Qué son esas flechas gigantes de hormigón que atraviesan los EE.UU.

Curiosidades
hace 9 meses

Ring, ring: tu paquete ya está aquí. Lo pediste ayer desde el otro lado del país, pero solo ha tardado un día y medio en llegar. No es como en el siglo XIX, cuando el correo se entregaba a caballo. En aquella época, todo el proceso tardaba hasta 10 días, y no es las cartas vinieran de otro continente. Los hombres de la frontera eran el servicio postal. Se subían a sus caballos y recorrían el tramo necesario. Teniendo en cuenta la distancia, que podía ser de miles y miles de kilómetros, la abarcaban en un tiempo sorprendentemente corto. Pero los métodos han cambiado. Hemos llegado al siglo XX, y ahora eres un piloto.

Estás de camino a tu destino y comienza a oscurecer, pero aún sigues a miles de metros del suelo. Tal vez sea el momento de aterrizar, no puedes ver nada. Además, estás empezando a quedarte sin combustible. Si tuvieras que hacer un aterrizaje de emergencia en este momento, las cosas podrían ponerse difíciles ahí abajo. Estarías en un territorio extraño, y no sabes qué cosas raras podrías encontrar. Algunos de tus compañeros lo han intentado, y... no fue una gran idea. Cuidado con esa... ¿sombra? Incluso si quisieras volar de noche y con poca visibilidad, no sería una buena idea. Verás, cuando trazas una ruta, te orientas a partir de ciertos puntos de referencia. Esa montaña que tienes frente a ti te resulta familiar, pero cuanto más te acercas a ella, más comprendes que te equivocaste. Tampoco es que el clima ayude. Finalmente te detienes. Las cartas que llevabas irán en un tren, donde viajarán el resto de la noche. Una vez que amanezca, será hora de que otro piloto vuelva a llevarlas al cielo para acelerar el proceso.

Todo este calvario lleva mucho más tiempo del que debería para que el correo llegue a todo el país. Las personas ya están esperando en la puerta de sus casas con los brazos cruzados y caras de mal humor. Aún falta mucho para la llegada de los radares, así que las grandes mentes se pusieron a pensar: ¿qué tal si mejoramos el proceso con unas enormes flechas en el suelo? De este modo, los pilotos sabrían siempre adónde deben dirigirse. Sobre ellas, unas torres podrían funcionar como faros de luz. Ahora los pilotos podrán volar de noche y no tendrán que depender de montañas ambiguas para saber dónde están. Las flechas iban desde Nueva York hasta San Francisco, ¡había unas 1500! Las torres tenían 15 m de altura, y sus luces giraban mientras parpadeaban cada 10 segundos. Las flechas también eran bastante grandes, de unos 15 a 21 m de largo. Estaban pintadas de amarillo brillante para que fueran fáciles de ver. Podías ver una de ellas cada 5 u 8 kilómetros.

¡Cuando el clima ayudaba, era posible ver las luces procedentes de los faros desde una distancia de hasta 16 kilómetros! Y debajo de ellas había otro grupo de luces rojas y verdes. Parpadeaban en código morse para que los pilotos supieran exactamente de qué torre se trataba. Acaba de pasar lo peor: ¡uno de tus motores está fallando! Estás preparado para esto: más adelante hay un campo de aterrizaje creado para este tipo de situaciones. A lo largo de la ruta de las flechas, encontrarás uno de estos campos de aterrizaje intermedios con luces intensas y giratorias cada 35 kilómetros. Si bien esas luces eran menos frecuentes, eran más potentes que las del otro tipo. ¡Podías verlas a una distancia de hasta 120 km! Pero la tecnología siguió mejorando, al punto de que las luces de las torres normales se volvieron tan intensas que se veían hasta a 64 km con un clima despejado. Por esa razón, solo hacía falta una torre cada 16 km.

Después llegaron las emisoras de radio de cuatro direcciones. Todo lo que un piloto necesitaba era un receptor de radio, unos auriculares y una carta náutica. Las flechas pasaron a ser cosa del pasado. Dentro del avión, el piloto escuchaba las señales auditivas para comprobar si seguía en el camino correcto. En poco tiempo, la radio opacó todo lo demás. Los pilotos tenían todo: orientación, información meteorológica y hasta señales de radiofaro. Con la comunicación en código morse, doblaban a la derecha cuando escuchaban un código específico y a la izquierda si oían otro diferente. Un tono constante indicaba que podían volar en línea recta. Sin embargo, en ocasiones, las montañas hacían rebotar las señales de radio y llevaban a los pilotos a rumbos completamente diferentes. Por supuesto, esto resultaba en un avión varado en algún lugar. El LORAN (que significa “navegación de largo alcance”) orientaba mejor al piloto. Estas estaciones fueron instaladas por todo el Atlántico y el Pacífico.

Dos estaciones diferentes, situadas a gran distancia entre sí, emitían una señal al mismo tiempo. Y con la ayuda de otras dos estaciones que también emitían señales, podías averiguar la ubicación de un avión. Es un trabajo de 4 estaciones. Dicho esto, LORAN tenía una gran debilidad: las tormentas eléctricas. En pocas palabras, si un avión estaba en medio de una tormenta, era como si nunca hubiera existido. La última torre de flecha no se apagó sino hasta 1973. ¡Funcionó durante mucho tiempo! Hoy en día, aún puedes ver algunas flechas de aquel entonces. Ya no están pintadas de amarillo brillante, son solo grandes flechas de hormigón. La mayoría se perdió durante la remodelación de algunas ciudades de los Estados Unidos. Hay una al oeste de Phoenix, Arizona. Era el faro 33 de la vía aérea de Los Ángeles a Phoenix. La flecha ha desaparecido, pero una parte de la torre sigue allí, aunque en mal estado. Hay unas diez en California, y el resto están repartidas por todo el país.

Pero retrocedamos unos años, antes de las flechas y la radio. Alrededor de 1910, cuando los pilotos volaban valiéndose exclusivamente de sus habilidades, trazaban su ruta a partir de puntos de referencia. Solo se atrevían a volar durante el día y a poca altura. Sin embargo, en la década de 1920, comenzaron a aventurarse a volar de noche, e incluso más lejos de lo que estaban acostumbrados. Pero como los puntos de referencia eran casi imposibles de reconocer por las noches, recurrieron a la astronomía. Intentaban leer las estrellas para saber dónde estaban. Contaban con la ayuda de algunas herramientas, pero tampoco era un método muy eficaz, y la mayoría de las veces seguían perdiéndose. Y las turbulencias no ayudaban: en lugar de leer una estrella, miraban otra completamente distinta e incorrecta. Sin contaminación lumínica y con tantas estrellas para contar, era demasiado fácil perderse en el cielo. Un avión se mantiene en el aire porque sus alas tienen una forma que hace que el aire se mueva más rápido sobre la parte superior del ala. Y como el aire se mueve más rápido, su presión disminuye. Esto significa que hay menos presión en la parte superior del ala que en la inferior. Esta diferencia es la que eleva las alas y el avión.

Inclinar el avión es trabajo del alerón. Debes bajar el alerón del ala que quieras subir y subir el del ala que quieras hacer bajar. El cabeceo es lo que lleva al avión a subir y bajar cuando los elevadores de la cola del avión son ajustados por el piloto. Bajarlos hará que la nariz del avión baje, y subirlos hará que suba. La guiñada es lo que lleva al avión a girar. Este es el trabajo del timón. Si lo haces girar, el avión rotará a la izquierda o a la derecha. La nariz siempre apunta en la misma dirección que el timón. La próxima vez que estés en un vuelo comercial, podrás seguir tú mismo el movimiento y saber qué está haciendo el piloto. Aunque no del todo: esa cabina que tienes frente a ti esconde montones de mecanismos y sistemas complicados. Si quieres saber cómo funciona, quizá sea el momento de que te anotes a una academia de vuelo. ¡Puede que algún día vueles lo suficientemente rápido como para romper la barrera del sonido!

Los pilotos que hacen esto literalmente rompen las ondas sonoras que se forman delante y alrededor del avión. El aire se acumula y se comprime delante del vehículo, lo que genera una onda de choque que el avión debe atravesar. Cuando lo hace, se desata un ruido realmente fuerte, una explosión sónica, producto del cambio repentino de la presión del aire. El Concorde era un avión comercial demasiado caro para una persona normal. No solo rompió la barrera del sonido, sino que además podía viajar hasta 5 veces más rápido.

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