Una conmovedora historia sobre cómo podemos salvar la vida de una persona si simplemente la esperamos

Historias
hace 3 años

Es posible que todos hayamos tenido momentos en la vida en que necesitábamos desesperadamente palabras de apoyo de alguien o al menos una palmadita en el hombro con la frase: “Todo va a estar bien”. Un escritor, conocido en la red bajo el seudónimo de Grubas, ha contado el siguiente relato. Él trabaja como director de televisión y en su tiempo libre escribe historias inspiradas en la vida misma.

Genial.guru considera que este relato nos ayudará a reflexionar y a preguntarnos si les prestamos la debida atención a las personas que nos rodean.

Adoro los cambios, pero no de cualquier tipo. Desde hace 18 años acudo al mismo dentista de una pequeña clínica privada. Su nombre es Alberto.

Beto es un tipo alegre y gordito, y tiene aproximadamente la misma edad que yo. Como soy un cliente de muchos años, sus precios son accesibles, conoce mis dientes mejor que yo y sus amalgamas duran mucho tiempo, ¿qué más puedo pedir?

Un día, de forma inesperada, un diente comenzó a dolerme...

Lo llamé a Alberto:

―¡Hola, Beto! ¿Puedes hablar?

―¡Hola! Dime.

―Me gustaría sacar una cita.

―...

―¿Por qué no hablas? ¿Cuándo puedes?

―Sabes, lo más probable es que no pueda. Te daré el número de otro de nuestros dentistas, tal vez lo conoces. Él tiene el cabello canoso, es bueno y trabaja igual de bien. Perdóname, no puedo hablar mucho...

―Ok, Beto. Quedo a la espera del número.

Después de media hora, recibí un mensaje con el nombre y el número de otro dentista.

Marqué el número, pero de pronto cambié de opinión y colgué. Finalmente me pregunté por qué debía ir con otro dentista si ya estaba acostumbrado a Beto. No, no iré con otro dentista, esperaré a que él termine con sus días libres o con los planes que tenga. Gracias a Dios, mi diente fue absolutamente solidario con esta decisión y, tan solo de pensar en ir con otro dentista, dejó de dolerme.

Una vez más lo llamé:

―¡Hola, soy yo de nuevo! ¿Tal vez podría esperarte? No me dan ganas de ir con otro dentista. ¿Por qué tengo que ir con otro si aún estás con vida?

Surgió una extraña pausa, comencé a soplar al teléfono y a decir: “Bueno, bueno, ¿me escuchas?”, pero Beto respiró profundamente y guardó silencio. Por fin respondió:

―¿Qué? ¿Realmente quieres esperarme?

―Sí, ¿por qué?

―Es mejor que no lo hagas, de lo contrario tendrás que esperar mucho tiempo, tal vez un mes o dos. Pero mejor no te hagas ilusiones y marca al número del otro dentista que te recomendé.

En ese momento, por alguna razón sentí que quería, más que ninguna otra cosa en el mundo, que lo esperara precisamente a él, y con firmeza respondí:

―No, estaré bien. ¡Yo te espero! Por cierto, ¿dónde estás?

―Salí a hacer unas cosas. ¿En verdad quieres esperarme?

―Sí, ya te dije: solo te esperaré a ti, no tengas miedo, no moriré.

―Entonces llámame en tres semanas. No, mejor en cuatro.

Exactamente después de un mes, volví a llamar a Alberto. Él nuevamente me ofreció que acudiera a otro dentista, pero me volví a negar y una vez más acordamos hablarnos en un mes.

Así pasaron cinco meses... Yo comenzaba a perder la paciencia y a enfadarme conmigo mismo por mi tonta terquedad, e incluso mi diente empezó a insinuarme que debía ir con otro dentista. Después de todo, ¿dónde había estado Alberto todo este tiempo? Si hubiera sabido que la espera se alargaría tanto, desde hace tiempo habría reemplazado a Beto, ya que después de todo era un hombre impreciso.

Un día, inesperadamente me llamó:

―¡Hola! ¿Aún estás esperándome?

―Sí, pero no solo yo, sino también mis pobres dientes...

―¿Puedes venir mañana a las 10 de la noche?

―¿A las 10 de la noche? ¿Por qué tan tarde? ―Su oficina trabaja hasta las 7.

―Nadie nos molestará. ¿Qué dices, puedes?

―Bueno, está bien. Te veo a las 10.

La siguiente noche, cuando estaba parado en el tráfico a mitad de camino hacia la clínica, inesperadamente me llamó. Durante un largo rato estuvo disculpándose, inventaba todo tipo de tonterías y me pidió pasar la cita para el siguiente día. No sé por qué, pero no me molesté, simplemente acepté y comencé a buscar cómo volver a casa.

Al día siguiente, por fin ocurrió el encuentro tan esperado.

Me encontré con Alberto, estaba más delgado que antes, pero con esa alegría que lo caracterizaba. Caminamos por oficinas vacías, entre asientos y vitrinas. Tenía la sensación de que yo no era un paciente real, ni él un dentista, como si fuéramos dos ladrones acostumbrados a la vida nocturna y nos dirigiéramos a algún lado secreto.

Llegamos al consultorio. Tomé asiento y Alberto comenzó a hacer su trabajo. No hubo ningún problema, todo iba tan bien como siempre, excepto porque sudaba demasiado, tanto que en un momento se le cayeron las gafas.

Por fin terminó y me dijo:

―Cierra y abre tu boca. ¿La amalgama no te molesta?

―No, gracias. ¿Cuánto te debo?

Debido a que él estaba usando una mascarilla, no me di cuenta de inmediato de que estaba llorando. Cuando le pregunté “¿qué pasa?”, lloró aún más fuerte, pero tomó fuerzas y respondió:

―Disculpa. No necesito dinero, yo mismo estoy dispuesto a pagarte, porque tú... me esperaste. En cuanto me llamaste, yo no pude decirte nada, pero en ese momento recién estaba saliendo de un estado de anestesia. Tuve un derrame cerebral, todo mi lado izquierdo quedó paralizado. Nadie creía que me levantaría de la cama, que podría regresar a mi profesión, ni mi esposa lo creía. Pero yo les dije a todos: “¡Váyanse al diablo, tengo un paciente y él me está esperando!”.

“Desde la mañana hasta la noche estuve ejercitándome, todos los días me acordaba de ti y pensaba: “Espero que él me espere, espero que me espere...”. Ayer no pude venir, disculpa, estaba muy asustado. ¿Cómo sería mi trabajo con mi primer paciente? ¿Qué tal si mi mano izquierda se había estropeado? Lo creas o no, mis dientes estaban castañeteando de miedo...

“Soy un dentista, soy un dentista, soy un verdadero dentista. Llamaré a mi esposa. ¡Hurra!

Debido al salvaje grito de “¡Hurra!” por parte de Beto, incluso los matraces en las repisas de cristal retumbaron con el eco...

¿Y tú conoces a alguien que haya pasado por una historia similar? ¿O tal vez tú mismo has vivido tal experiencia?

Imagen de portada Grubas

Comentarios

Recibir notificaciones

Lecturas relacionadas