Estas historias nos enseñan a no juzgar con las impresiones ;)
20 Lectores de Genial contaron historias que hicieron que todos los estereotipos reventaran por las costuras
Sabemos de primera mano que no hay que juzgar a los demás por su apariencia. Sin embargo, deshacerse de los grilletes del pensamiento estereotipado no es tan fácil, y los estereotipos, como un enjambre de abejas, continúan acechándonos, haciéndonos formar una opinión distorsionada sobre los demás.
Genial.guru publicó recientemente historias sobre personas que rompieron todos los clichés, y nuestros lectores no se hicieron esperar y también contaron situaciones en las que ellos mismos presenciaron el colapso de los estereotipos.
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Una vez fui a una joyería. Estaba admirando las joyas de la ventana cuando entró un hombre con pantalones viejos, estirados en las rodillas, sandalias sobre los pies descalzos, todo descuidado y sucio; se acercó y le pidió a la vendedora que le mostrara un anillo con diamantes. Dijo que lo llevaría, que era un regalo para la boda de su hija. ¡Quedé noqueada! © Tazzyana Turpakova / Facebook
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Trabajo para una organización benéfica de niños en Irlanda. Hace poco, una anciana vino a nuestra oficina central con una bolsa de deporte al hombro. Dijo: “He trabajado toda mi vida, moriré pronto. No tengo hijos, dejé algo para mis sobrinos y para mí, y quiero donar el resto a los niños. No confío en los bancos. No quiero que se queden con mi dinero después de mi muerte”. Y volcó 300 000 euros (363 000 USD) en efectivo sobre la mesa. Todos los presentes quedaron en shock. © Lina Ianushevych / Facebook
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Una vez, estaba haciendo fila para comprar shawarma. El cocinero estaba hablando con un estudiante, muy probablemente hindú, en un impecable inglés. ¡Quedé impactado! Luego lo conocí y resultó que era profesor de inglés. © Andrés Montenegro / Facebook
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Una vez, estaba viajando en un autobús, sentada junto a un señor de aspecto inteligente. Entró una multitud de chicos con chaquetas de cuero, maldecían y se reían a carcajadas, de modo que todos los escuchaban. En la parada del autobús, el señor y yo bajamos juntos y un cachorro alegre saltó bajo sus pies. El hombre puso cara de repugnancia y empujó bruscamente al animal. Y luego bajó esa multitud de chicos. Uno de ellos se detuvo, escondió al cachorro en su chaqueta de cuero y dijo: “Vamos a casa, a mamá no le importará”. Nunca lo olvidaré. © Ilka Gusar / Facebook
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Mi mamá rompió accidentalmente un azucarero de vidrio, una reliquia familiar. ¡Estaba terriblemente triste! El azucarero, aunque parecía sencillo, era usado por su madre. Entonces, mi hija y yo fuimos a un mercado de pulgas por uno nuevo. Caminamos durante mucho tiempo, pero lo encontramos. De repente, vi la siguiente escena: un anciano, peludo, con una barba descuidada, estaba sentado leyendo a Shakespeare.
—Mira —le dije a mi hija.
—¿Y qué? —preguntó ella.
—Está leyendo a Shakespeare en el idioma original.
Fue un shock para ambas. La tragedia de las vidas humanas. © Mikhail Taptykov / Facebook -
Trabajo en un salón como profesional de la manicura desde hace 45 años. Una vez, estaba de buen humor, pasaba por la recepción y escuché una canción en la radio, y bueno, naturalmente, la acompañé con mi voz y unos pasos de baile enérgicos. Nunca olvidaré los ojos del administrador: “Marina, ¿le gusta el glam metal?”. ¿Y a quién no le gusta? © Marina Pugovkina / Facebook
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Hace muchos años, mi papá y su sobrino viajaban en automóvil desde otra ciudad. Por alguna razón, se salieron de la carretera y quedaron atascados. Estaban con el automóvil parado, confundidos y, de repente, un coche se detuvo y un par de hombres sureños de apariencia muy amenazante bajaron de él. A mi padre y a su sobrino se les fue el alma del cuerpo, pero los hombres, sin decir una palabra, levantaron su auto y lo sacaron de la trampa. Y también sin decir una palabra, se subieron a su coche y se marcharon. © Natalia Yasnaya / Facebook
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Mi esposo y yo somos constructores. No nos vestimos para el trabajo muy “guau” que digamos, usamos cosas de segunda mano que no sería una pena tirar. Recibimos una gran suma por un trabajo y decidimos comprarnos teléfonos nuevos. Fuimos a una tienda casi 20 minutos antes del cierre, todos los vendedores ya se habían relajado. Uno se acercó a regañadientes y dijo: “¿Qué, entraron para calentarse y mirar los teléfonos?”, y se alejó rápidamente. No nos ofendimos, solo le pedimos al siguiente vendedor que se acercó a nosotros que nos empacara dos teléfonos. Cuando el guardia vio el fajo de billetes que mi marido sacó de su chaqueta sucia, dijo: “¡Vaya!”. Y el primer vendedor tenía un rostro como el de la vendedora de la película Mujer bonita en la situación similar de la cinta. © Tatiana Kovash / Facebook
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Hace poco estaba de compras en un supermercado local con una amiga de Liverpool. ¡Imagínate mi sorpresa cuando un empleado del salón comenzó a hablar con ella en impecable inglés! Resultó que el chico sabía 4 idiomas más, tenía 2 estudios superiores, había hecho práctica en los Estados Unidos, y se mudó a mi país por su novia. © Mary Martynovna / Facebook
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Tengo una tienda de sombreros en el centro de la ciudad. Acabábamos de abrir (era el comienzo de la década de 2000), y enseguida entraron unos gemelos de aspecto amenazador, rapados, musculosos, llenos de tatuajes. Miraron la mercadería y se fueron. Luego pasaron varias veces más. Yo pensaba: “¡¿Para qué quieren sombreros unos bandidos?!”. Un día, vinieron e hicieron un pedido. Al final, resultó que eran acróbatas muy famosos, unos sujetos muy amables y humildes. © Lisa Shante / Facebook
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Estábamos con una amiga en Viena. Entramos a la joyería Frey Wille, cerca de la hora del cierre. Allí los precios son muy altos. Nos quedamos mirando las joyas y hablando con la vendedora. De repente, ella dijo: “¡El propietario, Friedrich Wille, está a punto de pasar!”. Y luego llegó un hombre alto entrado en años. ¡En bicicleta! Sin seguridad, sin limusina blindada. © Yulia Dmitrieva / Facebook
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Durante una pausa para el almuerzo, fuimos con una colega a una tienda. En el paso subterráneo, dos policías nos detuvieron y nos pidieron que les mostráramos nuestros documentos. Nos sorprendió: ¿por qué?, ¿para qué? Solo teníamos nuestros pases de trabajo con nosotras. Se los mostramos. Los miraron y preguntaron impactados: “¡¿Son bibliotecarias?!”. Y nosotras estábamos de pie, veinteañeras, con vestidos de verano, tacones altos, maquillaje. Al parecer, pensaban que todas las bibliotecarias eran unas señoras ancianas con lentes y suéteres de punto. © Elizavera Katina / Facebook
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Mi tío caminaba por la calle cuando escuchó un rugido salvaje de frenos. Vio que un Ferrari se había estacionado en una curva cerrada. Pensó que de ella saldría un hombre de aspecto duro, pero la puerta se abrió y del coche bajó una anciana de piernas temblorosas. © Ksenia Azarova / Facebook
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Una joven trabajaba como limpiadora en nuestra escuela. Si algo le pasaba a las computadoras, dejaba el trapeador a un lado y arreglaba el problema antes de la llegada del administrador del sistema. © Victoria Vladimirova / Facebook
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Una vez, mi marido y yo estábamos en Suiza, en la ciudad de Interlaken. Íbamos a un acogedor café para desayunar y todos los días veíamos allí a una anciana con una especie de abrigo de piel hecho jirones, guantes rotos y sucios, y un sombrero de aspecto extraño. Se sentaba en la misma mesa y bebía té. Un par de días antes de nuestra partida, llamamos al camarero y le pedimos que le sirviera a la anciana el desayuno como invitación nuestra. Él nos miró y dijo: “Ella es la dueña de este café y de toda una cadena de cafés aquí y en Zúrich”. Vaya. © Daniel Ravid / Facebook
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Un taxista chocó contra mí el otro día en un semáforo. Salí del auto enojada, anticipando varias horas de mi vida perdidas. Pensaba que allí habría sentado un hombre de barriga grande que ahora intentaría colgarme todos los estereotipos conocidos sobre las mujeres conductoras. Me acerqué, lista para pelear, con las mangas arremangadas, y allí había un jovencito que inmediatamente admitió su culpa y me regaló una barra de chocolate. © Helen Sights / Facebook
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Hubo un caso en Tiflis. Éramos 3 chicas y se nos pegaron unos chicos locales. No teníamos la intención de conocer a nadie y se los dejamos claro de manera muy directa. Dijeron: “Solo queremos mostrarles lugares hermosos para que se enamoren de Georgia tanto como nosotros”. Como resultado, los chicos nos llevaron a una de las cascadas más hermosas en un lugar no turístico. © Olga Volokhova / Facebook
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Estábamos haciendo reparaciones en el departamento y un hombre nos colocaba azulejos. Mamá y yo lo mirábamos y no lográbamos entender: ¡no parecía ni un alicatador ni un albañil! Se lo preguntamos y dijo: “Mañana les contaré todo”. Al día siguiente, nuestro alicatador vino y trajo un violín. Nos quedamos atónitas: ¡resultó ser un músico con una educación brillante! Tocó el violín para nosotras, terminamos llorando de emoción. © Lika Daragan / Facebook
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Hace unos 12 años, estaba esperando para hacer un transbordo en un gran aeropuerto, y estaba muy cansada. Mi hija tenía un año y medio y era una niña muy activa. Me senté con ella cerca, tratando de no dormirme. Enfrente había un grupo de trabajadores de aspecto dudoso. Me vieron luchando por no quedarme dormida. Al final, me dormí durante 20 minutos, me desperté horrorizada, creyendo que me habían robado todo. Y con un miedo indescriptible por mi hija. Abrí los ojos: dos estaban sentados a cada lado de mí, mi hija balbuceaba con los demás enfrente y mordía una manzana. Uno de ellos me pregunta: “¿Descansaste?”. Asentí con la cabeza. Los muchachos me trajeron agua y me dijeron que iban tarde a su vuelo, pero no podían dejarme así. © Vera Deprem / Facebook
¿Qué estereotipos has tenido que destruir o viste derrumbarse alguna vez?
Comentarios
Qué buena la anciana que dejó el dinero a la organización de niños
Buenísimas historias.