Por qué los marineros preferían pasar hambre antes que comer pescado
“¡Iou, jou, iou, jou, una vida de pirata para mí!”. Permíteme interrumpirte. Si crees que ser un pirata o un marinero en los viejos tiempos era genial, te diré la cruda verdad: no era una vida donde cantabas canciones y te embarcabas en viajes épicos por los siete mares para encontrar la fuente de la juventud o cuevas llenas de oro... De hecho, estar en el mar todo el tiempo no era tan genial, y tengo cinco razones de peso para demostrártelo. ¡Vamos a sumergirnos! ¡La broma fue intencional! Imagina esto. ¡Estás muy entusiasmado! Has estado esperando a que llegara este día, y por fin es oficial. Vas a convertirte en un verdadero marinero. El capitán te dice que te prepares: al día siguiente zarparás en un viaje que durará unos seis meses, si tienes suerte... Porque las tormentas y las sirenas podrían complicar las cosas. Empacas unas pocas cosas.
Detengamos esta fantasía por un instante, aquí viene el problema número uno. Cuando hablo de empacar pocas cosas, me refiero a la ropa que llevas puesta. Los marineros solo tenían un juego de ropa que casi nunca lavaban durante el viaje. Creían que la suciedad y la grasa los protegerían de los vientos y las lluvias. Bien, regresemos a la fantasía. Te despides de tu familia y te diriges al puerto, donde te espera tu nuevo hogar. Uno de los miembros de la tripulación te da la bienvenida en la cubierta y te enseña dónde vas a dormir. Esto te lleva a dudar de tu elección de convertirte en marinero. Después de verlo, tienes la certeza de que no vas a tener una experiencia de hotel de 5 estrellas.
Bueno, ese es el segundo problema. Los barcos estaban llenos de gente. En esos tiempos, los marineros debían vivir en esas condiciones, tanto si trabajaban para alguien de la altura de Cristóbal Colón como si no. La Niña y la Pinta fueron dos de los barcos de Colón y los mejores veleros de su época. Sin embargo, esto no cambiaba el hecho de que eran tan pequeños que los hombres no tenían lugar para dormir. Lo que nos lleva al tercer problema. Dormir unos junto a otros en una cubierta donde apenas podían moverse no era muy bueno para la salud de los marineros. Y bajar para escapar de los ronquidos de sus compañeros no era una opción, ya que allí no había aire fresco. Además, siempre podías encontrar una rata, así que despídete de la higiene personal. En caso de que te preguntes cómo llegaban las ratas allí, esas pequeñas polizonas son muy buenas nadadoras.
Además, los marineros estaban en el mar sin importar la estación o el clima. A menudo pasaban frío y estaban mojados, cosa que no los ayudaba a mantenerse sanos y fuertes. Hablar de la salud nos lleva al problema número cuatro: la comida y el hambre. En aquel entonces, los marineros no tenían sus propias minineveras con diferentes tipos de condimentos, como los compartimientos que tienen los cruceros de lujo actuales. Tenían que ingeniárselas para almacenar suficiente comida y que les durara meses o incluso años. Por esa razón, las opciones eran limitadas. Claramente, no era nada parecido a la comida de los chefs con estrellas Michelin. Una de las comidas más frecuentes en los barcos era la carne salada, que no era tan masticable como podrías imaginar, o las galletas marineras, también conocidas como “láminas de acero” o “castillos de gusanos”. Y hay una razón para todos estos apodos creativos.
Una galleta marinera era básicamente una mezcla de agua y harina horneada en forma de galleta y con sabor a cartón. Eran duras como ladrillos, y la única forma de comerlas era ablandarlas con agua. Si tan solo los marineros pudieran mojarlas en su té de la tarde, ¿cierto? A veces, estas galletas de mar seguían siendo extremadamente densas. En ese caso, los marineros debían golpearlas con sus puños para romperlas en trozos más pequeños y poder comerlas. Mientras las galletas se mantuvieran secas, rara vez se echaban a perder. Los marineros podían seguir comiéndolas después de un año, si es que les quedaba alguna. Pero la mayoría de las veces era muy difícil mantenerlas secas dentro de los barriles de madera. Además, se llenaban de insectos que dejaban pequeños agujeros. Sin embargo, los tripulantes seguían comiéndolas de todos modos. ¡Hay que sacar alimento de algún lugar!
A estas alturas, ya te habrás dado cuenta de que no había frutas ni vegetales en la dieta de los marineros. Esto provocaba una carencia de vitaminas en muchos de ellos. ¿Has visto esos piratas y marineros desdentados de las películas? ¡Sip! Todo se debe a la mala alimentación. Y las galletas duras como el hierro probablemente tampoco ayudaban. Sin embargo, cuando los marineros se quedaban sin comida, no tener una dieta equilibrada era probablemente la menor de sus preocupaciones. En los viejos tiempos, un viaje podía durar mucho más de lo previsto debido a las condiciones meteorológicas. Podía no haber vientos que empujaran el barco, o una poderosa tormenta podía sacudirlos, y las olas y el agua podían destruir las reservas de alimentos. Cuando se daban estas situaciones, no era raro que los marineros se quedaran sin comida.
Podían lanzar la red al océano y pescar algo, ¿no? Pero los marineros no comían pescado, ni siquiera en casos extremos. Muchos capitanes lo mencionaban en sus cuadernos de bitácora, que eran básicamente los diarios de los capitanes. El problema no era que los marineros no pudieran conseguir pescado. De hecho, pescaban muchos tipos de peces con sus redes, pero debían devolverlos todos al mar. Durante la época de las exploraciones, Antonio Pigafetta mencionó en su diario que la tripulación de su barco pescaba una cantidad increíble de peces, pero no comían ninguno. También agregó que 40 de los marineros perdieron la vida. Naturalmente, los marineros sabían que solo los peces venenosos eran peligrosos. Por eso, preferían comer los peces que conocían. Pero hasta un atún bien cocinado podía ser venenoso, y tuvieron que aprenderlo por las malas.
Sin embargo, no es que no tuvieran ningún método para revisar el pescado. Por ejemplo, los marineros españoles les ponían monedas de plata. Si cambiaban de color, consideraban que esos peces eran venenosos y por lo tanto no comestibles, así que los arrojaban por la borda. Otros marineros colocaban el pescado en la cubierta para ver si las moscas u otros insectos se daban un festín con él. Si no se posaban, era venenoso. Si los insectos aparecían, lo consideraban seguro para comer. El problema de comer pescado en mar abierto se remonta al siglo VII a. de C. Los curanderos imperiales de la antigua China sabían que comer pescado era la razón por la que algunos marineros perdían la vida, pero no podían demostrar que fuera venenoso. El misterio siguió sin resolverse hasta el siglo XIX. En 1886, un médico cubano descubrió por fin que algunos peces tenían veneno en sus tejidos y músculos, a pesar de que se consideraban una especie segura para el consumo.
En realidad, ese tipo de veneno se encuentra en el plancton. Algunos peces pueden comerlo sin verse afectados y lo almacenan dentro de sus cuerpos. A medida que crecen, la cantidad de veneno aumenta con ellos y no desaparece por mucho que se cocine el pescado. Si aún crees que la vida de un marinero en el pasado suena emocionante, este quinto problema te convencerá de lo contrario. Supongamos que logras llevarte bien con tus compañeros, mantenerte limpio y sano y comer regularmente. Pero siempre existía el riesgo de que te atrapen los piratas. Y ellos no pedían las cosas amablemente. Si no querías acabar como comida para los tiburones, debías izar la bandera blanca y unirte a ellos. No es la carrera que estabas planeando, ¿cierto? ¡Buena suerte fregando cubiertas por el resto de tu vida!