Trabajaba como camarero en un café, y una vez atendí a un hombre que tenía una cita a ciegas. La mujer que llegó un tiempo después que él era... bueno, digamos que alejada de los estándares de belleza. Y con bastante sobrepeso.

Cuando ella fue al baño, el hombre me miró como diciendo “Y bueno...”, pero no dijo nada en voz alta. Mientras les servía, ellos sonreían y conversaban. Al final de la cena, él se hizo cargo de pagar la cuenta.

Antes de que se fueran, retuve al hombre por un breve momento: tenía curiosidad de saber si realmente le había gustado la cita con una mujer que obviamente no era muy atractiva que digamos. Le pregunté si les había gustado la comida y si habría una segunda cita. Él se rio y respondió que era poco probable. Le dije que los había visto bastante contentos mientras cenaban.

Entonces el hombre dijo: “Esta mujer difícilmente haya tenido muchas citas en las que el hombre haya sido amable con ella. ¿Por qué no puedo ser un caballero? Los amigos que me arreglaron esta cita son unos imbéciles, por supuesto, pero ella no tiene la culpa de nada, y merece ser tratada como sería tratada cualquier mujer bonita”.

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