18 Lectores de Genial que tienen siempre en sus recuerdos a un completo desconocido

Historias
hace 3 años

“Los buenos somos mayoría, pero no se nota, porque las cosas buenas son humildes y silenciosas; una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba, hay millones de caricias que construyen la vida...”. Así expresaba Facundo Cabral que, a pesar de que en el día a día seamos testigos de una gran cantidad de situaciones desalentadoras, existen otras tantas que nos muestran que en el mundo hay personas buenas y dispuestas a ayudar.

Algunos de nuestros usuarios fueron los destinatarios de las buenas acciones de completos desconocidos, y Genial.guru ha querido traerte una muestra de la silenciosa pero hermosa bondad que aún existe.

  • Mi hija era universitaria y estudiaba en otra ciudad. Se había operado recientemente y aún estaba algo débil. Saliendo de la consulta del doctor, fue a una farmacia y se dio cuenta de que le habían robado el celular. Un señor la vio desesperada y la ayudó. Le prestó su celular para que me llamara, la acompañó a bloquear su número y a comprar un teléfono nuevo. Luego me llamó y me dijo:
    —También tengo una hija que vive lejos, y me gustaría que si algún día tiene algún problema, alguien la pueda ayudar. No se preocupe, su hija ya está mejor, ahora debo irme a trabajar (era la hora del almuerzo).
    Estoy convencida de que ese hombre era un ángel. Esa es la filosofía de devolver un favor. © Verónica Araneda Ramírez / Facebook

  • Hace tiempo trabajé en una tienda deportiva. Un día mi jefe me había llamado la atención y estaba supermolesta. Siempre iba a comer a un café y después a leer. Ese día, me encontré a un señor que decía ser maestro de una escuela que estaba cerca. Yo le contestaba de muy mala gana. Solo quería que se callara y me dejara leer. Pero me hizo preguntas realmente interesantes, de manera que le di toda mi atención. Era un señor mayor y me cayó muy bien. Le conté que deseaba comprar un libro que excedía mis posibilidades (me gusta mucho leer) y así hablamos durante todo mi descanso. Al día siguiente me llevó el libro a mi trabajo, y ni siquiera pude agradecerle porque en ese momento tenía clientes. Pensé que podría verlo en la cafetería nuevamente, pero cuando pregunté por él, nadie lo había visto nunca, nadie lo conocía. Si el libro no estuviera en mi poder, pensaría que fue un sueño. Siempre le estaré agradecida: es, por lejos, uno de mis libros favoritos y mi mejor anécdota sobre una buena persona. © Divinaa Mi’ja / Facebook

  • Mis dos hijos eran bebés y fui al centro a comprar diversas cosas, así que el cochecito estaba repleto. Ningún taxi o colectivo quería llevarme, hasta que un buen samaritano se detuvo. Mientras bajaba de la carriola a mi hijo dormido, las bolsas se rompieron y rodaron los limones, las cebollas y todo lo demás. Quería ponerme a llorar, pero aparecieron más personas que me ayudaron recogiendo todo y subiendo las cosas al auto en un pestañeo. Cuando llegué a casa, el chofer bajó la carriola, la abrió y colocó a mi bebé y mis cosas, mientras yo cargaba a mi otro bebé. Llegué y me puse a llorar, porque entre tanta gente indolente, aún hay personas buenas y amables. © Nena Holme⃝⃤s / Facebook

  • Una vez, viajé en tren de Murcia a Barcelona. Era la primera vez que viajaba tan lejos. Al llegar a la terminal, un amigo debía estar esperándome. Eran las 11 de la noche, estaba desesperada en medio de la multitud, asustada (pues no conocía a nadie, ni tampoco el sitio) y lo peor de todo fue que mi teléfono se había dañado durante el trayecto en el tren. Un joven se acercó, notó mi desesperación y, aunque no hablaba bien español, alcancé a entenderle que si necesitaba algo o si quería llamar a alguien, él me prestaba su teléfono. Me lo prestó y yo, entre asustada y desconfiada, tomé su teléfono y llamé a mi amigo que, por suerte, ya estaba cerca y pudo encontrarme. El joven que me auxilió esperó conmigo hasta que llegó mi amigo. Le agradecí y se fue. Me pareció entenderle que era de algún lugar de Alemania. © Diana De Jesús / Facebook

  • Un día, estudiando fuera, decidí viajar a mi pueblo. Sin pensarlo me gasté el dinero y solo guardé lo de medio pasaje, ya que siempre me habían cobrado la mitad. Ese día no tuve suerte, me pidieron el importe completo del pasaje, así que estaba en la central camionera sin poder pagar el boleto completo. En ese momento, se acercó un señor con botas y sombrero y me preguntó qué me sucedía. Le conté que no podía completar el dinero para el pasaje y él, sin conocerme, puso lo que faltaba y me compró una Coca. Por cierto, ese día era mi cumpleaños. Al llegar a mi pueblo y comenzar a desayunar con mi madre, me puse a llorar y le conté lo que me había sucedido. Jamás olvidaré esa acción, sin duda fue un ángel. © Soledad Velazquez Reyes / Facebook

  • Hace catorce años, intenté cruzar la frontera de Estados Unidos y no lo logré. En México me regalaron el boleto de autobús y cuando subí, el conductor me miró con tristeza y me preguntó:
    —Señorita, ¿está bien? Usted necesita ayuda.
    En la primera parada se bajó a comprar algo para cenar, no para él, sino para mí. Más tarde, cuando llegué a mi destino, me volvió a preguntar:
    —¿Cuánto dinero necesita para llegar a su comunidad?
    —Muchas gracias, la camioneta pasajera me llevará a mi pueblo y allí mi familia pagará el pasaje —le respondí.
    Amablemente, me contestó:
    —No, hija, no estás sola. Ten.
    El señor me dio un dinero, pero yo solo tomé 50 pesos para comprar tres tortas para mis hijos. Llevo 14 años preguntando por mi ángel y nadie sabe de él. © Kaly Jimenez / Facebook

  • Yo era muy jovencita en aquel entonces y subí a un colectivo en Buenos Aires, Argentina. Llevaba a mi bebé en brazos y salía de trabajar 9 horas en una casa de familia. Junto a mí se sentó una señora muy elegante. Me preguntó si era mi primer bebé, a lo que asentí. Después, me preguntó si tenía cunita y le dije que no, pero que estábamos bien. Escribió una dirección en un papel y me la dio. Me dijo que pasara por ahí con mi esposo, que me regalaría una cuna. Algo avergonzados, fuimos a esa dirección. Nos recibió en su departamento y, para gran sorpresa, estaba la cuna más bella que nunca había visto. Nueva, repleta de cosas para bebé: biberones, pañales, ropita, mantitas, todo en sus empaques. Nos dijo que llevaba mucho tiempo esperando por alguien que realmente lo necesitara. Le agradecí entre llantos y le conté que vivíamos en una pensión y que el día anterior nos habían robado toda la ropita del bebé del tendedero. Era una mujer mayor, delgada, con anteojos y cabello corto gris. Esto ocurrió en 1981. © Laura Jacamo / Facebook

  • Hace tiempo, tenía cita en el hospital con mi bebé. Salí de casa con mi bebé en brazos, pero llovía y hacía mucho frío. Yo iba protegiendo a mi bebé con sus cobijas, cuando pasé por una secundaria a la vuelta de la casa de mi abuela (me quedé allí porque el hospital estaba a solo 15 minutos) y un maestro se me acercó y me dio su paraguas. Me dijo:
    —Ten, hija. Tú y tu bebé lo necesitan más que yo.
    Se lo agradecí mucho, porque el frío y el agua nos habían agarrado desprevenidas. © Yaz Cisneros / Facebook

  • Una vez, tuve un accidente en el transporte público. El camión chocó y todo era una locura. Había gente lastimada por todas partes, entre ellos yo. Tenía como 20 años, pero en ese momento lloraba desconsolada como una niña. Una mujer y su hija se acercaron a mí y estuvieron conmigo bastante tiempo. Consiguieron un teléfono y la señora me ayudó a marcarle a mi papá. Llegó la ambulancia y ella estaba dispuesta a mandar a su hija a casa e irse conmigo. En ese momento, llegó mi papá y no fue necesario, pero hasta hoy la recuerdo con respeto y con un agradecimiento infinito. Son acciones que te quedan grabadas para siempre. © Wen Sánm / Facebook

  • Cuando estaba aún en el colegio, una profesora nos llevó al cine. Teníamos compañeros que no tenían dinero, así que entre todos juntábamos para las entradas de toda la clase. Sacando cuentas en la entrada del cine, nos dimos cuenta de que nos faltaba cierta cantidad de dinero para que pudiera entrar un compañero. De un momento a otro, llegó una señora, puso dinero en nuestras manos y se fue. Al contarlo, era justo lo que nos faltaba. Todos ingresamos felices al cine, porque nadie se quedó fuera. No volvimos a ver a la señora, pero su acto fue muy generoso. © Lourdes Arteaga / Facebook

  • Hace un tiempo, fui a dejar a mis hijos (hijo y nuera) a su casa. Soy muy mala para orientarme y, por eso, de regreso me equivoqué de calle y me perdí. Eran muchas calles y ya estaba nerviosa porque no conocía el lugar. Me encontré con un hombre joven y su familia que estaban por entrar a su cochera y le pregunté cómo podía llegar a la salida que estaba buscando. Amablemente, me lo explicó y, como no le entendí, dejó a su esposa y a su bebé en casa y me dijo que lo siguiera. Me guio hasta la salida y luego fue tan amable de compartir su internet conmigo para que pudiera seguir usando la aplicación de ruta hasta llegar a mi casa sin problemas. Nunca olvidaré su ayuda. © Maritza Mora Castillo / Facebook

  • Mi esposo tuvo un accidente cerebrovascular hace años y estaba grave en el hospital. Yo estaba sola y desconsolada en el pasillo cuando una señora, que estaba esperando a alguien cerca de mí, me vio tan afligida que se acercó. Me dio un abrazo muy fuerte y me dijo:
    —¡Tranquila, todo va a estar bien!
    Todavía hoy, después de 15 años, se me caen las lágrimas al recordarla. © Vik Domini / Facebook

  • Una noche, si mal no recuerdo eran como las 10, mi hija empezó a convulsionar. Para nosotros era nuevo, no sabíamos cómo actuar y nos desesperamos. Un vecino nos ayudó a llevarla a una farmacia para que la niña reaccionara, pero al entrar nos dimos cuenta de que no llevábamos ni 5 pesos. De repente, un señor nos dio dinero. Sentimos un gran alivio, ya que necesitábamos pagar los medicamentos. En verdad aún existen personas que son buenas, aunque jamás volví a ver a ese señor. © Rene Carrillo / Facebook

¿Qué acción o gesto que alguien tuvo contigo o con los tuyos no has podido olvidar? ¿Cómo cambió tu vida ese momento?

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