13 Historias de personas con un ingenio envidiable

Historias
hace 3 años

En Genial.guru nos asombramos con el ingenio y la creatividad de algunas personas. Esa clase de gente no se sentirá perdida en ninguna situación. Para probarlo, hemos recopilado para ti una serie de historias. Agradecemos a los usuarios de Oído por ahí, Pikabu y Habitación Nº 6 por la hermosa oportunidad de apreciar estas cualidades humanas.

  • Época universitaria, carrera de medicina. El profesor que daba la odiosa gimnasia amaba los sobornos. Llegó el examen y no lo pasé. Al día siguiente, fui a ver al profesor con un paquete repleto de todo tipo de cosas. Él estaba sentado. Me acerqué y apoyé el paquete sobre la mesa. Entonces, él tomó el libro de registro estudiantil, puso la nota, nos despedimos y yo, en piloto automático, tomé el paquete y me fui. Recién me di cuenta al salir del lugar. Claramente tuvo que ver la época de exámenes, la falta de sueño y esas cosas. Y bueno, tuve que regresar, disculparme y dejar el paquete en su lugar. Todavía me sigue dando risa y vergüenza cada vez que recuerdo su atónita mirada.
  • Esto sucedió en un café ubicado en un parque. Un padre con su pequeña hija compraron cosas ricas. La niña corrió a buscar una mesa libre (no había tanta gente, pero casi todas las mesas estaban ocupadas), encontró una mesa vacía y se sentó. Pero mientras su papá se acercaba caminando, una mujer se sentó en otra silla de la misma mesa, puso sus cosas sobre las dos sillas restantes y apoyó los brazos sobre los respaldos. No le prestaba ninguna atención a las débiles protestas de la niña, como si dijera: "No me importa, yo estoy aquí y no sé nada, váyanse todos al demonio". La niña ya casi lloraba. En cuanto su padre se acercó, sin hacer ningún escándalo dio vuelta la silla de su hija de espaldas a la mujer, pidió una silla vacía a alguien de la mesa de al lado, y puso la mesa entre él y la niña, dejando a la mujer sentada con sus tres sillas en el medio del pasto.
  • Mi padre tiene en la frente una cicatriz con forma de corazón. Todo pasó en un tren: mi papá estaba con sus amigos, comía una manzana y reía, y mi madre pasó por el pasillo camino al baño. Al verla, él se atoró con un bocado grande de la fruta y comenzó a ahogarse, y ninguno de sus amigos hizo nada para ayudarlo. Entonces mi madre volvió del baño y vio que él ya había empezado a ponerse azul. Acostó a mi padre y comenzó a realizarle la Maniobra de Heimlich. Pero como no calculó la fuerza, papá se incorporó de un salto y se golpeó la cabeza contra la mesa del compartimento, cortándose la piel. Mamá estuvo apretando la herida hasta que el sangrado se detuvo. Así fue como se conocieron.
  • Vivo con mi madre en un monoambiente. Ella es muy estricta y realmente no entiende el humor juvenil. Por cierto, tengo 29 años. Durante todo este tiempo, he aprendido a mirar videos graciosos sin sonido y a leer publicaciones divertidas y reírme en absoluto silencio, con cara de póker.
  • Tengo muy buena memoria, puedo recordar un texto casi palabra por palabra. Soy profesora de historia, y los estudiantes que se copian los trabajos me odian: no solo veo que el texto fue copiado de Internet, sino que muchas veces también puedo decir desde qué sitio. Hace poco, uno de ellos volvió a entregarme un trabajo copiado. Lo leí y me di cuenta de que, aunque había visto el contenido antes, no podía recordar el texto. Resultó que el estudiante había descargado el trabajo y lo había reescrito por completo reemplazando, literalmente, cada palabra por un sinónimo. Le puse un ocho por el ingenio y el esfuerzo.
  • Soy una mujer bonita y nunca me ha faltado la atención masculina. Un día, en un restaurante, me invitó a bailar un verdadero Adonis, un rubio de ojos azules que bailaba profesionalmente. Se acercó a mi mesa, se arrodilló, inclinó la cabeza y me extendió la mano. ¡Todo un caballero! ¡Fue el mejor baile de mi vida! Luego de la pieza se acercó su madre, le dio las gracias a "la señora", es decir: a mí, por el baile, lo tomó de la mano y se lo llevó... ¿Qué me importa que el Adonis no tuviera más de siete años? ¡Igual, fue el mejor lento de toda mi vida!
  • Una vez, de pequeño, acompañé a mi madre a buscar sillas nuevas para la cocina. Elegimos unas y las compramos. Como mi padre estaba en el trabajo y no podía llevarnos, tuvimos que volver a casa solos. Por el camino, también teníamos que pasar a comprar algo para comer. Cuando llegamos a la tienda de comidas, mi madre me dejó con las sillas en la calle. Mientras esperaba, se me acercó una anciana y me preguntó si estaba vendiendo las sillas. Y bueno, tímidamente le dije que sí. En resumen, ella me pagó por las sillas más de lo que realmente valían. Mi madre me retó, por supuesto, y tuvimos que volver a comprar otras, pero gané dinero. Han pasado muchos años pero todavía recordamos este incidente y nos reímos.
  • Cuando estudiaba en la universidad, viajaba a casa en tren sin pagar el boleto. En uno de mis viajes, los encargados de controlar la plataforma, que ya tenían el ojo puesto en mí, decidieron castigarme: simplemente no me dejaron acercarme al tren. Todos mis intentos de escabullirme fueron inútiles. Las puertas del vagón se cerraron y mi inconsciente comenzó a dibujar las horas poco alegres que tendría que pasar en esa estación. Los controladores, con la satisfacción del deber cumplido, se alejaron, pero entonces escuché al maquinista gritar: "¡Corre!". Y las puertas de los vagones se abrieron, y, entre un aluvión de insultos de los controladores, subí al tren.
  • Un amigo mío estaba de buen humor y decidió hacerle una broma al agente de tránsito que lo había detenido por exceso de velocidad. La situación era estándar: el agente frenó a mi amigo, le mostró el radar (130 km/h), le pidió los documentos, reinició los indicadores del radar y le preguntó por qué cometía infracciones. Mi amigo (que, al parecer, había escuchado demasiados chistes) abrió bien grandes los ojos y dijo que venía a menos de los 60 km/h reglamentarios. El agente se puso violeta y le dijo: "¡Acabo de mostrarle el radar!". Pero como no había datos, la prueba no existía y no había nada que el agente pudiera hacer. Entonces dejó ir a mi amigo, quien, contento de su ingenio, caminó hacia su automóvil. Sin embargo, de pronto se dio cuenta de que sus documentos seguian en poder del guardián del orden. Regresó a buscarlos, pero ahora quien abrió bien grandes los ojos fue el agente, que le dijo: "¡Usted no me ha dado ningún documento!". Después de todo, mi amigo debió pagar esa multa.
  • Durante mucho tiempo, alguien llamaba a nuestro teléfono fijo y, cuando atendíamos, solo se escuchaba un televisor y la respiración de alguien. Era aterrador, pero ya nos tenía bastante cansados, así que esta mañana, cuando levanté el teléfono y entendí que otra vez era "él", encendí la grabación de un bocinazo. Solo alcancé a escuchar un insulto y que algo se caía. Ya es de noche y nadie ha llamado. ¡Yupi! ¡Un bocinazo es la mejor garantía de tranquilidad!
  • El año pasado me enfermé y tuve que dar un examen por Skype. Sí, sí, a eso llegaron los profesores de nuestra universidad. Me dijeron que mantuviera las manos frente a la cámara para demostrarles que no buscaba las respuestas en ninguna parte. Respondí la primera pregunta, pero no sabía la respuesta de la segunda, y no se me ocurrió nada mejor que mover los labios, como si hubiera una falla de sonido. Me lo tomé tan en serio que no me di cuenta de que mi teléfono había comenzado a sonar, y continué moviendo los labios. Me pusieron un 6 por el ingenio.
  • Hay un fastidioso en nuestra oficina que, con la excusa de no querer hacer la fila, siempre le pide a todo el mundo distintos favores: un café, cargar el saldo del teléfono, hasta fichas para el metro. Nunca regresa el dinero porque "son tonterías que no cuestan nada". Hoy, una vez más, le pidió a uno de nuestros colegas que, "ya que iba para allá", le trajera un café. Entonces el colega sacó del bolsillo un billete de 10 USD, lo puso sobre la mesa del "pedigüeño", preguntó: "¿Esto alcanzará para comprar una semana de paz?", y se fue.
  • Un día en mi casa se cortó la luz. Con mi suegra encendimos unas velas. Fui a ver a mi vecino para averiguar qué había pasado, y mi suegra decidió acostarse a descansar. Después de unos 10 minutos, escuché un grito proveniente de mi departamento, corrí y vi la siguiente escena: mi esposa, llorando, estaba parada junto a su madre, que yacía acostada en un sillón en el medio de la habitación llena de velas encendidas, y, como si fuera poco, con los brazos cruzados sobre el pecho. Mi esposa me miró y dijo: "¿Cuándo pasó?" Entonces mi suegra, medio dormida, respondió: "¿Por qué lloras? Hará unos 15 minutos". Y volvió a dormirse.

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