15 Historias emotivas de despedidas escolares que nunca se olvidan

Historias
hace 5 horas

La graduación es una celebración que solo ocurre una vez en la vida. No importa si es en la escuela, en la universidad o incluso en el kínder. Para muchos, es un evento especial que permanece como un cálido recuerdo en el corazón. Decidimos ponernos nostálgicos y recopilamos historias de todo tipo: divertidas y conmovedoras, absurdas y profundas, infantiles y sabias. Todo para recordar esa noche tan especial.

  • Desde quinto grado me gustaba una chica llamada Daniela. Era lista, guapa, todos los chicos soñaban con hablarle, pero yo no me atrevía ni a decirle hola. Así pasé hasta el último año. En la fiesta de graduación me armé de valor y le confesé mis sentimientos, y ella me dijo: “¿Hablas en serio? ¡Yo pensé que te era indiferente! A mí también me gustabas”. Casi me desmayé. Esa noche hablamos, reímos, incluso bailamos. Lástima que después cada quien se fue a estudiar a una ciudad distinta. Lo digo por experiencia, amigos: si alguien les gusta, díganlo. No esperen como yo, que estuve cinco años arrepintiéndome de no haber hablado antes. © Skogwarts / VK
  • El papá de mi amigo usó el mismo par de tenis viejos y rotos durante toda la preparatoria. Todo el mundo lo conocía por esos tenis. El director le advirtió que si se presentaba con ellos a la graduación, no lo dejarían subir al escenario. Pero él no se inmutó. Cuando llegó su turno, los sacó y se los puso justo antes de recibir el diploma. Esos tenis desgastados fueron los protagonistas de la ceremonia. © bdbdhdhdhfbdjbd / Reddit
  • Quería ser la más guapa de la clase en mi graduación. Encontré un vestido perfecto, y la vendedora me aseguró que solo había dos iguales. Pensé que ninguna compañera compraría el mismo y tenía razón. Pero no contaba con que mi maestra se presentaría con exactamente el mismo vestido. El destino quiso jugarme una mala pasada. © Karamel / VK
  • Mi mejor amiga encontró al amor de su vida desde la secundaria. Era nuestro compañero, se enamoraron en noveno grado. Siempre estaban juntos, tomados de la mano, besándose a escondidas. Parecían la pareja perfecta. Cuando llegó el baile de graduación en el último año, todos tenían pareja para bailar, excepto ella, porque su novio se había enfermado. Pensé que se iba a deprimir, pero no. ¡Se apareció con una figura de cartón de su novio a tamaño real! Y así pasó la noche: feliz, bailando con su novio de cartón. Han pasado cinco años desde entonces, y siguen juntos. Se siguen besando, abrazando, igual de enamorados. Solo que ahora, él es su esposo. Cuando los veo, entiendo que el amor verdadero sí existe. © Karamel / VK
  • De toda la fiesta, lo más memorable no fueron los diplomas, ni los bailes, ni los juegos; fue una sorpresa. La presentadora se puso de acuerdo con el director y nos dejaron recorrer la escuela a medianoche. Todos corriendo por los pasillos oscuros como una estampida. ¡Fue el mejor final para nuestra etapa escolar! © Oído por ahí / Ideer
  • Uno de mis estudiantes, Joe, me pidió que lo acompañara al escenario para recibir su diploma. Me sentí muy honrado. Yo era profesor de sistemas de información y su tutor académico. Joe es ciego, pero logró graduarse. Lo guié hasta el escenario, sin quitar la vista del suelo para evitar tropiezos. De repente, noté que el público aplaudía más fuerte y por más tiempo. Levanté la cabeza y vi que todo el gimnasio estaba de pie, ovacionando a Joe. Me conmovió profundamente. Me sentí increíblemente orgulloso de él. Han pasado 15 años y todavía recuerdo ese momento como si fuera ayer. © Ronald Jerak / Quora
  • Recuerdo mi graduación de cuarto grado. Éramos casi adultos de 10 u 11 años. Las niñas con vestidos, los niños con traje. Pero mi mamá quiso ser creativa con mi atuendo. Me hizo un sombrero con un balde. Y en la fiesta, ¡yo era un hongo venenoso! © Oído por ahí / Ideer
  • Desde el octavo grado tenía una ilusión: usar un vestido de lunares en mi graduación. No era gran cosa, solo un sueño tonto. Pero al llegar al último año, supe que no iría. Mis papás no tenían dinero ni para el vestido ni para las cuotas que pedía el comité de padres. Una noche antes de la graduación, varios padres vinieron a casa. Dijeron: “No pagues nada, solo queremos que tu hija asista. Es de las mejores del curso, casi medallista”. Esa noche, mi mamá salió y regresó con un vestido, unos zapatos y hasta un collar hermoso. Todo me quedó perfecto. Era un vestido rojo con lunares negros. Mi sueño se hizo realidad. © Unknown author / Pikabu
  • Esto fue en 1988. Último día escolar. Todos emocionados por la nueva etapa adulta que se avecinaba. Se acercaban los exámenes, pero también grandes esperanzas. Todos corrimos con ramos de flores a agradecer a los maestros, al punto que no podía ni acercarme de tanta gente. Y entonces la vi: la señora Rosa, nuestra conserje. Estaba parada sola, con su bata azul, mirando desde un rincón para no estorbar, sonriendo feliz por nosotros, pero sola. Recordé cuántas veces nos ayudó. Así que decidí que mis flores serían para ella. Aún recuerdo cómo se puso a llorar. © Rliethnam / Pikabu
  • En la ceremonia oficial de mi graduación, me escogieron para dar el discurso como alumna destacada. Me preparé con anticipación, escribí el texto junto con mi mamá y lo ensayé toda la semana. Llegó la hora decisiva, estaba algo nerviosa, subí al escenario y me paré frente al atril. Me pasaron el micrófono. Y en ese momento, al mirar al auditorio lleno de compañeros, ¡no recordaba ni una palabra! Entré en pánico, las manos me sudaban frío, sentí la garganta seca. Todo parecía ir en cámara lenta mientras trataba desesperadamente de recordar una sola línea. Creo que todos podían ver el terror en mi mirada. Entonces me enfoqué en un chico y logré calmarme. Empecé a hablar, mirándolo fijamente. Poco a poco me sentí más tranquila, comencé a mirar al resto, pero mis ojos volvían a él una y otra vez. No sabía qué decía mi discurso, pero por su expresión, parecía estar apoyándome con el alma. O al menos eso creí. Tristemente, nunca hablamos de eso.
  • Faltaba poco para la graduación de la universidad. Ya tenía reservado el maquillaje, el vestido, los zapatos. Y de pronto, recibí una llamada de la costurera: “Disculpa, pero no tendré tu vestido a tiempo, me mudo al extranjero con mi hija”. A la mañana siguiente, desperté y noté algo azul, crujiente y extraño junto a mi cara. Me fijé bien, ¡era un vestido hecho de bolsas de basura azules! Y mi papá, asomándose por la puerta, dijo:
    — Hija, no te preocupes. Mira qué vestido te hice en el trabajo. Solo tardé una hora y un rollo de bolsas. © Habitación № 6 / VK
  • A mediados de tercer grado me cambiaron de lugar y me sentaron junto a Ernesto. La maestra pensó que dos estudiantes aplicados no se distraerían entre sí. Se equivocó. Nos poníamos ceros en los cuadernos, peleábamos con ositos de peluche en la clase de manualidades y solo nos callábamos en los exámenes. Con el tiempo, me di cuenta de que me gustaba. Me daba pena incluso mirarlo a los ojos. En cuarto grado, en la fiesta de fin de curso, se cumplió mi sueño: ¡nos pusieron como pareja de baile! El único problema era que yo era más alta que él. Ensayamos un vals sencillo, todo iba bien en los ensayos. Pero en la ceremonia, ¡me pisó los pies! Aun así, valió la pena. En secundaria ya fuimos a escuelas distintas. Todavía lo recuerdo con cariño.
  • No fui a mi graduación escolar. Pero como era casi la única con promedio sobresaliente (9.5 sobre 10), me invitaron al evento de graduación de toda la ciudad. No pensaba ir, no conocía a nadie. Entonces una de las chicas más “populares” de mi clase fue a mi casa y me pidió el pase, diciéndome que yo, la nerd, no lo necesitaba. Algo hizo clic en mi cabeza. Pensé: “¿Y si voy yo?”. La eché de mi casa. Se quedó impactada, creo que jamás esperó eso de mí, yo era muy callada en la escuela. Al final fui ¡y no me arrepiento! Conocí a gente buena e inteligente, nos divertimos, bailamos. Fue increíble. Después empecé la universidad, y esa etapa fue mucho mejor que la escuela. © Tertiumnondatur / Pikabu
  • En el lejano 2009 me gradué de la universidad. Recuerdo estar sentado con mis amigos y amigas en un mirador, en mayo, en un silencio total, casi sagrado. Fue entonces cuando sentí que las últimas páginas de mi juventud se me escurrían entre los dedos como arena. Lo que venía: la vida adulta, el título, los desafíos, las alegrías del primer trabajo, bodas, viajes, carrera. Pero esa sensación de libertad absoluta, de felicidad por haber faltado a clase o comido un Snickers sin remordimiento, no volvería jamás. Ya no habría más chicas despreocupadas riendo, ni canciones en la residencia universitaria, ni noches enteras preparando exámenes. Todo eso lo vivirían otros: jóvenes, alegres, brillantes, llenos de sueños. Fueron cinco años inolvidables que no se comparan con nada. Amo mi 2009. ¡Siempre estará en mi corazón! © Abraham.Simpson / Pikabu
Imagen de portada Skogwarts / VK

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