16 Pruebas conmovedoras de que la verdadera amistad se esconde en los pequeños grandes gestos

Historias
hace 2 horas

La verdadera amistad no se demuestra con grandes palabras, sino con acciones. A veces, es ese balde de agua que aparece justo cuando más lo necesitas, y otras, la locura de cruzar toda la ciudad sin pantalones solo para acompañar a un amigo. Reunimos 16 historias sinceras que muestran lo que significa una amistad de verdad, de esas que hacen maravillas y se quedan para siempre en el corazón.

  • Me estaba duchando, completamente enjabonada, cuando de repente cortaron el agua. Me quedé sentada en la bañera, triste, sin saber qué hacer. Justo en ese momento, me llamó mi amiga al celular. Le conté lo que pasó, me escuchó y se solidarizó conmigo. Diez minutos después, mientras seguía ahí, cubierta de pies a cabeza con jabón, sonó el timbre. Refunfuñando, caminé hasta la puerta, envuelta en una toalla y aún llena de espuma, y ahí estaba mi amiga. Con un balde de agua. © mantikore / Pikabu
  • Creo que todos tenemos en la vida acciones que jamás podremos olvidar. Para mí, una de esas fue la que tuvieron mis amigos, con quienes solía salir mucho en mi adolescencia. Éramos muy jóvenes, tendríamos unos 17 años. Un día estábamos en mi casa, comiendo y conversando, cuando mi abuela nos contó que soñaba con ir al mar por última vez. Yo era solo un chico, tenía un trabajo de medio tiempo, pero ganaba poco, así que no podía cumplir el sueño de mi abuela. Pero mis amigos valen oro. Durante todo el verano estuvieron ahorrando pequeñas cantidades de dinero y, a finales de agosto, me lo entregaron. Mi abuela lloró, y apenas logramos convencerla de que viajara con una amiga al mar. Medio año después, ella falleció, pero hasta su último día repetía que le habíamos cumplido el sueño más grande de su vida. © Not everyone will understand / VK
  • Hace poco, mi novio y yo nos casamos; estábamos a punto de irnos de luna de miel. Antes del viaje, reunimos a todos nuestros seres queridos en casa una vez más, solo para darles un motivo más para relajarse y pasarla bien. Vinieron amigos con regalos preciosos, pero quien realmente se lució fue mi mejor amiga, que nos trajo ¡50 (!) litros de miel. Nos dijo: “¡Es luna de miel, ¿verdad? Esto es para ti, para que la vida sea dulce!”. ¡La adoro! © Karamel / VK
  • Un amigo de mis padres les regaló un paquete de ropa interior para su boda. Mi madre se indignó: “Es un hombre con dinero, ¡y trae un regalo tan barato!”. Pero mi papá se puso uno de los nuevos calzoncillos y se fue a dormir. A la mañana siguiente dijo: “Algo me pica”. Mi mamá se acercó para cortarle la etiqueta, pero de pronto notó algo extraño, como si hubiera algo cosido adentro. Tomó unas tijeras, abrió la costura y sacó un billete de 100 dólares. No pudo contener la risa y dijo: “Dame los otros calzoncillos, vamos a cortarlos también”. Encontraron cerca de 1000. Al final, el tío Juan sí que tenía un gran sentido del humor. © Overheard / Ideer
  • Esto sucedió hace mucho tiempo. Era amigo de mi vecino, que era cuatro años mayor que yo. Todos los días jugábamos en el jardín y salíamos a andar en bicicleta. Un día, sus padres le compraron una consola de videojuegos. Durante el primer mes, casi todo nuestro tiempo libre lo pasábamos frente al televisor. Éramos inmensamente felices. Pero un par de meses después, me enteré de que su familia había decidido mudarse a otra ciudad. El último día antes de que se fueran, fui a despedirme. Me sentía realmente triste por tener que decirle adiós a mi amigo. Nos dimos un fuerte apretón de manos y prometimos seguir en contacto escribiéndonos cartas. Estaba a punto de irme, pero mi amigo me pidió que esperara un momento y corrió a su casa. Lo que no me esperaba en absoluto fue verlo volver con la consola en las manos y decirme: “¡Toma! Es para que me recuerdes”. ¡Así funciona la amistad entre vecinos! © Snow448 / Pikabu
  • Tuve un accidente, nada grave, solo unos rasguños, pero el vidrio me arañó bastante la cara. No salí de casa durante los primeros dos días porque tenía todas las marcas cubiertas con antiséptico verde. Entonces vino mi amiga, se dibujó en la cara las mismas rayas verdes, ¡y me sacó a la calle! © Overheard / Ideer
  • Tengo un amigo que se llama Sergio. Trabajaba por turnos en un centro turístico, a unos 400–600 km de nuestra ciudad. Una vez, de regreso a casa, se le descompuso el auto. Además, llevaba a un pasajero que había recogido en la ruta, un chico cualquiera. Me llamó para contarme lo que había pasado. Le dije: “Mándame tu ubicación, termino de trabajar en una hora y voy para allá”. Estaba a unos 200 km. Para nosotros, algo totalmente normal, pero el pasajero se quedó atónito: “¿De verdad viene?”. Sergio hasta se sorprendió de que preguntara eso. Fui, arreglamos el auto, y después paramos en un lugar de comida a cenar algo. El chico seguía impactado, pero para nosotros, eso era lo más normal del mundo. Sergio llevaba a mi esposa embarazada al médico cuando yo no podía por trabajo. Y cuando no tenía coche, él me prestaba el suyo sin dudarlo. Vivimos en edificios vecinos; lo decidimos así para poder vernos más seguido. © ProfMoriarty / Pikabu
  • Mi novio me engañó con una compañera del trabajo. Entonces decidí vengarme: la busqué en redes sociales y le escribí: “Hola, soy la ex de tu novio...”. Pero ella ni siquiera me mandó al diablo; al contrario, hizo una jugada maestra y me contestó que ya lo sabía, que él le había contado todo. Empezamos a hablar y resultó ser un encanto. Descubrí que él le había mentido sobre mí y que ella ni siquiera sabía que tenía pareja. ¿Y saben qué? Ahora somos mejores amigas. A nuestro ex, las dos le enviamos un mensaje agradeciéndole por habernos presentado. © Not everyone will understand / VK
  • Historia de mi tío. Verano, calor sofocante, mediados de los años 60. Mis amigos y yo íbamos todos los días a la playa de la ciudad. El trayecto duraba más de una hora: primero en tranvía y luego en trolebús. Un día, luego de nadar y divertirnos en el agua, salimos a la orilla y me quedé atónito. Todos tenían sus pertenencias en orden, excepto yo: mis pantalones habían desaparecido. Solo de imaginar el regreso en trolebús y tranvía... ¡sin pantalones! me invadía una vergüenza indescriptible. Entonces mis amigos hicieron algo extraordinario. Después de ponerse de acuerdo, guardaron sus propios pantalones en las mochilas y dijeron: “¡Vámonos!”. Y así, los tres atravesamos toda la ciudad sin pantalones. Nos sonrojábamos, palidecíamos, discutíamos con algunas señoras e incluso intentábamos coquetear con chicas. Al final, logramos llegar a casa sanos y salvos. He tenido muchas experiencias en mi vida, pero considero este incidente una de las mejores pruebas de verdadera amistad. © AAIvanov / Pikabu
  • Mi mamá viajó a la capital para presentar sus exámenes y había acordado quedarse en casa de su medio hermano, pero él no la dejó entrar. Resultó ser un pariente bastante desconsiderado, y más tarde mi abuela le armó un buen escándalo. Como no logró conseguir alojamiento en la residencia de inmediato, mi mamá terminó quedándose en la estación, agotada por la falta de sueño. Entonces se le acercó una chica y le preguntó: “Señorita, ¿está bien? ¿Necesita ayuda?”. Luego la llevó a su pequeño departamento, donde vivía con su esposo y su hijo. Son amigas desde hace 40 años. © Margarita / ADME
  • Justo cuando iba a empezar primer grado, mi mamá y yo nos mudamos a otro barrio. Todos mis amigos quedaron al otro lado de la ciudad. Así que, el 1 de septiembre, llegué sola a mi primer día de clases. Me senté con la esperanza de que alguna chica se sentara a mi lado y pudiéramos hacernos amigas. Pero quien se sentó fue Luis. Con un enorme ramo de flores del jardín. Y, sin decir palabra, empezó a morder una ramita verde del ramo. “¿Por qué te comes la ramita de flores?”, le pregunté. “¿Es una ramita de flores? Se sorprendió Luis. Yo pensé que era eneldo”. Así fue como conocí a mi mejor amigo. © Puddleglum / Pikabu
  • Una vez, en pleno invierno (hacía un frío insoportable), se me descargó la batería del auto. Me quedé varado, llamé a mi familia y nadie contestó. Marqué a mi mejor amigo y tampoco respondió. Al instante, me llegó un mensaje: “¿Qué pasó?”. Le escribí que necesitaba ayuda. Quince minutos después ya estaba junto a mi coche, con una chica y unos cables. Resultó que estaba en una cita en el cine y por eso no atendió la llamada. Aun así, lo dejó todo y vino a rescatarme. Arrancamos el auto y pude entrar en calor. Todavía me cuesta creer que interrumpiera su cita solo para ayudarme. Él sigue con esa chica, y por lo visto, a ella también le impresionó su lealtad. © knight4 / Reddit
  • En octavo grado, mi amiga y yo participamos en una maratón. Corríamos casi juntas, a veces nos deteníamos para esperar a la otra. Pero, a un kilómetro de la meta, de pronto aceleró y desapareció de mi vista. Yo apenas podía arrastrar los pies. Cuando por fin llegué, la vi parada justo antes de la línea. Me esperó, me tomó de la mano y cruzamos la meta juntas. Al final, quedamos con el mismo tiempo. © sleepwithafryingpan / Reddit
  • Tengo un amigo que, cada vez que voy a su casa, siempre intenta darme de comer, aunque sea con la última migaja, pero no hay forma de que me deje en paz. Incluso hemos discutido varias veces por eso, porque a veces sucede que ya estoy lleno. Un día le dije que me tenía cansado con tanta comida y que no volvería más. Carlos se puso muy triste y me dijo: “No lo puedo evitar. Seguro que en otra vida fui abuela...”. Por desgracia, ya no me quedan abuelas, pero tengo un amigo-“abuela”, y sé que en su casa nunca me voy a quedar sin comer. © buenoskostas / Pikabu
  • Una vez espié al novio de mi mejor amiga que tenía en ese entonces, porque ella sospechaba que le era infiel. Nosotras teníamos unos 16 años y él, 18. Así que yo me disfrazaba y lo seguía después de la universidad, observando con quién se quedaba conversando, con quién iba a la parada y con quién se subía al autobús. Ahora me da risa recordarlo, pero en ese momento parecía una misión de máxima importancia, había que ayudar a mi amiga. © Anastomus / ADME
  • Al terminar de leer el artículo, estuve a punto de decir: “¡No puede ser!”, cuando recordé el regalo que una vez le hice a mi mejor amiga. A ella le encantaba crear arreglos florales y soñaba con tener uno de esos ladrillos verdes, una esponja floral. Pero eso fue hace unos 40 años, cuando conseguir una era casi imposible. Al final, logré convencer a unos floristas y la compré por un dineral. Le di el regalo en su cumpleaños, que celebramos en un café. Ella saltaba de felicidad y gritaba de emoción, mientras los demás no entendían cómo podía alegrarse tanto por un simple ladrillo verde© Arina / ADME

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