas son las historias que los usuarios han compartido:
¿Cómo te sientes al recibir invitados?