12 Casos de maestros que se llevaron las manos a la cabeza por los numeritos que montaron sus alumnos
Se dice que la profesión del maestro requiere de una paciencia angelical y ostentar unos nervios de acero. Y más aún, todo ello debe ir acompañado de un amor sincero por sus estudiantes y un fantástico sentido del humor. Las historias reales que comparten estos profesores, una vez más, demuestran que sin este conjunto de cualidades en su profesión, simplemente, no hay nada que hacer. Al fin y al cabo, los alumnos, a veces, pueden acabar metiéndolos en problemas...
Genial.guru te propone recordar tu infancia escolar durante al menos un par de minutos observando las travesuras de los estudiantes de hoy en día. La mitad de todo esto jamás se nos habría ocurrido, ¿verdad?
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He identificado los principales tipos de alumnos del último año de primaria que realizan el examen final:
1) Lloran porque no les dio tiempo.
2) Se escandalizan en el examen.
3) Entregan su ejercicio con una entonación característica: “Qué sea lo que Dios quiera”.
4) La primera opción del examen la colocan donde debe estar la segunda, y viceversa.
5) “Termina rápido, que habrá fila en la cafetería”.
6) “¿Cuándo será el examen de recuperación de esta asignatura?”
7) Cinco minutos después, en el pasillo, me preguntan: “¿Lo ha corregido?”
El tipo 6, a veces, hace esta pregunta incluso antes del comienzo del examen. Los tipos 3 y 5, por regla general, son las mismas personas.
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— ¿Tu hijo lee?
— Sí, lee.
— ¿Y qué tipo de literatura?
— Etiquetas, precios, anuncios publicitarios...
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En los exámenes donde las escuelas compiten, a los alumnos más pequeños les pusieron la siguiente tarea: “Escribir un ensayo como si fueran un caballo”. Y un niño muy “creativo” puso algo así: “Y-y-y-go-go, firrr, tig-dic, tig-dic”. Y así todo el folio. No todos los héroes llevan capas.
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Hace una semana, mi hermano tenía que escribir un ensayo sobre el tema “Tu sueño”. La mayoría de los niños han escrito que deseaban tener teléfonos inteligentes, consolas, computadoras, alguien escribió sobre el chocolate, pero mi hermano puso que su sueño era que nuestra mamá viviera para siempre. Lo argumentó diciendo que si ella vivía para siempre, entonces tendría un teléfono, una consola y una computadora.
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Mis alumnos de primaria encontraron toda una caja entera de aperitivos de calamares caducados (cerca hay una cafetería, por lo visto, no los habían desechado adecuadamente). Así las cosas, mis pequeños, primero, se los comieron, para luego empezar a vendérselos a sus compañeros de la escuela. Durante la clase, estaban todos verdes, pero yo no entendía nada. Pero el olor... Dios mío, ¡olía a trapo podrido! La enfermera después averiguó de inmediato el motivo por el que todos acudían a ella, ¡pero primero se montó un lío enorme en el comedor! Ahora parece divertido recordarlo, pero en aquel momento...
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Revisaba los ensayos de mis alumnos hoy. Este es un fragmento del trabajo de uno de ellos. “Estoy de acuerdo con la opinión del escritor, porque el niño no debe preocuparse desde la infancia sobre qué tiene que comer hoy, dónde pasar la noche, qué robar y dónde mendigar. De todo eso, deben encargarse sus padres”.
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Una vez, iba en autobús con un grupo inagotable de estudiantes escolares (de unos 12-13 años), dirigido por su profesora. Los chicos, durante todo el trayecto, estaban histéricamente entreteniendo a la chica más bella, cuya gustosa risa se oía en los rincones más inhóspitos del vehículo, se reía tanto que la maestra ya no pudo soportarlo y le dijo: “María, no pensaba que alguna vez diría algo así, pero ¡por favor, vuelve a entretenerte con tu teléfono!”.
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Dos de mis cadetes apostaron sobre si funcionaba o no el botón de llamada a la policía antidisturbios en la escuela. Esperaron a que estuviera de servicio un oficial-educador muy viejo, y mientras él salió un momento al baño, apretaron el botón. Imagínate, cuando volvió, ya teníamos a los policías antidisturbios en la escuela. Y uno de los chicos dijo susurrando: “¡Te dije que funcionaba!”.
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Una historia sobre la vida escolar que ocurrió en la clase de educación física. En uno de los últimos cursos, los alumnos tenían que pasar pruebas de salto de longitud. Dado que nadie tenía muchas ganas de saltar, a los jóvenes se les ocurrió comprar una infusión de valeriana y ponerla la pista de arena destinada a esta actividad “tan” interesante, convirtiéndola en un verdadero paraíso para los gatos locales.
El día de la supuesta prueba, la infusión de valeriana adquirida fue vertida con éxito en el lugar elegido. La cara del profesor al ver varias docenas de felinos en la pista no puede describirse con palabras.
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Soy maestra de uno de los últimos cursos. Un día, una de mis alumnas se me acerca y me hace una pregunta, la misma, por enésima vez:
— ¿Tiene cargador de teléfono?
“No, Patri, lo tengo en casa”.
— ¿Pero, cómo? ¡Pasa todo el día aquí y su móvil aguanta sin descargarse!
— Bueno, es que yo trabajo dando las lecciones y no estoy mirando al teléfono todo el tiempo, por eso no se descarga.
— Es verdad...
Ya no me pregunta más por el cargador.
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La primera vez en el año lectivo, recogí los cuadernos de Historia de mis alumnos de 10 años de edad. Todavía en la primera clase, en septiembre, les repetí varias veces lo siguiente: “Al volver a casa, inmediatamente, pongan sus nombres a los cuadernos para que luego no tenga que buscar a su propietario”.
Mientras los revisaba, o me ponía alegre, o me enfadaba. Y finalmente aparece el “sin dueño”. Qué curioso, pienso, ¿de quién sería? Los revisé todos hasta el final y me di cuenta horrorizado: el cuaderno era de mi propia hija. Zapatero, a tu zapato...
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Fui profesor de informática en la escuela por poco tiempo. Para ser absolutamente preciso, solo impartí unas ocho lecciones. Da la casualidad de que Daniel, un compañero de clase de mi hermana, quería que le diera clases particulares. Danielito... Resulta difícil describir su nivel de conocimientos. Por un lado, conocía los números, pero no podía multiplicarlos. Pronto, se notó el progreso: ya conocía palabras como el discriminante, el método de intervalos, el cuadrado de la diferencia, e incluso podía trabajar con todo eso.
Un día, mi hermana me contó una historia curiosa. Dos jóvenes que eran malos estudiantes, que se sentaban detrás de Daniel y ella, no podían resolver un simple problema. Danielito se los explicó, y después... se quedó asombrado por la situación. Se quedó viendo a la distancia, pensando, pensando y pensando. Luego, se volvió a mi hermana y le dijo al oído: “Imagínate, yo antes también era así de estúpido...”.
Y tú, ¿formaste parte de alguna historia escolar que todavía te provoque risa o te avergüence recordar?