20+ Personas que llevaron un suceso significativo de la infancia en el corazón a lo largo de toda su vida

hace 3 años

Los instantes de felicidad infantil son unos pequeños tesoros que se almacenan en los rincones ocultos de la memoria de casi todas las personas. Los tiempos en que los familiares más queridos estaban cerca, Santa Claus era real y la fe en los milagros era inquebrantable para muchos son los salvavidas que los ayudan a atravesar las situaciones más difíciles de la vida.

Genial.guru confía en que incluso una infancia difícil puede ser recordada por su luz y su alegría si estuviste rodeado de gente amorosa. Hoy, recolectamos con gusto recuerdos de los usuarios de la red sobre los momentos más inolvidables de su pasado, que hacen que hermosos tulipanes florezcan en el corazón.

  • Infancia. Tengo 3 o 4 años. Mi mamá me lleva en trineo al kínder. Nuestra ciudad es pequeña. En la calle hace −34 °C, es el norte. Yo, toda envuelta en cien capas de ropa, soñolienta, voy en trineo en completa oscuridad. Y los copos de nieve me caen en la cara. ¡Qué felicidad sentía! Pasar por los montoncitos de nieve y los pequeños pozos, y mamá o aceleraba o empezaba a llevarme en zigzag a propósito. A veces tengo tantas ganas de estar otra vez vestida con cien ropas y que alguien me lleve en trineo, como en la infancia. ¡Aunque sea para ir a trabajar, pero así! © “Oídoporahíо” / VK

  • Hace unos 40 años, era un estudiante de primer grado y vivía en un lugar remoto. A nuestra clase vino una chica nueva, y resultó que íbamos por el mismo camino desde la escuela hasta casa juntos, y eran nada menos que 3 km. Todos los días, por invitación de la chica, pasábamos por la casa de su abuela, y ella nos alimentaba con ravioles caseros y nos servía té caliente. Era genial en medio del frío invierno. Todavía recuerdo el sabor de los ravioles, jugosos, calientes, y el aroma del té de hierbas. Pero no recuerdo el nombre de la niña. Gracias a la abuela y a mi compañera de clase por los ravioles. © Vasya50 / Pikabu

  • En la década de 1980, iba a primer grado. Una vez, vi en una tienda un juguete de peluche completamente fantástico, un cachorro azul. Costaba ese encanto una suma fantástica. Ni siquiera se lo pedí a mis padres: estaba claro que no tenía sentido. Y entonces mi papá me dijo: “¿No quieres a ese cachorro?”. ¡Yo estaba verdaderamente impactada! Volvimos a casa y mi papá dijo: “Aquí tienes unas monedas. Si cuentas la cantidad necesaria, entonces te daré dinero para el cachorro”. No pude contarlo, pero igual me dio el dinero. Y fui sola a la tienda, compré al cachorro azul y recordé ese sentimiento de infinita felicidad de por vida. Desde entonces han pasado más de 30 años, y casi todos estos años dormí abrazada a mi cachorro azul. © elzabrutta / Pikabu

  • Mi papá, durante la estación fría, cuando aún no se había encendido la calefacción central del edificio, calentaba una manta sobre la hornalla de la cocina (se la echaba sobre los hombros, abría los brazos y se quedaba así durante medio minuto), luego la cerraba y corría rápidamente a nuestra habitación, para taparnos a mí y a mi hermano. Nunca lo olvidaré. © Regina Karatygina / Facebook

  • A mediados de los años 90, en una sola tienda de nuestra ciudad aparecieron unos rollers. En ese entonces todavía no se vendían en ningún otro lugar. Y yo justo había visto una película sobre unos adolescentes estadounidenses que patinaban en rollers así. Pero sabía que mi madre no podía comprarlos (a mediados de los 90, nuestra situación financiera no era fácil). ¡Pero mi madre me los compró! Aprendí a patinar muy bien en ellos, haciendo trucos, andando rápido. ¡Fue el mejor regalo de toda mi vida! © sestra.anna / Pikabu

  • Fuimos de visita al pueblo de la abuela, ella nos cocinó unos panqueques de papa, y mamá dijo: “El que se termina su porción puede comer leche condensada”. Lo que empezó entonces... Mi hermano se comió todo rápidamente y comenzó a devorar la leche condensada. Pero a mí no me gustaba para nada esa comida. Me quedé allí sentada y me puse a llorar. De repente, la abuela envió a mamá a mirar a dónde se habían ido sus gansos, y terminó mi comida en unos segundos. Al regresar, mamá sospechó algo, pero cumplió su promesa. © Bramarbas / Pikabu

  • Yo tenía 5 años, mi hermano, 8, y nos acabábamos de curar de no recuerdo qué. Vivíamos con mi madre y mi bisabuela, que tenía diabetes. Un día, estábamos almorzando, cuando un heladero pasó por la calle. Con mi hermano comenzamos a pedirle a mi madre que nos comprara un helado, pero recibimos una negativa rotunda: “¿Qué, hace mucho que no se enferman?”. Después del fin de la conversación, mamá se fue a ver a la vecina durante 5 minutos, y mi bisabuela le extendió dinero a mi hermano mayor con las palabras: “Para mí un vasito de vainilla, y para ustedes lo que quieran, ¡pero ni una palabra a tu madre!”. Como resultado, mi madre regresó, y nosotros estábamos sentados con toda la cara llena de chocolate (habíamos comido helado bañado en chocolate) y la bisabuela, como un hámster, con las mejillas llenas. Y esta imagen de cómo mi bisabuela de 85 años, con la boca llena de helado, le explicaba a mi madre que un helado no le haría nada a un diabético, y que mi hermano y yo ya nos habíamos recuperado, es el recuerdo más brillante de mi infancia. © natsval / Pikabu

  • Recuerdo cómo en la infancia les dije a mis padres que podría comer 10 helados juntos. Mi padre dijo que era muy fácil, que él también podía. Y mi abuela nos dio dinero para que compráramos 20 helados y lo demostráramos. Volé felizmente a la tienda y los compré. Yo pude comer 3 helados, y mi padre 4 o 5, no nos entró más. ¡Pero qué hermoso fue! © AleKSandra31 / Pikabu

  • En una tienda se vendía un set de plomería que se llamaba “Técnico joven”. Costaba bastante caro, y mi abuela no tenía ese dinero. Una vez, estaba caminando por la calle y encontré en el piso un billete que era de la cantidad exacta del costo del set. No había nadie alrededor. Lo tomé y se lo llevé a mi abuela para mostrárselo. Al principio, me quitó el billete, pero luego pensó un poco y me lo devolvió, diciendo que fuera a comprarlo. Bueno, fui y lo compré. Mi felicidad en ese momento no tenía límites. © Zanderr / Pikabu

  • Mi infancia cayó en los años 90. ¡Y tengo los mejores recuerdos de ella! Recuerdo cómo siempre nos juntábamos en el patio de juegos. En invierno construíamos castillos de nieve y organizábamos “guerras” de bolas de nieve. Y en verano nuestras madres nos lanzaban mantas desde el balcón, barríamos todo el patio y armábamos “casas” debajo de los manzanos. Por las noches, las abuelas venían a “vigilarnos”, y mientras hablaban, podíamos quedarnos afuera hasta las 23:00. Hacíamos hogueras y cocinábamos papas: no había nada más delicioso en todo el mundo. Y no necesitábamos ni dispositivos ni Internet. © “Oídoporahí” / VK

  • Yo tenía unos 5 o 6 años, mi hermano era 2 años mayor. A principios del verano, por la mañana, él se iba a pescar. El río estaba a unos 10 o 15 minutos de caminata desde casa. Yo me despertaba más tarde, iba a buscarlo, recogía su captura (por lo general, peces pequeños), me iba a casa y los cocinaba en una pequeña sartén de mi set de cocina de juguete (sí, esos conjuntos eran bastante “funcionales”). Luego, los ponía en un pedazo de pan, los llevaba al río, los comíamos juntos, y me llevaba la siguiente parte de la captura. Durante el día, esto podía repetirse 2 o 3 veces... Todos los niños vecinos estaban terriblemente envidiosos, porque sus madres les daban sus capturas a los gatos. Y solo él tenía una hermana. © Evgenia Romanyuk / Facebook

  • Era 1996, estábamos justos de dinero. Mi madre y yo fuimos al mercado, y allí una mujer vendía dos gatitos blancos. ¡Y me dieron tantas ganas de tener uno que simplemente no podía resistirlo! Mi mamá estaba categóricamente en contra de tener animales en el departamento. Bueno, compramos todo, caminábamos de regreso, y empecé a decir muy bajito: “Mamá, por favor, cómprame un gatito, ¡no te pediré nada más, lo prometo!”. Recuerdo que sentí mucha vergüenza en ese momento, porque no era propio de mí pedir algo. Y entonces mi mamá dijo: “Bueno, vamos a verlos otra vez, ¡solo vamos a mirar a tus gatitos!”. Y fuimos. Recuerdo que estaba parada ahí y los acariciaba, sin esperar nada. Y luego la frase de mi mamá: “Elige a cuál nos llevaremos”. Dios, ¡simplemente no creí en mi suerte! Elegí al que era más tranquilo. Lo pusimos en una bolsa y nos lo llevamos a casa. Así obtuvimos a un nuevo miembro en la familia: León. Pasaron más de 20 años, pero este recuerdo aún me calienta el alma© Vittoria2603 / Pikabu

  • Estábamos en el mar de vacaciones, pero solo con mi mamá. Mi papá se había quedado en casa porque tenía que trabajar. Una noche caminábamos por la costanera, y de repente vi a papá. Corrí hacia él, me puso sobre sus hombros... Mamá estaba en shock. ¡Papá había volado para pasar con nosotras un par de días! Era una niña muy feliz. © Tatyana Dymova / Facebook

  • Fue en 1996, yo estudiaba en el tercer grado. Tuve una infección y terminé internado en un hospital. Éramos 6 chicos en la habitación, y uno de ellos era Alex. Era una persona muy amable, e incluso para los estándares de esa época, claramente era de una familia pobre. Nadie lo visitaba, pero él soportaba estoicamente la separación de sus parientes, y lo ayudaba un pensamiento: su mamá le había prometido que el día de su alta le traería un pollo. Bueno, ese día llegó, y todos esperábamos un apetitoso pollo jugoso, pero más que nadie, por supuesto, Alex. Su mamá vino a buscarlo, se fue a algún lugar y, después de unos minutos, entró volando a la habitación: “¡Mamá trajo un pollo!”. Y en sus manos tenía una paleta de caramelo rojo en forma de gallo en un palo... Lo más increíble era que en sus ojos había emoción y alegría, sin un gramo de resentimiento ni de decepción. © Tyreon / Pikabu

  • Mis recuerdos más cálidos están asociados con mi mamá. Recuerdo sus ojos llenos de bondad, sus manos cálidas, su voz suave. Sentía amor y cuidado todos los días, en cada momento. Una vez, vi por la ventana que ella regresaba del trabajo. Tenía solo 5 años. Salí corriendo a su encuentro con un vestido ligero. Era un día de marzo de viento muy frío. Mamá se quitó el abrigo, me envolvió en él y me llevó a casa en sus brazos. Escribo, y las lágrimas fluyen solas por mis mejillas... © Natalia Olevskaya / Facebook

  • Estaba estudiando en primer grado. Se habían puesto de moda las calzas de colores: azules, violetas, rosadas. Las de color azul marino se consideraban las más geniales. Las usaba la mitad de la clase, pero yo no tenía unas. Y las chicas con las que yo jugaba dejaron de hablarme, porque ellas tenían las calzas y yo no. ¡Me sentí tan ofendida! En casa, entre lágrimas, le conté todo a mi mamá. Entonces ella se levantó del sofá, abrió el armario y sacó unas calzas negras increíbles con letras y patrones multicolores. Eran 100 veces más geniales que las comunes de un solo color. Mi mamá me dijo que había querido dármelas una semana después para mi cumpleaños, pero ya que la situación era así, me las regalaba ahora. ¡Todavía recuerdo mis alegres chillidos y la sonrisa de mi madre! ¡Fue una verdadera sorpresa! Al día siguiente, toda la atención de nuestras fashionistas estaba dirigida a mí. Pero yo ya no buscaba su compañía. © Nellnk / Pikabu

  • Mi abuela tenía dos hermanas: una vivía en la capital, la otra, en una provincia cercana. Mis tías abuelas estaban solas, y a menudo me enviaban a pasar tiempo con ellas. En ese entonces tenía unos 10 años. Me encantaba “pasear” por las tiendas de la gran ciudad. Y una vez vi allí una muñeca de ensueño: rubia con el pelo largo, en jeans, camiseta blanca y chaleco rojo. Costaba una suma aterradora. No podía pedirles a mis tías abuelas que me la compraran, porque había sido estrictamente instruida por mi madre acerca de “no pedir que me compren nada”. Me quedé durante todas las vacaciones, como un mes. Las tías abuelas me acompañaron al tren y ya en la estación, ¡sacaron de una gran bolsa una caja con esa muñeca! Todavía recuerdo esa verdadera felicidad infantil. Resultó que ellas habían estado vigilándome, mirando a dónde iba y qué juguetes admiraba. Cuando me la dieron, creo que ni siquiera podía respirar de la felicidad y el asombro. Y estaban paradas allí y lloraban... © Primula / Genial

  • Recuerdo cómo después de la escuela, mi abuela venía a buscarme e íbamos a pie hasta su casa (¡y eran como 3 paradas de autobús, que en ese entonces me parecían todo un viaje!). Luego, ella hacía sus panqueques ultrafinos, y yo ponía en cada uno de ellos un trozo de mantequilla. Desde entonces han pasado unos 15 o 17 años, pero todavía no hay nadie en nuestra familia que pueda cocinar unos panqueques igual de sabrosos. © Veronica Dagaeva / Facebook

  • Mi abuela traía fresas en la falda. Por la mañana la casa olía a bollos. Nosotros corríamos descalzos sobre los charcos por el jardín de manzanos buscando las fresas y luego las comíamos con leche. ¡Parecía que nada en este mundo podía ser más rico! En invierno, la abuela ponía diligentemente los adornos de Navidad en las ramas del arbolito, horneábamos cebollas y la habitación olía a manzanas, cuidadosamente apiladas para el invierno. El hielo en el río era grueso y transparente. Mi hermano y yo caíamos sobre él, pegábamos el rostro y observábamos cómo los peces flotaban en el agua y la vida acuática fluía tranquilamente. Que descansen en paz mis amados ancianos, que me regalaron el mundo y el cuento de hadas al que puedo volver dentro de mi alma. © Anna Vladimirova / Facebook

  • Tuve un día de felicidad absoluta. Era verano y estábamos con mi mamá en el río. Nadé durante mucho tiempo, luego salté sobre la arena cálida y me acosté a tomar el sol. Y el agradable calor del sol pasaba por todo mi cuerpo, y me sentía tan bien, y tenía en la mente el pensamiento de que aquello recién era el comienzo del día, y por delante tenía el segundo capítulo de mi serie favorita, fresas y helado. Ahora estoy sentado y me vienen a la mente las palabras de alguna película: “Sabes, viví una muy buena vida. Y sin embargo, recuerdo una sola noche. Solo una noche de toda mi vida. Fue hace muchos años, era invierno y esa noche bailé con mi hija. Ella me lo pidió, y bailamos juntos. Nunca en la vida había bailado así. Y, sabes, si pudiera volver a esa noche aunque más no sea por un instante, lo daría todo. Todo lo que me queda por vivir”. © Oleg Bereznitsky / Facebook

¿Y cuál es el recuerdo más vívido de la infancia que mantienes tú en tu memoria?

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Mi abuelita también me daba cosas a escondidas y lo recuerdo con mucho cariño :)

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