Cómo casi compro un vestido, o “Señora, ¡déjeme respirar!”

Humor
hace 2 años

Siempre es molesto que alguien invada tu espacio personal, aunque sea por las “mejores razones”. En este punto, algunas personas arman un escándalo y ponen al intruso en su sitio, mientras que otras prefieren callar y hacer como si no hubiera pasado nada.

En Genial.guru, hemos recurrido a la bloguera Olga Savelieva, que decidió describir un incidente de su vida en el que tuvo que lidiar con la grosería humana y la violación de los límites personales.

El otro día estuve paseando por el centro comercial. En general, no me gusta ir de compras, me resulta estresante, pero aquí tenía una media hora libre y decidí pasarla en algún lado, así que empecé a dar vueltas por las tiendas. Vi un maniquí con un bonito vestido con cuello. Era modesto, pero con un toque sofisticado, justo como me gusta. Ya tengo muchos vestidos de este tipo, pero este me cautivó bastante y quise probármelo. Miré a la vendedora, me pareció una mujer estricta de una edad algo avanzada:
—¿Puedo ayudarle?
—Sí, por favor. ¿Tienen este vestido en la talla 50?
—Sí, pero son de un calce bien pequeño. Usted necesitará uno de la talla 54.
—Pues bien, si son de un calce chico, traiga uno en talla 52, ya que un 54 es demasiado.
—No es demasiado.
En este momento, la vendedora se acercó a mí y, sin previo aviso, desabrochó mi abrigo y empezó a palpar mi figura. Quedé pasmada. Debería haberle dicho: “¡¿Acaso no está en sus cabales?! ¡¿Cómo se atreve?!”.
Pero en lugar de protestar, sin saber por qué, me quedé quieta e, incluso, obedientemente extendí mis brazos para que le fuera más cómodo hacer estas descaradas maniobras con mi persona. Aparentemente, solo soy desafiante en Internet, pero en la vida diaria mi voz apenas se hace escuchar:
—¿Qué está haciendo?
—¿Cómo que “qué”? Estoy midiendo.
De repente, noté una cinta métrica en sus manos. ¡Oh, dios! Está tratando de medir mi figura.
A menudo escribo sobre los límites. En mi blog, estos límites se violan de una manera u otra todos los días, de formas diferentes y a veces extrañas. Y estoy aprendiendo a notarlo y a no dejarlo pasar. Pero mírenme aquí, en mi vida cotidiana, una mujer husmea impúdicamente bajo mi abrigo, y me siento como esa colegiala a la que su madre le limpia algo en la mejilla delante de sus compañeros de clase y ella, toda sonrojada, guarda silencio obedientemente. Entre los dientes apretados, murmuré: “Eh... no haga eso, por favor. No hace falta. Creo que es innecesario”.

—Traiga un 54, —pronunció la mujer su “veredicto” a la asistente que está a su lado. Luego, me miró como si dijera: “¿Ves? Yo tenía razón”.
En ese momento, la asistente trae un vestido de la talla 54. Mi diálogo interno:
—Tengo que probármelo. La ayudante se esmeró, fue a buscarlo al depósito. No puedo hacerle eso a la chica.
—¡Sí puedes! Ya no quieres ese vestido.
—Se invirtió tiempo en mí, no puedo irme así no más. Es un poco grosero. Tendré que probármelo y decirle que me quedó mal. Tengo que respetar su trabajo.
—Sí, ¡pero su trabajo lo hace pésimo! No puedes tocar a los clientes. Así que sé valiente, como un adulto, levántate y aléjate de este lugar.
—Vamos, ella no tenía malas intenciones. Sé educada: pruébatelo y vete tranquila.
Me fui al probador. Me puse el vestido de la talla 54. Era demasiado grande para mí en el pecho, en la cintura, en las caderas. No sé a qué calce “pequeño” se refería la vendedora, pero claramente necesitaba una talla 50, porque incluso una 52 sería demasiado grande.
—Salga, así lo vemos, —me dice la vendedora.
“¿Y eso por qué?”, pensé y fruncí el ceño. “¿Para qué querría verme? Me encargaré yo misma. ¡¿Acaso es algún tipo de programa de TV sobre moda?! Bueno, por otro lado, ¿qué daño me hará hacerlo? Deja que esta estricta mujer de semejante arrojo lo mire con sus propios ojos que sí, efectivamente, se ha equivocado sobre la talla del vestido”. Salí del probador, esta vez con algo de aire de triunfo.
—Ahí lo tiene. ¡¿Ve lo genial que le queda?! —dice la mujer.
—Es demasiado grande para mí.
Agarro con mis manos toda la tela sobrante de la cintura y se la enseño:
—Aquí entrarán dos de mi tamaño.
—Eso no es cierto. Si toma una talla más pequeña, la parte de arriba no le cabrá. Mire sus hombros, mire sus hombros. ¿Ha visto sus hombros? Son anchos. El vestido está justo para su tamaño, está perfecto así.

Para ese entonces, ya tenía cero ganas de probarme alguna otra prenda. Estaba maldiciendo por dentro el momento en qué presté mi atención a ese vestido. Pero, ¿cuál era el problema? Me tomaron las medidas con una cinta métrica de una manera descarada, humillante y agresiva, ¡ese era mi problema! Pero ya no quería más vestidos ni cuellos sofisticados. Quería que esta señora me dejara en paz. ¿Hay alguna manera de que esto pase? Me miro en el espejo y veo un vestido que me queda gigante y no necesito, y también veo a una mujer de 40 años que solo es valiente en su blog, pero que en la vida real parece una niña asustadiza. Y esos hombros... Talla 54. Tampoco me daba cuenta de que mis hombros, en realidad, eran anchos. Según esa “amable” vendedora, soy un Hulk.
Corrí al probador y volví a ponerme mis jeans.
—¿Lo llevamos? —la vendedora me preguntó en plural. Como si no pudiera levantar ese vestido con mis manos por mi propia cuenta.
—Es demasiado grande para mí.
Dejé el vestido en el probador y salí corriendo de la tienda. Café, ¿dónde puedo conseguir una deliciosa taza de café?
—Capuchino, por favor. No, no necesito el jarabe, mejor deme un shot extra de confianza. ¿Qué, no hay tal aditivo? Entonces está bien así.
No me gusta ir de compras. ¡Y tampoco están de moda los cuellos como de ese vestido! Solo Jane Eyre los usó, ¿de acuerdo? Además, ¿ha oído hablar alguna vez de la privacidad, de la integridad del cuerpo? ¿No? Es una lástima que no lo haya hecho. Vaya, qué fortaleza que tengo. Acabo de darle una buena lección sobre los modales a esta descarada mujer... lástima que solo en mi mente.

¿Cómo reaccionas cuando se viola tu espacio personal: te defiendes o dejas pasar la situación? ¡Cuéntanos en los comentarios!

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