Una historia sincera de que cada madre, tarde o temprano, puede estar agotada de ser superheroína 24/7
Se considera que la palabra “mamá” es la más importante en la vida de un niño. Es la madre la que sabe lo que es mejor y la que, sin duda, ayudará a su hijo en todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, con una tarea escolar, la que el pequeño solo recordó a las 10 de la noche. ¿Y papá? Nos parece que, a veces, está bien que una mamá responsable delegue en él algunos de sus asuntos fundamentales, porque, en realidad, el padre también es capaz de hacerlo todo, por lo que puede y debe participar en la vida de su hijo.
Madres, ¿con qué frecuencia logran encontrar tiempo para sí mismas?
Recientemente, me convertí en la madre más feliz del mundo. ¿Qué es esto, se preguntarán? Les explico: el tipo de madre que fue liberada brevemente de sus obligaciones “maternales” y a la que se le permitió ser ella misma. Ser simplemente una mujer que quiere tumbarse en la tina, hacerse una mascarilla facial, quedar con una amiga sin oír cada minuto “¡maaaaami!”. Por fin, ocuparse de sus asuntos personales (y no de los de sus hijos) sin sentirse culpable por ello.
Y todo comenzó con el hecho de que mi esposo y yo tuvimos una discusión.
Un domingo por la mañana, mi esposo, fresco y descansado, entró en la cocina y me preguntó: “Cariño, ¿y si nos haces hot cakes?”.
Debo decir que, a diferencia de él, yo no dormí bien esa noche. Incluso los fines de semana, la madre de la familia siempre tiene mucho que hacer. Ayer, por ejemplo, estuve hasta muy tarde ayudando a nuestro hijo con sus deberes. Y hoy, me levanté unas dos horas antes que mi esposo para tener tiempo de sacar el uniforme escolar de mi hijo y la camisa de mi esposo de la secadora, planchar todo esto para mañana, preparar el desayuno para dos hombres (sí, uno de ellos tiene tan solo 7 años, pero come casi como un adulto). Y en caso de que falte algo en el refrigerador, poder pasar rápidamente por una tienda.
Mientras que Jorge, mi esposo, como muchos hombres, está convencido de que un delicioso desayuno y las camisas planchadas salen de la nada. Así que pensó que solo le faltaban los hot cakes para sentirse completamente feliz. Pero los hot cakes no formaban parte de mis planes de esta mañana en absoluto.
—¿Hacer los hot cakes? A ver, ¿cuáles son tus planes para el día de hoy? —le pregunté con una voz que no presagiaba nada bueno.
—Es que quería quedar con mis amigos. Al coche de Alejo le está fallando algo, debo mirarlo. También quería pasar por una tienda de bricolaje, quiero comprar brocas nuevas. Y por la noche estaría en casa. Espero que prepares algo delicioso para la cena. —Mi esposo me guiñó un ojo.
Y entonces, debo admitirlo, estallé. ¿Ayudar a Alejo? ¿Comprar brocas?
—¿Y dónde está nuestro hijo en esta lista, me pregunto?
—¿Y qué pasa con nuestro hijo? Siempre lo llevas a todo tipo de actividades extraescolares, el niño está siempre ocupado. ¿Y yo qué? ¿No puedo relajarme en mi día libre? —Jorge frunció el ceño.
—Es decir, ¿pasar el tiempo con tu hijo es trabajo para ti? Pero si no estás con él a solas ni una hora seguida, ¡siempre tienes cosas más importantes! —Ya no trataba de disimular mi resentimiento acumulado, ni intentaba controlar el tono de mi voz.
—¿Pero cómo puedo pasar tiempo con él si siempre está contigo? O bien, lo llevas al ajedrez, o bien, a una clase de dibujar. ¡Pero tal vez yo quiera ver fútbol con mi hijo!
—¡Entonces llévatelo a verlo!
—¡Y lo vamos a ver! —Jorge dio un golpe en la mesa con la palma de la mano y salió corriendo a la habitación de nuestro hijo. Un minuto después oí desde allí: “A ver, ¿quién está despierto? ¿Vamos a la pista de patinaje? ¿Te parece?”.
Al escuchar un gozoso grito de “¡sí!” y fuertes saltos de alegría, traté de asimilar lo que acababa de oír. ¿Mi esposo realmente cancelará todos sus planes y llevará a David a patinar?
Jorge, que seguía frunciendo el ceño, y David, que saltaba de alegría y no paraba de hablar, se fueron y yo me quedé sola. No había necesidad de preparar el desayuno, ni luego fregar un montón de platos. Podía, por fin, tomarme un café en paz. Así lo hice y luego llamé a Clara. Hacía tiempo que queríamos salir de compras juntas y comernos esos impresionantes dulces en una pastelería recién abierta.
Y nos dio tiempo a hacer todo lo que planificábamos. Incluso nos hicimos una manicura exprés directamente en el centro comercial. Clara también es una madre cansada, como yo, pero su hija es un poco mayor y más independiente, así que lo tiene algo más fácil.
Regresé a casa solo por la noche. Me quité el abrigo y vi al pequeño David precipitándose hacia mí y hablando sin parar, tratando de compartir conmigo todas sus impresiones y experiencias del día. Realmente, papá lo llevó a la pista de patinaje, papá le enseñó a mantener el equilibrio y a patinar un poco, papá le compró chocolate caliente, papá esto, papá aquello... Jorge se quedó en silencio a mi lado con una mirada triunfadora: “¡Ya ves!”.
—Chicos —dije con una voz confusa, cuando se calmaron un poco las emociones. Dos pares de ojos muy similares, casi idénticos, me miraron—. ¿Quieren hot cakes?
Al oír el estruendoso “¡sí!” y ver dos sonrisas contentas, me di cuenta de que la pelea había terminado.
Ha pasado un mes desde aquel domingo en el que me convertí en la madre más feliz del mundo. Jorge le enseñó a David a patinar: van a la pista dos veces por semana y mientras tanto me quedo sola.
—¡Mami! —se oyó un fuerte ruido en el pasillo y mi hijo corrió hacia mí. Dejé mi libro aparte.
—¿Qué pasa, cariño?
—¿Cuándo vuelve papá? Nos dijeron que para mañana hiciéramos un Papá Noel con bellotas y musgo. Y también tengo que terminar el dibujo. El de la ardilla.
Miré el reloj: mi esposo ya había terminado de trabajar y seguramente se apresuraba a llegar a casa.
—Llegará aquí de un minuto para otro.
Mi hijo se fue contento y yo sonreí. Cualquier madre necesita ayuda y cualquier padre, definitivamente, la ayudará. Solo tienes que decírselo. Por cierto, no tengo ni idea de qué ardilla y Papá Noel se trata: Jorge y David ya lo resolverán todo por sí mismos.