Trabajé muchos años como asistente de vuelo y quiero compartir mis increíbles historias

hace 2 años

Carolina es una exasistente de vuelo. Ahora tiene 51 años, y 28 de ellos los dedicó al trabajo en aviones. Hoy en día tiene un blog, donde comparte vívidos recuerdos de su empleo y los secretos de su profesión, y donde también compara la realidad actual y la del pasado. Se considera a sí misma en broma una “asistente de vuelo jubilada”, pero incluso los blogueros jóvenes envidian su forma de narrar historias.

Genial.guru no ha podido parar de leer las historias de Carolina y, con su permiso, quiere publicar las más jugosas aquí. Bienvenido a bordo.

En casi todos los viajes había alguien muy importante. Y trataba de solucionar todos los problemas con la pregunta “¿Sabes quién soy?”

No le dejan saltarse la fila para ir al baño: “¿Sabes quién soy?”. No quedó más pollo: “¿Sabes quién soy?”. Se terminaron las mantas: “¿Sabes quién soy?”. Solo hay una autoridad a bordo: el comandante. Luego está el copiloto, el capataz y el resto de la tripulación. Todos los demás son iguales, lo que significa que se les atiende dentro de las reglas y las oportunidades establecidas.

“Haré que te despidan” es la segunda etapa de “¿Sabes quién soy?”. Las razones son las mismas: no consiguió algo, no se le permitió deambular por la cabina durante el despegue, cortaron en seco un intento de armar un escándalo. Mis colegas y yo éramos “despedidos” así en casi todos los vuelos. Y a veces, ante personas especialmente insistentes, nos “despedíamos” nosotros mismos, es decir, cambiábamos de lugar. El que tenía que ser “despedido” se iba a la cocina, y otro iba al salón y anunciaba: “Listo, puede quedarse tranquilo, ya no trabaja aquí”. Después de estas palabras, el “despedidor” inmediatamente mostraba una sonrisa de felicidad y se calmaba.

Clase ejecutiva de la discordia

Es muy cómodo volar en clase ejecutiva. Un asiento amplio, pasillos anchos, el pasajero descansa y disfruta del servicio y de la comodidad. Pero el precio de estas condiciones también es acorde. Es por eso por lo que algunos de los lugares de la clase ejecutiva a veces están vacíos. Y esto atrae como un imán a pasajeros de la clase económica que no son demasiado propensos a la modestia.

  • Apenas te das la vuelta y ya está sentado. “Me sentaré aquí un poco, me siento mal”, pone los ojos en blanco demostrativamente, respirando con dificultad. Si sucede antes del despegue, entonces decimos que, bueno, llamaremos a un médico. Y ¡vaya milagro! Inmediatamente se cura y termina tan sano que casi salta de regreso a su lugar.

  • A veces aparecen los “derechistas”. “No está ocupado, tengo derecho. ¿Qué diferencia hace?”. Una vez más: si el avión todavía está en el suelo, y en respuesta a la persuasión y a las llamadas al orden el “derechista” solo muestra más y más agresión, llamamos a la seguridad. Si estamos volando, seguimos insistiendo hasta la victoria.

  • Siempre vuelo en clase ejecutiva. Me dijeron que no había boletos, pero veo que está libre aquí”. Estas personas argumentan que no quieren romper la tradición.

  • Otros afirman que pagaron o arreglaron “con quién era necesario”, o que son amigos de las autoridades.

  • Los hay dóciles, pero insistentes. Durante el vuelo, pueden hacer varios intentos de embestida. De vez en cuando fingen estar dormidos, roncan, piensan que nos darán pena y no los despertaremos. Y cada vez dicen: “Sí, sí, lo entiendo, lo siento”.

  • Y también sucede esto: en el vuelo hay toda una familia. El padre está en clase ejecutiva y el resto en económica. Si hay lugares vacíos cerca del papá, entonces definitivamente habrá un asalto. Los niños son los primeros en atacar. Luego avanzan los mayores. Si los auxiliares de vuelo deciden compadecerse y permitir, por ejemplo, que un niño se quede en clase ejecutiva, el padre comienza a exigir el mismo servicio de primera clase para su hijo. Y entonces ya, ¡bienvenido a la clase económica de nuevo!

Hubo un tiempo en que un niño podía volar solo y, a veces, esto causaba muchos problemas a los auxiliares de vuelo

Como regla general, los familiares acompañan y reciben al niño, pero a bordo, el pequeño pasajero está bajo el cuidado de los asistentes de vuelo. En la época en la que incluso un teléfono en una casa era una rareza, los niños eran enviados de esta manera con mucha frecuencia. Además, nadie le avisaba a la tripulación de antemano. Las niñas y los niños simplemente eran llevados de la mano hasta la puerta de embarque. Nos ponían ante una situación: aquí están los permisos de los padres, aquí está el boleto, aquí están los otros documentos, ¡buena suerte! Y había que agradecer si solo había uno, pero ¿y si eran varios? ¿Y si eran muy pequeños? Después de todo, no solo enviaban a niños más grandes, sino también a los que tenían 3 o 4 años.

Un caso fue especial. Trajeron a una niña de unos 6 años, nos entregaron una pila de papeles y nos dijeron que debíamos llevarla al aeropuerto de una ciudad pequeña. En esa época no había ni Internet ni teléfonos celulares. Se suponía que la recibiría su abuela. Pero ella no vino. No había nada que hacer, así que decidimos llevarla nosotros a su pueblo. Nos acercamos a la casa, gritamos: “¡Abran! Trajimos a su nieta”. Y en respuesta nos dijeron: “¿¿¿Qué nieta???”.

La dirección resultó ser incorrecta. Nadie nos esperaba en esa casa, así como en todo el pueblo en general. Caminamos, llamamos a las puertas y preguntamos. Todo fue en vano. ¿Qué podíamos hacer? Volvimos. Al final, la niña tuvo que ser devuelta a la ciudad de salida.

Todos los pasajeros tienen sus propias rarezas

Entregamos comida. La dieta es ligera: té, café, huevos revueltos o cazuela a elección. La gente se decide rápido. Pero entonces llega el turno de un misterioso hombre de mediana edad. Está en silencio, pero por la mirada está claro que quiere algo. Repetí el menú y me contestó: “En realidad, por si no lo sabías, ¡empiezo todas las mañanas con dos vasos de leche! ¡Sírveme!”.

Sí, teníamos leche, pero como aditivo para el café o para el té y, por lo tanto, en un volumen bastante modesto. Todo esto se lo dije, por supuesto. Y hasta le prometí servirle la leche si, al finalizar el servicio, quedaba algo. El hombre estuvo de acuerdo, pero no quiso tomar nada más.

Se acabó el servicio. Y con él prácticamente se terminó la leche. Sin embargo, alcanzó para un vaso para el señor. Pero no para el segundo. Y este hecho enfureció a nuestro pasajero. El hombre estalló en un monólogo furioso, cuya esencia era “Expresé claramente que necesitaba dos vasos”. Sí, y también trató de irrumpir en la cocina durante la mayor parte del vuelo, exigiendo más leche. Estuvo todo el viaje tirando de la cortina.

Una pasajera imperturbable

Pasó en los años 90. En ese momento, las comidas a bordo se servían en platos reutilizables. Poníamos los alimentos de los recipientes en los platos, los colocábamos en varias filas encima del carrito y con todo esto nos dirigíamos al salón. Esto es importante en esta historia.

Una vez, tuvimos a una pasajera cuyo rostro se borró de mi memoria. Pero sí recuerdo que tenía el cabello batido. ¡Muy batido! Estábamos pasando por los pasillos, distribuyendo la comida, y el avión temblaba. De repente hubo una corriente de aire, y una lluvia de arroz cayó directamente sobre la cabeza de esa pasajera. En respuesta a esto, la mujer, en lugar de indignarse, simplemente cerró los ojos y permitió que mis manos temblorosas quitaran convulsivamente al menos una parte de granos de su cabello. Uf, menos mal...

Pasados ​​20 minutos, salimos con otro carrito. ¡Y la situación se repitió exactamente igual! Otra corriente de aire, y el arroz nuevamente voló hacia el cabello de la infortunada mujer. Me dije que, ahora sí, definitivamente era el fin. Pero no. Al igual que la primera vez, la dama bajó los párpados de forma imperturbable, y yo nuevamente saqué el arroz de su cabello. Pero, por supuesto, no todo. Y ambas lo entendíamos.

Ejercicios a prueba de paciencia

A los pasajeros se les ocurren todo tipo de cosas. ¿Qué tal un calentamiento justo al lado de la cara de alguien? ¡Fácil! ¿Y si ese rostro es el de la azafata? Mejor. Cómo sucede todo: por lo general, durante el vuelo, entre los procesos de trabajo, los auxiliares se quedan en sus asientos. De repente, de la nada, frente a su rostro se materializa y comienza... la rotación de la pelvis: yyyy uno, yyyy dos, tres, cuatro, cinco, uno, dos, tres, cuatro. Ahora en la dirección opuesta: yyyy uno, yyyy dos... Ahora balanceamos las piernas: uno, dos, tres, y así sucesivamente. Apenas tienes tiempo para esquivar.

Cuando se le pedía al pasajero que no hiciera esto frente a mi cara, generalmente había un desconcierto sincero, algo como “¿Qué tiene de malo?”. Así que lo que funcionaba mejor era el método del espejo. Invitaba al desconcertado a sentarse en mi lugar, y yo misma comenzaba a realizar las piruetas que él o ella había estado haciendo hacía un minuto. Después de eso, nos reíamos juntos.

El proceso de trabajo con las porciones

Nuestra aerolínea operaba con el límite más bajo permitido por las normas de las raciones. Por lo tanto, nos traían agua y jugos que apenas alcanzaban. Y había que servir este preciado bien a ojo y con mucho cuidado. Literalmente medido por milímetros. Si servías un poco más a alguien al comienzo del salón, tendrías que sonrojarte frente a alguien al final. Aunque terminábamos sonrojándonos incluso sin eso. La norma del jugo era de 100 gramos, aproximadamente la mitad de un pequeño envase con popote que se vendía en las tiendas.

Los pasajeros estaban perplejos. Uno de cada dos pedía más. Uno de cada cinco no creía que servirle más fuera imposible. Y uno de cada veinte armaba un escándalo por eso. Por cierto, el agua era menos popular. Muchos la rechazaban. Y por eso a menudo nos ayudaba cuando el asunto de los jugos se ponía de punta. “Lo siento, no podemos servirle más jugo. El volumen es limitado. ¿Le traigo un poco de agua?”. Solo unos pocos aceptaban esa alternativa.

Para los que no alcanzaron a verlos, así lucían los tazones de compota reutilizables.

Una vez, el hijo de un jefe de aviación muy influyente estaba en nuestro vuelo. No había mucha gente en el primer salón, así que se desparramó cómodamente solo en tres asientos. Servimos el jugo. Me tocó a mí darle al joven la porción regulada. Él vació el vaso de un sabroso trago y pidió más. A lo que siguió mi cortés negativa, una explicación sobre la cantidad limitada y una propuesta de traerle agua como alternativa. A esto, el hijo del muy influyente sujeto dijo que no quería agua, y ya a mis espaldas me preguntó con sentimiento: “¿Sabes quién es mi padre? ¡Llegaré y le contaré todo!”.

En resumen, me di la vuelta y le dije honestamente que sí sabía quién era su papá y que era muy deseable que le contara sobre esta situación. En respuesta, la ofendida descendencia arrojó el vaso vacío en un asiento cercano y dio vuelta la cara con resentimiento. Luego, sin embargo, comió y bebió sin problemas. Y, por supuesto, no hubo consecuencias.

Todos los artículos calientes se entregaban a bordo en cajas de hierro con cacerolas en el interior, y comprobábamos el peso a ojo

Nos traían la comida en cajas de hierro como esta.

Hasta que no estabas seguro de que más o menos todo estaba bien, no reaccionabas a la persuasión del representante de la empresa y no firmabas los papeles. ¿Firmaste el papel? Listo, el sujeto se disolvía sin dejar rastro. ¡Chao, chao, chicas!

Si nos equivocábamos, determinando incorrectamente a ojo la cantidad de comida traída, y firmábamos los papeles, entonces la diversión comenzaba ya en el aire. Dado que nosotros mismos colocábamos la comida en los platos, y hasta dividíamos nosotros la carne y medíamos la guarnición, lográbamos que algunas porciones terminaran acercándose a la norma, pero reduciendo otras.

Sin embargo, cuando una cantidad significativa de porciones resultaba en números rojos, la situación se volvía completamente deprimente. Una de mis colegas una vez dejó pasar una falta de peso considerable. No fue a propósito. Las cacerolas superiores estaban llenas en un par de cajas y las inferiores estaban vacías. Como resultado, tuvimos que darles nuestras porciones a los pasajeros. Y durante 8 horas, toda la tripulación estuvo con el estómago vacío. Y como estábamos volando lejos de casa, nadie tenía comida propia encima.

Lo recuerdo y pienso que todos debimos haber parecido perros hambrientos ese día, porque hacia el final del vuelo, incluso pasábamos unos instantes viendo a los pasajeros, que estaban cenando despreocupadamente. Y también echábamos miradas enojadas a la colega culpable, y ella seguía diciendo: “Chicos, por favor, no me miren así, tengo miedo”.

Antes no se requería que los asistentes de vuelo limpiaran la cabina y los baños

Ahora se han introducido nuevas reglas: después del aterrizaje y la salida de los pasajeros, los auxiliares de vuelo deben recoger la basura que queda en la cabina, a veces usando un cepillo y una pala, así como “verificar la limpieza de los baños” y, si es necesario, volver a equiparlos.

Afortunadamente, en toda mi carrera no tuve que enfrentarme a tal situación. Hubo muchos otros momentos agradables, pero la limpieza era tabú. ¿Taparon el inodoro o ensuciaron el baño en su mayor parte? Bueno, este se cierra hasta el final del vuelo. ¿Ensuciaron otro? No hay problema, también lo cerrábamos. Para mostrar la escala de la tragedia, simplemente describiré la imagen que se presentaba regularmente ante mis ojos y los de mis colegas antes del cierre de otro baño.

Inodoro obstruido. Bueno, esto era más o menos comprensible: descargaban basura, papel, pañales y toallas sanitarias. Y listo, baño cerrado. Pero si solo fuera eso. Ya que mencionamos las toallas... no sé qué tenían en mente sus dueñas, pero las pegaban dondequiera que fuera posible: en el espejo, en los compartimentos técnicos, en el inodoro, detrás del inodoro. También había pañales, servilletas, papel higiénico usado. Parecía que el compartimento de la basura era invisible, así que se usaba cualquier otro lugar.

Una vez, tuvimos que cerrar 4 baños de 5. Y los cerramos de una manera divertida, uno tras otro: 5, 4, 3, 2. Y cada cierre era avisado por el altavoz. Primero se anunciaba el hecho, luego se explicaban las razones, después se solicitaba tener más cuidado, no tirar basura, usar los compartimentos especiales. Pero nada servía.

La gente, por supuesto, se indignaba. Decía: “¡¿Quién puede haber hecho esto?! ¿Acaso no tiene vergüenza?”. Se miraban los unos a los otros con reprobación. Y eso era todo. Los baños continuaron cerrándose uno tras otro. Como resultado, en un vuelo al que le quedaban otras 3 horas de viaje solo quedó un baño para 280 personas. Telón.

Después de leer las historias de los vuelos de los años 90, ¿en qué crees que ha avanzado la aviación?

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