Una historia de cómo un problema de vivienda reveló el verdadero carácter de una familia

Crianza
hace 2 años

Ayudar a los familiares es algo sagrado. Pero a veces esa ayuda puede volverse en contra de una persona bondadosa. Así lo confirma la historia de la autora de “¡No se necesita agente inmobiliario!”, que trata de cómo, debido a un problema de vivienda, la familia de la protagonista se aprovechaba de su generosidad.

En Genial.guru, siempre hemos sospechado que hay mucha gente descarada en el mundo. Pero aquí, ni siquiera nosotros pudimos encontrar algo que decir. Comparte tú también nuestras emociones.

María estaba sentada en la mesa de la cocina de su departamento con su madre. No se trataba de una conversación entre madre e hija como se representa en las telenovelas. María, quien hacía un mes había regresado de un viaje de negocios, se ocupaba ahora de tareas muy diferentes.

Viviendo en una ciudad, hacía todo lo posible por trasladarse a otra. Y realmente quería comprar su propia casa. El dinero que había ahorrado en su viaje, más un poco de ahorros, parecían poder hacer realidad su sueño. Quedaba un problema por resolver.

En ese momento, se abrió la puerta principal y la tía Valeria apareció en el umbral. Ella, la hermana de su madre, que se había mudado al departamento de su sobrina hacía casi un año, en cuanto María se había ido al extranjero.

—O, hola, sobrina. Oí que habías vuelto. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué las caras largas?

La tía Valeria entró a la cocina y se sirvió un poco de té. La madre de María miraba enfadada a su hija y sugirió:

—¡Que María te lo cuente todo ella misma!

—¿Qué hay que contar? Yo compré este departamento. Para mí, no para ustedes. Y ahora lo estoy vendiendo porque quiero comprar otro. Ya encontré un comprador y ya me pagó el depósito.

—¿Cómo lo vendiste? ¿Traías gente para mostrarlo mientras nosotras trabajábamos?

—Sí, este es mi departamento. Y también lo limpiaba, porque no podía mostrarlo en el estado en que se encontraba.

—¡¿No podrías habernos avisado?!

—Se lo dije —dijo la propietaria señalando con la cabeza a su madre.

—¡No lo recuerdo! ¡Tal vez nos estás engañando!

La tía Valeria desvió la mirada de su hermana a su sobrina y gritó de repente:

—¡Pero si vivimos aquí! ¿Te das cuenta de que nos estás incomodando?

—No. Ustedes viven aquí porque yo se los permití. Solo pagan por los servicios públicos. No tengo ningún acuerdo escrito o verbal con ustedes. Así que prepárense para mudarse.

—Pero aquí tenemos todo: trabajo, amigos. Estamos acostumbradas a este lugar. ¡No puedes quitarnos todo esto!

—Pueden conseguir fácilmente un departamento aquí y disfrutar de la zona.

—No debes trasladar tus problemas a nosotras. ¡No nos vamos a ninguna parte!

—Ya las advertí, la venta es en 2 semanas —la propietaria se encogió de hombros y se fue.

Cuando se fue, la madre y la tía discutieron el comportamiento de María durante mucho tiempo.

Una semana después, María volvió al departamento. Extrañamente, nada había cambiado. No había ni siquiera un indicio de que sus familiares fueran a mudarse. Les dejó una nota, pidiéndoles que la llamaran, y se fue a hacer sus cosas.

La conversación resultó infructuosa:

—No nos vamos a ninguna parte. Llevamos 3 años viviendo aquí y seguiremos haciéndolo. Así que cancela la venta.

—Mamá, te lo dije. Tú y la tía Valeria deberían prepararse.

—María, no echarás a tu madre de su casa, ¿verdad?

—Mamá, ya lo he dicho todo.

Justo después de la venta, María fue al departamento. Y de nuevo no vio ningún cambio. Pero ya no llamó a su madre ni a su tía. “Si no quieren hacerlo por las buenas, lo harán a mi manera y por las malas”, se enfadó la propietaria.

Los vecinos recordarán ese día durante mucho tiempo. Cómo un camión grande se estacionó fuera del edificio. Cómo salieron hombres robustos. Y cómo estuvieron cargando muebles y cajas de cosas durante 5 horas. Al mismo tiempo, otros trabajadores desmontaban la antigua puerta para instalar una nueva. María, que ese día no hizo nada más, gestionó todo el proceso con su habitual frialdad.

A las 7:30 p. m., María entregó las llaves del departamento a un hombre desconocido que, con la ayuda de sus propios transportistas, metió rápidamente sus muebles y objetos personales al departamento.

La madre de María y la tía Valeria llegaron a casa cansadas, arrastrando bolsas pesadas. Sin darse cuenta de que la puerta del departamento era diferente, una de las mujeres, con el gesto habitual, trató de introducir la llave en el ojo de la cerradura.

—Valeria, la llave no encaja.

—Déjame a mí.

Pero el intento de la segunda mujer también fracasó. Presintiendo que algo iba mal, la madre empezó a llamar a su hija, pero daba ocupado. La tía Valeria empezó a llamar a la puerta y a tocar el timbre. Sorprendentemente, la puerta se abrió y había un hombre en el umbral, limpiándose las manos con una toalla.

—¿Quién es usted? —la tía Valeria murmuró sorprendida.

—Soy el nuevo propietario. ¿Y usted? ¿Quiénes son ustedes?

—De hecho, ¡vivimos aquí!

—¿Qué? ¿Qué tipo de broma es esta?

—¿Qué broma? ¡Vivimos aquí y usted entró a nuestro departamento!

—Yo compré este departamento. Y según los documentos, nadie está registrado aquí. ¿Están registradas aquí?

—No, pero...

—¿Tienen un contrato de alquiler válido?

—¿Por qué necesitamos uno? María nos dejó entrar...

—Si no hay contrato de alquiler, entonces hagan todas sus preguntas a María.

—¿Pero cómo se atreve?

Pero la puerta ya se había cerrado. Las mujeres no lo aceptaron y comenzaron a golpear la puerta. Al cabo de un minuto, el propietario apareció en la puerta con el teléfono en las manos:

—Un golpe más en mi puerta y llamo a la policía. Hay cámaras allí y aquí. Tienen un minuto para irse de buena manera.

Las mujeres, al darse cuenta de que no podrían entrar al departamento esa noche, decidieron no tentar a la suerte. Tuvieron que pasar la noche en un hotel.

Por la mañana, María llamó por teléfono a su madre y, sin esperar ningún grito, le expuso la situación de forma rápida, seca y clara:

—Les advertí, ustedes no escucharon. Este es el resultado. Sus pertenencias están en el almacén de una empresa. Te enviaré los detalles y la dirección de inmediato. Tienen un poder para ir a buscar sus pertenencias. Pagué alquiler por un mes. Tienen casi 30 días más para decidir dónde vivir.

—Ya no eres mi hija, ¿me oyes?

—Espero que recuerdes estas palabras y las sigas. No me busques, tengo mi propia vida. Buena suerte.

María no volvió a ver a su madre y a su tía. Y el resto de su familia también le dio la espalda a María. Sin embargo, ella estaba más que contenta con eso.

¿Qué opinas sobre lo que hizo María?

La redacción de Genial.guru publica este texto con la autorización del autor del canal "¡No se necesita agente inmobiliario!

Comentarios

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Marìa hizo muy bien, no la escucharon, se sentìan propietarias de la casa que no era de ellas.

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