16 Anécdotas del mundo de los servicios que son tan impactantes como graciosas

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hace 2 horas
16 Anécdotas del mundo de los servicios que son tan impactantes como graciosas

El sector de los servicios es un universo con sus propias reglas, dramas y un sentido del humor muy particular. A veces, una manicurista o una niñera podrían contar muchas cosas, siempre y cuando no revelen la identidad de nadie. Reunimos una gran variedad de relatos contados por profesionales de este mundo, te invitamos a leerlos y comentarlos.

  • Decidí trabajar como repartidor. Pensé: “¿Qué tan difícil puede ser?” El primer pedido lo hice con un compañero. Llevábamos una caja muy pesada. La dirección era en un edificio antiguo, quinto piso, sin ascensor. Subimos, toqué la puerta. Nos abrió una señora mayor con su nieto y gritó: “¡Por fin! ¡Entren rápido! ¡Lupita se va a morir de envidia!” ¿Tanta prisa, para qué? Bueno, entramos. Nos pidieron que la abriéramos. Abrí la caja y me quedé en shock. Ahí dentro había una lápida con la cara de la señora. Ellos estaban felices: “¡Qué bonita! ¡Igualita a la foto!” Comenzaron a sacarle fotos... Y yo, ahí parado, con esa lápida en las manos, me preguntaba qué vendría después. © Not everyone will understand / VK
  • Mi mamá vendía hilos en un mercado. Se acercó una señora elegantemente vestida, con un abrigo y sombrero de piel. Eligió un carrete de hilo y comenzó a regatear. Decía que, aunque fuera un centavo, le rebajaran algo, porque tenía la costumbre de no comprar si no le hacían algún descuento. Mi mamá le respondió que solo ofrecía descuentos en compras al por mayor. La señora no compró los hilos. © Svetlana Olshevskaya / Dzen
  • Estoy estudiando para ser peluquera. Le corté el cabello a mi novio, aunque por detrás no quedó muy bien. Después llegó su amigo y me pidió que se lo cortara también. Su amigo tenía unas orejas grandes y rosadas, que ocultaba bajo el cabello largo, al estilo de los Beatles. Comencé a cortarle el cabello con cuidado, quitando un poco de largo por la parte de atrás, esforzándome al máximo. Pero el muy grosero comenzó a burlarse, diciendo que tengo mal pulso, que no sé cortar el cabello y que dejé espantoso a su amigo. Me harté y, sin pensarlo, le corté un buen mechón sobre la oreja y salí corriendo. Después anduvo por ahí pareciendo un elefante rosa. © Overheard / Ideer
  • Nuestra empresa es pequeña. Hace unos días, una clienta llamó y, desde el inicio, adoptó un tono inapropiado. Cuando le pedí que moderara la forma en que se dirigía a mí, se exaltó aún más. Comenzó a pedirme mi nombre y apellido para presentar una queja. Le dicté ambos con tranquilidad, letra por letra, y añadí: “Eso no le servirá de nada, porque la empresa es mía.” Nunca antes alguien había colgado tan rápido. © Overheard / Ideer
  • Trabajo como niñera. Me llamó una señora: necesitaba ir al hospital a pasar la noche con su madre y no tenía con quién dejar a su hijo. Solo era cuestión de cuidarlo un rato. Pensé: “¿Qué tan complicado puede ser?” Lo alimento, jugamos un poco y seguro se duerme. Qué equivocada estaba... La amable señora me llevó con su hijo, y resultó ser un joven de 25 años. No, no estaba buscándole novia. Lo que pasa es que él es un gamer empedernido, y a veces se mete tanto en el juego que se le olvida hasta comer. Me explicó cómo identificar cuándo termina una partida o un nivel, para que justo en ese momento yo pudiera recordarle que existe el mundo real. Me pagaron muy bien por ese trabajo. © Karamel / VK
  • Trabajo como vendedora en una librería, y sí, es un trabajo de ensueño, aunque no está exento de inconvenientes. Casi no hay clientes. Durante las temporadas con poca clientela, las ventas son prácticamente nulas, y la administración no duda en recortar nuestros sueldos. Entonces se me ocurrió una idea, y el director no solo la aceptó, sino que la apoyó. Al día siguiente, escribí decenas de correos a autores que, digamos, tienen un estilo más cercano al público, y les propuse organizar encuentros con lectores directamente en la tienda. Casi todos los que respondieron aceptaron, y logramos programar un mes entero de presentaciones. Comenzó a llegar muchísima gente, y casi nadie se iba sin comprar un libro. Después de cada evento, convencía a los autores de firmar cinco ejemplares, y luego publicaba en redes: “¡En venta 5 ejemplares autografiados!”, y, milagrosamente, se vendían de inmediato. Al final, la librería empezó a generar ingresos, mantuve mi salario y, por si fuera poco, me dieron un aumento. © Ward No. 6 / VK
  • Trabajo como manicurista en una pequeña ciudad. Un día, llegó una clienta nueva. Me contó que, por fin, había conocido al hombre de su vida. Describió con lujo de detalles a ese “príncipe”: cómo se llama, dónde vive, a qué se dedica y demás. Estaba tan radiante de felicidad que me resultó incómodo decirle que, desde hace varios años, yo salía con ese “príncipe”, y que incluso tenía planes de casarme con él. © Overheard / Ideer
  • Trabajo en un restaurante de lujo. La cuenta por persona suele ser bastante alta. Siempre resulta curioso ver a los clientes que piden agua simple, rodajas de limón y azúcar extra, para luego intentar prepararse ellos mismos una limonada. En comparación con el resto de los precios, la limonada es muy barata. Mejor pidan la bebida ya hecha. © GetOutTheWayBanana / Reddit
  • Trabajo como manicurista. Mi tarea principal es dejar las uñas bonitas. Tomarles fotos es algo secundario, y a veces ni siquiera tengo tiempo para eso. Pero resulta que, para mis clientas, es algo muy importante. Piensan que, si no fotografío sus uñas, es porque no quedaron bien. Solucioné el problema de la forma más sencilla: les pedí que ellas mismas las fotografiaran después y me enviaran las imágenes. Sinceramente, ojalá no lo hubiera hecho. Ahora tengo fotos de mis trabajos con el novio de fondo, una ensalada rusa, un parque infantil, y solo unas pocas imágenes realmente buenas y presentables. Ya he pensado en abrir una página solo con esas fotos graciosas, pero todavía no me animo a dar ese paso. © Karamel / VK
  • Trabajo como manicurista en un salón desde hace varios años. Un día vino una clienta que no dejaba de preguntar si todo estaba bien esterilizado, dijo que la paleta de colores era muy limitada y que el gel no parecía confiable. Al final, se fue insatisfecha. Y eso que, honestamente, es difícil reprocharme algo: siempre me tomo mi trabajo con total responsabilidad. Dos semanas después, volvió a sacar cita conmigo y, una vez más, criticó todo lo que hice. Me dejó al borde del colapso y no tuve ánimos en todo el día. Le pedí a la administradora que no volviera a agendarla conmigo. Pero la clienta regresó por tercera vez, pidiendo hacerse la manicura conmigo, con nadie más. Y, de nuevo, nada le pareció bien. En ese momento ya no aguanté y le dije: “Disculpe, tengo la impresión de que mi trabajo no le gusta. Tal vez no soy la persona adecuada para usted, y podría probar con alguna de nuestras compañeras. También hacen un buen trabajo.” Ella murmuró con molestia y dijo que, en realidad, nunca le había gustado ninguna manicura en su vida, que nadie lo hace como ella se lo imagina. Y que venía conmigo solo porque, según ella, soy la mejor de las peores. © Karamel / VK
  • Trabajo en un centro de impresión. Normalmente traen cosas como fotocopias o trabajos académicos para imprimir. Un día entró una chica y pidió que le imprimiera unas fotos. En su USB había casi 200 imágenes de un perro. Mientras las imprimía, no podía dejar de pensar que ese perro había tenido una vida fascinante. De cachorro, mordía unos zapatos y disfrutaba de la nieve. Después, aparecían fotos de su cumpleaños, de excursiones, en el campo... Nunca le pregunté qué había pasado con el perro. Pero esa clienta me recordó, una vez más, cuánto pueden significar nuestras mascotas para nosotros.
  • Trabajaba como plomero. En ese tiempo, estábamos trabajando en varias remodelaciones a la vez, así que, naturalmente, hacíamos de todo: instalar lavadoras, cambiar inodoros, lo que fuera. Un día, le prometí a una chica muy amable que le conectaría su nueva lavadora. Ella me pagó por adelantado, porque yo mismo se lo pedí, pero pasaron unas dos semanas y no encontraba el momento para ir. Un día, me la encontré en el patio y, claro, me preguntó cuándo pensaba ir. Le hice un par de cumplidos, le pedí su número, diciéndole que la llamaría, y ella me dijo: “Mejor le marco yo, así le queda registrado mi número.” Lo guardé. Pero, al día siguiente, me llamó... y, al contestar, escuché la voz de un hombre. Era su papá, llamándome para reclamarme. Poco después, me contactó otra señora del mismo edificio; también tenía un trabajo pendiente con ella y nunca le instalé el calentador de toallas. En fin, esa chica me dio una gran lección: nunca cobres por adelantado y no te olvides de tus clientes.
  • Siempre entendí que dejar propina no es una obligación del cliente. Nunca la esperé, ni me molestó cuando no dejaban nada. Pero lo que sí me sacaba de quicio era esa gente que convencía a su esposo o pareja de no dejar propina. Y no lo hacía en voz baja, no: decían frases como “¿Estás loco? ¿Y por qué le vas a dejar? ¡Como si lo mereciera!” Al parecer, algunos clientes olvidan que los meseros también somos personas, y que, aunque llevemos uniforme, no formamos parte del mobiliario. Cuando renuncié al restaurante, no me quedé callada: a una de esas personas le dije exactamente lo que pensaba. © Overheard / Ideer
  • Ser gerente es preguntar al cliente: “¿Qué tipo de camiseta eligió: clásica u oversize?”, y que te respondan: “¡Blanca!”. Suspiras con resignación frente al teclado (porque eso ya te pasó ese mismo día), fuerzas una sonrisa, respiras hondo y vuelves a escribir: “¡Excelente elección! ¿Le gustaría una camiseta de corte suelto o un modelo más clásico, de corte recto?” Y te responden: “¿Qué tipos de camisetas tienen?” Simplemente, lo amo. © Overheard / Ideer
  • Desde hace unos 15 años trabajo en atención al cliente. Siempre nos exigen lo mismo: una sonrisa y buena actitud. Ya lo hago casi sin darme cuenta. Un día, estábamos celebrando un cumpleaños en una sauna. Éramos un grupo grande. Al salir, estábamos todos en la recepción y, justo en ese momento, llegaron los siguientes clientes: un grupo de hombres. Y, sin pensarlo, instintivamente, les sonreí a todos y los saludé uno por uno, como si estuviera trabajando. Todos nos quedamos sorprendidos: mis amigos, los hombres y yo también. © Overheard / Ideer
  • Actualmente trabajo en atención al cliente. Una mañana, se me acercó una niña de unos 7 u 8 años y me preguntó: “¿Dónde puedo tirar la basura?” Pensé: “Qué niña tan educada”. Le ofrecí ayuda, extendí la mano abierta y le dije: “Dámelo, yo lo tiro”. En ese instante, escupió un chicle en mi mano y dijo: “Gracias”. © Overheard / Ideer
Imagen de portada Karamel / VK

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