Qué pasará si no le levantas la voz a tu hijo durante 2 semanas

Psicología
hace 3 años

Según las investigaciones, si a un niño se le grita seguido, se volverá agresivo, retraído e inseguro. Y a los padres tampoco les favorece mucho: más estrés diario equivale a una peor relación familiar. Por eso, cualquier adulto, tarde o temprano, se hace la pregunta: “¿Es posible comunicarse con el niño en igualdad de condiciones, evitando gritar y enojarse?”.

Un día, después de otra pelea con mi hijo de 4 años, Micah, me di cuenta de que no quería volver a levantarle la voz. Él es un niño inteligente e independiente, y estaba segura de que, si en mi condición de adulta, aprendía a contenerme, habría muchas menos peleas y ofensas en nuestra vida.

Entonces, armada con los consejos de los psicólogos, decidí firmemente mantenerme calmada y anotar todo lo que sucedería en 2 semanas. Exclusivamente para los lectores de Genial.guru, contaré cómo me fue y las situaciones que ambos tuvimos que atravesar.

Me tomé el asunto en serio y, antes que nada, averigüé lo que los especialistas les aconsejan a los padres como yo

Así se veían los atributos de la nueva vida: un recordatorio y una tabla.

Hay cientos de consejos, por lo que inmediatamente descarté los banales tipo: “Suelta tu enojo” o “Imagínate en el lugar del niño”. Traté de elegir solo aquellos que podría poner en práctica inmediatamente.

Finalmente, decidí escuchar las siguientes recomendaciones.

  • Permitir que el niño evalúe mi progreso: entregarle unas pegatinas que pueda pegar en una boleta de calificaciones especial, si considera que lo había tratado con suficiente respeto ese día.
  • Hacer una tabla de ira en la que anotaría cuándo le grité a mi hijo y por qué.
  • Cuando sientas ganas de gritar, susurra.
  • Cuando sientas que no podrás contener las ganas de gritar, cuenta 10 segundos antes de comenzar a hablar.
  • Buscar las señales de ira (puños cerrados, crujir de dientes, sonrojo) y, al detectarlos, guardar silencio hasta que el estado se normalice.
  • En lugar de gritar, aplaude. Parecía extraño y, al mismo tiempo, tan simple, que no pude evitar sentir curiosidad.
  • También hice un recordatorio para los primeros días: dibujé un icono de megáfono tachado en el dorso de mi mano.

Una nota importante: establecí para mí misma la condición de que no reemplazaría los gritos por ningún método negativo alternativo. Por ejemplo, amenazas.

Decidí no comenzar el lunes, sino el jueves, porque de lo contrario, habría un riesgo de posponerlo indefinidamente

Día 1. Pasó de lo más bien. Me sentía alentada por los cambios que se avecinaban, estaba feliz de controlar mi comportamiento y no levanté la voz ni una vez. Pero, como esperaba, nada iba a ser tan sencillo.

Micah pensó en su propio recordatorio. Lo dibujamos con un inofensivo marcador lavable.

Día 2. Micah notó el recordatorio en mi mano y me pidió que también le hiciera uno. “Por ejemplo, para que no les tire de las orejas” (tiene ese hábito que a nosotros, sus padres, nos saca de quicio). Se lo dibujé. Cuando, al intentar jalarle la oreja a su papá, se detuvo por primera vez, comenzó a llorar y a frotarse la mano, repitiendo: “¡¿Por qué acepté esto?! ¡¿Por qué se me ocurrió?! ¡¿Por qué quise empezarlo?!”. Al escuchar sus lamentaciones y tratando de mantener la calma, en mi cabeza me hacía las mismas preguntas.

Días 3 y 4. El sistema de evaluación el comportamiento de la madre, en nuestro caso, no funcionó. Aparentemente, está diseñado para niños más grandes. Micah ni siquiera intentó comprender la esencia de la evaluación, solo le gustaba pegar las pegatinas.

Día 5. Comenzaron las dificultades. Micah empezó a permitirse mucho más lloriqueo sin causa. Tuve que introducir una regla: “Seguiré tratando de evitar los gritos si tú lloriqueas menos”. Funcionó. Comenzó a decir con calma sus demandas y las quejas que antes solía decir en tono lloroso, chirriante y lastimero, y también comenzó a percibir mejor las palabras tranquilas (por ejemplo, juntó los juguetes a la primera solicitud).

Juntar los juguetes ahora ha dejado de sacarnos de quicio a ambos.

Día 6. Micah comenzó a burlarse un poco. Hacía alguna travesura y enseguida me indicaba que comenzara a contar hasta 10. Las primeras veces fue gracioso, pero luego empezó a irritarme. Le pedí que no lo hiciera más. Hizo caso. Pero, por alguna razón, dejé de usar el método.

Día 7. El séptimo día, noté que comenzó a haber mucha menos ira, gritos y lloriqueos en nuestra vida. Mis gritos se redujeron a una fuerte pronunciación de su nombre. Pronto, eso fue reemplazado por el aplauso.

Esto es lo que pasa cuando escribes en cursiva y no miras el cuaderno.

Día 8. La primera falla seria durante todo este tiempo: Micah trajo su primera tarea a casa. Me senté delante de sus cursivas como una madre amable y dispuesta a enseñarle a cualquiera a mantener la calma en cualquier situación, y me levanté de la mesa como una mujer desequilibrada con manos temblorosas. Qué puedo decir: las cursivas de los niños no son una prueba para débiles.

Día 9. Regresó el remordimiento de antes, por lo que dormí muy mal, y en el noveno día me levanté rota, me resultó más difícil controlarme.

Día 10. Comenzaron los primeros días absolutamente libres de cualquier clase de gritos. Mi marido, que debido al trabajo no podía observar regularmente lo que estaba sucediendo, dijo que los cambios en el comportamiento del niño eran evidentes a simple vista.

Día 11. Un detalle interesante: mi hijo aprendió a dialogar, con recelo, pero comenzó a llegar a acuerdos, empezó a preocuparse por lo que queríamos nosotros, y de vez en cuando hacía preguntas como “¿Les importa si enciendo el aire acondicionado?” o “¿No quieren algo rico?”, (usó exactamente esas palabras). Me sentí abrumada por un entusiasmo sin precedentes.

Micah está feliz de demostrar que no le importa compartir cosas ricas.

Día 12. Recién ahora, finalmente utilicé el consejo de reemplazar el grito por un susurro. Trataba de explicarle a Micah por qué no había que decirles a los extraños que huelen mal, y él rodaba su carrito por su rodilla y parecía no escucharme en absoluto.

En otros tiempos, comenzaría a gritar para llamar su atención. Pero, esta vez, reduciendo las palabras al mínimo, las susurré al oído de Micah. Fue mucho más efectivo que cualquier grito, porque inmediatamente se involucró en la conversación (también en un susurro), hizo algunas preguntas sobre la comunicación con extraños. Y no volvimos a tener ese tipo de situaciones desagradables.

Día 13. Preparándome para resumir los resultados finales, inesperadamente volví a descontrolarme. Micah se negó a intentar andar en la bicicleta por la que nos había suplicado durante un mes, y fue tan extraño e incomprensible para mí que comencé a gritar.

Después de esto, a pesar del remordimiento, por un largo tiempo no pude dejar de sentirme enojada. Los síntomas de la ira, que ya sabía cuáles eran, no me soltaban. Creo que en la maternidad a veces es de vital importancia delegar la autoridad. Siendo que este tema despertaba a la bestia que había en mí, dejé que Micah lo discutiera con su padre, conmigo lejos de allí.

Día 14. Puede parecer que la experiencia no fue exitosa debido a mis dos recaídas, pero yo creo que fue un verdadero éxito. Aunque solo sea porque he aclarado momentos importantes para mí.

Lo que he aprendido

  • Si algo en el comportamiento del niño me ha molestado, lo más probable es que vuelva a suceder, así que no se puede dejar esos momentos sin atención.
  • Si terminaste gritando, es importante disculparse a tiempo.
  • El comportamiento del niño es un reflejo de nuestra actitud hacia él, y estas no son palabras vacías.
  • Antes de la introducción de las nuevas reglas, levantaba la voz en una conversación con Micah alrededor de 12 veces. Él mostraba la misma inestabilidad emocional, y alrededor del 80% de sus pedidos y reacciones a las prohibiciones terminaban en lloriqueos.
  • Ahora casi no tengo que levantar la voz (sucede una vez cada 4 o 5 días). Micah también se volvió mucho más tranquilo, aprendió a reaccionar sabiamente a las cosas que no le gustan, y el lloriqueo aparece en nuestras vidas una vez cada 1 o 2 días. Estoy bien con eso.

Estoy muy contenta de, finalmente, haber introducido la regla de no levantar la voz en nuestra vida, porque significó un cambio en mi vida de madre que simplemente no habría logrado por otros métodos.

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