16 Historias de vida que demuestran que no todos los vecinos son unos monstruos con un taladro

Historias
hace 3 años

Estamos acostumbrados al hecho de que los vecinos son la encarnación del mal universal. Hacen ruido, gritan y no nos dejan descansar los fines de semana. Pero al mismo tiempo, nos olvidamos de que nosotros también somos los vecinos de alguien, y que nuestras acciones habituales también pueden ser un inconveniente para otras personas. Esto nos inspiró a crear una recopilación increíblemente buena, que rompe todos los estereotipos sobre las personas que viven junto a nosotros.

Genial.guru te ofrece sumergirte en las historias de los usuarios de "Pikabu", y de las comunidades "Habitación N° 6" y "Oído por ahí", que demuestran que la mayoría de los vecinos son, en realidad, buenas personas.

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Hace un par de semanas, mis vecinos comenzaron a hacer reparaciones. Una mañana, comenzaron a perforar una pared y me despertaron. Iba a ir a discutir con ellos, salí del departamento y en la manija de mi puerta vi una bolsita con un chocolate.Todas las mañanas me dejaban una tableta de chocolate como compensación por las molestias ocasionadas. Y hoy, en lugar del chocolate encontré una invitación a la fiesta de finalización de las reparaciones. No todos los vecinos son malos.

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Llevo un estilo de vida saludable, pero esta noche me comí a escondidas medio kilo de ravioles. Me dio tanta bronca que rompí a llorar, y fui a la cinta de correr para quemar todo lo que había metido dentro de mí. La cinta está en mi balcón. Salí, y vi en una ventana de enfrente a la vecina que, con lágrimas en los ojos y chocolate en la cara, hacía sentadillas. Nos saludamos con la mano.

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Alguien tiene vecinos con taladros, y yo tengo un vecino con karaoke. Los días de la semana trabaja, llega tarde y casi no se lo ve. Pero los fines de semana se relaja, y entonces tenemos un concierto de karaoke. Pero... ¡estrictamente hasta las 23:00! Algunas veces, el vecino me llama al móvil y me pregunta si su canto no me impide a mí y a mis hijos descansar. Siempre respondo que no, que su karaoke no nos molesta. Nos acostamos tarde y mis hijos cantan junto con él. A veces hasta me pregunta qué canciones nos gustaría escuchar, así que tengo música a pedido sonando desde abajo.

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En nuestro edificio hay un balcón compartido. Allí, salimos a fumar mi vecino y yo, a veces nos encontramos, intercambiamos frases triviales. En un rincón del balcón hay un frasco para las colillas de los cigarrillos, que puso mi vecino. Hace un par de meses comencé a notar que si yo no vaciaba el frasco a tiempo, comenzaban a aparecer muchas colillas a su alrededor. Todo bien, yo lo limpiaba y vaciaba el frasco, no me resultaba difícil. Por cierto, fumo mucho menos que mi vecino. Ayer salí y volví a ver que el frasco estaba lleno, con un montón de colillas alrededor. Comencé a recogerlas con una bolsa, hacía mucho frío, el abrigo se me llenó de ceniza. Entonces le escribí una nota a mi vecino: "¡Querido vecino! Por favor, respete la limpieza del balcón común. Gracias por su comprensión". Y dejé la nota en la manija de la puerta del balcón. Después de un rato, salgo a fumar, y la nota no está. Hoy me esperaba esto.

"¡Querida vecina! Admito mi culpa, prestaré más atención y seré más cuidadoso de aquí en más. Le pido disculpas y espero que acepte estos Raffaello en son de paz. ¡No volverá a suceder!".

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Con mi compañero de cuarto todas las noches hacemos una carrera silenciosa para ver quién se dormirá primero, porque los dos roncamos. ¿Por qué creen que escribo esto a las 3:00 de la mañana? Porque hoy perdí.

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Salgo de mi departamento. Una mujer y un niño de unos 4 años suben por la escalera. Él se detiene, se vuelve hacia ella, levanta la cabeza y dice: "Mamá, quiero saludar". Ella: "Bueno, saluda". El niño se vuelve hacia mí, me mira tímido, inseguro. Decido ayudarlo.

-Hola -digo.

-Hola -dice él.

-¿Cómo estás?

El niño continúa:

-Bien. ¿Vas a pasear?

-Sí, iré a caminar un poco. ¿Tú ya has dado un paseo?

-Sí, ya paseé. Ahora me voy a la cama.

Se da vuelta y con una cara de satisfacción continúa subiendo la escalera. Se cansó el hombre, se fue a dormir.

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Hace dos años nos mudamos a un barrio tranquilo en el centro de la ciudad. Es un edificio acogedor, tranquilo y sin problemas. Mi esposo estiró una cuerda entre los árboles, y pusimos a secar la ropa. Llegamos a casa tarde por la noche, y la ropa no estaba. Nos sentimos mal, por supuesto, pero no íbamos a llamar a la policía por un par de sábanas y remeras. En la mañana vino una vecina con nuestra ropa seca y bien doblada. Dijo que había comenzado a llover, así que decidió guardarla.

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Con una amiga alquilamos un departamento. Un día regresamos a casa de un concierto y descubrimos que la puerta estaba abierta. Entramos con los peores pensamientos, creyendo que nos habían robado. Pasamos a la sala de estar, y vimos que en el sofá dormía nuestro vecino, un hombre común, casado, con hijos. En nuestras caras se congeló una pregunta muda. Lo despertamos, y resultó que iba a su casa y vio que las puertas de nuestro departamento habían quedado entreabiertas, llamó, pero no había nadie en casa. Decidió esperarnos, pero se durmió viendo la televisión. Le agradecimos por mucho tiempo.

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En nuestro edificio vive una buena persona. El Wi Fi de su departamento no tiene contraseña. Y la velocidad es buena. Se llama "Úsalo". Así que prácticamente tengo Internet gratis. Pero un par de veces al día el punto cambia el nombre a algo como: "Descansa un poco" o "Lo siento, debo trabajar", "Hasta las 22:00". Y aparece una contraseña. Dios mío, adoro a esta persona, y solo espero el momento en que el nombre del Wi Fi cambie por un número de móvil o el número del departamento para agradecerle.

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Vivo en la calle más maravillosa del mundo. No solo nos decimos "hola" con los vecinos, sino que nos volvimos amigos. Tenemos chats de vecinos, nos damos cosas, intercambiamos entradas para ir al teatro y cosas así. Cuando tuve que hacer reparaciones, pedí una agujereadora tres casas más allá y me la prestaron sin problemas. Hablamos tanto con las abuelas como con los jóvenes. A las abuelas intentamos ayudarlas con lo que podamos; por ejemplo, a una el fin de semana pasado le pintamos las paredes del dormitorio, a otra le llevamos un montón de alimento para los gatos sin hogar que ella alimenta. Una especie de nuestro propio pequeño comunismo, que todo ese mal universal ya nos tiene cansados.

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Todo el mundo conoce los chistes sobre el hijo/ hija del amigo de la madre. Y nosotros tenemos al padre de la vecina. El padre de la vecina pasea todos los días con el bebé, el padre de la vecina baja y sube el cochecito del bebé por las escaleras, el padre de la vecina cuida a la nieta. ¡Un abuelo genial!

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Una vez, los trabajadores que cambiaron la tubería del alcantarillado me dejaron en el piso un agujero tan grande que podía pasar el brazo entero y saludar a los vecinos de abajo. No teníamos dinero para taparlo enseguida, así que vivimos con el agujero durante varios días. Una vez estaba en el baño y oí que el vecino de abajo también entraba, después de un tiempo comenzó a maldecir en voz baja, llamó a su esposa, pero ella le dijo que el papel higiénico se había terminado, que solo tenía un periódico. Pensé que debía ayudar, le ofrecí el mío; no dijo que no. Le pasé medio rollo por el agujero. Así nuestras familias se hicieron amigas. El agujero ya lo hemos tapado.

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Cuando me siento triste y sola, de camino a casa me compro un globo con helio. Un día volvía del trabajo con mi globo. Antes de abrir la puerta de entrada de mi departamento, pensé que en un rato otro globo más se estropearía sin haber alegrado a nadie, así que decidí atarlo a la manija de la puerta del vecino, un jubilado solitario que piensa que vivo golpeando las paredes. Presioné su timbre y me oculté en el silencio de mi departamento. Aproximadamente una hora más tarde, me sonó el timbre, abrí y encontré un pequeño pastel. ¡No me quedó ni una gota de tristeza!

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Soy una adolescente. Cuando comenzó el verano, decidí comenzar a cuidarme, y todas las tardes salía a entrenar, siempre a la misma hora, de 18:00 a 19:30. Llegó el otoño, me enfermé y falté a un entrenamiento. Una noche me sonó el timbre. Abrí y vi a mis vecinos. Me dijeron que habían visto que no fui a entrenar, se preocuparon y llamaron a mi madre para averiguar qué me había pasado. Ella les contó que me había enfermado. Después, me entregaron un paquete con remedios y fruta, y se fueron. Me sentí muy bien. Y ahora tengo la certeza de que las buenas personas todavía existen.

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Vivo en un edificio viejo. La entrada siempre está terriblemente sucia, no hay luz, no se limpia. Al departamento de al lado se mudó una joven de unos 23 años. Puso bombillas en todos los pisos, limpió la telaraña de los techos, lavó las ventanas y barrió el piso. Un día regreso de trabajar, y ella otra vez está limpiando, frotando la barandilla. El edificio se había iluminado, daba placer entrar. Me dio vergüenza haber sido tan cerdo. Llamé a los vecinos y comenzamos a limpiar el espacio frente al edificio. Juntamos la basura, remendamos los bordillos, compramos flores para la entrada. Y juntamos dinero entre todos para un regalo para la joven.

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Volvía a mi casa por la mañana. En la entrada había una nota: "¡Queridos vecinos! Hoy, a las 9:20, en la puerta del edificio se perdieron 10 USD. Si alguien los encontró, por favor llévelos a Rosa Pacheco, departamento 76. Su pensión es de 150 USD". Separé 10 USD, subí, toqué el timbre. Abrió una abuela en un delantal. Vio que le extendía el dinero, y enseguida me abrazó con lágrimas de felicidad en los ojos. Y me contó: "Fui a comprar harina, y cuando volví, en la entrada saqué las llaves y dejé caer el dinero". ¡Pero se negó rotundamente a tomarlo! ¡Resultó que en las últimas dos horas yo era el sexto que supuestamente había encontrado el dinero de la abuela! ¡Gente, amo que existan y sean así!

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Estaremos encantados de leer tus historias sobre los buenos vecinos con quienes has desarrollado relaciones de amistad. Si tienes algo que contar, ¡compártelo con nosotros en los comentarios!

Comentarios

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Vivía en una habitación alquilada dentro de un apartamento familiar pero en las noches hacía mucho frío y varias veces usaba una toalla para arroparme porque no tenía más cobijas. Al no poder dormir por los pies fríos, en varias ocasiones conectaba la sanduchera, dejaba que se calentara, la desconectada y la ponía en vuelta una toalla a los pies de la cama. Volvía a calentarla y volvía a ponerla, esta vez, en la espalda, por último la volvía a calentar la desconectada y la dejaba a mis pies, así me dormía rápido. Cierto día se me hizo muy tarde para salir a trabajar y no arreglé la cama. Al llegar en la noche, la dueña de casa había arreglado mi cama, añadido una cobija y conectado un calentador de ambiente. Sentí el amor de madre.

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El primer año de vivir aquí, mi marido se dejó las llaves en casa: había ido a recoger a las niñas al colegio, llovía y yo seguía en el trabajo. Mi vecina se quedó con las niñas mientras su marido acercó al mío a por mis llaves. Creo que son esos detalles los que hacen que estemos bien en sociedad. Cuando nos confinaron por la covid, de las primeras cosas que hice fue preguntarle si necesitaban que les hiciéramos la compra, que no salieran para protegerse, que son mayores.

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