Cambiamos un poco las reglas de la familia, y esto nos ayudó a deshacernos de peleas innecesarias

Historias
hace 3 años

El sábado, unos amigos vinieron a visitar a mi hijo. Rápidamente les preparé el almuerzo, escuché las últimas noticias, dejé la sala grande para que la “destrozaran” y hui cobardemente al cuarto de mi hijo para trabajar con la computadora. Dejé a mi esposo como “rehén” con las palabras: “Si necesitan algo, pregúntenle a papá”. Papá asintió con la cabeza. Un par de horas pasaron en batallas pacíficas, pero luego algo claramente salió mal. Gritaban tanto que temblaban los vidrios, los niños gruñían como “Banderlogs” y aullaban como hienas. Entré para verlos y presencié un drama: en la batalla por un joystick, lograron romper el cable y ahora llamaban trágicamente a mi esposo. Los tranquilicé un poco y fui a buscar a mi marido. Entré al dormitorio y él estaba allí. Dormido con los auriculares puestos. Ni siquiera se molestó por toda esta cacofonía. Empecé a enojarme lentamente. Tengo mucho trabajo por hacer, él prometió vigilar a los niños y se retiró.

Mi nombre es María y creo que nuestras disputas familiares no son algo único. Todos nos cansamos a veces y nos enojamos desesperadamente con aquellos con quienes convivimos porque no tenemos suficiente tiempo para nosotros mismos. Especialmente para Genial.guru, decidí realizar un pequeño experimento en casa y comprobar si nos ayuda a todos a estar más tranquilos.

Por la noche, cuando la invasión de los bárbaros amainó y la criatura ya dormía dulcemente en su cama, senté a mi marido frente a mí para tener una conversación seria. Fui yo quien habló la mayor parte del tiempo. Mi esposo me miraba pensativo. La capacidad de mi esposo de organizarse un descanso en cualquier momento inoportuno simplemente me enfurecía. Yo gruñía: “¡También me canso! ¡No tengo más fuerzas!”. Entonces mi marido preguntó: “Pero ¿qué te detiene? Recuéstate y descansa. Tú todo el tiempo solo frunces el ceño, protestas y pones los ojos en blanco. ¿Cómo puedo entender por todo esto que estás cansada y que solo quieres dormir?”. Me sorprendió tal propuesta. De hecho, ¿qué me detiene? Hablamos un poco más sobre mi sufrimiento y luego recordé que había leído recientemente algo sobre un experimento en un blog. Sinceramente, nosotros adaptamos un poco las reglas iniciales para nosotros mismos. ¿Qué pasaría si a cada miembro de la familia se le diera una hora de tiempo libre todos los días? Que haga lo que quiera, pero en ese momento está estrictamente prohibido molestarlo.

Nuestro experimento

Después de largas conversaciones y reflexiones, se nos ocurrieron las siguientes tres reglas:

  1. Cada uno de nosotros: yo, mi esposo y mi hijo, tendremos una hora de tiempo libre todos los días. Podemos pasar esos minutos como queramos, pero aquí no se incluyen momentos cotidianos de ningún tipo. Es decir, ir a la tienda, a la peluquería y todo eso no se tendrá en cuenta.
  2. Se asignará otra hora diaria para una comunicación reflexiva entre mamá y papá. Nada de teléfonos, solo nos sentaremos y charlaremos. Se podrá unir este tiempo al final de la semana, si existiera tal deseo.
  3. Y otros 60 minutos al día serían para divertirse en familia. Cualquier cosa, pero sin TV. Es decir, ver películas y programas de televisión juntos no se tomará en cuenta. Sin embargo, no excluimos la computadora, y el efecto resultó ser interesante.

Los primeros pasos

Al día siguiente, hicimos “feliz” a nuestro hijo comentándole nuestra idea. Él pareció apreciarla. Claro, durante una hora al día, nadie lo abuchearía ni gruñiría sobre las tareas, el tonto YouTube y los libros útiles. Eso es un verdadero placer. Inmediatamente fue al ataque, exigiendo no una hora, sino dos. Negociamos toda la mañana. Ahí nos acordamos de la segunda parte: el tiempo para pasar juntos con toda la familia. Y esta idea lo inspiró tanto que se olvidó de sus exigencias. Se fue a su habitación a elegir un juego para esa noche. Esa inspiración nos sorprendió mucho. Mi esposo y yo nos miramos tímidamente, porque ni siquiera sabíamos que nuestro hijo extrañaba tanto las noches que pasábamos juntos.

Media hora mágica

Mi esposo no tuvo ningún problema con su tiempo libre. Alegremente, corría a la computadora a su debido tiempo y se quedaba atrapado en algún juego. Si la computadora, por supuesto, no estaba ocupada por el niño. Pero de alguna manera la compartían, para el deleite general.

Pero yo padecí bastante con mis preciosos minutos. Al principio decidí gastarlos en la lectura: nunca tenía tiempo para llegar al próximo libro favorito. Solo me quedaban unos 15 minutos por la noche, e incluso entonces ya abría los ojos con dificultad. Me senté a leer. Después de 10 minutos, me encontré deambulando por la casa con un canasto en mis manos, recogiendo calcetines y ropa de niño tirados por la habitación.

Así no va, pensé. Este es el momento para mí, no para limpiar. Y volví al sofá. Pasados otros 5 minutos, me levanté de un salto: ¿el niño hizo su tarea? Luego, mientras leía la tarea, me pregunté qué cocinaría para la cena. No era así como planeaba pasar mi tiempo libre.

¿Y cómo descansar si no te sale descansar?

Me escapé de mi familia al café más cercano para relajarme sola. Me acomodé con un capuchino y un libro. Y después de 5 minutos, ya estaba llamando a mi esposo para saber cómo estaban. Mi marido estaba desconcertado. Me hizo notar que el niño ya no tenía 9 meses, sino 9 años, que todo estaba bien. Y al final, se suponía que debía descansar de ellos. No llamar para ver si habían comido.

Parece que mi problema no era que yo no tenía tiempo para descansar. El problema era que me había olvidado catastróficamente de cómo hacerlo y no sabía en qué gastar mi hora. Mejor dicho, lo sabía. Trabajar, limpiar, cocinar —en general, hacer algo útil—. Pero no podía simplemente sentarme, comerme un bocadillo y mirar a los transeúntes. Probablemente, me enojaba en vano con mi marido y mi hijo.

Consulté con mi esposo. Él reflexionó y recordó que en los albores de nuestra vida familiar, me gustaba mucho hacer fotografías. “Toma tu cámara y ve a pasear por las calles vecinas. O toma fotos con el teléfono. Simplemente, deambula”. Y —¡milagro!— funcionó. Mientras recorría la zona con una cámara preparada, me parecía que estaba haciendo algo útil, pero por otro lado, estaba descansando. Los paseos me ayudaron a despejar la cabeza y a calmarme. Además, el aire fresco y la caminata claramente tuvieron un efecto positivo en mi salud y mi apariencia.

El tiempo que pasamos juntos

El tiempo en familia fue un desafío. Primero, era necesario llevar a nuestro pequeño rebaño a una habitación, apartando a todos de las cosas que estaban haciendo. En segundo lugar, separar los minutos asignados para esto. Y realmente no nos alcanzaba una hora. No se pudo completar ni un solo juego de mesa durante ese tiempo, y no queríamos interrumpir el juego en medio del proceso.

Los juegos de cartas tuvieron que ser eliminados rápidamente: nuestro hijo resultó ser un jugador extremadamente apostador y caía en un dolor universal después de perder cada partida. Yo bostezaba jugando al Monopoly. Y el juego inventado por nosotros, Mazmorras y dragones, llevaba a mi esposo a un estado letárgico. Mejor resultaba el Uno, pero después de algunas noches, nos aburrió bastante.

Una decisión inesperada

Decidí que era hora de diversificar los juegos de mesa. Primero, hicimos una “fiesta de ravioles”. Preparé todos los ingredientes, y luego toda la familia se sentó a hacer los ravioles. Con bromas y recuerdos. Fue divertido ver la diversidad de ejemplares que obteníamos. A mí me salían pequeños y con masa fina. Mi marido los esculpía poderosos y fuertes, como tanques. Y nuestro hijo, al parecer, trataba de hacer que cada uno fuera diferente del otro. Y el niño comió toda la comida y terminó el plato por primera vez en su vida. Aunque antes no los soportaba.

Pero no se puede comer ravioles todos los días, y el tamaño de nuestra cocina no permitía prepararlos a 6 manos. Aunque también experimentamos con empanadas. Luego mi esposo descargó inesperadamente un juego de computadora, que les gustó a él y a nuestro hijo. Y el proceso de atraerlos de nuevo a la mesa para cocinar se convirtió en un verdadero desafío.

Dado que el entretenimiento anterior nos había cansado, decidimos agregar algo nuevo a nuestro experimento. Y toda la familia se acomodó frente a la computadora. Los chicos jugaban y yo miraba. Según el género, el juego era estratégico y la acción transcurría durante la Edad Media. Entonces yo, con una enciclopedia entre las manos, daba información histórica y explicaba el significado de ciertas cosas de esa época. Resultó bastante divertido.

Romance en casa

Las veladas románticas con mi esposo comenzaron de maravilla. Acostamos al niño a dormir, nos sentamos a charlar durante una hora y como resultado, hablamos hasta las 3 de la mañana. La siguiente vez tuvimos más cuidado: teníamos que levantarnos a trabajar al día siguiente temprano por la mañana, y es difícil dormir solo 5 horas al día. En general, no hubo dificultades aquí. Pero después de una semana, parecía que ya habíamos discutido todas las cuestiones posibles. Las pausas se hacían cada vez más largas. Nuestras veladas románticas eran como ir a un psicólogo: nos sentábamos y nos mirábamos. Mi marido miraba con nostalgia la computadora.

Me di por vencida. Dije: “Vamos, ve a jugar tú y yo me sentaré a tu lado y miraré”. Debo admitir que los juegos de computadora me simpatizan, pero nunca he jugado. Bueno, simplemente no estaba interesada. Y resulté ser un espectador nato. Realmente disfrutaba viendo jugar a mi esposo. Él descargó Assassin’s Creed y también un par de juegos de estrategia para hacerlo más divertido para mí. Presenciar las aventuras de otras personas en el espacio virtual no fue menos emocionante que ver una serie de televisión. Apoyaba con entusiasmo a los personajes, me preocupaba por la salud de los campesinos, les rogaba que no se involucraran en las batallas. Mi marido se reía tontamente. Además, la forma de jugar, la estrategia y la táctica me hablaron sobre mi esposo tanto como nuestras largas y sentidas conversaciones.

Resultados

En general, nuestro experimento fue un éxito. La cantidad de tarea no ha disminuido, pero ahora ya sé por qué me canso y me quejo. Mi hijo y mi marido disfrutan jugando juntos y, lo más importante, el niño está encantado con el interés de los padres en esta actividad. Entonces nuestro hijo decidió convertirse en programador y hacer juegos por su cuenta. Incluso le descargamos un par de aplicaciones simples que está dominando activamente. Me quedó más claro qué es lo que los atrae de esta actividad a mis hombres. Y recordé lo maravilloso que es caminar. Así que seguimos adhiriéndonos a la rutina, aunque no tan estrictamente.

Te sugiero que realices un experimento similar y luego compartas tus resultados.

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