16 Historias en las que la vergüenza fue real, pero ahora solo queda la risa

Historias
hace 7 horas

Seguramente muchos hemos experimentado esa sensación de vergüenza. Y lo peor es que la incomodidad no solo puede venir de nuestras propias palabras o acciones, sino también de lo que dicen o hacen los demás.

  • Mi suegra dio un brindis en nuestra boda. Al final, dijo: — En la vida de un hombre solo hay una mujer: su madre. Todas las demás son solo su sombra. Después hizo algo que dejó a mi pobre esposo rojo como un tomate: se acercó y nos entregó su camisón usado, sin ni siquiera molestarse en envolverlo. En ese momento solo pensé: “Definitivamente, me espera una vida muy divertida con esta suegra”. © Mamdarinka / VK
  • Vi a una chica que llevaba el teléfono en una mano y un cono de helado en la otra. En un descuido, lamió la pantalla de su teléfono en lugar del helado. Cuando nuestras miradas se cruzaron, se dio cuenta de lo que acababa de hacer y en su cara se notaba un claro deseo de desaparecer de la faz de la Tierra. © alter_ego77 / Reddit
  • Un día paseaba con mi amiga por un jardín botánico. Delante de nosotras iba una pareja. Ella hablaba y, aunque no entendíamos las palabras, su tono sonaba bastante regañón. De repente, ella soltó en voz alta: — Espero que recuerdes que vinimos aquí a elegir el recorrido de nuestra boda. Yo, en tono de broma, le susurré a mi amiga: — Entonces… ¿la boda no se hará? En ese instante, la chica se giró furiosa y gritó: — ¡Se hará! Mi amiga casi se muere de vergüenza. Yo, en cambio, casi me ahogo de la risa. Espero que les haya ido bien. © Oído por ahí / Ideer
  • Viajábamos en tren nocturno con mi novio. Él ya dormía, pero yo tenía hambre y no podía pegar ojo. A las dos de la madrugada, bajé en una estación a comprar algo de comida. Regresé corriendo al tren y, justo a tiempo, me metí en el compartimiento, besé a mi novio en la mejilla, le dije: — Buenas noches, gatito. Y me acomodé en mi litera. Diez minutos después, una mujer me despertó. Resulta que estaba en el compartimiento equivocado. Cuando, completamente roja de vergüenza, salí de ahí, un hombre calvo y barbudo, que ocupaba la litera de abajo y que, por su complexión, se parecía un poco a mi novio, me dijo con nostalgia: — Qué pena que te vas. Hacía tiempo que nadie me decía cosas tan bonitas. © No todos lo entenderán / VK
  • Tocan el timbre a las nueve y media de la noche. Abro la puerta y veo a un vecino, un señor mayor que vive dos pisos abajo. Sin saludar ni pedir permiso, me aparta y empieza a engrasar las bisagras de mi puerta. Mientras lo hacía, murmuraba: — Ya estaba harto. Todas las mañanas sales a pasear al perro y ni se te ocurre engrasar esto. Lo peor es que yo ni me había dado cuenta de que la puerta chirriaba, supongo que ya me había acostumbrado. Desde entonces, me aseguro de que esté en perfectas condiciones. No quiero otro “reclamo silencioso”. © Unknown author / Pikabu
  • Final de la semana, estaba agotada por el trabajo. Pedí una pizza y cuando llegó el repartidor, tomé la caja, la abrí y vi algo que me dejó en shock: ¡no tenía nada de queso ni de ingredientes! Indignada, empecé a reclamarle al repartidor: — ¡Pedí una pizza de cuatro quesos y no tiene nada! Él, muy tranquilo, esperó a que terminara mi discurso y luego, con voz pausada, me dijo: — Señorita, dele la vuelta a la pizza. Está abriendo la caja al revés. © Historias de trabajo / VK
  • Fui a recoger a mi hijo al jardín de niños. Todavía estaban cenando, así que salí a esperarlo afuera. Cuando volví a entrar, vi a mi niño hurgando en su casillero, revisando su ropa. Me acerqué, le acaricié la cabeza y le dije: — Hola, Carlitos, ¿cómo te fue hoy? En ese instante, escuché la voz de mi verdadero hijo detrás de mí: — Mamá, ¡estoy aquí! Sí, confundí a mi propio hijo con otro niño. Sentí una vergüenza terrible. Resulta que hacía poco le habíamos cortado el cabello y aún no me acostumbraba a su nuevo look. © Mamdarinka / VK
  • Hace muchos años fui a un restaurante con un amigo. De todo el menú, solo conocíamos un platillo: pollo al ajillo. Así que lo pedimos. Nos trajeron el pollo acompañado de unos pequeños cuencos con agua rosada. Comimos el pollo y lo acompañamos con esa extraña agua, que, por cierto, tenía un sabor horrible. Más tarde nos enteramos de que era para lavarse las manos. © Oído por ahí / Ideer
  • Salí de la escuela, vi el coche de mi mamá y me subí. Como siempre, dije: — Gracias por venir a recogerme. Solo que no era el coche de mi mamá. © ImRatherStartled / Reddit
  • Mi madrina me contó una historia. Un día llegó temprano a casa y, desde la habitación, escuchó la voz de su esposo decir: — A ella definitivamente no le va a gustar. ¿Qué dirá cuando se entere? Seguro nos echa a los dos. Celosa, irrumpió en la habitación lista para pelear y ahí estaba su esposo, hablando con un gatito. Al verla, él sonrió y le dijo: — Amor, siempre dijiste que soñabas con tener un gatito cuando eras niña. Ahora, el pequeño felino es un miembro más de la familia. © Caramel / VK
  • Descargué una app para seguir mi ciclo menstrual. Resulta que tenía función de voz. Hoy, en un autobús completamente lleno, la aplicación empezó a gritar que mi menstruación estaba por comenzar y no se callaba. Yo, en pánico, intentaba silenciar mi “navegador de óvulos”. Poco después, comenzó a anunciar con entusiasmo cuántos días faltaban para mi ovulación. El tormento terminó cuando apagué el teléfono. © No todos lo entenderán / VK
  • La semana pasada fue la boda de mi mejor amiga. Me pidió que fuera su dama de honor. Había un montón de familiares, un animador y concursos rarísimos. En uno de ellos, al novio le vendaron los ojos y tenía que besar a diez concursantes para adivinar quién era su esposa. Y bueno, en vez de elegir a su recién casada, me eligió a mí, diciendo: — ¡Esos labios dulces no los confundiría con nadie más! Los invitados quedaron en shock. Mi amiga me miró y dijo: — Sofía, más te vale andarte con cuidado. Por suerte, el animador puso música y anunció el siguiente concurso, pero creo que acabo de perder a mi mejor amiga. © No todos lo entenderán / VK
  • Un sábado por la noche, un repartidor me trajo pizza y sushi. El problema es que yo no había pedido nada. El repartidor insistía en que el pedido era correcto, que quizás alguien me había querido sorprender. Bueno, ya que estaba… acepté la comida. Justo estaba viendo una película, así que la pizza y los rollos de sushi llegaron como anillo al dedo. Cuarenta minutos después, alguien toca la puerta. Era mi vecino, diciendo que por error habían entregado su pedido en mi casa. Le expliqué que solo quedaban dos pedazos de pizza y que el sushi ya había desaparecido. Al final, terminé pagándole su pedido y me fui a terminar mi pizza. Nunca me había sentido tan incómoda. © Historias de trabajo / VK
  • Estábamos a punto de almorzar. Le serví unas salchichas a mi novio y me dieron ganas de probarlas. Así que mordí una. En ese momento, él se acercó por detrás y se quedó viéndome serio. Pensé que iba a reclamarme por estar comiendo sus salchichas en vez de los acompañamientos. Intenté tragar rápido el bocado que tenía en la boca, pero en vez de enojarse, sacó una cajita, la abrió y dentro había un anillo. Nunca en mi vida me había costado tanto trabajo decir "sí" con una salchicha en la boca. © Oído por ahí / Ideer
  • Estaba en una tienda cuando una chica salió del probador y se miró en el espejo. La vi y noté que la blusa le quedaba pequeña, así que le dije: — No te la lleves, te aprieta demasiado. Ella me miró confundida, pero yo insistí: — ¿No ves que los botones están a punto de abrirse y la tela se arruga en la espalda? Entonces me miró horrorizada y me dijo: — En realidad… estoy probándome una falda. Su amiga estalló en carcajadas. Yo casi muero de vergüenza. © Habitación №6 / VK
  • Iba al gimnasio. No encontraba mis tenis, así que tomé unos viejos con un agujero en la punta. Pensé: “Ya compraré unos nuevos después”. En plena rutina, se me despegó la suela. Creí que el entrenador no se había dado cuenta. A la siguiente sesión, llegué con tenis nuevos y caros. Apenas entré, el entrenador, con una caja en la mano, me dijo: — Por favor, acéptalos. De todo corazón. Devuélvemelos cuando puedas comprarte unos nuevos. Me sentí fatal, pero los acepté y entrené con ellos. Después de la sesión, salí del gimnasio y me subí a mi Porsche blanco, mientras el entrenador me miraba con los ojos bien abiertos. En la siguiente sesión le conté la historia y nos reímos juntos. © Habitación №6 / VK

A veces, las situaciones más vergonzosas tienen que ver con nuestra ropa. Y algunos de nuestros lectores lo saben bien.

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