21 Historias de taxis que no tienen nada que envidiarle a la de Ricardo Arjona

Historias
hace 1 año

Podríamos pensar que tomar un taxi no debería resultar en mayores aventuras, pues, en teoría, la dinámica es sencilla y el objetivo es claro: llegar sanos y salvos al destino. Sin embargo, hay quienes viven más emociones a bordo de un vehículo de transporte que subidos en una montaña rusa, y es que parecen tener un imán que atrae todo tipo de acontecimientos impensables para el resto de los mortales. Por fortuna, muchos se animan a contarlos, y nosotros, además de disfrutar leerlos, los compartimos con los demás.

¿Cuál es la experiencia más extraña que has vivido en un transporte público? ¿Y la más agradable?

  • Yo estaba en una fiesta y pedí un taxi por teléfono. Fui al baño, llegó el taxista y tocó en el portón donde estaba la fiesta. Mis amigas lo hicieron pasar, porque pensaron que era mi marido, y se pusieron a bailar con él. Cuando regresé del baño, estaba bailando con todas, se fue a sentar conmigo a una mesa y me dijo: “¡Sáqueme de aquí!”. Nos salimos y me llevó a mi casa. Hicimos una buena amistad© Angeles Hernandez Dominguez / Facebook
  • Una vez andaba pasando una mala racha económica y necesitaba tomar un taxi porque ya era tarde cuando iba saliendo del trabajo. Revisé mi cartera y solo tenía 50 centavos de dólar, pero igual tomé el taxi, mientras pensaba de dónde sacaría más dinero al llegar a casa. Cuando llegamos, le pregunté al taxista: “¿Cuánto va a ser?”, y me dijo: “Son 50 centavos, señorita”. Yo me reí y le dije: “Ah, qué buena broma”, y él me respondió, serio: “Sí, de verdad son 50 centavos”. Le pagué y le agradecí. Jamás supo que andaba corta y no sé cómo pasó, pero me salvó el día. © Selene Godinez / Facebook
  • Me subí a un taxi y el tipo me comenzó a ver con insistencia por el retrovisor, así que me comencé a sentir muy insegura. Vi que se reía a carcajadas y abrí la puerta en el primer alto. Ahí se volteó a verme y me dijo: “No te espantes, soy Toño, el que era tu chófer en tu antiguo trabajo”. Me volvió el alma al cuerpo y que lo puse pinto y parado. Al final no me quiso cobrar, pero el susto sí me lo llevé. © Dulcemaria Meneses Velez / Facebook
  • Yo soy música y hace más de 25 años fui en taxi a trabajar a un domicilio de un barrio que yo no conocía y que era algo peligroso. Llevaba lo justo para pagar el viaje, pero no daba con el domicilio y, entre vuelta y vuelta, el taxímetro rebasó mi presupuesto. Yo, nerviosa y apurada, le dije al taxista que me bajaría y buscaría el domicilio caminando, pues ya no podía pagar más. Él me dijo que no podía dejarme sola en ese rumbo y seguimos buscando hasta encontrar el lugar de trabajo. Al final, al no tener para pagar completo, le ofrecí un anillo de oro a cambio y el señor me dijo que aceptaba, pero que me buscaría dos días después en el mismo lugar donde lo abordé y me entregaría mi anillo y yo su dinero. Gracias a su honradez y buen corazón, así sucedió; regresó a que le pagara y me devolvió mi anillo. Hay personas muy buenas en el mundo. © Yola Smith / Facebook
  • Un taxista nos subió justo afuera de mi casa, nos dejó en el sitio y, de repente, después de un buen rato, me lo encontré a la salida y me dijo muy preocupado: “Ya tengo rato buscándola, olvidó sus llaves en mi taxi”. Quedé impactada porque pudo, sin problema, regresar a la casa y robar algo. Dios bendiga a ese señor por siempre. © Malu Becerril / Facebook
  • Llamé un taxi cuando salí con la vista nublada de la clínica porque me habían dado un calmante inyectable porque me intoxiqué con una morcilla. No veía nada, pero como ya había llamado llegado un auto, me subí. El tipo me miró y le dije la dirección. Cuando llegamos a mi casa, le pregunté que cuánto era y el hombre me dijo: “¿Yo qué sé? ¿Cuánto te cobran? Porque yo no soy taxi, yo vine a traer a mi mamá a la guardia y tú te subiste al auto”. En fin, me cobró el viaje y todos contentos. © Romina Alvarez Torres / Facebook
  • En una ocasión, saliendo del hospital, se rompió el tornillo de la silla de ruedas de mi mamá, y el taxista que nos trajo a casa se dio cuenta. El hombre se paró en una ferretería a comprar el tornillo y cuando llegamos el mismo se lo cambió. Quedamos muy agradecidas con el señor, y sí son pocos los que son amables. © Cristina Montiel / Facebook
  • Iba caminando a la avenida y pasó un taxi. Decidí abordarlo, pero en lugar de seguir hacia la avenida, dio vuelta hacia el lado contrario. Le pregunté que por qué hacía eso y el señor, muy tranquilo, me dijo: “Vamos mi casa rápido”. Yo me asusté mucho y abrí la puerta para aventarme, pero en eso se estacionó en una casa y salió corriendo una niña con una bolsa en la mano y le dijo: “Papá, se te olvidó el almuerzo”. © Maru Solis / Facebook
  • Un día, yo estaba perdida en mi coche, me acerqué a un sitio de taxis y pedí indicaciones. El taxista estaba bien guapo y tenía una voz divina. Mientras me explicaba, nos quedamos viendo y me dijo: “Si no estuviera trabajando, te llevaba”. Me pidió permiso para saludarme, le dije que sí, abrió la puerta de mi coche, nos besuqueamos un rato y luego ya me fui. ¡Qué vergüenza, Dios mío! Pero lo disfruté mucho. © Luisa Lane / Facebook
  • Yo me subí a un taxi llorando y el conductor me dijo: “No llore, señorita. Si no la hago reír, no me paga el viaje”. Yo hice un gesto de “no lo creo”. Entonces llegó a un semáforo en rojo Y SACÓ UNAS MARACAS Y SE PUSO A CANTAR. Me dio mucha gracia y me empecé a reír, entonces me dijo: “¿Vio? Ahora sí me tiene que pagar”. © Juany Salinas / Facebook
  • Una vez me subí a un taxi y andaba medio pensativa, solo me subí y no dije nada. Entonces el taxista empezó a hablar en señas; yo pensé que era mudo y le seguí la corriente, y así fuimos por casi todo el camino, hasta que llegó a un punto en que ya no lo entendí, entonces me frustré y dije: “¡Ay, no entiendo!”. Él se quedó en shock y se me quedó viendo. Yo también lo miré y me respondió: “Yo pensé que era muda”, yo le contesté: “Nombre, señor, yo pensé que el mudo era usted”, y nos reímos mucho por el resto del camino. © Yadira / Facebook
  • Cuando mi hijo estaba pequeño, enfermó, mi esposo y yo íbamos a pie, en pleno frío, de noche. Un taxi pasó y nos dijo que si queríamos servicio, a lo que mi esposo contestó que no teníamos dinero, que íbamos al hospital y el hombre, gentilmente, nos ofreció el servicio gratuitamente. Jamás olvidaré eso, Dios lo bendiga donde quiera que esté. © Isabella RG / Facebook
  • La experiencia no fue conmigo, sino con mi hija, para ese entonces de doce años. Yo la había cambiado de colegio y era su primer día. Habíamos quedado en que alguien pasaba por ella al mediodía que salía, pero la persona no pudo llegar a tiempo y llegó atrasada. La niña, al verse sola y en la parte afuera del colegio, comenzó a caminar hasta que se perdió. Como le daba vergüenza pedir ayuda o alguna llamada, tomó un taxi, le dijo al señor que solo tenía dos dólares y que andaba perdida. El taxista la llevó hasta la casa y no le cobró. Yo estaba trabajando cuando me llamaron por lo sucedido. Ella no maneja celular, así que llamé a mi casa y, después de tanto insistir, me contestó. Cuando llegué a casa, lloré como una niña. Fueron los minutos más intensos de mi vida. Señor taxista, dondequiera que esté, Dios me lo cuide y su vida sea próspera, porque fue un ángel para mi chica. © Ladys Lorena / Facebook
  • Era un día lluvioso, no pude sacar mi auto del estacionamiento del trabajo y tenía que ir a mi segundo trabajo. Al final, tomé un taxi, el chófer era un señor muy simpático, conversamos todo el camino y me dio su contacto para que lo llamara cuando necesitara un traslado. Así nació una amistad, conocí a toda su familia y su esposa ahora es mi mejor amiga. © Mercedes Higuera Jara / Facebook
  • Un día, iba a la universidad y se me había hecho tarde, por lo cual salí corriendo de mi casa para llegar a tiempo. Iba tan apresurada que le hice la parada a un “taxi” y se paró. Yo solo le dije: “Me lleva a tal escuela” y él me respondió: “Ok”. Cuando llegamos, saqué mi monedero y le dije: “Muchas gracias, ¿cuánto es?”. El señor, muy amable, me dijo: “No es nada”. Yo me sorprendí, pero el señor estaba más sorprendido que yo porque yo, por salir corriendo, no observé bien y resulta que él no era taxista, sino que llevaba su gafete y yo creí que era el letrero de taxista. No era taxista, era un servidor público. © Eliab Abi / Facebook
  • Una vez me subí a un taxi y llorando le dije: “Vámonos”. El taxista no avanzaba y me dijo: “¿A dónde te llevo?”, yo le respondí: “A casa”, entonces me dijo: “Señorita, ¿dónde vive?” y yo le contesté: “Donde vivía de pequeña”. Ahí me respondió: “Señorita, esto no es una película y si no me dice dónde vive, no la voy a llevar”. © Ruiz Paty / Facebook
Imagen de portada Luisa Lane / Facebook

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