La razón por la que dejas de crecer
Nuestros genes, compuestos por ADN, dicen mucho acerca de tu color de ojos, tu nariz, tu cara, la forma de tu cuerpo y tu altura. Heredamos los genes de nuestros padres, y ellos comienzan a hacer todo el trabajo desde el momento en que somos una única célula. Pero, en algún punto, le dicen a nuestro cuerpo: “muy bien, hora de dejar de crecer”.
Una vez que hemos crecido lo suficiente, las glándulas reproductoras potencian la producción de una hormona esencial para el cuerpo, llamada estrógeno. Su concentración elevada en la sangre provoca la fusión de las placas de crecimiento en nuestros huesos. Este proceso evita que los huesos largos crezcan más y los inhabilita a reaccionar a las hormonas que producían el crecimiento en primer lugar. Si los genes no enviaran el mensaje y siguiéramos creciendo más y más, nuestro cuerpo (principalmente nuestros huesos y músculos) sufrirían muchas lesiones y problemas de salud.
Al igual que el peso, la altura cambia a lo largo del día. Eres más alto por las mañanas, pero hacia la noche pierdes un par de centímetros. Como estamos erguidos la mayor parte del día, los discos de nuestra columna se comprimen. Además, los humanos comienzan a encogerse a los 40 años. La columna vertebral tiene discos llenos de fluido entre las vértebras. A medida que envejecemos, estos discos comienzan a perder su fluido, lo que los aplana. De esa manera, la distancia entre las vértebras disminuye, lo que reduce nuestra altura. Con los años, nuestros músculos se debilitan, cosa que nos da una postura encorvada y nos hace parecer más bajitos.
Los científicos descubrieron que perdemos unos 35 kilogramos de piel a lo largo de nuestra vida. Si alinearas todo tu sistema circulatorio, tendrías cerca de 100 000 kilómetros de arterias, venas y capilares. ¡Eso le daría la vuelta a la Tierra dos veces y media! Si bien los capilares son los más pequeños de los vasos, representarían cerca del 80 % del largo total.
Mientras más grande sea el cuerpo, más lento será el ritmo cardíaco. Esta regla funciona en todo el reino animal. Los humanos adultos tienen una frecuencia de unos 75 latidos por minuto, la misma que una oveja adulta. El corazón de una ballena azul es tan grande como un auto compacto y late unas 5 veces por minuto. Una musaraña, ese animal pequeñito, tiene un corazón que late 1000 veces por minuto. El musgaño enano tiene una frecuencia de 25 latidos por segundo.
El patrón de la lengua es único, al igual que nuestras huellas digitales. Todos tenemos patrones diferentes, ni siquiera se repiten en los gemelos. Eso quiere decir que podemos usar la lengua para una autenticación biométrica, tal como usamos los dedos. Otro dato genial de la lengua: tiene 8 músculos interconectados. Su estructura es bastante simular a la de los tentáculos del pulpo y la trompa del elefante. El maxilar es el músculo más duro que tenemos.
Cuando estamos despiertos, nuestro cerebro genera hasta 25 vatios. En otras palabras, la electricidad que tu cerebro genera podría encender una lámpara. Si reunieras todo el hierro de tu cuerpo, te alcanzaría para crear un clavo de 7 centímetros o unos bonitos pendientes.
Los dedos se doblan y estiran hasta 25 millones de veces a lo largo de nuestra vida. Además, las manos tienen unas “antenas” muy sensibles que reciben información de nuestro entorno. ¡Hay unos 17 000 receptores táctiles y terminaciones nerviosas libres solo en nuestras palmas! Gracias a ellos, registramos movimientos, presiones o vibraciones. Por eso asociamos el tacto con las manos, especialmente con la punta de los dedos.
El cuerpo humano tiene unos 600 músculos, pero ninguno en los dedos. Controlamos sus movimientos gracias a los músculos de los antebrazos y las palmas. 600 músculos suena a mucho, pero algunas especies de orugas tienen muchos más: ¡hasta 4000 músculos! Por suerte son pequeñas, imagina tener que pelear con algo así. El largo de tu pie equivale más o menos al de tu antebrazo. Compruébalo: puedes medirlo entre el interior de tu codo y la muñeca.
El aire y la comida bajan por la faringe, así que no puedes tragar y respirar al mismo tiempo. Se trata de una especie de función inteligente que evita que te ahogues mientras comes. Los ojos son increíbles, ¡hasta pueden respirar! La córnea no tiene vasos sanguíneos, así que no recibe el oxígeno de la sangre, sino del aire. La piel es el órgano que crece más rápido en el cuerpo. También es el más grande, representa cerca del 15 % de nuestro peso corporal total.
Ese sonido satisfactorio que escuchamos cuando nos tronamos los nudillos son las burbujas de nitrógeno que explotan en nuestras articulaciones. El pie no es la parte más grande de tu cuerpo, pero tiene alrededor del 25 % de tus huesos. Nuestro músculo más grande, y uno de los más fuertes, es el mismo sobre el que nos sentamos: el glúteo mayor. Pero su función principal no es esta, sino mantener el cuerpo erguido. Nuestras costillas se mueven cada vez que respiramos; es decir, más de 5 millones de veces al año.
El fémur, mejor conocido como el hueso del muslo, es el más largo de nuestro cuerpo, y representa cerca de un cuarto de tu altura total. Cuando estornudas o toses, tu cuerpo solo quiere una cosa: deshacerse de lo que sea que está atascado y te molesta. La tos llega a viajar a 80 km/h, mientras que el estornudo se mueve el doble de rápido y puede alcanzar los 160 km/h. Somos los únicos animales que tienen barbilla. Al respirar, el aire se mueve mayormente a través de un orificio nasal. Cuando pasan unas dos horas, un orificio reemplaza al otro.
Los científicos aún no saben con seguridad por qué bostezamos. Creían que era para elevar los niveles de oxígeno en nuestro flujo sanguíneo, pero unas investigaciones recientes demostraron que disminuyen nuestra temperatura. Cuando bostezamos, ayudamos a regular la temperatura del cerebro. Estiramos la boca para bostezar, lo que potencia la velocidad a la que la sangre fluye hacia el cráneo. De esa manera, el aire frío que inhalas cambia la temperatura del flujo sanguíneo y envía aire más fresco al cerebro.
Bostezamos cuando estamos cansados o aburridos porque esos son los momentos en que tenemos sueño. La temperatura corporal alcanza niveles máximos cuando estamos por quedarnos dormidos o cuando nos despertamos a la mañana. En cambio, desciende cuando nos estamos durmiendo; bostezar ayuda a acelerar este proceso. La nariz puede detectar cerca de un billón de olores.
El cabello crece bastante rápido, cerca de 15 cm al año; lo único que crece más rápido es la médula ósea. Los pies son una de las partes del cuerpo que más cosquillas sienten. Eso se debe a que tenemos casi 8000 nervios en ellos, y muchos cerca de la piel.
No es que sintamos comezón para mantener las cosas molestas a raya, como los insectos. Cuando nuestra piel entra en contacto con algo que la irrita, una cadena de reacciones complejas se activa y viaja desde los receptores de la piel hasta la médula espinal en el cerebro. Después, las neuronas liberan unas moléculas especiales que envían un mensaje al cerebro: “¡hora de rascarte!”. Los científicos creen que esto nos alivia porque libera una especie de molestia ligera que reemplaza a la molesta comezón.
Muchas cosas saben mal después de lavarte los dientes. La pasta dental tiene químicos que alteran un poco las papilas gustativas y suprimen los receptores que se encargan de reconocer los sabores dulces. Al mismo tiempo, obtienes una sensibilidad mayor a las comidas amargas. Hablando de lavarte los dientes, no seas muy duro con ellos. La lógica dice que, mientras más duro te los cepilles, más limpios estarán. Pero, si lo haces, podrías dañar tus dientes y desgastar el esmalte. Esto puede volverte más sensible a los alimentos calientes, fríos y hasta azucarados.
Por más seguido que te cambies la ropa o tomes una ducha, las bacterias seguirán cubriendo tu cuerpo. Cada pulgada de piel tiene unas 32 millones de bacterias, pero la mayoría son inofensivas. Cuando te sonrojas, tu estómago hace lo mismo. El responsable es el subidón de adrenalina. Si te sientes avergonzado o nervioso, liberas adrenalina, tu corazón late más rápido y los vasos sanguíneos aceleran el flujo de la sangre. El revestimiento estomacal también se pone rojo por esta razón.
En un plano genético, los humanos son más de 99 % iguales. Sip, tenemos mucho más en común de lo que creemos. Nuestra diversidad, que incluye la altura, el grupo sanguíneo, el color de ojos y la apariencia, proviene de menos del 1 % de nuestros genes. Todo esto está determinado por un alelo, las versiones genéticas responsables de nuestras diferencias.