Me parece horrible temer a la reacción de un padre o una madre
19 Pruebas de que el resentimiento infantil es una herida profunda que no sana
“Las ofensas de la infancia son como cicatrices. Las miras y no puedes recordar de dónde vienen, qué las causó. Y algunas son como una marca repugnante que atraviesa todo el cuerpo. Todavía duelen, y se ven mal”, este comentario certero fue dejado por una de nuestras lectoras debajo de una publicación que hablaba sobre la pérdida de confianza en la infancia. Y aunque algunos dicen que los agravios de la niñez deben olvidarse, esto puede ser difícil de hacer, no importa lo mucho que uno lo desee. Especialmente cuando tú, pequeño e indefenso, fuiste injustamente acusado, castigado o humillado no solo por señoras y señores extraños, sino también por las personas más queridas del mundo: tus padres.
En Genial.guru esperamos que estas historias contadas por nuestros lectores y otros internautas se conviertan en una lección para los padres. Después de leerlas, seguramente muchos repensarán algunos de los momentos vividos en la relación con sus hijos.
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Mi amiga de la ciudad estaba de visita en la casa de mis abuelos en nuestro pueblo. Su padre vino a pasar el fin de semana. Fueron al sauna y me invitaron con ellos. Su papá fue primero, luego nosotras. Y después de eso dijeron que yo había robado su reloj. Mi madre me creyó cuando le dije que no lo había tomado, pero ellos le dijeron a todo el pueblo que yo era una ladrona.
Un par de días después, el reloj fue hallado en el camerino, donde el hombre se lo había quitado, pero nadie me pidió disculpas. © Clara Mukabayeva / Facebook -
Hubo una situación que me afecta desde la infancia. Tenía entre 6 y 8 años. Paseábamos por el pueblo en una multitud mixta, de diferentes edades. Un niño, unos 5 años mayor que yo, tiró con fuerza de mi trenza (mi cabello era largo y mi madre lo trenzaba todas las mañanas). Y no solo me dolió mucho, sino que también se desarmó el peinado. Me enojé, llamé idiota a este chico y me fui a casa. Al final, alguien se quejó de que yo decía malas palabras y mis padres me castigaron poniéndome en un rincón. Dijeron que era por haber insultado. ¡Me sentí ofendida hasta las lágrimas! Y todavía no puedo entender por qué me reprendieron. ¡Sí, él era un idiota! © Anastasia Zhukova / AdMe
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Cuando estaba en la escuela, en 5º o 6º grado, en el verano “trabajábamos”, es decir, pasábamos unas horas en la huerta. Una compañera de clase y yo, después de una enfermedad, fuimos allí. Un día desapareció dinero de una bolsa en la sala de profesores y nos culparon a nosotras. La profesora nos llevó a dirección, donde todos los maestros estaban sentados. Nos avergonzaron e interrogaron. Muchos también se regodearon. Nos pusimos histéricas. Luego me dejaron ir a casa.
Incluso ahora recuerdo cómo corrí llorando, cómo caí sobre las rodillas de mi madre y sollocé. Estaba histérica. Luego descubrieron que la señora de la limpieza había robado ese dinero. Había no más de un dólar allí. Ni siquiera se disculparon con nosotras. © Natalya Kartashova Letunovskaya / Facebook
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Mis padres constantemente me comparaban con alguien: con Natalia, con María, etc. E incluso ahora, cuando ya llegaron los nietos, comienzan con las comparaciones: alguien ya va solo al baño, alguien recita poemas a los 3 años... No lo permito. Cada persona es diferente y no hay necesidad de meter a todas en la misma bolsa. © Mix-Sveta Vav / Facebook
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Es triste hablar de ello, pero incluso hoy en día, mis padres hacen un trabajo terrible en su papel. Nunca escuché palabras de apoyo... cualquier error que cometía era condenado, por lo que al final dejé de compartir lo que fuera de la escuela con ellos.
Aquí hay algunas frases que se me grabaron en la memoria para siempre: “¿Por qué quieres ir a la facultad de medicina? Aun si por algún milagro lograras entrar, no podrías estudiar. ¡No es tu nivel en absoluto, allí solo estudian los dioses!”.
Mamá: “No me dijeron que me amaban cuando era pequeña, así que no sé cómo decírtelo tampoco”, o “Si fueras inteligente, nunca habrías hecho eso”.
Mi padrastro una vez me gritó enfurecido por alguna tontería cotidiana: “¡Fuera de la casa!”, y mi madre no interfirió. Esa noche dejé el hogar de mis padres para siempre. © Aleksei Rudich / AdMe
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Una vez, mi padre, sin tratar de entender la situación, me dio un golpe en la nuca, el cual aún recuerdo. Él ya tiene más de 70 años, es una persona enferma que no recuerda nada, pero a veces, quizá por costumbre, puede gritarte y levantar la mano. Y sí, todavía me estremezco, aunque desde hace mucho tiempo ya no le temo.
Y recuerdo mi infancia con un escalofrío. Siempre tuve miedo de ser como él en la crianza de mis hijos. Pero Dios tuvo misericordia. © Ira Irina / Facebook -
Tenía 10 años, era 1989. En uno de los grandes almacenes locales encontré un anillo de metal plateado con una piedra azul, el cual quise regalarle a mi madre. Junté todo el dinero que me daban para helados y salidas al cine, y ahorré durante mucho tiempo para conseguirlo. Una vez comprado, lo llevé a casa y se lo di a mi madre. Estaba feliz... pensaba que ella estaría muy contenta con el regalo. Pero tomó el anillo, lo examinó y me dijo: “Yo no uso eso, solo uso cosas de oro”. Me mató con una frase.
Después de eso ahorré dinero y lo escondí en mi billetera. Pero un día, este desapareció. Nadie me lo devolvió ni confesó. Después de ese incidente, ella se convirtió en una extraña para mí. Mamá me hizo muchas otras cosas crueles. © Irina / AdMe -
A los 5 años me declararon envenenadora. Fue en el kínder. La amiga con la que había jugado por la mañana se sintió mal por la tarde: empezó a tener diarrea y a vomitar. Apareció una testigo (la maestra), quien dijo que me había visto dándole de comer bayas salvajes de un arbusto. No puedo transmitir lo que sentí. Ninguna de mis palabras ni las de mi amiga sirvieron de nada.
Mi mamá trabajaba en el mismo kínder, así que la picotearon todo el día. Se veía avergonzada. Pero para el final de la tarde, todo el grado de mi amiga comenzó a tener diarrea. Corrían horrorizados, esperando a la ambulancia, a la revisión sanitaria y epidemiológica. ¡Era un escándalo! Resultó que el grupo se había intoxicado con unas fresas que el comité de padres había llevado el día anterior en un cubo galvanizado...
¿Alguien se disculpó? No. Pero ahora odio sacar conclusiones precipitadas y culpar a otros. Soy abogada de la vida. © Natalia Nesterova / Facebook
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Todavía recuerdo cómo en el kínder me acusaron de haberle robado una muñeca a una amiga. Y yo no había tocado nada. ¡Qué escándalo se armó! Y luego me pusieron a ese juguete en la capucha. Así perdí a una amiga. Luego la crucé a los 15 años en la escuela. Nos reímos de esa historia, pero la impresión de aquella vez sigue intacta... © Yulia Pobyvaylo / Facebook
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Éramos maltratados por los maestros en el jardín de infantes. Se los contaba a mis padres, pero no me creían. Luego, cuando fui mucho mayor, les conté cómo en el kínder, a modo de castigo, me hacían pararme en una cama con una almohada sobre los brazos extendidos, y cómo a los 4 años me hicieron lamer de la mesa una compota derramada. Mis padres se sorprendieron y me preguntaron por qué no les había contado nada. Y sí les conté, pero no les interesaba lo que balbuceaba un pequeño mocoso. © goodvin / Pikabu
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Teníamos un acuario, y un día, un pez dorado desapareció de él. Toda mi familia me interrogó con pasión, preguntando si le había hecho algo. Por mucho que dije que yo no había sido, no me escucharon. “¡Solo di que fuiste tú quien lo sacó! No te haremos nada”. Casi me hicieron llorar con su presión e incredulidad. Unos días después, el pez fue encontrado muerto dentro de una concha. © BlackCrazy / Pikabu
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Mi madre amaba más a su sobrina que a mí. Más dulces para ella (“es tan delgada”), más fruta (“es una chica de ciudad”), más dinero de bolsillo (“tiene dificultades”), y, en general, “es lista y guapa, y tú...”. © Natalia Olkhovskaya / Facebook
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Recuerdo que en la escuela, una niña que me odiaba perdió un billete de un dólar. Ella vio que yo tenía uno igual y creyó que se lo había robado. En casa, mi madre no me creyó cuando le dije que yo no había hurtado nada, ¡aunque ella misma me había dado ese dinero para el almuerzo en la escuela! Lloré... Aún no puedo olvidar ese incidente, esa sensación de que la persona más cercana y querida, quien debería estar de mi lado y protegerme, no me creía... © Valerie Kotena / Facebook
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Tuve una relación tensa con mi madre desde la infancia. No puedo perdonarla, por ejemplo, por el hecho de que toda su vida me cortó el pelo como si fuera un niño, aunque siempre quise llevar moños y coletas, como todas las chicas normales. Me golpeaba y me castigaba por cualquier travesura. Si estaba herida o asustada, ella nunca me consolaba, no me abrazaba... Solo gritaba que yo era mediocre, estúpida, y siempre tenía la culpa de todo.
Arruinó mi sueño de entrar en una escuela artística, de nuevo, porque, según ella, era una tonta sin talento y mi lugar era limpiando la basura con una escoba. Aunque he dibujado muy bien desde la más tierna infancia. Ahora hago retratos a lápiz, los cuales me salen bien. Pero esto fue después de una gran pausa, ya que me había convencido de que era una mediocre, por lo que dejé de creer en mí misma.
La pausa fue de 20 años. Recién ahora, con más de 40, comencé a dibujar de nuevo. Mi marido me convenció de no desperdiciar mi talento por agravios infantiles.
Cuando tenía 22 años, mi madre confesó que nunca me había amado. Ella solo amaba a mi hermano pequeño. Lo quería tanto que ahora, a los 33 años, nunca ha trabajado, se volvió adicto y se ganó dos condenas...
Y yo tengo una familia. Esposo, 2 hijos. El mayor tiene 19 años, y quiere conectar su vida con la música. Yo lo apoyo: si quiere, que toque la guitarra. Nunca se lo prohibiré, y mucho menos le diré las cosas desagradables que una vez me dijo mi madre.
El menor tiene 3. Los amo a ambos por igual. Yo nunca hago diferencias. No me he comunicado con mi madre desde hace 3 años y nunca lo haré. Toda mi vida traté de complacerla, pero hace poco llegué a la conclusión de que un niño no debe hacer todo lo posible por gustarles a sus propios padres. Eso simplemente no es normal. ¡Un hijo debe ser amado a priori! © Valeria Golubitskaya / AdMe
¿Viviste momentos en tu infancia en los que te acusaron injustamente de algo?
Comentarios
Qué mal rato el del robo del dinero
Yo también odio las comparaciones entre niños
No se tienen en cuenta los sentimientos de los niños en muchas ocasiones
Una vez cuando estaba pequeña, nos acababamos de mudar por lo que la casa aún tenía muchas cajas con cosas sin desempaquetar. Ese día a mi hermanita se le ocurrió hacerse una casita con esas cajas y puso la más pesada como techo. Yo le dije que no se metiera porque se le caería la caja encima. ¿Me hizo caso? No. Se le cayó la caja encima, se lastimó y dijo que yo le había aventado la caja. Mi mamá no me creyó y me castigaron 😶