¿Podríamos ser la PRIMERA civilización inteligente en el espacio?

Curiosidades
hace 1 año

¿Sabías que los humanos somos auténticos seres espaciales? Tú naciste en el espacio. Hasta yo nací en el espacio. Todos hemos nacido en el espacio. Pero, para que los humanos estemos aquí en la Tierra, tienen que haberse dado tantas condiciones que nuestra existencia es altamente improbable. Y sin embargo, existimos. En primer lugar, nosotros (y cualquier otra criatura espacial que pueda haber ahí afuera) tenemos que vivir en un planeta que orbite alrededor de una estrella blanca y amarillenta, no de una estrella roja o azul. No podría ser una estrella azul porque se queman demasiado rápido (en unos pocos millones de años) y no habría tiempo para que la evolución haga su magia relativamente lenta y produzca seres inteligentes. Las estrellas azules también tienden a hincharse y volverse rojas... ¡cuando colapsan y explotan! Esto hace muy improbable que una civilización pueda prosperar cerca de una estrella azul.

Las estrellas rojas, que son por lejos el tipo de estrella más frecuente, tampoco parecen buenas candidatas para que las civilizaciones inteligentes orbiten a su alrededor. Son tan frías y tenues que un planeta capaz de desarrollar una civilización debería orbitar muy cerca de ellas, cosa que lo expondría a una radiación de rayos X intensa y mortal. Así que, si bien las estrellas rojas son las más numerosas y parecen tener muchos planetas orbitando a su alrededor, no son una opción para albergar vida inteligente y civilizada como la nuestra. Eso nos deja con las estrellas amarillas, un 10 % del total. Antes de considerar la posibilidad de que haya vida inteligente alrededor de una de ellas, hay que tener en cuenta un hecho importante: la estrella amarilla debe ser una estrella de tercera generación.

Solo las estrellas de tercera generación cuentan con una diversidad química suficiente como para sustentar formas de vida avanzadas. Cada vez que una estrella explota, se crean elementos más pesados y complejos. La explosión expulsa estos elementos y terminan formando una nebulosa. Con el paso del tiempo, la gravedad dentro de la nebulosa forma la siguiente generación de estrellas, y así sucesivamente. Nuestros cuerpos necesitan calcio para el esqueleto y los dientes. Nuestro cerebro necesita zinc para ayudar a crear las señales electroquímicas que nos llevan a movernos, sentir y pensar. Nuestra sangre necesita hierro. Por lo tanto, nuestros cuerpos tienen que haberse formado alrededor de una estrella de tercera generación. Y debe ser amarilla.

Sorprendentemente, la Tierra tiene todos los elementos del universo, los 94 que se producen de forma natural, desde el hidrógeno hasta el plutonio. Quizá por eso estamos aquí. Y tenemos que agradecérselo a nuestro Sol enano y amarillo de tercera generación. ¿Por qué amarillo? Porque las estrellas amarillas arden de forma muy constante debido a la fusión nuclear, sin cambiar significativamente su brillo a lo largo de miles de millones de años. Si nuestro Sol se volviera un 6 % más brillante (o más tenue), la Tierra se volvería demasiado caliente o demasiado fría como para albergar vida civilizada. Afortunadamente, la Tierra se encuentra en la zona de habitabilidad que rodea al Sol. La zona de habitabilidad es la región donde puede existir agua líquida en un planeta. Pero eso nos lleva a la segunda condición necesaria para que haya vida inteligente en el espacio: ¡el propio planeta!

Unos estudios recientes con el telescopio Kepler han demostrado que un cuarto de todas las estrellas enanas amarillas podría contener planetas similares a la Tierra en su zona de habitabilidad. Esta cifra es discutible: podría ser tan solo una de cada 33 estrellas enanas amarillas. Pero siguen siendo muchos los planetas que orbitan alrededor de estrellas amarillas en zonas de habitabilidad. Pues bien, consideremos el segundo componente esencial para la vida inteligente en el espacio: el planeta. El planeta que podría albergar una civilización inteligente debe tener muchas características particulares que no son fáciles de conseguir por separado... y que son aún más raras de encontrar juntas. Lo más importante es que el planeta debe tener una protección contra la estrella que rodea.

Dado que las estrellas brillan por la fusión nuclear en sus núcleos, el gas de la capa externa del Sol, llamada corona, sale despedido hacia el espacio en lo que se denomina viento solar. Los satélites de los Estados Unidos realizan lecturas constantes de la fuerza del viento solar, que se compone principalmente de núcleos de hidrógeno electrificados (o ionizados) junto a un puñado de núcleos atómicos de los muchos otros elementos que se encuentran en el Sol. No es la atmósfera la que protege a la Tierra: es la magnetósfera la que detiene (o desvía) los peligrosos vientos solares. Esto genera auroras cuando el viento solar es atraído por los polos magnéticos de la Tierra, lo que electrifica el aire de la atmósfera superior como una bombilla fluorescente.

Sin una magnetósfera que lo rodee, cualquier planeta, incluso los que se encuentran en zonas de habitabilidad, sería tostado por una lluvia constante de núcleos de hidrógeno ionizados procedentes de su estrella. Un planeta con vida debe tener una magnetósfera lo suficientemente fuerte como para desviar los vientos solares, y no todos los planetas de nuestro sistema solar tienen una. Los gigantes gaseosos (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) tienen magnetósferas, pero no pueden albergar civilizaciones. De los planetas sólidos, solo la Tierra y Mercurio tienen magnetósferas, y Mercurio es demasiado débil como para detener el viento solar, debido a su cercanía al Sol.

Otro escudo protector que mantiene a la Tierra a salvo del Sol es su atmósfera. La atmósfera tiene un grosor de unos 483 km, y la mayor parte se concentra a solo 16 km de la superficie terrestre. Protege la vida en la Tierra, tanto de la radiación ultravioleta del Sol como de los rayos X. El ozono, que se compone de tres átomos de oxígeno unidos en una gran molécula de gas en la atmósfera superior, evita que la mayor parte de la radiación ultravioleta del Sol llegue al suelo. Marte, cuya atmósfera es 1000 veces más fina que la de la Tierra, no tiene ozono, y las emisiones ultravioletas solares han irradiado su superficie por completo. Un planeta debe ser capaz de detener la radiación ultravioleta de su estrella; en otras palabras, la composición específica de la atmósfera es crítica para que cualquier planeta tenga una civilización inteligente. Nosotros la tenemos, pero es una mezcla rara y precaria.

Una parte de la superficie del planeta debe ser sólida para que sea posible caminar y trabajar. En otras palabras, debe tener una corteza. Pensar en civilizaciones submarinas o flotantes en las atmósferas de otros planetas es pura ciencia ficción. La corteza de un planeta debe tener placas tectónicas que se muevan. Este movimiento crea la subducción de la corteza. La subducción se produce cuando una placa tectónica se desliza por debajo o por encima de otra, llevando materia fresca a la superficie. Esta renovación de las propiedades químicas del planeta impide el equilibrio químico, donde nada es reactivo. Los terremotos y los volcanes también contribuyen al proceso de renovación geoquímica. Así es: ¡los terremotos y los volcanes son buenos!

Por lo tanto, la subducción de las placas tectónicas es otro elemento planetario esencial para la vida. Marte no tiene actividad tectónica, tampoco Venus ni Mercurio. Mercurio es una gran placa tectónica, así que no presenta actividad continua de placas, más allá de alguna ligera contracción. Una gran razón por la que estos planetas no tienen vida es que no hay reactividad geoquímica en ellos, ya que no presentan una subducción tectónica. Y eso nos lleva a la Luna. Sí, la Luna. Decir que la Luna nos mantiene con vida puede parecer exagerado, pero la contribución de la Luna a la vida en la Tierra es esencial. En primer lugar, la gravedad de la Luna al desplazarse por el espacio junto a la Tierra no solo hace que las mareas oceánicas fluyan y refluyan, sino que además contribuye a que la rotación de la Tierra agite el magma en su interior.

El movimiento del magma dentro de la Tierra, con su alto contenido metálico, colabora en la creación de la magnetósfera terrestre. Así que la Luna nos mantiene a salvo en el espacio ayudando a la Tierra a convertirse en un geodínamo y creando nuestro magnetismo. La Luna es el satélite más grande del sistema solar en relación con el planeta que orbita. Muchos consideran que el sistema Tierra-Luna es un planeta doble, ¡pero ese es otro tema! Otra cosa que hace la Luna para asegurar la vida en la Tierra es mantener la Tierra estable. Como está gravitacionalmente unida a la Tierra, actúa como un poste para un equilibrista. Gracias a ella, la Tierra no se tambalea mucho en comparación con otros planetas. Este bamboleo se conoce como libración. Si la Tierra se tambaleara tanto como Marte o Saturno, nuestro clima se volvería caótico y la agricultura sería imposible.

Estas circunstancias astronómicas raras o únicas colaboran para que la Tierra sea habitable. Hay muchos otros aspectos no astronómicos a considerar, como los factores evolutivos, biológicos y químicos necesarios para que la vida exista en la Tierra. ¡Las probabilidades, o improbabilidades, se multiplican! Considerando todo esto, tenemos mucha, mucha suerte de estar aquí. ¡De hecho, tenemos tanta suerte que puede que nos hayamos sacado la lotería! Si consideramos todas las posibilidades, es dudoso que cualquier otro lugar del universo sea tan afortunado como la Tierra.

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