16+ Historias de amor en las que hubo que tomar decisiones difíciles por el bien de las mascotas

Si mientras lees este artículo, comienzas a sentir comezón o tienes la sensación de que un bichito camina por tu espalda, ¡no te preocupes! Está todo en tu mente. Pero antes de contarte cómo y por qué se produce esta reacción, vamos a hablar de los verdaderos protagonistas de esta historia: los parásitos.
¿Quieres aprender por qué hasta lo que te repugna o asusta tiene un propósito esencial para tu supervivencia? ¡Sigue leyendo!
Los parásitos son seres que dependen de otro organismo (huésped) para sobrevivir, y lo utilizan para alimentarse, crecer o multiplicarse, dañándolo en el proceso.
Los tres tipos de parásitos que existen son:
Si bien los parásitos están asociados con enfermedades, y es cierto que causan daño tanto a animales como a humanos, estos tienen un papel ecológico fundamental.
En primer lugar, son controladores naturales de especies y evitan la sobrepoblación de sus huéspedes. Por ejemplo, los nematodos limitan las poblaciones de insectos que podrían convertirse en plagas.
Otro ejemplo son los hongos parásitos que se propagan en los pastizales e impiden que una sola planta domine el espacio.
Además, colaboran con la estabilidad de los ecosistemas. Es el caso de las redes tróficas —cuando los depredadores se alimentan de huéspedes infectados (como aves que comen insectos parasitados), integran a los parásitos en la cadena alimentaria.
Al equilibrar las interacciones entre especies, los parásitos también ayudan a que los ecosistemas sean más resistentes a los cambios ambientales, al tiempo que ejercen una necesaria presión evolutiva.
Al impulsar la adaptación de sus huéspedes (por ejemplo, para que desarrollen sistemas inmunológicos más fuertes), colaboran con la aparición de nuevas especies. Un ejemplo paradigmático es el Plasmodium (parásito que causa la malaria), que ha moldeado la evolución de los glóbulos rojos en humanos y otros animales.
Aunque la sola idea de infectarte con un parásito te resulte repulsiva, se ha descubierto que algunos pueden interferir con enfermedades autoinmunes. De hecho, en casos seleccionados —donde los beneficios superan los riesgos— adquirir un parásito podría convertirse en un tratamiento legítimo.
El gastroenterólogo Joel Weinstock de la Universidad de Tufts —uno de los pioneros en este tipo de investigación— exploró por qué enfermedades como el asma y la esclerosis múltiple están en aumento en países desarrollados, pero no en regiones subdesarrolladas.
Su teoría —que aún está siendo probada— sugiere que existe una correlación directa entre la ausencia de gusanos intestinales y el aumento de enfermedades autoinmunes. De esta forma, la terapia helmíntica (con gusanos) podría emerger como un campo de la medicina.
Los científicos también creen que ciertos gusanos intestinales podrían curar alergias que comparten características importantes con las enfermedades autoinmunes. De hecho, algunas personas afirman que el anquilostoma puede tartar desde alergias hasta fiebre del heno y asma.
Nuevas investigaciones sugieren que la limpieza excesiva y la falta de exposición a bacterias y parásitos en la infancia aumentan la incidencia de alergias y enfermedades autoinmunes. Los estudios en este sentido están analizando cómo los parásitos podrían ayudar a tratar estas afecciones, sin embargo, hasta ahora ninguno ha demostrado su eficacia.
Otra utilidad de los parásitos está relacionada con el control de enfermedades como dengue, zika y chikungunya transmitidas por el mosquito Aedes aegypti. La Wolbachia es un tipo de bacteria común en los insectos que no se encuentra de forma natural en los mosquitos Aedes aegypti.
Mediante la introducción de la bacteria en sus huevos (técnica de laboratorio regulada en EE.UU. por la Agencia de Protección Ambiental), los mosquitos infectados reducen la población de su propia especie, y disminuyen los brotes de estas enfermedades virales.
¿Te está picando el cuerpo de tanto leer sobre parásitos? ¡No te preocupes! Es solo tu cerebro reaccionando a las imágenes que aparecieron en tu mente a lo largo de este artículo.
Según la teoría psicológica, el cerebro consigue traducir pensamientos o imágenes mentales específicas en sensaciones físicas. Por eso cuando te dicen: “fulano tiene piojos”, enseguida te pica la cabeza, por ejemplo.
Además, este estímulo puede agravarse si tienes aversión a algún insecto o parásito en particular —cuando algo te asusta o te repugna, entras en un estado de alerta frente a una posible “amenaza”. Inclusive, tu reacción será más intensa cuando, además de pensar en el insecto, estés estresado por otro motivo.
Más allá de la incomodidad pasajera, este fenómeno psicosomático nos enseña que lo invisible domina lo tangible. Desde la comezón imaginaria que provoca el miedo a ciertos insectos, hasta las “mariposas” en el estómago que sentimos cuando estamos enamorados, nuestro cuerpo experimenta sensaciones que a veces no conseguimos expresar con palabras.
El rol de los parásitos expone nuestra vulnerabilidad, pero también muestra nuestra capacidad de adaptación. Recuerda, lo que rechazamos puede contener, paradójicamente, una clave para sanar ¿Has experimentado alguna vez cómo tus emociones desencadenaron síntomas físicos?