Trabajé como camarera durante 3 años y puedo contar algo que le interesará a cualquier comensal
Mi nombre es Tatiana, soy una de las autoras de Genial.guru y quiero compartir contigo detalles interesantes sobre mi trabajo anterior. Dicen que la experiencia se forma de aquellas acciones que nos hacen decir: “eso es exactamente lo que no tenía que haber hecho”. En mi caso, hubo de sobra de este tipo de experiencias. Cuando cursaba el segundo año de la universidad, el hombre que amaba me dejó, y entonces, creyendo que aquello era el fin de la vida y una tragedia universal, abandoné el estudio. Después de un par de semanas, la cordura volvió, y me di cuenta de que mis padres me matarían si se enteraban de lo que había hecho. Tenía que encontrar un trabajo con urgencia, y entre todas las opciones, la profesión de camarera me pareció la más atractiva.
Rachel McAdams trabajó en un McDonald’s, Sandra Bullock fue camarera en un restaurante de Manhattan, y Kate Winslet preparaba sándwiches. Así que no es nada terrible, me decidí y conseguí trabajo en una de las pizzerías más populares en el corazón de mi ciudad. Me imaginé que sería como Rachel, de la serie de televisión Friends: me sentaría en el sofá, charlaría con mis amigos, y de vez en cuando, tomaría pedidos. Supe lo mucho que me había equivocado cuando llegó mi primer día y accidentalmente volqué una taza de cacao en el plato de panqueques salados de un cliente y, batiendo temerosamente las pestañas, hice la brillante pregunta: “¿se lo reemplazo o así está bien?”,
Especialmente para Genial.guru, hablaré sobre todas las ventajas y desventajas de este trabajo, y también daré respuestas a las preguntas que se hacen muchas de las personas que suelen comer afuera.
¿Es cierto que los camareros comen las sobras de los clientes, estropean los platos de los comensales más desagradables y beben en el trabajo?
Sobre este tema hay un chiste gracioso: un cliente le hace señas a un camarero y le pregunta: “¿Es verdad que ustedes se comen lo que nosotros dejamos?”. Y el camarero le responde: “No, ustedes comen lo que dejamos nosotros”.
En realidad, en la cocina siempre había un registro muy estricto de todos los productos, y cámaras de seguridad en todas partes, así que, comer algo rico era de lo más complicado. En cuanto a los platos que los clientes pidieron y no comieron, había varias variantes del desarrollo de los eventos.
Si el plato ni siquiera había sido tocado, toda la brigada podía comerlo en la cocina con la conciencia tranquila. Todos los productos que los clientes no terminaban de comer se colocaban en un cubo separado, y al final del turno, se los dábamos a los vagabundos y a los necesitados de la calle. Los alimentos cuya fecha de vencimiento estaba por expirar se repartían entre todos y podían llevarse a casa. En mi trabajo, este era uno de los bonos más agradables.
En las películas muestran todo el tiempo cómo un camarero ofendido escupe el café de un cliente maleducado o hace algo peor. En la vida real, nunca vi algo así en mi trabajo. La existencia de las cámaras de seguridad convertía esta clase de deseos de venganza en una aventura muy peligrosa, que amenazaba con un despido.
Sí, había clientes cuyo carácter podía describirse con una sola frase: “Camarero, si esto es café, entonces quiero un té, y si es un té, quiero café”. Pero todos entendíamos perfectamente que cada cliente representaba nuestro trabajo y nuestro dinero, fuera como fuera. Así que, lo máximo que nos permitíamos era hablar sobre los sujetos especialmente desagradables a sus espaldas o hacerles un gesto de enojo. De nuevo, a sus espaldas. Porque el cliente siempre tiene la razón. Incluso cuando no la tiene.
Pero también hubo casos en los que a los clientes los esperaban hallazgos extremadamente desagradables. Por ejemplo, un cabello en la sopa, un pequeño hueso en la ensalada o un clip de papel en la pizza.
Nos daban de comer gratis, pero no la comida del menú. Usualmente, se designaban por turnos un par de personas que cocinaban para todo el equipo. Siempre era algo sencillo, como una sopa, papas con salsa o simplemente una ensalada.
Si alguien de la brigada celebraba su cumpleaños, bien podíamos beber una copa de vino o champán en la cocina y luego seguir trabajando. Había momentos en que, debido a la fatiga extrema o a algunos clientes especialmente malhumorados, podíamos añadir un poco de alcohol a nuestra bebida y tomarla con la expresión más imperturbable.
Un turno de 12 horas (y, a veces, de 16) parado podría terminar agotando a cualquiera, y los camareros muchas veces restauraban sus fuerzas con la ayuda de bebidas energizantes o café mezclado con Coca-Cola. No es bueno para el corazón, por eso los remedios más populares del botiquín de los primeros auxilios eran el extracto de valeriana y otros calmantes.
¿Cuál es el castigo de los camareros por los platos rotos y la comida estropeada?
Durante mi trabajo en la pizzería, sucedieron muchas historias diferentes con todos los camareros. Hemos dejado caer la pizza, nos hemos quemado con platos calientes, nos hemos cortado los dedos, hemos confundido las órdenes, hemos derramado bebidas en los panqueques, hemos roto toda una bandeja repleta de platos.
Hubo un caso en que una de las camareras se quedó dormida justo en el mostrador de la entrega de los platos, ya que había pasado la noche anterior en el turno en una discoteca. El cocinero, queriendo despertarla, puso una tabla de madera con pizza caliente justo enfrente de ella muy bruscamente, haciendo que la pizza saliera volando de la tabla y cayera sobre la joven. Eso sucedió frente a todos los comensales. Por cierto, la joven recibió quemaduras bastante graves y, después de ese caso, ya no volvió a quedarse dormida en el trabajo.
Para la felicidad de los camareros, existía una cosa llamada “cancelación”: si arruinabas un plato, solo te descontaban del costo de los ingredientes que llevaba. Y muchas veces era bastante poco.
Nuestras obligaciones no se limitaban a servir los platos y limpiar la vajilla sucia. Ayudábamos a otros empleados, hacíamos los batidos de leche, las bebidas calientes y los zumos frescos, envolvíamos los cubiertos en las servilletas y corríamos a la tienda si algún producto se necesitaba con urgencia y no había tiempo para esperar la entrega.
Con el tiempo, muchos camareros se hacían su propia clientela. El que llevaba más tiempo trabajando, muchas veces se permitía ser perezoso o elegir solo las mejores mesas para atender. Realmente existía una especie de “derecho de piso” en este sentido.
¿Qué era lo más agradable y lo más difícil de mi trabajo?
La profesión de camarero es bastante interesante. Te comunicas con mucha gente completamente diferente, aprendes a ser amable y bien predispuesto en cualquier situación, te mueves mucho y nunca pasas hambre.
Era agradable ver que, bajo la influencia de una comida deliciosa, un ambiente acogedor y una buena compañía, la gente se relajaba, sonreía más y hasta se veía más bella. Lo notábamos todo. Cuando un hombre le hacía una propuesta de matrimonio a su novia, escondiendo el anillo debajo de una hoja de lechuga en su plato, cuando se concretaba un negocio; cuando el esposo, viendo las ganas con que su mujer miraba su pasta con tocino, le daba la mayor parte de su porción a ella.
La pizzería siempre estaba llena de vida y no sabíamos lo que era el aburrimiento.
Por otra parte, hay personas que siguen considerando que los camareros son unos simples sirvientes y los tratan sin el menor respeto. John Green, el autor de la novela Bajo la misma estrella, escribió que una persona puede ser juzgada por la forma en que trata a los secretarios y a los camareros. A veces tenía que repetir mentalmente, como si fuera un mantra, que el cliente siempre tiene la razón, para no responder a sus groserías. Afortunadamente, estas situaciones no eran frecuentes.
Al principio, me sorprendía mucho el hecho de que casi todos en el equipo fumaran. Un mes después, yo misma encendí un cigarrillo. Y no porque disfrutara particularmente de fumar. Teníamos un salón y una gran terraza, y en el verano, la pizzería siempre estaba atestada de gente. Colas interminables, clientes hambrientos esperando sus órdenes, personal nervioso. Salir a fumar era casi la única oportunidad de descansar unos minutos de toda esa locura. Y quien no fumaba, seguía trabajando. Pero como yo solo necesitaba el cigarrillo como excusa para tomarme un pequeño descanso, en cuanto hube terminado de trabajar en la pizzería, me despedí fácilmente de este mal hábito.
Pero lo más difícil era el hecho de que los camareros teníamos prohibido sentarnos si había por lo menos un comensal en el salón. Al final del turno, mis piernas quedaban muy cansadas, y lo único que quería cuando llegaba a casa era meterlas a una palangana con agua helada. Los tres años de trabajo en la pizzería me causaron venas varicosas con las que sigo lidiando hasta el día de hoy.
Me gradué de la universidad, después encontré una trabajo de mi especialidad. Pero no me arrepiento de nada, porque haber trabajado de camarera se convirtió en una buena experiencia para mí, y me fortaleció como persona. Ahora, al llegar a cualquier establecimiento, sigo teniendo el hábito de evaluar la coherencia del trabajo del personal, presto atención a muchos detalles y, a veces, suspiro con melancolía un: “En cambio, nosotros...”.
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