Una historia sobre dos hermanos que después de estar peleados durante 23 años, se vuelven a ver

Historias
hace 3 años

Las peleas familiares son algo cotidiano. Desde pequeños, cuando los hermanos discuten por un juguete, hasta de grandes, por motivos más graves. Sin embargo, la familia tiene ese lazo que resulta muy difícil de romper, y por lo cual es más fácil perdonar. Pero hay casos en los que el rencor puede más y una pelea de juventud, con el correr de los años, se vuelve una disputa interminable (hasta que alguien da el brazo a torcer, o se para en la puerta de tu casa esperando verte).

Genial.guru te trae una historia original que demuestra que todo se puede cambiar, si se empieza por uno mismo.

Clara salió de la casa, como solía hacerlo varias veces al día, en este caso para ir al supermercado a comprar algunas cosas necesarias para la cena de esa noche. El bullicio de la plaza de enfrente los fines de semana era escandaloso, pero vivía en el mismo sitio desde hacía más de 25 años, se podría decir que uno se acostumbra. Sin embargo, un grito detuvo su camino: “¡Clara, Clara!”. Giró para ver quién había pronunciado su nombre, y para su sorpresa, era un rostro conocido, pero que no veía hacía... ¿hacía cuánto tiempo? ¿30 años? Había sido tanto el tiempo que pasó, que tardó esos segundos que uno tarda en reconocer un rostro que lo sabe familiar, pero que tal vez no recuerda de dónde. “¿Danilo?”. Ambos rostros dejaron ver una sonrisa.

Allí estaba Danilo, el hermano de su esposo, casi como si el tiempo no hubiese pasado. Hablaron de cosas triviales, hasta que una de sus respuestas le dio a entender que algo raro estaba sucediendo. Cuando Clara le preguntó a Danilo qué estaba haciendo allí, en esa zona, él contestó sin tapujos ni ocultamientos la mismísima verdad: “Estaba esperando a ver si te encontraba”. Admitió que extrañaba a su hermano, que hacía unos días había pensado en él, y que se había dado cuenta de que ni siquiera recordaba cuál había sido el motivo de la pelea que tanto tiempo los había separado. “¿Podría verlo?”, preguntó. Clara llamó al celular a Gabriel, su esposo, y le explicó cuál era la situación atípica en la cual se encontraba en ese momento, y para su sorpresa, él le dijo que bajaría a ver a su hermano.

Gabriel y Danilo se reencontraron después de 23 años sin verse, sin hablar. Se saludaron con un abrazo lo suficientemente incómodo como para ser notado por cualquier persona que pasara, y hablaron de la vida. Recordaron viejos momentos de la niñez, esos instantes que parecen guardados en blanco y negro en algún espacio remoto de nuestro cerebro. La situación se fue descomprimiendo, soltaron risas, pero siempre eludieron la verdadera conversación. Quedaron en cenar al día siguiente junto a sus respectivas esposas, y así fue.

La cena fue sensacional. Las esposas ayudaron con gentileza y humor, haciendo que la velada fuera más amena. Sin embargo, el momento ineludible llegó: hablar de los porqués. De por qué se rompió la relación de Gabriel con toda la familia, de por qué nadie intentó hacer nada al respecto, de por qué había pasado tanto tiempo para que estuvieran reunidos hablando de todo esto. Llegaron a una conclusión: ellos no tenían la culpa. La culpa fue achacada a la juventud, y también a los padres de ambos, porque justamente, ante la ignorancia y la precipitación de la juventud, deberían regir la calma y la sabiduría de los más grandes, pero lejos estuvo de suceder eso.

Allí surgió una nueva disputa. Para Danilo era importante el reencuentro entre madre e hijo, ya que el padre había fallecido hacía ya unos años. Gabriel aceptó, si podían realmente debatir sobre qué había sucedido y en qué se había equivocado cada uno. “Mamá está vieja, no está para tener esas conversaciones”, explicó Danilo. La negativa de Gabriel fue rotunda: no iba a aceptar, a perdonar y a dejar atrás 23 años de su vida sin siquiera la posibilidad de un careo. La relación se volvió a tensar, pero sobrevivió. Siguieron juntándose, hablando de la vida, de sus hijos, del futuro, y recordando del pasado solo lo lindo.

Los primos conocieron a sus tíos, hubo meriendas y cenas familiares repletas de risas y de descubrimientos de cosas en común (¡claro, al fin y al cabo eran familia!), hasta que el día de su cumpleaños, Gabriel recibió una noticia inesperadamente hermosa: ¡iba a ser abuelo! Se lo contó a su hermano Danilo con mucha alegría, ya que el bebé sería el primero en toda la familia. A Danilo le correspondía el título de “tío abuelo”, si quería reclamarlo, y así lo hizo. La sensibilidad de la alegría los unió aún más, hasta que Gabriel le hizo una pregunta a Danilo, con una voz acongojada, como si realmente le costara decir las palabras que estaba por pronunciar, como si aceptara que a veces es al revés, que a veces el cambio empieza por uno, que tiene la posibilidad de arreglar una situación, independientemente de quién cargue con la culpa: “Habría que contarle a la bisabuela, ¿no?”.

¿Cómo crees que uno debe actuar en estas situaciones? ¿Estuviste mucho tiempo sin hablar con un familiar y luego se amigaron?

Comentarios

Recibir notificaciones

Lo pasaría mal si estuviera tanto tiempo sin ver a un familiar por una pelea

-
-
Responder

Lecturas relacionadas