Tomó una buena decisión al decirle a esta mujer que no cuando estaba con su amiga
“Necesito el vestido hoy”. Un texto sobre lo importante que es poner en su lugar a aquellos que no respetan los límites
—¡Oh, Lucía, hola! No pude comunicarme contigo. ¡Realmente necesito tus manos de oro! Hoy me voy al aniversario de mi hermano, quiero llevar mi vestido favorito, pero sin los tacones habituales, y es demasiado largo sin ellos. Hay que hacer un dobladillo, ¡literalmente 5 centímetros! —Una mujer desconocida, pero muy bien arreglada y hermosa, nos detuvo a mi amiga y a mí.
Fue el verano pasado. Había venido a mi ciudad natal a ver a mi madre, me escapé de la casa sin mis hijos, para que de una vez por todas pudiera caminar con mi amiga tranquilamente, charlar, reírnos, hablar sobre todas las novedades. Casi habíamos llegado al parque, donde íbamos a sentarnos sobre una manta a comer cerezas.
—Está bien, Claudia, te llamo mañana y hacemos el dobladillo —dijo Lucía con una sonrisa, y ya se iba dando vuelta hacia mí.
—No, no, Luci, no lo entiendes, ¡necesito terminar el vestido hoy! ¡Tengo que salir en 3 horas! —respondió la mujer en un tono muy confiado.
Lucía se quedó callada durante unos segundos, mirándome a mí. Yo estaba a punto de abrir la boca y explicarle a la mujer que Lucía no podía, pero a tiempo llegué a la conclusión de que no era asunto mío. Así que fingí que necesitaba mirar algo en mi teléfono.
—Hoy... no puedo —comenzó a decir Lucía con incertidumbre—, vino una amiga de lejos, hace mucho que no nos vemos. Lo siento, intenta ir al taller de costura.
—Pero ya estuve allí, no podrán terminarlo a tiempo, aunque pague el doble, alguien de ahí no fue a trabajar o algo se rompió, ya no me acuerdo. Además, una vez fui con ellos y me hicieron todo torcido. Así que me prometí no volver ahí.
Me quedé parada pensando en cómo esta dulce mujer había tomado de repente el tono equivocado y seguía insistiendo cuando le habían dicho directamente que no se podía en ese momento. Y en general, a un aniversario no te invitan 3 horas antes del comienzo, lo que significa que ella sabía desde hacía mucho tiempo que el vestido necesitaba un dobladillo; era culpa suya haber esperado hasta el final.
Lucía se quedó sospechosamente callada y pensativa.
—Claudia, no voy a hacer el dobladillo del vestido hoy, me comprometí a pasar el tiempo con mi amiga.
Claudia claramente no esperaba una respuesta así:
—Pero si vivo al lado, lo sacaré ahora, ya marqué dónde se tiene que hacer el dobladillo. —Dijo las últimas palabras más lentamente, dándose cuenta de lo que quería decir Lucía con su respuesta.
Y después, en un tono de amenaza, exclamó:
—¡Entonces así es como haces tu trabajo y tratas a tus clientas habituales!
Luego se dio vuelta y se fue.
Lucía suspiró y seguimos nuestro camino, pero, con tristeza, dijo:
—Acabo de perder a mi clienta más importante. Tal vez tendría que haber aceptado, eran solo 40 minutos de trabajo. ¿Me perdonarías si aceptara?
Yo caminé en silencio. Estaba orgullosa de mi amiga. Entendía perfectamente sus sentimientos. Ella vivía en un pueblo pequeño, trabajaba por dos personas, mantenía a sus niños, y ese trabajo a tiempo parcial le resultaba muy útil. Especialmente considerando el alto estatus de esa clienta. Pero qué importante es respetarse uno mismo y no inclinarse ante nadie, a pesar de las posibles ventajas, las buenas relaciones y los contactos, cuando te hablan en ese tono.
Por supuesto, el tema de nuestra charla de niñas fue reemplazado por la discusión de la situación:
—Ella siempre es así. Todo lo necesita urgente, rápido. Dijo que en el taller estaba dispuesta a pagar el doble para que lo hicieran, pero a mí nunca me lo ofrecería. Por supuesto, siempre me elogia, me da las gracias, pero nunca me paga un centavo de más. Y eso que es una señora bastante rica. Encima tiene una figura no estándar, compra cosas caras, pero casi siempre necesitan ser modificadas. Tuve suerte de tener una clienta así.
—Creo que hiciste lo correcto —dije—, especialmente considerando cómo te habló. ¡Ella no te aprecia en absoluto! Creo que no tuviste suerte tú, sino que fue ella quien la tuvo.
—No me aprecia, pero todas las prendas que hay que rehacer me las encarga a mí —respondió mi amiga con tristeza—. Sus pedidos eran los más frecuentes y costosos, y ahora perderé la mayor parte de los ingresos de mi trabajo de costura a tiempo parcial.
—¡Pero no perderás el orgullo, tu valor y tu respeto por ti misma! —respondí.
Continuamos nuestra caminata discutiendo lo importante que es ser uno mismo y priorizar lo que les transmitimos a nuestros hijos.
Tres días después, yo estaba en la playa y escuché la conversación de dos mujeres.
—Y ella se negó, ¿lo puedes creer? —dijo una de ellas indignada—. ¿Se encontró un hombre o qué? ¿Pero quién la va a mantener con los hijos? Antes siempre necesitaba dinero, y no se negaba. Bueno, es que también me acordé de ese vestido el último día. No me entró durante 3 años, y ahora resulta que perdí peso. Pensé que debería usarlo, ya que me combina con los ojos. Como resultado, fui en tacones, ya que no se hizo el dobladillo, estaba exhausta de bailar, mis piernas ya no son las mismas. Nunca más volveré a llevarle nada, ya que se hace la importante. Perdió a su principal clienta.
—Eres una tonta, Claudia, ¿con quién irás ahora? Lucía hacía todo de manera prolija, rápido y sin perder el tiempo, combinaba muy bien los colores y ajustaba todo a la perfección. Una vez en el taller me acortaron los pantalones de una manera que casi me vuelvo loca. Los tuvieron que rehacer tres veces para que me quedaran bien.
—¿Crees que ella es la única que se dedica a eso? Encontraré a otra —respondió Claudia.
“Oh, es la misma mujer”, pensé, “y bueno, es mejor que mi amiga no tenga clientas así. Como si le estuviera haciendo un favor arreglándole las cosas. Si nosotras, las mujeres especialistas, no nos apreciamos, entonces siempre tendremos esa actitud hacia nosotras mismas”.
Ya me había olvidado de toda esa historia. Pero tuvo una secuela.
Verano, volví de nuevo a mi ciudad natal. Estábamos sentadas con Lucía, tomando el té, y una clienta debía pasar a recoger algo, era algo común. Sonó el timbre y esa misma mujer estaba en la puerta. Casi me ahogo con el té cuando la vi.
—Lucía, gracias, como siempre, ¡me salvaste! Estoy tan agradecida de tenerte. ¿Cuánto es?
—6 dólares por la falda y 6 por la urgencia —respondió mi amiga.
¡Estaba encantada! Casi bailaba de satisfacción. La dama se fue.
—¿Qué fue eso? —pregunté—. Si la vez pasada esta mujer te estaba casi maldiciendo.
Resulta que un par de meses después de ese incidente, Claudia llamó y nuevamente pidió ajustar algo. Se comportó como si nada hubiera pasado, pero Lucía quiso hablar sobre el asunto.
Dijo que lamentaba no haberle hecho el dobladillo del vestido, pero que ese día una amiga era más importante que el trabajo, y que si Claudia hubiera hecho el encargo con anticipación, todo estaría bien. A lo que Claudia respondió con bastante calidez que estaba de acuerdo, que los amigos sí son más importantes, que ella entendía todo y que se había comportado bastante mal, y se dio cuenta de eso demasiado tarde.
—¿Y qué es el pago por la urgencia? —pregunté yo.
—Es que después de ese incidente, les dije a todos los clientes que si necesitaban hacer algo urgente, en menos de 2 días, entonces cobraría el doble. Y sabes, nadie se negó, ¡todos los que necesitan las prendas con urgencia pagan tranquilamente! Nuestra conversación sobre la autoestima me animó a actuar.
Qué contenta estaba de que mi amiga finalmente hubiera alcanzado un nuevo nivel. Ahora no le hacen un favor al elegirla a ella (y no al taller), ¡sino que ella hacía favores antes! Más de una vez estuve convencida de que en cuanto le muestras a la gente lo que vales y planteas límites personales, les dejas claro que no pueden comportarse mal contigo, no pierdes nada, solo ganas. Más respeto, más valor. Hasta llegas a sentirte diferente contigo mismo. ¡Se lo deseo a todos!
Genial.guru publica este texto con el permiso de la autora, la costurera Valentina Titovets.
Comentarios
Hay mucha gente igual de exigente que esta cliente
Muy buena reflexión.