Dos aviones casi colisionan, pero un piloto pensó rápido

Curiosidades
hace 7 meses

Te desabrochas el cinturón y te paras para estirar las piernas tras un vuelo largo. Vas al baño y piensas en refrescarte un poco. De pronto, estás flotando. El equipaje vuela a tu alrededor, se siente como si el mundo fuera a desaparecer. Estás a 9000 metros sobre el suelo, ¡a punto de iniciar un aterrizaje forzoso! Antes de que tengas más tiempo para pensar, todo se vuelve oscuro.

A inicios del 2001, un enorme Boeing 747 que llevaba a más de 400 personas despegó del Aeropuerto Internacional de Tokio-Haneda. El vuelo avanzó como siempre, hasta que alcanzó los 12 000 metros y una velocidad de crucero. La comida estaba siendo servida, y los pasajeros se comportaban como en cualquier otro vuelo. Un poco más temprano ese día, un vuelo de una aerolínea entre Busan (Corea del Sur) y Tokio (Japón) había iniciado de una manera similar. Este era más pequeño, con solo unas 250 personas a bordo, y también había alcanzado la velocidad de crucero a unos 11 000 m.

Ambos aviones tenían un recorrido similar. Solo los separaban 600 m, y sus caminos debían cruzarse en la isla japonesa de Honshu. Los dos se encontraban cerca de esta intersección, cuando el piloto del Boeing 747 notó que el indicador anticolisión se había activado. Fue entonces cuando supo que algo andaba mal.

Uno de los aspectos críticos de la aviación moderna es la coordinación del tráfico aéreo. Cada vuelo es monitoreado, y los pilotos reciben indicaciones si algo sale mal. La función del control del tráfico aéreo es organizar los vuelos de manera tal que las colisiones sean imposibles. Cada avión moderno incluye monitores de colisión, pero, debido a esto, la idea es que nunca sean utilizados.

Mientras los indicadores anticolisión sonaban, Hideki Hachitani, un aprendiz de 26 años, monitoreaba ambos vuelos desde los radares de la torre de control. El estrés de tener que supervisar más de 10 aviones lo abrumaba. Esto no es una sorpresa, dado que ni siquiera estaba habilitado para trabajar sin supervisión.

Cuando detectó la colisión potencial, trabajó a toda velocidad para evitar un desastre. Contactó rápidamente el vuelo de Busan, que volaba a 11 000 metros, y le dijo que descendiera para crear una brecha mayor entre los vuelos. Sin embargo, debido a sus nervios, Hachitani cometió un terrible error: ¡contactó al avión equivocado!

Como consecuencia, el piloto del Boeing 747 siguió las instrucciones y bajó de 12 000 a 11 000 m, ¡la misma altura que el otro vuelo! ¡Ambos aviones se dirigían hacia una colisión a 800 km/h!

Hachitani comenzó a entrar en pánico. Cuando se dio cuenta de que el vuelo de Busan no había descendido, le ordenó rápidamente girar hacia la derecha. Por supuesto, el piloto no había logrado seguir las instrucciones porque se las habían enviado al avión equivocado. Por alguna razón desconocida, esta vez la instrucción de girar a la derecha no le llegó a nadie. Las comunicaciones del control del tráfico aéreo estaban fallando, los pilotos no estaban al tanto del peligro que corrían.

Cuando vio a Hachitani entrando en pánico frente al panel de control, su supervisora se acercó y se hizo cargo de la situación. Contactó al vuelo de Busan y le dijo que ascendiera. Increíblemente, le dio esta orden a un vuelo que ni siquiera estaba operando ese día. Ambos vuelos la ignoraron porque no sabían que el mensaje era para ellos.

El piloto del Boeing era el menos consciente de que había otro avión cerca, pero de seguro su fe en el control del tráfico aéreo lo tranquilizaba. Si hubiera un problema, alguien le enviaría más instrucciones, ¿no? En este punto, el choque comenzaba a parecer inevitable. Sin embargo, para los pasajeros del vuelo, todo habrá parecido muy normal. Probablemente estarían comiendo bocadillos, estirando las piernas o esperando en la fila para el baño, mientras ignoraban por completo que se dirigían en línea recta hacia otro avión.

Por suerte para las más de 600 personas involucradas, el piloto estaba bien entrenado y tenía seguridad en una situación que habría petrificado a la mayoría. A través del parabrisas, vio algo que ningún piloto debería ver: ¡otro avión que se dirigía hacia él!

Con reflejos felinos y una calma admirable, el piloto del Boeing tomó el acelerador y bajó el avión todo lo que pudo en los segundos que tenía antes de la colisión. El Boeing pasó por debajo del otro vehículo. Imagina ser el piloto y ver el suelo frente a ti en lugar del cielo. Los dos salieron ilesos; este hombre salvó las vidas de más de 600 personas.

Eso no quiere decir que nadie haya recibido ni un rasguño. Los pasajeros no estaban al tanto de todo el incidente, así que muy pocos tenían los cinturones puestos. Estaban vulnerables cuando el cambio de dirección los arrojó contra el interior del avión. Debido al movimiento repentino, muchos se golpearon contra el techo con la fuerza de un choque de autos. Todos los objetos y personas no asegurados fueron lanzados por los aires. Algunos habrán sentido que el avión acababa de estrellarse contra el suelo.

Milagrosamente, solo 7 pasajeros y 2 miembros de la tripulación recibieron heridas serias; el resto solo sufrió heridas menores. El piloto regresó a Tokio para que todos recibieran atención médica. Gracias a la respuesta rápida del equipo médico y a la increíble capacidad de decisión del piloto, todos en el vuelo sobrevivieron.

Cada vez que viajas en avión, estás aceptando lanzarte por los cielos a velocidades de 800 km/h en una cáscara frágil de metal. Estás rodeado de motores enormes y peligrosos a 10 u 11 kilómetros sobre el suelo. Claramente no habría manera de sobrevivir si el avión comenzara a fallar, ¿no?

El aterrizaje de la bahía de Hudson demuestra que los pilotos habilidosos pueden superar estas probabilidades aparentemente irremontables. El 15 de enero de 2009, el vuelo 1549 despegó de Nueva York hacia Carolina del Norte. El piloto Chesley Sullenberger era un expiloto de avión a reacción que se había pasado a los vuelos comerciales en los 80. El cielo estaba despejado y las condiciones eran favorables. Era un vuelo típico para los 155 pasajeros a bordo, hasta que sucedió lo peor apenas un minuto y medio después. Cuando el vuelo alcanzó los 900 metros, impactó contra una bandada de gansos de Canadá.

Las aves golpearon todo el avión, pero, más importante aún, algunas quedaron atrapadas en ambos motores. Cuando Sullenberger se dio cuenta de que las turbinas estaban fallando, llamó a control del tráfico aéreo. Le ordenaron aterrizar nuevamente en el aeropuerto, pero él se dio cuenta de que eso sería imposible. Con los motores en mal estado y ninguna pista despejada donde aterrizar, tendría que tomar las riendas de la situación para salvar las vidas de todos a bordo. Sin el control completo de su avión, no era capaz de operar a una altura normal. Voló tan bajo que pasó sobre el puente George Washington a solo 270 metros. Las personas en el puente se aterraron al ver un avión tan cerca, pero desconocían lo mal que estaban las cosas a bordo.

Con el avión volando a 220 km/h, Sullenberger vio el río Hudson frente a él, y no le quedó más opción que aterrizar allí. Todos en la torre de control quedaron petrificados al escuchar lo que haría, pero no había otra opción. Aterrizar en una pista es una cosa, pero los pilotos comerciales no están entrenados para aterrizar en un río. Sullenberger tuvo que pensar con detenimiento y planear el aterrizaje mientras se acercaba al nivel del suelo. Se aseguró de que la cola del avión tocara el agua antes que la nariz. Aterrizar de frente habría perjudicado más los motores y provocado aún más daños.

Sorprendentemente, el avión cayó al agua sin desmoronarse. La inercia disminuyó de a poco, hasta que alcanzaron una velocidad lenta y constante a lo largo de la superficie. A lo lejos, las personas deben haber pensado que se trataba de un bote que avanzaba lentamente. Sin embargo, aún no estaban a salvo. El aterrizaje había hecho que una de las puertas traseras del avión se abriera y dañara el fuselaje. El agua ingresó en poco tiempo, y los pasajeros corrieron hacia los toboganes inflables de evacuación.

Un ferri llegó en un parpadeo para buscar a los pasajeros, que esperaban en las alas y los toboganes inflables. Todos recibieron heridas menores por la colisión con el río, pero sobrevivieron. El capitán Sullenberger pasó a la historia como uno de los pilotos más extraordinarios jamás tras haber salvado a tantas personas de una situación que parecía condenada a la tragedia. ¡Hasta hay una película sobre su hazaña!

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