18 Reuniones de padres que terminaron siendo más intensas que una serie de drama

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hace 25 minutos
18 Reuniones de padres que terminaron siendo más intensas que una serie de drama

Es poco probable que los padres asistan con entusiasmo a las reuniones escolares. Algunos tienen que pedir permiso en el trabajo para llegar a tiempo; otros ya están hartos de que cada junta termine con una nueva “cooperación voluntaria”. Pero los protagonistas de este artículo, en cierto modo, tuvieron suerte: no solo salieron con valiosos consejos de los profesores, sino también con anécdotas que valen más que cualquier chiste.

  • En la reunión de padres, la maestra no dejaba de elogiarme: “¡Cómo ha cambiado! ¡Qué inteligente es!”. En casa hasta organizaron una cena especial en mi honor. Yo era la “estrella” de la noche. “Al fin está entrando en razón”, decían mamá y papá. Pero luego resultó que la profesora estaba hablando de otro alumno; simplemente confundió a nuestros padres. © SHKogwarts / VK
  • Cuando tenía 5 años, mi mamá fue a la reunión del jardín de niños. La maestra presentó los resultados de una encuesta titulada: “¿Cómo ayuda papá a mamá en casa?”. Algunos papás lavaban los platos, otros cocinaban la comida. Pero mi pobre madre se puso roja como tomate cuando escuchó lo que yo había dicho: “¡Mi papá le lava la espalda a mi mamá!”. Mi mamá jura que nunca en su vida había pasado tanta vergüenza. © Overheard / Ideer
  • Mi esposa me envió a una junta de padres. Me reclamó que nuestro hijo ya va en cuarto grado y que jamás he asistido a una reunión escolar. Pero, ¿qué iba a hacer ahí? Ella es la que entiende esos asuntos académicos. Fui a la escuela, subí al piso que correspondía, vi a un grupo de padres y entré al salón con ellos. Escuché la charla de la maestra sobre lo mal que se habían portado los niños en una excursión. Entregué dinero para unas ventanas nuevas. Estuve a punto de quedarme dormido varias veces mientras nos leían en voz alta el guion del próximo festival. Por suerte, después de una hora, todo terminó y me fui a casa. Apenas entré, mi esposa comenzó a interrogarme sobre cómo había estado todo y qué habían dicho. Le dije que nuestro hijo se había portado bien, porque su apellido no se mencionó ni una sola vez, así que era señal de que no hubo problemas. Luego me quejé del dinero para las ventanas, y mi esposa se quedó sorprendida: “¿Cómo? ¿Otra vez? Si el mes pasado ya habíamos pagado para eso, ¡esas ventanas son nuevas!”. Mientras más le contaba sobre la reunión, más evidente era su desconfianza. Me escuchó hasta el final y preguntó: “¿Exactamente a qué grupo fuiste?”. Y yo, con toda seguridad, le respondí: “Al cuarto B”. Su expresión cambió de inmediato y dijo: “No se te puede confiar nada. ¡Nuestro hijo está en el cuarto C!”. Así que perdí una hora de mi vida oyendo los problemas de otro grupo. No vuelvo a ir. © Mamdarinka / VK
  • Me desesperaba que, en las reuniones del jardín de niños, la maestra comenzara leyendo, durante media hora, una hoja llena de obviedades sobre la importancia de la lectura o la rutina diaria. Luego organizaban algún jueguito para padres sobre cuentos infantiles y, solo hasta el final, en los últimos 5 o 10 minutos, hablaban de los temas realmente importantes relacionados con los niños. Una hora completamente desperdiciada. © Anxious Cake / ADME
  • Nunca sentí un gran amor por la escuela, así que cuando mi hija empezó a estudiar, la ayudaba solo en lo mínimo y en lo que realmente necesitaba apoyo. Ignoraba por completo esos dibujitos y manualidades. Prefería que ella hiciera todo a su manera, porque al final eso es parte de su desarrollo. Terminar haciendo pastelitos de plastilina me parecía una completa tontería. Y entonces, en la junta de padres, la maestra, muy seria, planteó el tema: ¿por qué las manualidades de mi hija no eran tan bonitas como las de los demás?, ¿por qué tenía errores en las tareas?, ¿por qué, según ella, yo “había abandonado a mi hija a su suerte”? Los demás padres no hicieron más que asentir. No podía creer lo que estaba escuchando y le respondí a la maestra que justamente para eso existe el proceso educativo: para que los niños aprendan por sí mismos y no le teman a equivocarse. Pero en ese momento nadie me entendió. Eso sí, ahora, en cada junta, se la pasan quejándose de que sus hijos no hacen nada por su cuenta y de que solo viven llorando porque el programa escolar es demasiado difícil. © Mamdarinka / VK
  • Siempre iba a las reuniones de padres tratando de pasar desapercibida, escondida en un rincón. Primero, porque no quería que supieran que soy diseñadora; si lo descubrían, enseguida comenzaría la lista de encargos: “¡Haz el álbum escolar! No, ¡mejor las tazas! ¡No, las camisetas!”. Y segundo, porque mi hijo siempre estaba metido en algún lío. Esta vez no fue la excepción. Salí de la reunión mientras repasaba mentalmente todo lo que pensaba decirle. Pero la noche estaba tan tranquila, así que decidí caminar un rato antes de volver a casa para calmarme. Al volver, él ya había hecho la tarea, ordenado su cuarto y me preguntó con toda inocencia: “¿Y qué dijeron?” Suspiré y le dije: “La maestra te elogió. Dijo que estás más tranquilo y me pidió que te diera las gracias. Estoy orgullosa de ti”. Se quedó desconcertado. ¿Y saben qué? Funcionó mejor que todos mis regaños juntos. © ***Fox / Pikabu
  • Fui a una reunión de padres. La maestra comenzó a elogiar a los mejores alumnos y, para mi total sorpresa, entre ellos estaba mi hija. Resulta que escribió una redacción muy seria sobre la vida, y hasta me felicitaron por la buena educación que le había dado. Llegué a casa con lágrimas en los ojos, corrí a abrazarla y pensé: ¡cómo no me di cuenta de que mi chica desordenada se había convertido en una alumna tan responsable! Me recibió con una mirada de sorpresa y dijo: “¿Mamá, en serio? Solo redacté un texto sobre la importancia de ayudar a las personas y cuidar gatitos. A los maestros les gustan ese tipo de cosas.” Sin duda, una futura psicóloga. © Overheard / VK
  • Mi hijo estudia en la misma escuela a la que yo asistía hace 20 años. Por dentro está remodelada: hay torniquetes en la entrada, ventanas, un gimnasio moderno, bebederos en los pasillos, todo luce en excelente estado. Pero, ¡el timbre sigue siendo el mismo! Mientras esperaba que comenzara la junta, pegué dos brincos del susto. Ese sonido espantoso y ensordecedor es imposible de ignorar. Tuve flashbacks. © ice96rus / Pikabu
  • Al inicio de mi carrera como maestra, cuando aún no existían los registros electrónicos, un hombre desconocido entró a la reunión del grupo 8.º “B”. Se presentó como “el papá de Valdés” y me explicó que su esposa estaba en una junta. Me sorprendió, porque normalmente quien venía era la mamá de Mateo, un alumno excelente. El hombre se sentó, empezó a revisar unos documentos y prácticamente no prestó atención. Al final de la reunión me preguntó: “¿Mi hijo tiene malas calificaciones este trimestre?”, a lo que respondí: “¿Malas calificaciones? ¡Pero si Mateo es un alumno destacado!”. Una hora después, me llamó la mamá de Mateo: “Disculpe que no pude asistir. ¿Dijeron algo importante?”, y le contesté: “¿Qué dice? ¡Si su esposo estuvo aquí!”. “¿Qué esposo? ¡El mío está de viaje!”, me respondió. Al día siguiente, todo se aclaró. Resulta que había otro Valdés en la escuela: Andrés, un alumno de sexto que estaba reprobando. Su papá, que llegó tarde, le preguntó a una maestra a dónde debía ir. Ella, sin saber que había dos con el mismo apellido, lo envió directo al grupo 8.º “B”. © NaginiSnake / Pikabu
  • Mi esposo intentó llevarse a un niño que no era el nuestro del jardín de niños. “Lo vi y me pareció que era Diego. Lo llamé, pero no respondió. Así que lo tomé de la mano y me lo llevé.” ¿Cómo que te lo llevaste? “Es que me puse nervioso”, me dijo. Después, la maestra explicó que, para colmo, había entrado por error a otro grupo. Desde entonces, esa historia la mencionan en todas las reuniones de padres. Nunca dicen nombres, claro, pero yo sé perfectamente que están hablando de nosotros. Nuestro hijo ya tenía tres años en ese entonces, y mi esposo pasaba mucho tiempo con él, así que no entiendo cómo pudo pasar. © Mamdarinka / VK
  • Mi esposa me mandó por primera vez en tres años a una reunión de padres. Ahí estaba yo, sentado, sintiéndome completamente fuera de lugar, rodeado solo de mujeres. La maestra comenzó con los elogios: “Santiago es un niño increíblemente inteligente y muy educado”. Sonreí, orgulloso. ¡Ese es mi chico!, pensé. Y de pronto, continuó: “No se entusiasme demasiado. Ahora hablemos de su Santiago, señor Simón. Se portó fatal, ¡ayer estuvo escupiendo!” © Skhowarts / VK
  • A principios de septiembre, tuvimos nuestra primera reunión de padres. El año apenas comenzaba, los niños aún no habían tenido tiempo de meterse en problemas, así que todo transcurría en calma... hasta que intervino la madre de un alumno nuevo. “¡No me parece apropiado el profesor de inglés! ¡No tiene pronunciación británica! ¡Eso es inaceptable!” Nuestra escuela es común, no especializada en idiomas. A los niños les caía bien el maestro, y jamás se había recibido una queja. Pero bastó con que una se quejara, para que los demás padres se le unieran: “¡Sí, no puede ser! ¡Hay que cambiarlo ya!” En un par de días, el maestro fue despedido. Los niños protestaron durante mucho tiempo. Pero, ¿a quién le importa la opinión de aquellos por quienes, en teoría, se hace todo esto? © macskas / Pikabu
  • Trabajo en una escuela. Estaba realizando una reunión con padres de familia y, al final, llamé a la mamá de uno de los chicos. Le comenté que la profesora de lengua y literatura se queja de que, estando en noveno grado, el muchacho apenas puede leer, y eso por sílabas. Le recomienda que al menos lea los libros del programa escolar. A lo que la madre, muy orgullosa, responde: “¡Yo en toda mi vida solo he leído dos libros, y fueron en la escuela! No tiene por qué perder el tiempo con esas tonterías, igual va a salir adelante”. © Overheard / VK
  • Fui a una reunión de padres en la escuela de mi sobrina. La psicóloga y la maestra comenzaron con el mismo discurso de siempre, argumentando que el internet es malo y los videojuegos también. Los padres solo asentían con la cabeza, agotados. Al final, la maestra quiso elogiar a mi sobrina: “¡Miren qué niña ejemplar! El celular lo usa solo para llamar, la tablet solo para comunicarse con sus compañeros, ¡y pasa el resto del tiempo jugando afuera!” Luego se dirigió a mí: “Usted también debe usar poco las redes sociales, ¿verdad?”
    “Yo paso ahí todo el día”, le respondí.
    “¿Y en qué trabaja?”
    “Soy especialista en redes sociales.”
    La maestra permaneció seria, como si el comentario le hubiese arruinado la noche, y procedió a dar por finalizada la reunión. © Zomba / Pikabu
  • Por primera vez, mi papá fue a la reunión de padres; normalmente iba mi mamá. Entró, echó un vistazo y se sentó con total seguridad en la primera fila. En ese momento, mi maestra se quejaba de que yo era muy irresponsable y que faltaba mucho a clase. Mi papá se levantó, la miró directo a los ojos y le dijo: “Y dígame, ¿usted cobra su sueldo por enseñar o por quejarse de los alumnos?” Yo me quedé sorprendido, sentado en el pasillo, escuchando cómo intentaba darle alguna respuesta. Todos los padres se miraron entre sí, y yo salí de la escuela sintiéndome como si mi papá fuera un superhéroe. © SHKogwarts / VK
  • En noveno grado, debido a la crítica situación con el rendimiento académico y la disciplina, organizaron una reunión general con alumnos y padres: los padres sentados en los pupitres, y nosotros al fondo del salón. Mi mamá trataba de asustarme, diciéndome en broma: “Ya nos vamos a enterar todo sobre ti”. Aunque no había mucho de qué preocuparse: en la escuela tenía buena reputación. Todo el espectáculo no resultó intimidante en lo más mínimo; hasta resultó cómico. Lo más relevante de la reunión fue cuando se dio lectura al segundo diario de conducta (una libreta donde anotaban observaciones sobre todo el grupo): “Se dio lectura al segundo diario, que se había comenzado hace solo dos semanas, ya que el primero desapareció misteriosamente cuando se anunció la reunión... Tres alumnos del grupo incumplían de manera habitual con la entrega de tareas”. En definitiva, la reunión favoreció mi buena reputación. Desde entonces, ya no tenían argumentos para señalarme:
    —¿Por qué no hiciste la tarea?
    —¿Cómo que por qué?
    —En la reunión dijeron que su grupo no hacía nada.
    —Pero si solo dijeron que tres no la entregaban. No dieron nombres. Y no hubo quejas dirigidas a mí. © Kot2202 / Pikabu
  • Mi mamá fue a la reunión de padres. No me preocupé, pensé que, como siempre, iban a decir que me olvido del uniforme de educación física y que me siento en la última fila. Pero cuando volvió a casa, estaba callada, visiblemente desconcertada. Se sentó y me miró como si me viera por primera vez. Resulta que, en la reunión, la psicóloga contó que desde hace medio año funciona en la escuela una “caja de apoyo”, donde los chicos pueden dejar cartas anónimas para quienes se sienten tristes, sufren burlas o maltrato, o simplemente están agotados. Y hay un alumno que escribe más que nadie. Sin lástima, solo con humanidad: “No estás solo”, “Estoy contigo”, “No eres débil, estás vivo”. Firmadas simplemente como “S”. Mi mamá enseguida supo que era yo. Reconoció mi letra. Dice que, al principio, casi llora. Después, sintió orgullo. Y me dijo algo que no voy a olvidar: “No sabía que podías ser tan fuerte, incluso cuando no dices nada”. Y, la verdad, ni yo lo había pensado. Solo quería que alguien, aunque fuera uno, se sintiera un poco mejor. © Skhowarts / VK

Vaya, en este tipo de reuniones uno escucha de todo. Los padres y profesores son capaces de decir cualquier cosa. Por cierto, si tienes recuerdos inolvidables de reuniones escolares o del jardín de infancia, no dudes en compartirlos en los comentarios de este artículo.

Imagen de portada SHKogwarts / VK

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