Los lectores de Genial contaron historias sobre personas que rompieron todos los límites con su atrevimiento

hace 3 años

El atrevimiento es una conducta que puede tener cualquier tipo de persona. Solo que algunos lo elevan al nivel máximo. Individuos así, sin tener la menor vergüenza, exigen cosas sin razón alguna y son demasiado insistentes. No les importa para nada el interés de quienes los rodean, lo importante es obtener lo deseado. Como prueba de ello, aquí están las anécdotas de nuestros lectores. La historia del wifi vecino y la de la compra engañosa de huevos nos pueden decir mucho al respecto.

Genial.guru solo espera que las personas que se comportan igual que los héroes de estas historias puedan observarse desde otro punto de vista y sacar las conclusiones necesarias.

  • Después de cada visita de mi cuñada, desaparecían cosas. La última vez que vino, se perdió una cadena de oro. Le pregunté y me dijo: “Sí, ¿y qué, te da lástima? La llevé prestada, te la devuelvo en una semana”. Después de 4 meses, resultó que la había llevado a una casa de empeño para comprar un cochecito de bebé que costaba 400 USD para su amiga, que siempre había querido uno así, pero no tenía marido. Le dije: “Dame el recibo para sacarla del empeño”. Me enteré de que la había empeñado al día siguiente de robarla. Y no hizo ni un solo pago. Pero ahora yo soy la “tacaña e interesada”. © Arina Aleksandrovna / Facebook

  • Un conocido insistió en visitarnos unos días. ¡Mientras nos visitaba, encontró compradores para vender mi casa! Me enteré por casualidad a través de una vecina. Nunca me explicó lo ocurrido y ni siquiera pensó a dónde tendría que ir a vivir yo. Pasados unos años, volvió a llamar y pidió volver a visitarme... © Olga Kramskaya / Facebook

  • Una vez un hombre estaba dando marcha atrás y chocó con mi coche. Estaba claro que la culpa era suya: el ángulo de su parachoques terminó en mi rueda. Calculé un poco y le dije: 200 USD y esto termina aquí. Lo rechazó. Encima le contó al oficial que él estaba parado y que yo lo había chocado... Como resultado, obtuve 500 USD del seguro y a ese señor tacaño le quitaron el permiso de conducir y lo multaron. No debería mentir para el protocolo y luego firmar semejantes mentiras. © Irina Aliashkevich / Facebook

  • Reposaba en la habitación de un hospital después de ser operada. Requería una cama con elevador. Mi marido recorrió todo el hospital y al final logró conseguir una cama así. Al tercer día, entró una mujer y me dijo: “Veo que eres flaquita. ¿No quieres cambiarte de lugar conmigo? Yo estoy en una cama chiquita del pasillo. Pero va a ser cómoda para ti. Ahí hay plantas, te va a gustar”. Todos los que se encontraban en la habitación se quedaron mudos con semejante atrevimiento. © Svetlana Popova / Facebook
  • Me pasó una vez. Compré un departamento y lo renové. Aún no conocía a los vecinos. Una vez me tocaron el timbre. Abrí y vi a una mujer de 55-60 años que me dijo: “¿Me prestas tu aspiradora? Rompí una maceta con una planta y no tengo con qué limpiar”. Yo, sorprendida, le dije que no tenía aspiradora (en verdad no tenía). Y ella, con una expresión ofendida, me respondió: “¿Y cómo renovaste el departamento sin una aspiradora?”. Le cerré la puerta sin decir nada. Seguí en un estado de consternación por un tiempo. Luego me enteré de que esa mujer no vivía en el edificio. Venía a uno de los departamentos para limpiar. Y se le había quemado la aspiradora, por eso decidió pasar por los vecinos: tal vez alguien le prestaba una. © Nataliia Smyrnova / Facebook

  • Estaba sola con mi hija de siete meses, mi marido se había ido a un viaje laboral. Tenía que cuidar la huerta, los gansos, las plantas de uva... Mi suegra vivía cerca, pero no me ayudaba nunca. Justo se me juntaron muchos pepinos. Conservé unos frascos de salmuera para mí, llamé a mi suegra y le dije: “Si quieres pepinos, yo te junto, ven a buscar”. Y ella me respondió: “¿Y si te llevo los frascos y tú haces la salmuera? Igual estás en casa todo el día”. © Оlesya Yilko / Facebook

  • Viajaba en metro. En una de las estaciones, subió una anciana y vino directo hacia mí. Exigió que desocupara el lugar. Le dije que no, ¡ya que a mi lado había dos asientos libres! Parece que su cerebro ya estaba programado: hay que encontrar una víctima joven y exigir algo. Solo que esta vez empezó a exigir antes de mirar lo que ocurría alrededor. © Milana Milana / Facebook

  • Una vez me llamó una amiga y preguntó: “¿Por qué venden el departamento que compraron hace solo un par de años?”. No lo podía creer, me mandó el enlace y resultó cierto: nuestro departamento estaba en venta con las fotos de las habitaciones en mala calidad y los armarios abiertos. Se resolvió cuando me enteré de que una vez a mi marido lo había visitado un amigo con su novia. Y mientras mi marido les preparaba café, ella recorrió todo el departamento sacando fotos con su teléfono, hasta sacó una foto de la cocina cuando mi marido no miraba. Me costó convencerlos de que quitaran el anuncio. Pero su argumentación fue de lo más extraña: que teníamos un departamento tan hermoso y ella había empezado a trabajar como agente inmobiliaria y solo quería ampliar la base de clientes. Y que después iba a convencernos de vender si encontraba compradores. © Natalia Osipenko / Facebook

  • Llevaba 8 meses de embarazo, viajaba en tren y ocupaba la cama inferior. Enfrente viajaba un anciano de 70 años. A la noche se subió una mujer de volúmenes extraordinarios. Tenía que ocupar la cama de arriba. Quería cambiarse con alguien, pero nadie lo hizo. Insistió en, aunque sea, sentarse en la cama de abajo, ocupando la mitad de esa cama. Soporté un par de horas y luego le pedí que se cambiara de lugar, ya que se me habían cansado los pies. Ella pasó a la cama del anciano y lo seguía molestando a él. Encima, todo el tiempo decía que no hacía falta pagar de más por la cama de abajo, ya que en todas las ocasiones la dejaban estar abajo. © Lidia Zhukova / Facebook

  • A la hora de pagar en el supermercado, si tengo el carrito lleno, yo siempre dejo pasar a las personas que llevan pocas cosas. Una vez se acercó una mujer con unos huevos y preguntó: “¿Me dejas pasar?”. Le dije que sí, que no había problema. Y ella empezó a llamar al marido, que venía con el carrito aún más lleno que el mío, y se puso adelante. Me quedé dura de tanto atrevimiento. Los corrí con las palabras: “Yo dejé pasar a la señora con una docena de huevos, no a una mujer tan atrevida”. La cajera también se sorprendió y nos dijo que pasáramos de a uno. Nunca había oído tantas maldiciones hacia mi persona... © Yelena Bonomanko / Facebook

  • Le prestamos a la vecina la tetera eléctrica por un día, mientras su cocina estaba en arreglo. Luego de 5 días, le preguntamos: “¿Nos puedes devolver la tetera?”. Y ella nos respondió: “¿Acaso se quedaron sin gas o no les anda la estufa?”. Casi tartamudeando, le dije: “Bueeeeno, en ese caso, te la regalo”. Me la devolvió en una hora con una expresión ofendida, como si yo le estuviera quitando SU tetera. © Sasha Shubina / Facebook

  • Me acuerdo de un conocido de mi juventud que ahorraba dinero para comprar una videocasetera. En grupo solíamos ir a distintas cafeterías y discotecas. Y siempre, cuando traían la cuenta, él decía: “Yo no tengo dinero, si saben que estoy juntando para la videocasetera”. Pero al mismo tiempo, siempre insistía en ir con nosotros, consumir igual y no pagar la cuenta. En un principio nos reíamos y pagábamos por él, pero en una ocasión otro amigo le aclaró que cuando una persona ahorra dinero, es un problema de la persona, ya que todos nosotros ahorramos para algo. O sea, si no tienes dinero, quédate en casa. ¡Se ofendió tanto! Nos acusó de ser tacaños y dejó de hablarnos por dos semanas; luego de ese tiempo, empezó de nuevo a querer ir con nosotros. © Zosya Zosya / Facebook
  • Estaba en la casa de maternidad, en mi habitación había tres chicas más. Mi marido me trajo pollo y algo más. Me fui con él para sentarnos en el banco al lado del hospital. Volví después de una hora y vi que de mi pollo solo habían quedado los huesos. Resultó que una de las chicas embarazadas “amaba el pollo grillado”. Fin de la historia. © Tursunova Nazgul / Facebook

  • Uno de estos días, mi marido estaba parado en un cruce de calles (en coche), y de repente se abrió la puerta del acompañante y un tipo intentó sentarse. A las preguntas de mi sorprendido marido, respondió que tenía que ir allí cerca, un par de minutos de viaje, que solo quería comprar una pizza. En un instante, fue echado para ir a comprar pizza en un autobús. © Elena Yakubova / Facebook

  • La vecina siempre le pedía cosas a mi mujer: una vez aceite, otra azúcar. Luego le pidió que se quedara con su hijo, ya que tenía que ir al hospital. Pero como resultó, ese día se fue de pícnic. De todas formas, nos negamos a quedarnos con el hijo. Pero sí caímos en otra ocasión con la bicicleta que nos pidió prestada. Le dije a mi mujer que la iba a romper. Ella se la prestó igual por amabilidad. La trajo rota. No volvimos a hablarle, obvio. © Dmitrii Korolkov / Facebook

  • El amigo de mi marido quería comprar un departamento con su esposa. Encontraron uno, cerraron el trato, pagaron la garantía. La dueña pidió dos semanas para desalojar. Ellos compraron puertas nuevas y un jacuzzi. Entonces llamó la dueña y dijo: “Mi psicólogo no me recomienda vender el departamento ahora, si no me voy a deprimir. Así que cambié de opinión”. Y la mujer de mi amigo le dijo: “Pero ¿sabe que entonces tendrá que devolver el doble de la garantía, no?”. Y la mujer se puso a llorar. Luego de un rato, volvió a llamar y dijo: “Hablé con mis padres y decidimos que les voy a vender el departamento, pero me quedo a vivir en una de las habitaciones”. Mi amigo estaba furioso y nosotros nos reíamos diciendo: “¡Tendrás que comprar un departamento con una esposa más de regalo!”. En definitiva, ella debió devolverles el doble de la garantía y nuestros amigos tuvieron que oír que eran estafadores y que engañaban a la gente. © Liudmyla Glushchevska / Facebook
  • Viajaba con mi marido en autobús, en un momento no quedaron más asientos. Subió una anciana con una chica joven, que por lo visto era su nieta. Con su experiencia, la anciana miró hacia los asientos buscando las caras de las personas que le parecían más educadas y amables. Se acercó y dijo: “Déjeme sentar que me cuesta estar de pie”. Ni siquiera dijo por favor. Mi marido se levantó y yo seguí sentada. La anciana volvió a hablar: “Señorita, déjeme sentarme al lado de la ventana”. Otra vez sin decir por favor. Yo no tenía ganas de discutir, me levanté y la anciana rápidamente se tiró al asiento de la ventana, al lado puso su bolso y llamó a la nieta mostrando que le había ocupado el lugar. La chica tampoco se sintió avergonzada, se acercó y tomó el asiento. ¿Crees que aquí termina la historia? Para nada. Mi marido y yo nos adelantamos por el autobús para pararnos en una zona más libre. Y tuvimos suerte: en la siguiente estación se bajó una pareja que ocupaba unos asientos aún más cómodos, donde había más espacio para los pies e incluso un estante para apoyar la carga de mano. Tomamos el asiento y se acercó esa chica, que era la nieta de la anciana, diciendo: “¿Podrían cambiarse de lugar con nosotras, ya que mi abuela tiene bolso y aquí hay más lugar?”. Nosotros le respondimos a coro: “No, no podríamos”. Intentó decir algo más, pero ya no la escuchábamos. Soy una persona atenta, pero nada justifica ser tan atrevido, ni la edad, ni los bolsos, ni otras circunstancias. © Anastomus / AdMe.ru

¿Y tú alguna vez te has encontrado con personas que al ser atrevidas se sienten felices?

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