La vez que quería felicitar a mi ex por su cumpleaños de manera “casual” y terminé lavando platos en un restaurante

Historias
hace 1 año

Cuando una pareja termina una relación, es común que alguno de los involucrados aún extrañe a la otra persona. Sin embargo, es importante saber cuándo es el momento correcto de aceptar que se terminó y seguir cada quien con su camino. La vida continúa y cada uno debe encontrar lo mejor para su vida y su futuro.

En Genial.guru hicimos una historia de cuando Lupita, la ardilla, terminó con su pareja y no podía superarlo, hasta que algo la hizo entender que ella ya era harina de otro costal.

¿Cómo están, amigos? Espero que estén muy bien y que su corazoncito se encuentre lleno de alegría y amor el día de hoy. Y justo ahorita que andamos hablando del amor, les voy a contar una historia de la cual el amor es el protagonista. Un amor que no fue correspondido. A lo mejor no era nuestro momento, tal vez no le gustaba que lo siguieran a todos lados sin avisarle, quién sabe, tal vez nunca nos enteraremos. Pero aquí va, les voy a contar cómo fue la vez en que quería felicitar por su cumpleaños a mi exnovio y terminé lavando platos en un restaurante.

Pues primero que nada, hace algunos ayeres, cuando yo era tan solo una jovencita, tuve un novio bien guapote con quien sostuve una formal y muy extensa relación que duró cerca de 3 meses.

Lamentablemente, ese galanazo y yo terminamos y cada uno siguió con su vida, pero en el fondo, yo lo seguía amando aún dos meses después de nuestra ruptura. Y como sabía que iba a ser su cumpleaños, decidí armar un plan sumamente estratégico para poder felicitarlo en persona sin que se viera que yo era una acosadora profesional del FBI.

Por azares del destino, una semana antes de que fuera el cumpleaños de mi aún amado, me enteré de que iba a ir a comer a un restaurante con sus amigos. Esto no fue porque yo sea un ser chismoso, sino que me llegó la exclusiva gracias a que invitó a un amigo que él y yo teníamos en común. Él, sin saber que habíamos terminado, me dijo: “Nos vemos el viernes en las pizzas de ‘Don Peperoño’ para la cena de cumpleaños”.

En ese momento entendí que habría una cena por el cumpleaños del susodicho y que yo no había sido requerida. No me malentiendan, yo no buscaba perturbar a nadie, lo único que quería era encontrar una manera de desearle feliz cumpleaños en persona y poder cerrar ese ciclo de mi ocupada, divertida y nada relacionada con él vida.

En aquella época yo no tenía mucho dinero; para acabar pronto, tenía 100 pesotes y ni un centavo más. Pero como en realidad solo quería saludarlo y desearle un feliz cumpleaños, no creí que eso fuera impedimento para mi gran plan. La idea era ir con una amiga al restaurante, pedir lo más barato que tuvieran de comer y permanecer ahí hasta que por coincidencia nos encontráramos y lo pudiera felicitar.

Sonaba como un buen plan, hasta que después de dos horas, no veía que nadie conocido se apareciera por ahí. Nunca se me ocurrió considerar dentro del plan que existían dos sucursales de la famosísima pizzería de “Don Peperoño”. Cuando se me prendió el foco y me di cuenta de mi error, pagamos el suculento flan que habíamos pedido y salimos de ahí, tomamos el camión y emprendimos nuestro viaje hacia la otra sucursal de la pizzería.

Una vez que llegamos, arreglé mi cabello y entramos al lugar fingiendo lo mejor que pudimos que no íbamos buscando a nadie. Nos sentamos en una mesa cercana al baño con la esperanza de que en algún punto él se levantara al baño y tuviéramos un reencuentro completamente casual. Porque, ¿quién esperaría que eso pudiera suceder? ¡Nadie!

Ya que estábamos sentadas nos dio un poquito de hambre, porque eso de andar corriendo de un lado de la ciudad al otro nos alborotó la tripa, así que pedimos una pizza pequeña para compartir. Hicimos cuentas y de acuerdo con nuestras precarias matemáticas, según nosotras sí nos alcanzaba sin problema para pagar, así que pedimos el especial de la casa y comenzó la vigilancia mientras comíamos algo rico.

Como habíamos llegado un buen par de horas tarde, nuestro objetivo y sus acompañantes no tardaron ni 10 minutos en pararse de su mesa y salir del restaurante. Así que todo mi plan había sido en vano, y ahora estábamos del otro lado de la ciudad en una pizzería sin sentido alguno.

Como todas mis esperanzas de desearle un feliz cumpleaños se habían ido por la puerta junto con sus amigos, decidimos terminar nuestra fantabulosa pizza y pedir un refresco para eliminar el mal sabor de boca que toda nuestra aventura nos hizo pasar.

Cuando estábamos listas para retirarnos, pedimos la cuenta y, cuando nos dijeron cuánto iba a ser, nos dimos cuenta de que nuestras precarias matemáticas habían tenido una ligera falla: no nos alcanzaba para pagar las dos humildes cosas que habíamos pedido.

Mientras contábamos nuestras monedas, el mesero nos miraba con cara de desconfianza y se dio cuenta de que no nos iba a alcanzar para pagar nuestro chistecito. Se acercó a nosotras y nos preguntó:

—¿Hay algún problema?

Fue entonces cuando tuve que revelarle toda la verdad al mesero. Le dije:

—Mire, joven, la verdad es que teníamos nuestro dinerito contado, pero debido a un error de producción matemático, no nos va a alcanzar para pagarle todo el bufé que nos comimos, así que ¿será que le podemos pagar recogiendo algunas mesas o lavando algunos trastes?

—Ay, señoritas, ¿cuánto les falta para completar la cuenta?

—Pues de la cuenta de 250 pesos, nos faltan cerca de 235.

—No, señorita, pues ayúdenme a ayudarlas. Pásenle por acá para que empiecen con los platos, por favor. Ayúdennos las dos a lavar los trastes durante una hora y quedará saldada su deuda.

Como no nos quedaba de otra, nos paramos y discretamente pasamos hacia la cocina para comenzar con nuestro nuevo trabajo temporal. Decidimos que le pondríamos buena cara al mal tiempo y hasta bailamos con los éxitos desgarradores que estaban sonando en la radio.

Por fin, después de una hora, se acercó el mesero y nos dijo que ya éramos libres de nuestras deudas y que podíamos seguir con nuestra ocupada vida de viernes. Con toda la pena del mundo, le dimos las gracias al señor y le prometimos que no volvería a pasar.

Apenas salimos de la pizzería, caímos en la cuenta de que, si no teníamos dinero para pagar la pizza, menos tendríamos dinero para regresarnos a nuestras casas. Así que, en un acto de total desesperación, volvimos y le pedimos al mesero si podíamos lavar trastes otra hora a cambio de 50 pesitos para pagar el camión y poder volver a nuestro hogar. El mesero solo se atacó de la risa y accedió a nuestra propuesta. Cuando terminó nuestro segundo turno de lavaplatos, salimos del restaurante riéndonos de nuestra suerte, pero felices de que por fin regresaríamos a casa.

Ese día aprendimos que tratar de hacer que las cosas pasen por casualidad te puede llevar a dos largas horas de trabajo como lavaplatos en una pizzería al otro lado de la ciudad, y de paso vivir una de las peores vergüenzas de tu vida.

Como conclusión, les puedo decir que es una mala idea ir a un restaurante si no tienen nada de dinero, y que es aún peor andar persiguiendo a la gente de pizzería en pizzería, siempre termina mal. Tal vez nunca pude recuperar su amor, pero sí conseguí una oferta de lavatrastes en “Don Peperoño”, así que, ¡esta historia tuvo un final feliz! Persigan sus sueños, amigos, puede que en una de esas consigan trabajo sin querer. ¡Hasta lueguito!

¿Cuál ha sido la vergüenza más grande que has sufrido en un restaurante?

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