
Un cuento de Grigori Gorin sobre el hecho de que, a veces, los niños entienden más sobre la vida que los adultos
El escritor ruso Grigori Gorin mostró amor por la literatura desde la primera infancia. Comenzó a escribir poesía a la edad de 7 años, y, en sus años escolares, comenzó a escribir cuentos. A partir de sus guiones se rodaron las legendarias películas soviéticas Formula of Love, The Very Same Munchhausen, Say a Word for the Poor Hussar, entre otras. En 1970 se publicó su cuento Erizo, en el que el autor intentó transmitir la idea de lo diferente que los adultos y los niños perciben este mundo.
Después de leer este cuento, Genial.guru se quedó pensando sobre si podría hacer lo mismo que el personaje principal de la historia: el pequeño Santi.
El padre tenía cuarenta años. Santi, diez, y el erizo, incluso menos.
Santi trajo al erizo dentro de su gorra, corrió hacia el sofá en el que su papá estaba acostado con un periódico abierto y, ahogándose de felicidad, gritó:
— Papá, ¡mira!
El padre dejó el periódico y examinó al erizo. Tenía la nariz chata y era bonito. Además, él alentaba el amor de su hijo por los animales, ya que él mismo los amaba.
— ¡Qué lindo erizo! — dijo el papá. — ¡Muy bonito! ¿De dónde lo sacaste?
— Me lo dio un niño del vecindario — dijo Santi.
— Es decir, ¿te lo regaló? — especificó el papá.
— No, me lo intercambió — dijo Santi. — Él me dio al erizo, y yo le di un boleto.
— ¿Qué boleto?
— El de la lotería — dijo Santi, y soltó al erizo en el suelo. — Papá, hay que darle leche...
— ¡Deja la leche! — dijo el papá severamente. — ¿De dónde sacaste el boleto de lotería?
— Lo compré — dijo Santi.
— ¿A quién?
— A un señor en la calle... Vendía muchos de esos boletos por treinta centavos... Oh, papá, el erizo se metió debajo del sofá...
— ¡Deja al erizo por un segundo! ¿Cómo que le diste tu boleto de lotería al chico? ¿Y si gana algo?
— Sí, ganó algo — dijo Santi.
— ¿Cómo que ganó algo? — preguntó el padre en voz baja, y su nariz se cubrió de gotas de sudor. — ¿Ganó qué?
— ¡Un refrigerador! — dijo Santi y sonrió.
— ¿Cómo dices? — dijo el papá y comenzó a temblar. — ¡¿Un refrigerador?! ¿De qué estás hablando? ¡¿Cómo lo sabes?!
— ¿Cómo que cómo? — dijo ofendido Santi. — Lo revisé en el periódico... Allí coincidieron los primeros tres números... y el resto... ¡Y la serie era la misma! ¡Ya sé cómo comprobarlo, papá! Soy grande.
— ¿Grande? — siseó el papá tan fuerte que el erizo, que había salido de abajo del sofá, se hizo una bola del susto. — ¡¿Grande?! ¿Cambiando un refrigerador por un erizo?
— Pero pensé... — dijo Santi asustado, — pensé que ya teníamos un refrigerador, pero no teníamos un erizo...
— ¡Cállate! — gritó el papá y saltó del sofá. — ¿Quién es? ¿Quién es ese chico? ¿Dónde está?
— Vive en una casa vecina — dijo Santi, y se echó a llorar. — Se llama Simón...
— ¡Vamos! — volvió a gritar el papá mientras tomaba al erizo con las manos. — Vamos, ¡rápido!
— No iré — dijo Santi, sollozando. — No quiero un refrigerador, ¡quiero un erizo!
— Vamos, tonto — jadeó el papá. — Si logramos recuperar el boleto te compraré cien erizos...
— No... — lloraba Santi. — No puedes comprarlo... Simón no quería hacer el cambio, apenas logré convencerlo...
— Vaya, ¡todo un negociador! — dijo el padre sarcásticamente. — Vamos, ¡rápido!
Simón tenía unos ocho años. Estaba de pie en medio del patio de juegos, y miraba asustado al enojado padre que arrastraba a Santi con una mano y llevaba al erizo en la otra.
— ¿Dónde está? — preguntó el papá avanzando hacia Simón. — ¿Dónde está el boleto? ¡Toma a tu erizo y devuélveme el boleto, criminal!
— ¡No tengo el boleto! — dijo Simón y comenzó a temblar.
— ¿Dónde está? — gritó el papá. — ¿Qué hiciste con él, usurero? ¿Lo vendiste?
— Hice una grulla con él — susurró Simón y comenzó a llorar.
— ¡No llores! — dijo el papá, tratando de calmarlo. — No llores, niño... ¿Así que hiciste una grulla? ¿Y dónde está esa grulla? ¿Dónde está?
— Quise hacerla volar y se quedó en el alféizar de la ventana... — dijo Simón.
— ¿En qué alféizar?
— ¡Ahí! — y Simón señaló un alféizar del primer piso.
El papá se quitó el abrigo y comenzó a trepar por el desagüe.
Los niños lo miraban con admiración desde abajo.
El padre casi se cayó dos veces, pero finalmente alcanzó el alféizar y agarró la pequeña grulla de papel amarillo, la cual ya estaba un poco desarmada por el agua.
Tras bajar al suelo, respirando pesadamente, el papá desdobló el boleto y vio que fue emitido dos años antes.
— ¿Cuándo lo compraste? — le preguntó el papá a Santi.
— Cuando estaba en segundo grado — dijo Santi.
— ¿Y cuándo lo verificaste?
— Ayer.
— Esta no es la serie... — dijo el padre con cansancio.
— ¿Y qué? — dijo Santi. — Igual todos los números coinciden...
El papá se alejó silenciosamente y se sentó en un banco.
Su corazón latía furiosamente, ante sus ojos flotaban círculos naranjas... Bajó la cabeza pesadamente.
— Papá — dijo Santi en voz baja, acercándose a su padre. — ¡No te pongas triste! Simón dice que igual nos regalará el erizo...
— Gracias — dijo el papá — Gracias, Simón...
Se levantó y caminó hacia su casa. De repente se sintió muy triste. Se dio cuenta de que ya nunca volvería a esa feliz época en la que, con un corazón lleno de emoción, cambiaría un refrigerador por un erizo.