Probé cómo me vería según los estándares de belleza de distintas épocas y ya no me percibo igual

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hace 4 horas

Los estándares de belleza no son un invento moderno. Incluso hace siglos ya existían criterios específicos para definir qué se consideraba atractivo en una mujer. Lo curioso es que muchas de esas exigencias del pasado hoy nos parecen, como mínimo, extrañas. Por eso decidí retocar mi foto con Photoshop para ver cómo me vería siguiendo los ideales de belleza de otras épocas. Y debo admitir que hay versiones de mí que no olvidaré tan fácilmente.

Grecia y Roma antiguas

Tanto los griegos como los romanos consideraban que unas cejas pobladas y unidas eran una muestra de belleza femenina. Si una mujer no las tenía naturalmente, se las dibujaba con kohl (un cosmético elaborado con hollín o minerales molidos). Algunas incluso se pegaban pelo de cabra para lograr ese efecto. Este ideal puede observarse en un fresco de Pompeya del siglo I.

Otro rasgo valorado era el tono pálido de la piel. Esa blancura noble indicaba que la mujer pertenecía a una clase alta y no necesitaba trabajar al aire libre, pudiendo quedarse en casa. Para ocultar el bronceado, muchas se aplicaban tiza en el rostro. También usaban antimonio para las pestañas y arcilla roja en labios y mejillas. Las pecas no estaban de moda, así que se eliminaban con remedios hechos a base de caracoles.

Siglo XIV

Durante el final de la Edad Media, especialmente en los siglos XIV y XV, las mujeres consideradas realmente hermosas eran aquellas con piel muy pálida y una frente alta. El vello facial se veía como algo vulgar, por lo que muchas se afeitaban la frente y se depilaban las cejas, aunque algunos lo desaprobaban.

Para que la piel luciera aún más blanca, se usaba harina o cosméticos con plomo (aunque estos últimos eran peligrosos para la salud). Si bien existían delineadores y sombras, algunas mujeres preferían no maquillarse. En los retratos de la época, se nota que labios y mejillas apenas se distinguen del resto del rostro, y los ojos no están resaltados.

Italia del Renacimiento

Durante el Renacimiento en Italia, la piel clara, las frentes amplias y las cejas finas seguían siendo el estándar. Se consideraba que una frente despejada y con la línea del cabello alta no solo evidenciaba nobleza, sino también inteligencia. Al mismo tiempo, el uso del maquillaje aumentó un poco: se coloreaban las mejillas y los labios en tonos rosados. La mujer ideal debía irradiar juventud y salud, y no parecer agotada. Se consideraban atractivos los cuerpos con curvas suaves: brazos y piernas carnosos, caderas amplias, un vientre visible y un rostro ovalado.

Siglo XVI

En el siglo XVI, la verdadera referente de la moda y símbolo de belleza era Isabel I. Muchas mujeres nobles soñaban con parecerse a ella. Como la reina tenía una piel alabastrina y labios rojos intensos, las damas se aplicaban una base hecha con albayalde (blanco de plomo) mezclado con vinagre, y pintaban los labios con cinabrio.

Para eliminar pecas y manchas, usaban cosméticos que contenían azufre, trementina y mercurio. Estos ingredientes dañaban seriamente la piel: la volvían grisácea y la llenaban de arrugas. Para disimular ese deterioro, muchas se aplicaban clara de huevo, que dejaba el rostro liso y blanco como el mármol. Para dar un efecto de piel translúcida, incluso llegaban a dibujar venas falsas en el rostro. Además, delineaban los ojos con kohl (una mezcla de hollín, antimonio u otros minerales molidos).

Siglo XVII

Durante la era de los Estuardo (siglo XVII e inicios del XVIII), se consideraba bellas a las mujeres con rostro ovalado o redondeado, papada pronunciada y ojos ligeramente saltones. Incluso si una dama no cumplía del todo con estos rasgos, los pintores de la corte solían suavizar sus facciones al retratarlas.

El uso del maquillaje era común, aunque dañino: muchas mujeres ya lucían envejecidas a los veinte años. La belleza ideal tenía una boca pequeña con labios carnosos y presumía hoyuelos en mejillas y barbilla. Para aclarar la piel, se usaba una crema a base de tiza molida, clara de huevo y vinagre. Esto dejaba el rostro tan rígido que se evitaban las risas por miedo a que la “máscara” se agrietara. El rubor se aplicaba con papel teñido de rojo, y los labios se humedecían con jugo de frutas.

Siglo XVIII

En el siglo XVIII, la belleza femenina ideal tenía frente lisa, mentón redondeado y prominente, nariz pequeña y labios carnosos color coral. Para lograr esta apariencia, el maquillaje era indispensable. La piel se blanqueaba con albayalde, y labios y mejillas se teñían con pigmentos a base de cinabrio.

Las damas nobles aplicaban el rubor con amplias pinceladas, desde las comisuras de los ojos hasta los labios. Las cejas debían tener forma de media luna con puntas finas y definidas. Sin embargo, el uso de plomo en los cosméticos hacía que muchas mujeres perdieran sus cejas, por lo que recurrían a cejas postizas hechas con piel de ratón. Las “moscas” —pequeños lunares artificiales de tela negra— seguían de moda desde el siglo anterior, ya que resaltaban el contraste con la piel pálida.

Época de la Regencia

Durante la Época de la Regencia (finales del siglo XVIII e inicios del XIX), la belleza natural comenzó a valorarse más. Aunque el bronceado aún se consideraba vulgar, las mujeres ya no intentaban blanquearse la piel de manera extrema. En lugar de albayalde, se usaban polvos elaborados con almidón de maíz o talco, muchas veces teñidos con colorantes naturales para igualar el tono de la piel.

En ese tiempo, se popularizó todo lo relacionado con el Antiguo Egipto. Por eso, muchas mujeres oscurecían sus cejas y pestañas con hollín o corcho quemado mezclado con aceite. Los labios y mejillas se coloreaban sutilmente con productos hechos de carmín, cártamo o madera de sándalo rojo, combinados con polvos blancos. Además, se consideraba atractivo que la mujer tuviera algo de sobrepeso, ya que esto indicaba que no trabajaba y podía darse el lujo de comer bien.

Época Victoriana

En la segunda mitad del siglo XIX, durante la era victoriana, las mujeres nobles y bien educadas trataban de ocultar que usaban maquillaje. Se valoraba una figura delgada y romántica, piel enfermizamente pálida, labios intensos y un leve rubor que simulaba fiebre en las mejillas. Para conseguir este efecto, se aplicaban discretamente polvo y color rosa en pómulos y labios.

Algunas incluso coloreaban los lóbulos de las orejas. Para acentuar aún más la palidez, dibujaban venas en el rostro con lápices especiales y luego las difuminaban suavemente. Esta moda de blancura enfermiza desapareció a principios del siglo XX, cuando los médicos empezaron a recomendar baños de sol como medida para mejorar la salud.

Cabe destacar que en siglos pasados, las mujeres no solo recurrían a todo tipo de trucos para mantenerse atractivas, sino también para cumplir con las normas básicas de higiene.

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