20+ Historias de personas que aprendieron de primera mano que la insolencia no tiene límites

Historias
hace 3 años

A veces, la insolencia y la falta de tacto son rasgos inherentes a la personalidad de algunas personas. Es decir, estos sujetos no vacilan en colarse en las filas, exigir ayuda a extraños y aprovecharse de sus seres queridos, considerando todas estas acciones completamente normales. Sin embargo, en la sociedad, tal comportamiento solo causa desconcierto y rechazo.

En Genial.guru ya publicamos varias historias de lectores que se enfrentaron a una tremenda insolencia. Y el hecho de que nuestros suscriptores continúen contando anécdotas similares demuestra que el descaro no tiene límites.

  • Tuve la imprudencia de contratar a un familiar. Después de un tiempo, la empresa cambió el esquema de nómina, luego de lo cual su salario aumentó en un 40 %. Después de 2 meses, exigió aumentar el salario todos los meses, motivándolo con el hecho de que gastaba más de lo que ganaba. © Nikolay Kuznetsov / Facebook

  • Una vez, una amiga me invitó a celebrar el Año Nuevo. Bueno, pensé en llevarle algunos dulces, frutas, una bebida u hornear algo, y se lo dije. Al día siguiente me dictó una lista de compras que yo tenía que hacer, además de lo que ya había preparado. Después de escucharla, le dije directamente que tanta comida me alcanzaría para 2 semanas, y que sería mejor que celebrásemos la fiesta por separado.
    Por cierto, como resultó más tarde, le dio a otra amiga una lista de compras aún más larga, y la mitad de los productos llevados ni siquiera fueron puestos sobre la mesa. © Marina Romanova / Facebook

  • El vecino del piso de arriba (por cierto, mi excolega) nos pidió la mesa de la cocina. Sin preguntar para qué, se la dimos. Quizá tenía invitados. Luego nos la devolvió, pero manchada de pintura. Ante nuestro desconcierto, dijo: “Pintamos el techo y tuvimos que usarla como una escalera. Es que nuestra mesa es nueva y la tuya es vieja”. Me quedé sin palabras. © Genadiy Ruksha / Facebook

  • Un año de mala cosecha, cuando tenía suficiente espacio libre en el congelador, permití que mi amiga lo usara para guardar las bayas que logró recolectar. El año siguiente vino con más paquetes para congelar. Se quedó muy sorprendida ante mi respuesta de que no había espacio libre: “¿Qué quieres decir con que solo caben las tuyas? ¡¿Y qué hago con las mías?!”. © Marina Makeeva / Facebook

  • Una vez, unos conocidos nos invitaron a celebrar la Nochevieja en su casa de campo. Pregunté: “¿Qué llevo de comer?”. Me dijeron: “¡Un ganso!”. Bueno. Preparé profiteroles, compré las bebidas y preparé un ganso asado. Me tomó todo el día. Cuando llegamos a la casa de nuestros amigos, sobre la mesa encontramos unos cuantos trozos de salchichón en rodajas y una ensalada. © Lyubov Zeveleva / Facebook

  • Estaba de vacaciones en un pueblo costero. Una de las noches, el hijo de mis vecinos del hotel tenía fiebre. Ofrecí mi ayuda: soy una médica joven. Cuidé del niño mientras ellos dormían. Una semana después, me fracturé el dedo del pie. Les pedí a esas personas que me llevaran al médico en su auto a un pueblo vecino. Entonces me contestaron: “Para eso sirve el transporte público. Estamos aquí para descansar y no para pasear a los vecinos en nuestro auto”. © Julia Ustimova / Facebook

  • Al comienzo del año pasado, me escribió una vieja amiga, quien venía a limpiar mi casa hacía varios años. Me explicó que le faltaba dinero y que no tenía nada para alimentar a los niños. Le pedí que hiciera una lista de los productos necesarios. Compré todo según lo que me dijo e incluso más, y llamé a un mensajero. Revisé la lista: se me había olvidado la mantequilla. Saqué lo que había en la nevera, lo puse en la bolsa y lo envié.
    No recibí ni una llamada ni un SMS, ninguna noticia de ella. Pensé que tal vez el mensajero todavía no le había entregado nada. Entonces le envié un mensaje. Ella me respondió: “¡No sé para qué pusiste las sobras de tu comida! ¿Es que no tienes respeto por la gente?”. © Veronika Uombuell / Facebook

  • Una vez, una vecina nos invitó a mi hijo y a mí a comer ravioles. Fuimos, pero resultó que era necesario “ayudarle” a prepararlos. Además, tuve que hacer la masa y picar la carne. Al final, los preparé yo misma, y entonces cenamos. La vecina, por cierto, tiene 5 hijos, y 3 de ellos son adultos. Luego me invitó a “comer” empanadas. Me negué educadamente, a lo que ella me dijo: “¡Cómo puedes ser tan perezosa!”. © Tatyana Kim / Facebook

  • Regresaba a mi casa del zoológico. Hacía calor, compré un helado. Costó 1,5 USD (es importante). En el puente, se me acercó una pareja con un bebé en una carriola, ambos de unos 30 años. Se detuvieron frente a mí y me preguntaron con una sonrisa: “Disculpe, ¿podría darle a nuestro hijo unos 5 dólares para un helado?”. Honestamente, me quedé sin palabras de tanta insolencia. © Jelena / AdMe

  • Tengo una amiga. Un día, me llamó para invitarme a celebrar la Nochevieja con sus amigos. Dijo que habría dos parejas más. No conocía a esta gente. Agregó que no tenían dónde celebrar y se ofreció a pasar la noche en la casa de campo de mis padres. Le dije que primero tenía que conocer a los chicos.
    El día X fui a una cafetería para conocerlos. Encontré a unos 30 desconocidos allí, y a mi amiga diciéndole a todo el mundo: “¡Vaya, qué fiesta de Nochevieja vamos a montar!”. Ni siquiera me presentó a nadie. Toda la gente charlando y yo sentada en el rincón más alejado de la sala...
    Pero resultó que ella, sin mi consentimiento, en su cuenta de una red social anunció a todos sus suscriptores que estaban invitados (!) a celebrar la fiesta en una casa de campo. Y ni una palabra sobre de quién era la edificación. Tan pronto como me enteré de esto, le dije: “Tú te metiste en este lío y tú tendrás que salir de él. No quiero invitar a toda esta gente”. Se ofendió. © Katherine / AdMe

  • Conseguimos un departamento en el segundo piso, lo arreglamos y vivimos sin preocuparnos por nada. Después de un tiempo, una mujer que vive en el quinto piso vino a vernos y casi exigió hacer un cambio de departamentos, diciendo que tenía un padre anciano y que le costaba subir las escaleras. Tenemos un ascensor en el edificio. Nos quedamos pasmados frente a tal “propuesta”. © Liudmila Shilenko / Facebook

  • Y mis vecinos piensan que debería lavar nuestro vestíbulo porque mi departamento es más grande que el suyo. © Larisa Bashkina / Facebook

  • Mi vecina cree que tengo que fregar las escaleras porque tengo 2 perros y ensucian con sus patas el pasillo común. Dije que solo haría eso si todos los demás se descalzaban en el ascensor y dejaban de ensuciar nuestro pasillo con sus zapatos sucios. © Elena Gyurza / Facebook

  • En los 90 compré un apartamento con mi exmarido. Teníamos 20 años, nos dedicábamos al negocio de la publicidad y ganábamos mucho dinero. Hicimos reparaciones en el lugar. Pero los plomeros hicieron mal su trabajo, por lo que se reventó una tubería e inundamos a nuestros vecinos del departamento de abajo. Nosotros, por supuesto, tuvimos que compensar los daños. Les entregamos 600 dólares para pintar el techo, mucho dinero en aquella época. El resto de su casa no se deterioró.
    Pero cuál fue mi sorpresa cuando, un par de semanas después, una vecina de abajo me invitó a su departamento, me mostró su baño en mal estado y me dijo: “¿Ves cómo vivimos? ¡Tu apartamento es mucho más hermoso! Dame algo de dinero para arreglarlo. Tienes mucho”. Bueno, naturalmente me enojé y hasta levanté la voz de tanta indignación. Desde entonces, los vecinos nos odian. © Zhana Lisovskaya / Facebook

  • Hubo un momento en que me aficioné a la fotografía. Hice un curso, compré una cámara. Una amiga me invitó a la boda. Había un fotógrafo profesional, pero también tomé mi cámara para sacar fotos. Al final salieron bien.
    Seis meses después, otra amiga me invitó a su boda. Además, preguntó si podía llevar la cámara. En aquel entonces, solía llevarla a todos lados, así que dije que sí.
    Luego me enteré de que el día de la boda tendría que ir de viaje de negocios a otra ciudad. Pero todo esto sucedió de manera espontánea, por eso le envié un mensaje a esta amiga el día anterior, diciendo que lo sentía, que no podría asistir a la celebración, pero la felicité sinceramente.
    Ella me llamó enseguida y se puso a gritar. Me dijo que yo era una sinvergüenza, que la había decepcionado y, en general, dejamos de ser amigas. Entre otras cosas me dijo que me había llamado solo por la cámara, que ahora no encontraría a nadie y se quedaría sin fotos de la boda. Es lo que pasó. © Victoría Sedakova / AdMe

  • Hace unos 10 años, mi hermano y su esposa me invitaron a su casa por un mes, sabiendo que estaba a punto de tomar mis vacaciones. Vivían a 300 km de mi hogar. Me llamaron para que cuidara de su hijo mientras trabajaban. Me rogaron y acepté. No me importaba desperdiciar mis vacaciones; al fin y al cabo, eran mis familiares.
    Pasé un mes con el niño, preparando la cena para toda la familia, limpiando el departamento, yendo de compras e incluso lavando los platos (porque la esposa de mi hermano simplemente dejó de lavarlos cuando vio que yo lo hacía). Resumiendo, fui una especie de sirviente.
    Y cuando me iba, ella se me acercó con una hoja en la que estaba escrito cuánto dinero les debía. Tuve que pagar la comida, la luz y el agua. Resultó que les debía unos 100 USD. A pesar de que tenía mi propio dinero, que también gasté en ellos. Además, llevé conmigo un baúl con huevos, 5 pollos, 2 patos y un montón de conservas caseras.
    También me habían prometido dinero de bolsillo todos los días, el cual, por supuesto, nunca me dieron. Bueno, la mujer sacó una cuenta que ascendía a 150 dólares, pero me “perdonó” unos 50 USD por encargarme de los quehaceres. No creo que valga la pena describir las emociones que tenía al abandonar su casa.
    Pero lo más curioso fue que un año después volvieron a invitarme. Por supuesto, me negué. Luego resultó que mi hermano no sabía nada de esta historia. Y cuando se lo conté, se quedó tan aturdido que ni siquiera me creyó.
    Después de todo esto, la esposa de mi hermano me llamó y me dijo: “Sabes, el próximo mes, María cumplirá años, y queremos que le regales un cachorro”. María es su hija mayor de su primer matrimonio, quien me trató como a una persona absolutamente extraña. Quería un perro que valía más de la mitad de mi sueldo. © Maks Asmolov / Facebook

¿Tuviste alguna historia parecida en tu vida? ¡No dudes en compartirla con los demás lectores!

Comentarios

Recibir notificaciones

Tengo una conocida que actualmente vive con sus suegros, pero no les habla porque segun ella quieren correrla de esa casa que no es de ella, cuando ella tiene su propia casa en otro lado pero no vive ahí porque su hijo es alérgico al agua.

-
-
Responder