Carta al padre de mis hijos, quien me rompió el corazón

Historias
hace 11 meses

Se dice que el matrimonio no es fácil, pero tampoco debería ser una carrera de obstáculos sin descanso, ¿no? Aunque todo empiece lleno de ilusiones, a veces lo más sano es decir adiós por mucho miedo que tengamos. Esta es la historia de una mujer, aunque también podría ser la de muchas más.

Una ilusión que se convirtió en pesadilla

Cuando nos casamos, creí que era el mejor día de mi vida, el comienzo de una emocionante etapa en la que formaría una familia con el hombre que amaba. Nada más alejado de la realidad.

A veces, me cuesta recordar incluso lo que hice ayer; sin embargo, recuerdo vívidamente el día que por fin te mostraste ante mí tal cual eras. Llevábamos muy poco tiempo de casados, tal vez tú no lo recuerdes con la misma claridad que yo, pero ese día, antes de irte a trabajar, me pediste que fuera a la tintorería a recoger una camisa que querías usar al día siguiente. Recuerdo que aquel día yo me había estado sintiendo muy débil y con náuseas, esperábamos a nuestro primer hijo, solo que aún no lo sabíamos.

Cuando llegaste del trabajo y me preguntaste por tu camisa, tuve que admitir que lo había olvidado por completo, vi cómo tu rostro cambió de un momento a otro y se llenó de ira, no contuviste nada, me gritaste como si te hubiera hecho la peor de las ofensas, como si quisieras hacerme polvo con tus palabras. ¿Sabes qué fue lo peor de todo? Que hubo un momento donde me convenciste de que yo era una inútil y me culpé por esa maldita camisa.

Meses después nació nuestro primer hijo. Estábamos más que felices, yo pensaba que ese pequeñito llenaría de alegría nuestro hogar; de nuevo, estaba equivocada. No esperaba que ser mamá fuera fácil, pero ahora sé que es aún más complicado cuando tu pareja espera que hagas todo el trabajo, parecía que de un momento a otro había tenido dos hijos: el que parí y con el que me casé. A ambos había que prepararles la comida, tener su ropa lista, limpiar sus desastres, en fin, estar al pendiente de lo que necesitaran.

No me malentiendas, haría eso por mi hijo una y mil veces, pero hacerlo por ti sin que lo valoraras ni un poco, fue parte de lo que me fue alejando de ti cada vez más, me sentía más como una empleada de servicio que como tu esposa.

En medio de pleitos y uno que otro domingo en el parecíamos una familia feliz, llegó nuestro segundo hijo, te confieso que no me sentí tan entusiasmada como la primera vez, tenía miedo de todo lo que representaba para mí tener otro hijo cuando el primero era aún pequeño y tú... bueno, tú solo te aparecías para decir que el niño estaba llorando o se había hecho del baño.

Fueron pasando los años y fue inevitable no notar cómo tu corazón y el mío se iban amargando cada vez más, muchas veces me quedé callada con tal de no crear un conflicto todavía mayor, sabía lo mucho que te molestaba que yo tratara de defenderme o te pidiera que te calmaras, pero otras veces mi orgullo e instinto de sobrevivencia me hacían gritar todo lo que había callado.

La gente a nuestro alrededor solía decir que eras un hombre de carácter fuerte, pero hoy entiendo que a eso que ellos llaman “fuerte” es en realidad un temperamento débil y volátil, con reacciones desproporcionadas ante el más mínimo inconveniente, y sin ver a quién dañabas mientras desahogabas tu coraje.

No sé si alguna vez lo notaste o simplemente no quisiste verlo, pero por las tardes, cuando mis hijos y yo estábamos tranquilos, en el momento en que escuchábamos que ibas llegando a la casa, todo el ambiente cambiaba, los niños se iban a su cuarto a estar en silencio para no molestarte, y yo me quedaba en la cocina para ofrecerte algo de comer, todos esperando que no vinieras de malas como tantas veces.

Hay un día en especial que sé que uno de nuestros hijos no olvidará: era un fin de semana y tú parecías estar de buen humor, incluso estabas jugando con los niños, pero el pequeño te tiró por accidente una bebida en la camisa. De nuevo, una camisa había causado un pleito gigante, se te olvidó que estabas tratando con un niño y le gritaste como si fuese un adulto que te hubiera agredido con toda la intención, mientras el pobre pequeño solo lloraba. Por supuesto, no era la primera vez que regañabas a los niños por pequeñeces, pero sí la primera en la que sentí que debía salvar a mi hijo de su propio padre.

No te puedo contar las noches en vela que pasé sufriendo y preguntándome por qué seguía contigo. ¿Era por los niños, cuando claramente ahora temían a su papá? ¿Era porque yo todavía te quería? ¿Era mera cobardía? No lo sé.

Fueron muchas noches así hasta la última, donde de nuevo, no había logrado encontrar ninguna buena razón para quedarme a tu lado, me di cuenta de que lo mejor que podías darme, ya lo tenía: mis hijos. Así que al día siguiente, saqué valor no sé de dónde, tomé a mis hijos, unas cuantas cosas y salí de esa casa.

No te voy a mentir, no fue nada fácil empezar de cero con dos hijos, tuve dudas, culpa y mucho miedo, pero hoy sé que fue la mejor decisión que pude haber tomado, no solo por mis hijos, sino también por mí, porque entendí que yo también merezco buscar mi propia felicidad.

Ahora me vienes a buscar arrepentido y jurando que cambiarás; de verdad, espero que lo hagas porque sé que quieres a tus hijos y a mí me encantaría que tuvieran una buena relación contigo, pero también quiero que tengas claro que ellos son lo único “nuestro” que queda, porque nosotros ya nunca seremos.

Comentarios

Recibir notificaciones
Aún no hay comentarios. ¡Puedes ser el primero!

Lecturas relacionadas