10 Motivos para dejar de educar a nuestros hijos desde el miedo

Psicología
hace 1 año

A veces los padres nos vemos desbordados y sin recursos frente a la desobediencia y la rebeldía de nuestros hijos. En esos momentos de desesperación, casi de forma natural e inconsciente, los presionamos en pos de que hagan lo que queremos. Evidentemente, no lo hacemos con maldad, quizás solo queremos que coman bien o que se acuesten temprano para que puedan descansar lo suficiente. Sin embargo, usar esta táctica con ellos de forma habitual puede llegar a tener consecuencias muy negativas en su desarrollo. ¿Qué solían decirte tus padres cuando eras pequeña/o para que les hicieras caso?

1. Una cosa es educar, otra, atemorizar

Educar es darles a nuestros hijos las herramientas necesarias para que aprendan a tomar buenas decisiones y sean consecuentes con sus actos. No siempre estaremos a su lado para decirles lo que está bien o lo que es mejor, por eso debemos prepararlos para que puedan hacerlo por ellos mismos. Obligar a un niño a hacer algo sin razón es lo contrario, limita su capacidad de razonar y decidir, haciendo que obedezcan simplemente por miedo.

Aunque se digan con las mejores intenciones, estas condicionantes verbales “inofensivas” podrían considerarse una forma de maltrato. Realmente estamos hablando de una obediencia a través de la manipulación emocional.

2. Nos arriesgamos a que dejen de confiar en nosotros

Si les decimos a nuestros hijos que por portarse mal va a venir alguien a llevárselos, por ejemplo el hombre del saco, el coco, el ropavejero, etc., les estamos mintiendo a conciencia. Sabemos que eso no va a suceder. Y no solo eso, además de mentirles, justificamos nuestra mentira con su mal comportamiento, cuando deberíamos inculcarles que cada quien debe responsabilizarse de sus actos y decisiones.

Por otro lado, ningún padre quiere que sus hijos mientan, pero si descubren que nosotros mentimos, ellos lo harán también. Ninguna mentira dura para siempre; si regañamos constantemente con que pasará algo, pero nunca sucede nada, los niños podrían llegar a la conclusión de que no hay nada que temer y de que pueden actuar impunemente, lo que puede volverlos aún más rebeldes.

3. El miedo actúa sobre su desarrollo físico

El miedo tiene consecuencias para nosotros en todos los niveles; puede desde dejarnos perplejos, como “paralizados” físicamente, hasta hacernos perder el control de nuestra vejiga. En los niños no es diferente. Generándoles un miedo constante, además de hacerles pasar malos ratos, aumentamos sus niveles de estrés haciendo así que se incrementen sus niveles de cortisol. El cortisol es una hormona que segrega nuestro cuerpo para responder ante situaciones de angustia y presión.

Su función es mantener el normal funcionamiento del corazón y la circulación y regular la tensión arterial. Cuando a causa del estrés los niveles de cortisol en los niños se elevan más de lo normal, pueden llegar a ocasionarles problemas de desarrollo, además de falta de concentración, tensión alta, fatiga y defensas bajas, entre otros.

4. También deja huellas a nivel emocional y psicológico

Un niño que vive bajo regaños constantes sufrirá secuelas a nivel psicológico y emocional. En primer lugar, estamos haciendo que integren el miedo a sus vidas como algo normal, que se acostumbren a temer. Podrían llegar a tenerles miedo a cosas o situaciones a las cuales no deberían temer, incluso siendo ya adultos.

En segundo lugar, suprimimos su capacidad de confrontación y de defender lo que realmente desean, fomentando la sumisión. Por último, pero no menos importante, al vivir a costa de las decisiones de los demás, les faltará autoconocimiento y es muy probable que desarrollen baja autoestima y desconfianza en sí mismos.

5. Fomentamos en ellos el egoísmo y la falta de empatía

Digamos que nuestro hijo, sin querer, perjudicó a un tercero en un lugar público. Una de las frases más escuchadas en estos casos suele ser: “Pide perdón/disculpas o nos vamos”. Analicemos este regaño: nuestro hijo tiene dos opciones, o pedir perdón, más allá de que entienda el porqué o no, y seguir jugando, o no pedir perdón e irse a casa.

Le dará igual si lo que le hizo al otro estuvo mal, si lo hirió o lo disgustó. Se disculpará tan solo porque su deseo personal es quedarse jugando un poco más. De esta manera fomentamos que piense únicamente en su propio interés, en lo que él va a ganar o a perder, sin tener en cuenta las consecuencias reales de sus actos ni permitirle empatizar con los demás.

6. Pueden creer que algo bueno es malo

Nuestras mentiras piadosas pueden llegar a confundir a nuestros pequeños en cuanto al mundo que los rodea. Si en pos de que se porten bien los regañamos con figuras cotidianas, como los médicos, la policía, los recogedores de basura, etc., muy probablemente desarrollen hacia ellos un sentimiento de rechazo.

Si les decimos que la policía se lleva a los niños que se portan mal, probablemente quieran alejarse de los agentes de seguridad por la calle. Si les decimos que si no comen el doctor les va a inyectar nutrientes, puede que no quieran ir al médico cuando realmente se sientan mal. Su miedo les hará asumir que estas personalidades, que cumplen una función importante y útil para la sociedad, pueden llegar a hacerles algo malo.

7. Los niños temerosos serán adultos inseguros

Un niño educado desde el miedo tiene altas probabilidades de convertirse en un adulto miedoso e inseguro, propenso a sufrir ansiedad o depresión frente a los fracasos. La vida está llena de retos, más allá de las metas personales que cada quien quiera alcanzar; para poder lidiar con ellos, necesitamos valentía y perseverancia. El que no arriesga no gana, como dice el refrán.

El miedo justamente hace que no tomemos riesgos, que vayamos siempre a lo seguro y que no nos atrevamos a abandonar nuestra zona de confort. Por eso debemos darles a nuestros hijos herramientas suficientes para que el día de mañana se animen a probar cosas nuevas, no teman cometer errores ni fracasar y vuelvan a intentarlo las veces que haga falta.

8. Aprendamos a dialogar

La naturaleza de los niños es curiosa, todo lo quieren saber y entender. Es completamente normal que de tanto en tanto quieran “retar” a la autoridad para ver qué es lo que pasa, qué poder tienen, hasta dónde tienen libertad de decidir por sí mismos. Por eso es tan importante explicarles siempre qué queremos de ellos y por qué, las veces que sean necesarias y de una forma que puedan entender.

Cuando un niño acata una orden bajo condicionamiento, no hay comunicación ni reflexión, da igual si entiende por qué tiene que hacerlo; siente miedo y actúa desde ese lugar. No hay aprendizaje. Hace lo que se le pide porque no quiere que le ocurra nada malo. A nivel orgánico, en ese momento se activará su sistema nervioso simpático, nuestro modo de “supervivencia” que hace que nos centremos en protegernos del peligro, por lo que físicamente será imposible que se produzca un aprendizaje.

9. Hacemos que pierdan su autonomía

Cuando les decimos a nuestros hijos que si no hacen determinada cosa les sucederá algo malo, los castigaremos, les quitaremos algo, etc., en vez de enseñarles a decidir por su cuenta, les enseñamos a depender de nuestras elecciones. La única forma que tiene nuestro hijo de aprender a tomar decisiones es justamente tomando decisiones.

Con nuestra ayuda y con la práctica, sus decisiones deberían ir siendo cada vez más acertadas. Si no les damos pie a decidir y asumir las consecuencias de sus elecciones, nunca aprenderán a hacerlo. Ordenándoles sin darles opción a nada más, los privamos de decidir y los colocamos en una postura de sumisión que a largo plazo no les permitirá desarrollar de forma correcta su autonomía.

10. Esta práctica deja en evidencia nuestras carencias como padres

Educar a nuestros hijos de esta manera deja al descubierto nuestra falta de recursos pedagógicos. “Miedo” y “respeto” no son lo mismo, el miedo se infunde, el respeto se gana. Nuestros hijos deberían respetarnos, no temernos. Aunque al condicionarlos nos hagan caso como si de una dictadura se tratara, no lo hacen por respeto, lo hacen por miedo. Para ganarnos su respeto, primero que nada debemos empezar a tratarlos con respeto.

Debemos predicar siempre con el ejemplo, escuchar sus opiniones, ser sinceros con ellos, no mentirles ni engañarlos, ser amables, no gritarles y ser coherentes con nuestros actos. Tampoco se trata de dejarlos hacer lo que quieran, debemos corregirlos de forma positiva, enseñarles desde la empatía y poner límites, reglas claras y normas de convivencia que tanto ellos como todos los demás miembros de la familia deben respetar.

Bono: Cómo poner límites de forma respetuosa

Una técnica muy eficaz frente a las conductas infantiles inadecuadas es el tiempo fuera. Básicamente, se trata de darle al pequeño un tiempo para reflexionar sobre la situación. Primero debemos darle un aviso, haciéndole saber de forma tranquila pero clara que si no cambia de actitud o detiene su mal comportamiento, obtendrá como consecuencia un tiempo fuera. Si no entra en razón y continúa con lo que estaba haciendo, lo llevaremos a un rincón tranquilo donde pueda sentarse, calmarse y pensar.

Hay que explicarle de forma concisa y breve por qué está ahí y dejarlo durante un tiempo. El tiempo varía en función de la edad del niño. Un minuto por año de edad será suficiente, es decir que si tiene 5 años, el tiempo fuera sería de cinco minutos. Es importante que durante ese lapso no lo regañemos ni discutamos; cuanto menos contacto, mejor. Por último, para que esta táctica funcione como debería, es vital que cumplamos nuestra palabra más allá de que llore, grite, proteste o prometa que no volverá a hacerlo. Lo hecho hecho está, y tiene que aprender a afrontar las consecuencias de sus actos.

Comentarios

Recibir notificaciones

Lecturas relacionadas