13 Datos curiosos sobre los bailes victorianos que el cine no te muestra

Curiosidades
hace 5 horas

A menudo juzgamos el pasado a través del cine y la literatura. Pero es importante recordar que sus creadores no siempre muestran toda la verdad sobre la vida en esas épocas. Lo que vemos es solo una fachada romántica y brillante del pasado. Sin embargo, también existían matices, tradiciones extrañas y reglas aparentemente incomprensibles que muchas veces ni siquiera imaginamos.

Los bailes costaban una fortuna

Todas las habitaciones destinadas al baile debían estar bien iluminadas. Antes de que se inventaran las lámparas de gas, se usaban velas. Pero no cualquier vela, sino velas de cera de abeja, que eran bastante caras, incluso más que la comida y bebida preparadas para la fiesta.

Cientos de velas generaban una iluminación similar a unas cuantas bombillas de 25 vatios. Por eso, los candelabros de pared se decoraban con colgantes de cristal y se colocaban espejos detrás de ellos para reflejar la luz. De lo contrario, las habitaciones lucían sombrías. Además, las llamas de las velas consumían mucho oxígeno, liberaban dióxido de carbono y, sin una buena ventilación, los invitados podían marearse.

Preparar la casa no era tarea sencilla

Organizar un baile no era nada fácil. Generalmente, la anfitriona se encargaba de toda la preparación. Si la casa no contaba con una habitación adecuada, se podía alquilar un salón en otro edificio. No todas las mansiones disponían de salones de baile, así que los dueños elegían la habitación más grande y la despejaban de muebles innecesarios.

Las paredes se cubrían con telas y se decoraban con plantas y flores. Si las cortinas eran oscuras, se sustituían por unas claras. El color ideal para ambientar el salón de baile era el amarillo pálido. A veces, no había suficientes sillas para que los invitados descansaran entre baile y baile. En esos casos, se alquilaban muebles.

Había que controlar cuántos invitados asistían

En los bailes victorianos, los anfitriones solían invitar a más personas de las que realmente cabían en el salón, contando con que algunos no asistirían.

Este truco hacía que la recepción pareciera un éxito, ya que las salas se llenaban. Un baile se consideraba grande si asistían unas cien personas. Si acudían menos de 50, se le llamaba modestamente “una reunión de danza”.

Todo debía estar perfectamente planeado

Además del salón principal, debía haber vestidores separados para hombres y mujeres, donde los invitados dejaban sus prendas de abrigo. En el vestidor femenino solía haber dos doncellas encargadas de coser vestidos rasgados, arreglar peinados y solucionar otros imprevistos. Este espacio normalmente se encontraba en la planta baja, para que las damas no tuvieran que subir y bajar escaleras.

También era necesario destinar una habitación para “necesidades delicadas”. A principios del siglo XIX, no todas las casas contaban con sistema de alcantarillado, así que se colocaban orinales y una doncella que ayudaba a las damas a no estropear sus vestidos durante el proceso.

También se colocaban orinales en otros puntos estratégicos de la casa, como detrás de biombos o en rincones oscuros. Si a alguien le urgía durante la cena, podía levantarse y esconderse tras unas cortinas. Algunas damas incluso llevaban su propio bourdaloue (orinal portátil) dentro del bolso.

Si no había un baño cerca, las mujeres contaban con bolsillos en sus vestidos, lo suficientemente profundos como para presionar discretamente el abdomen o la vejiga y aliviar la incomodidad. Existe la teoría de que, para evitar orinarse, algunas mujeres se aferraban a los pliegues interiores de sus vestidos, conteniéndose de esa forma.

Se esperaba un comportamiento impecable de los invitados

Durante la época victoriana, una dama joven no podía rechazar a un caballero si la invitaba a bailar. Negarse no solo se consideraba una falta de respeto hacia él, sino también una ofensa hacia los anfitriones del evento. Daba la impresión de que la anfitriona había invitado a personas indignas de la compañía de damas decentes.

¿Pero qué hacer si no querías bailar con alguien insistente? Podías decir que ya tenías todos los turnos ocupados. Para eso, las damas llevaban tarjetas en las que anotaban los nombres de sus parejas de baile para toda la noche.

No todos los bailes eran considerados decentes

Aunque hoy en día no existen estereotipos sobre los bailes en la sociedad moderna, en la época victoriana se elegían con extremo cuidado. En aquellos tiempos, dominaban las normas morales estrictas, y los bailes debían reflejar modestia y decoro.

Todo estaba permitido, excepto el vals. Este se consideraba el colmo de la indecencia. Estaba estrictamente prohibido porque los bailarines se colocaban demasiado cerca. Había mucho contacto físico y giros en los que el caballero levantaba en brazos a una joven soltera, lo cual podía arruinar su reputación.

La anfitriona debía permanecer horas en la entrada

La anfitriona estaba obligada a recibir personalmente a todos los invitados del baile. Por eso, debía quedarse en la entrada hasta la hora de la cena o hasta que todos los invitados hubieran llegado. Normalmente, esto no representaba mayor dificultad.

El problema surgía cuando llegaba un caballero desconocido para ella, invitado por su esposo o uno de sus hijos. En ese caso, la anfitriona no podía dirigirse al invitado sin una presentación formal. Por eso, el esposo o el hijo que lo había invitado debía quedarse cerca. En cambio, las hijas tenían permiso para disfrutar del baile desde el principio.

Los abanicos no solo servían para combatir el calor

El abanico era un accesorio indispensable en el atuendo de cualquier dama joven. Debido a la gran cantidad de velas y al gentío en el salón, el ambiente se volvía rápidamente caluroso y sofocante. Por eso, el abanico era más que necesario.

No solo ayudaba a evitar desmayos, sino que también servía para comunicarse con los admiradores. En el siglo XIX, las damas no podían expresar abiertamente sus sentimientos, especialmente frente a otros miembros de la sociedad, así que usaban un lenguaje secreto con el abanico.

Si una dama lo sostenía con la mano izquierda y lo agitaba suavemente, significaba que quería conocer al caballero al que lo dirigía. Si lo presionaba contra la frente, indicaba que alguien los estaba observando. Para expresar disgusto u odio, extendía el abanico a través de una mano cerrada. Y si lo agitaba lentamente, quería decir que era una mujer casada.

Caminar por el salón podía ser toda una odisea

La etiqueta en los salones de baile era muy estricta. No solo afectaba a las damas, quienes no podían dar un paso sin ir acompañadas por otra mujer. En estas condiciones, incluso cruzar el salón o ir al vestidor era un verdadero reto.

Los hombres tampoco se salvaban de las reglas. Si un caballero se cansaba de bailar, no podía sentarse en una silla si había una dama junto a él que no conocía. Además, no debía quedarse demasiado tiempo en el baile. De lo contrario, se corría el rumor de que era impopular y rara vez era invitado.

Cuando el baile lo organizaban su madre, esposa o una pariente cercana, el caballero tenía aún más responsabilidades: debía asegurarse de que todas las damas tuvieran pareja para bailar. Si no había suficientes hombres, él debía bailar con todas, incluidas las señoras mayores.

Todas las damas recibían un número

Una de las figuras más importantes del evento era el Maestro de Baile. Él se encargaba de que se respetaran las normas durante el baile, anunciaba la cena y gestionaba distintos asuntos organizativos.

Antes de que comenzara el baile, el Maestro recibía a los invitados en la puerta del salón y entregaba tarjetas con números a todas las damas, excepto a las nobles. La tarjeta debía colocarse en un lugar visible, ya que indicaba la posición que debía ocupar la pareja durante cada danza.

Las damas debían llevar su número durante toda la noche. Si lo perdían, tenían que pedir un reemplazo al Maestro. Antes de comenzar una danza, las parejas ingresaban al centro una por una, según se anunciaban sus números. Si alguien no llegaba a tiempo, debía esperar hasta el final.

El peinado de una mujer decía casi todo sobre ella

Las damas dedicaban mucho tiempo no solo a su vestido, sino también a su peinado. Para lograr más volumen, usaban “ratas”, que eran mechones recogidos del cepillo por las doncellas y enrollados en pequeños moños postizos. Estas “ratas” se hacían del mismo color del cabello para que no se notaran.

También se aplicaba polvo brillante, hecho con pan de oro o plata triturada. Solo las damas adineradas podían permitirse estos polvos. Existían versiones más económicas, pero dejaban el cabello con mal aspecto.

Se prestaba especial atención a los adornos. Las mujeres trenzaban flores naturales o artificiales, cintas y joyas en su cabello.

El estilo del peinado permitía distinguir fácilmente a una mujer casada de una soltera. Las casadas podían llevar diseños más elaborados, decorados con joyas y plumas. Las jóvenes debían ser modestas: solo podían usar flores.

Los guantes eran imprescindibles

En el siglo XIX, los guantes eran un elemento obligatorio en el atuendo de una dama. Se elegían deliberadamente una talla más pequeña para que se ajustaran bien y resaltaran la delicadeza de las manos. La longitud de los guantes variaba según la moda del momento.

Asistir a un baile con las manos descubiertas se consideraba extremadamente indecente. Los guantes debían ser exclusivamente blancos o de un rosa muy suave. Además, este accesorio era visto como algo muy íntimo. Se sabe que la reina Victoria se sintió muy avergonzada cuando tuvo que prestarle sus guantes a su hermana.

Los guantes también se usaban para enviar señales secretas. Por ejemplo, si una joven dejaba caer ambos guantes, estaba declarando su amor.

Asistir a un baile no era solo diversión

En realidad, asistir a un baile requería buena salud. Los eventos comenzaban alrededor de las 9 de la noche y se extendían hasta el amanecer. Además, la comida se servía bastante tarde. Quienes no alcanzaban a cenar antes, pasaban hambre hasta la 1 de la madrugada.

Los vestidos eran voluminosos y bailar en un salón lleno de gente no era precisamente cómodo. Por si fuera poco, muchas mujeres recurrían a métodos extremos para lucir bien, como colocarse sanguijuelas detrás de las orejas para lograr una piel pálida.

Y estos son algunos datos sorprendentes sobre la era victoriana. ¡Échales un vistazo!

Comentarios

Recibir notificaciones
Aún no hay comentarios. ¡Puedes ser el primero!

Lecturas relacionadas