17 Historias conmovedoras que son como un bálsamo para el alma

Historias
Hace 4 semanas

A veces, después de discutir con la suegra y lidiar con los problemas en el trabajo, resulta difícil creer en la bondad del mundo. Sin embargo, está en todas partes, y cualquier extraño puede hacer algo tan maravilloso que parece que el mundo se ilumina a su alrededor.

  • Trabajo como otorrinolaringóloga en una clínica para adultos, pero también contamos con un centro especializado en enfermedades del oído, nariz y garganta para niños. Un día, fui a visitar a una colega allí y vi a una madre con un niño con discapacidad esperando en la fila, sin intentar pasar antes que los demás. Le ofrecí acompañarla para que pudiera ser atendida más rápido. Sus palabras me tocaron profundamente: "No, esperaré, porque mi hijo es igual que los demás. Su nariz no es diferente a la de la niña que está al lado, y no voy a pasar antes. Su trabajo ya es bastante estresante, ¿por qué debería yo causar más molestias a las enfermeras y médicos para que nos atiendan antes?". Ojalá hubiera más personas como ella. © anekdotov.net
  • Recuerdo una vez cuando volvía a casa con mi madre por la noche. Estaba oscuro y comenzaba a lloviznar. Un minibús pasó cerca de nosotros y nos salpicó un poco. Luego, el conductor se detuvo y dio marcha atrás. Un joven salió y nos dijo: “¿Las mojé? Disculpen, por favor”. Luego, nos entregó un racimo de plátanos, como una forma de compensar el inconveniente.
  • Salgo de mi edificio y un joven sale al mismo tiempo, llevando en brazos a un gran gato blanco sin transportadora, solo con una correa. Camino junto a él y, de repente, el gato, aparentemente asustado por el ruido de la calle, se aferra a la cabeza del joven con ambas patas y lo muerde. Él solo suspira y dice en voz baja: “¿Alguna vez te he hecho daño? ¿Por qué tú me lo haces a mí?”. El gato se calmó.
  • Estaba atrapada en el tráfico, muriéndome de hambre, intentando llegar a casa después de tres horas. En el carril de al lado, un hombre al volante también parecía aburrido, apoyando su mejilla en el puño. De repente, se gira hacia mí y pregunta: “Oye, ¿quieres un plátano?”. Sorprendida, asentí. Él sacó un plátano del asiento del pasajero y me lo lanzó por la ventana, diciendo amablemente: “¡Buen provecho! Y si necesitas más, no dudes en pedir, tengo más”. Aún existen personas amables en el mundo.
  • Estaba hospitalizada por un embarazo complicado. El hospital era pequeño, y la sala para mujeres a punto de dar a luz estaba en el mismo piso que la de las que ya habían dado a luz. Era tarde y un bebé en la habitación contigua llevaba medio día llorando. No podía quedarme tranquila, me sentía incómoda. Mis compañeras de cuarto me decían que, como ya tenía hijos, debería poder soportar el llanto. Pero me daba pena. Vencí mi timidez y fui a preguntar si necesitaban ayuda. Resultó que la madre, una joven asustada, estaba sola y no podía con todo, ni siquiera había tenido tiempo de tomar un té. Le preparé una taza, hablé con ella y la calmé. La madre se relajó y el bebé también. Desde entonces, no volvió a llorar tanto.
  • Un día subí a un autobús repleto y me sujeté a una barra vertical. El autobús arrancó de golpe, y al sostenerme más fuerte, arranqué la barra sin querer. Me asusté, pensando que tendría problemas con el conductor, así que hice como si la barra aún estuviera en su lugar, sosteniéndola con firmeza. Un hombre al lado mío también la sujetó con fuerza, y pensé que era una persona comprensiva y amable. Pero en la siguiente parada, él tomó la barra y la sacó del autobús con él. Resultó que era una barra de cortina que él llevaba, y solo la había sujetado firmemente para evitar que me cayera. Me hizo llorar.
  • Soy estudiante de día y trabajo como mesera por la noche. No tengo padres ni amigos. Hace tres meses me mudé a esta ciudad y aún no he hecho amigos. Ayer, se me rompió un diente y el dolor era insoportable. Fui al dentista gratuito, pero solo empeoró las cosas. No tenía dinero para una clínica privada. Mientras trabajaba, cada movimiento brusco o ruido me hacía sentir como si el diente se partiera en dos. Entonces, los otros meseros se acercaron y me dieron un sobre con todas las propinas de la jornada, diciéndome: “Tómalo, pequeña. Mañana ve a arreglarte el diente”. Me conmovió tanto su amabilidad que no pude evitar llorar. Nunca antes nadie había sido tan amable y considerado conmigo.
  • Hoy me sentía abatida. Al salir del metro, comenzó a llover intensamente. Decidí seguir caminando bajo la lluvia, pero un joven me llamó desde atrás y me ofreció acompañarme bajo su paraguas hasta que llegáramos a un lugar cubierto. Fue aún más reconfortante cuando me di cuenta de que estaba yendo en dirección opuesta a la suya solo para ayudarme. Gracias, joven, por hacer mi día.
  • Durante mucho tiempo no simpatizaba con mi jefe y lo consideraba arrogante. Todo cambió cuando un día en el trabajo sufrí un ataque de apendicitis. Estaba tumbada en el sofá llorando de dolor mientras la ambulancia no llegaba. Entonces, mi jefe me llevó en su coche al hospital, consiguió una de las mejores habitaciones, aunque no tenía mis documentos conmigo, y luego fue a mi casa para traer mi pasaporte y a mi madre, que estaba terriblemente asustada. Estoy profundamente agradecida por su atención, y me da mucha vergüenza haber pensado mal de él.
  • Tuve a mi hijo a los 17 años. Las circunstancias hicieron que me separara del padre de mi hijo y quedé sola, sin el apoyo de mis padres. Eran tiempos difíciles, y llegó un momento en que se nos acabaron todos los alimentos. Desesperada, salí con mi hijo de un año en brazos a pedir dinero prestado a unos conocidos, pero no me lo dieron. Caminaba llorando, sin saber qué hacer, cuando un coche de lujo se detuvo y un hombre me ofreció llevarme. Dudé, pero bajo la lluvia decidí aceptar. Con lágrimas en los ojos, le conté mi historia, y él, al escucharme, me dijo que tomara 100 dólares que había en la guantera. Sorprendida, le pregunté qué debía hacer con ellos. Se rió y me dijo que al día siguiente fuera al mercado a cambiarlos. Con ese dinero pude pagar la guardería y conseguir un trabajo. Aunque no nos hicimos millonarios, estoy eternamente agradecida a ese hombre. Hoy, mi hijo ya tiene 30 años.
  • Un día estábamos paseando en bicicleta con una amiga y nuestros hijos, cuando la cadena de la bicicleta del hijo de mi amiga se salió y quedó atascada. Por más que intentamos, no pudimos arreglarla. Entonces, un hombre que estaba en su balcón bajó con guantes y herramientas, y nos solucionó el problema. ¡Qué buena persona!
  • Cuando mi hija tenía unos seis meses, yo trabajaba y tenía que ir un par de veces a la semana a la oficina para recoger y llevar documentos. Era toda una odisea: recoger las cosas, la niña, el portátil, los documentos, el carrito y bajar todo desde un quinto piso. Al volver a casa, solía llegar empapada en sudor. Un día, en medio del ajetreo, dejé el coche abierto y corrí a casa para alimentar, lavar y dormir a mi hija, y continuar con mis tareas. Una hora después, tocaron a la puerta. Era mi vecino. “¡No cerraste el coche!” Me dijo que una mujer se había quedado vigilando mi coche en el estacionamiento para que nadie se acercara, y que él había venido corriendo cuando supo de quién era el coche. Aún hay personas buenas en el mundo.
  • Cuando tenía unos cinco años, caminábamos con mi madre por el mercado. Vi en un puesto una única rosa amarilla y, fascinada, pregunté: “Mamá, ¿las rosas amarillas existen?”. El vendedor se rió y me regaló esa rosa.
  • Recientemente, me ocurrió algo mientras iba al trabajo en un autobús. Estaba lleno, hacía calor y el aire acondicionado no funcionaba bien, a pesar de las ventanas abiertas. Iba de pie y empecé a sentirme mareada, con los oídos taponados y una gran debilidad. Me dirigí como pude hacia la salida, donde había unas ancianas y un joven con un bastón (cojeaba mucho). Me ayudaron a bajar y me sentaron en un banco, me dieron azúcar y me insistieron en llamar a una ambulancia (aunque me negué). El joven con el bastón, un especialista en TI que trabaja en una clínica cercana, me ofreció acompañarme hasta allí. Acepté. Aquí viene la razón de esta historia: íbamos caminando y él, cojeando y sosteniéndome de la mano, me decía en broma: “Parecemos dos heridos apoyándose mutuamente”. Nos reímos. Más tarde, dejé un agradecimiento en el sitio web del Ministerio de Salud, tanto para el chico (por su nobleza) como para la terapeuta que me atendió sin hacer preguntas innecesarias.
  • Trabajo como taxista y un día fui a recoger a un pasajero que no salía después de esperar unos ocho minutos. Como el pago era en efectivo, no había compensación por la espera. Había una nota que pedía no llamar al pasajero, así que le escribí varios mensajes en el chat, pero no respondía. Ya de por sí tenía un mal día y esto solo lo empeoraba. Justo cuando pensaba que había perdido 15 minutos en vano, el pasajero me envió un mensaje diciendo que había pedido otro taxi por error, cambió el método de pago a tarjeta y canceló el viaje, pagándome por el servicio. Mi estado de ánimo mejoró instantáneamente, y seguí trabajando con una sonrisa de oreja a oreja.
  • Mi hijo de cinco años necesitaba hacerse una radiografía de los pulmones. Mientras íbamos, él estaba nervioso; ya le habían sacado sangre del dedo y yo trataba de calmarlo, pero seguía preocupado. Preveía una escena de llanto y gritos. Entonces, una enfermera asomó por la puerta y le dijo con una voz amable: “Hola, campeón. Ven, que te voy a hacer una foto. Trae a mamá contigo. Pero mi máquina es especial, solo puede tomar fotos de superhéroes. Quítate la ropa de la cintura para arriba y acércate. Ahora te pondremos una armadura para que sea aún más genial (le colocaron un protector en el cuello y la cintura). ¡Estupendo! Ahora muéstrame tu pose de karate. Levanta los brazos, cierra los puños y crúzalos sobre tu cabeza. ¡Increíble! Pareces listo para dar un golpe de héroe. Ahora mamá saldrá un momento y yo te haré la foto. ¡Listo! ¡Ha quedado una foto súper! Se la enviaré a tu doctor para que la vea”. Nos fuimos de allí felices, sin nervios, lágrimas ni gritos. Gracias, persona maravillosa.
  • Ayer, mi hija de cinco años llegó del jardín de infancia y rompió su alcancía. Me dijo que había visto a la señora de la limpieza, una abuelita, llorando en la esquina de la cocina del jardín, y luego escuchó a las maestras hablar sobre cómo le habían subido el alquiler y ella no podía pagar por su alojamiento. Mi hija, sin entender bien de qué sumas hablaban, esperaba que su alcancía pudiera ayudar a la abuelita. Mi esposo le devolvió su dinero, le compró una nueva alcancía y le dijo que él se encargaría de todo. Fue al jardín de infancia, encontró a la abuelita y se enteró de que estaba criando sola a su nieto de siete años y que alquilaban un apartamento para que el niño pudiera estudiar en la ciudad en lugar de en su aldea. Entonces, mi esposo le ofreció vivir en uno de nuestros apartamentos que no utilizamos, una propiedad antigua que heredó de su abuela y que no quería alquilar. La abuelita estaba tan feliz, ahora al menos tendrá su salario completo y vivirán más cómodamente. Estoy muy orgullosa de mi hija y de mi maravilloso esposo.

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