15+ Afortunados que se toparon con un verdadero tesoro en su propia casa

La paternidad, a pesar de ser una experiencia universal, que todos hemos presenciado, sea como hijos o como padres, puede llegar a ser alocada y divertida. Sin embargo, no todo lo que tiene que ver con criar a un niño, es tierno y encantador. También existen experiencias que requieren de mucha fortaleza y sabiduría para encaminar correctamente a nuestros hijos, especialmente si queremos conservar una relación saludable con ellos. Por eso, hoy te traemos una honesta historia de una madre que se dio cuenta de que, a veces, la mano dura y calculadora, no es el mejor método de crianza.
Cuando mi hijo era pequeño, yo creía firmemente que los padres nunca debían pedir disculpas a sus hijos. Para mí, era una cuestión de autoridad y respeto. Pensaba que admitir que me había equivocado en algo equivalía a mostrar debilidad y era lo mismo que admitir que estaba fallando como madre, entonces mi hijo perdería el respeto hacia mí.
Así fue como me criaron mis padres, y así fue también como decidí criar a mi hijo, pero ahora me pregunto si tal vez fue esta postura tan rígida en la crianza el origen del deterioro en nuestra relación.
Recuerdo una ocasión en la que accidentalmente rompí un juguete especial que él adoraba. En lugar de admitir mi error y disculparme, opté por ignorar el incidente y tratar de distraerlo con algo más. Pensé que mi hijo, que solo tenía 6 años, lo dejaría pasar o lo olvidaría, pero no fue así.
Él no dijo nada, pero en sus ojos pude ver que había herido sus sentimientos. Dudé, pero finalmente, opté por mantenerme firme en mi postura y, lo que es más, castigarlo por hacer tanto alboroto. Ahora desearía no haberlo hecho, porque a partir de ese momento, un muro invisible se erigió entre nosotros.
A medida que mi hijo crecía, comencé a notar que su actitud se volvía más distante y reservada. Cuando mi hijo cumplió 15 años, descubrí que me había estado ocultando sus calificaciones de la escuela. Cuando lo confronté al respecto, me di cuenta de que él no confiaba en mí lo suficiente como para compartir sus problemas y preocupaciones conmigo.
Esto me hirió. Pensé que quizás mi hijo no me respetaba lo suficiente, y decidí ser más estricta con él. Pensé que, si no me confía sus preocupaciones, al menos podía presionarlo para dar lo mejor de sí en una primera instancia, y así, lo protegería de cualquier inconveniente en el futuro.
Mi hijo creció obsesionado con alcanzar la perfección en todo lo que emprendía. El temor al fracaso en sus estudios o en el deporte lo atormentaba constantemente, ya que no había aprendido a aceptar la imperfección como algo natural.
Con el paso del tiempo, mi hijo también comenzó a distanciarse emocionalmente de mí. Lamentablemente, me di cuenta demasiado tarde de que mi enfoque autoritario y rígido solo estaba llevándonos al fracaso.
Quiero que mi hijo confíe en mí, pero cuando intenté acercarme a él para hablar, me recibió con respuestas breves y evasivas. Ahora me pregunto si es demasiado tarde para reconstruir nuestra relación.