“No tengo absolutamente nada de tiempo”. Un texto fuerte que hace reflexionar sobre en qué estamos gastando nuestras vidas

Psicología
hace 5 años

Como una vez acertadamente notó Faína Ranévskaya: “La vida es demasiado corta para gastarla en dietas, hombres codiciosos y mal humor”. Pero esta cita refleja solo una parte de la verdad. Lo cierto es que nuestra vida es tan pequeña que el tiempo no alcanza ni siquiera para las cosas que en verdad amamos. Este artículo volverá a recordarte que no vale la pena gastar tu recurso más valioso en seguir los consejos y los sueños de los demás. Y mandemos bien lejos a todos los que tengan alguna objeción. ¿Estás de acuerdo?

Genial.guru simplemente no pudo pasar de largo este movilizador texto sobre el tiempo, escrito por la talentosa bloguera Odonata Veter. Te garantizamos que tendrás mucho en qué pensar después de la lectura.

“Estaba visitando a mi madre, y vi la televisión.

En la televisión, una mujer maquillada impecablemente declamaba: “Todos los zapatos de una verdadera mujer deben ser, ante todo, bellos. En segundo lugar, deben ser elegantes. Lo mejor es que también sean caros. Y si también son cómodos, ¡has ganado la lotería!”.

Adoro esos momentos entre la depresión y la neurosis, cuando por algún tiempo todo en la cabeza se calma y alrededor se instala un cálido y acogedor silencio. Y dentro de ese silencio, se oye claramente un simple pensamiento: “No tengo nada de tiempo”.

No existen argumentos más o menos coherentes a favor del hecho de que esta vida no es la única que tengo. Las estadísticas muestran que mi máximo es de 80 y pico de años. Y más de un tercio de los mismos ya se ha ido volando. Si descartamos todo tipo de variaciones desafortunadas, como un ladrillo cayendo sobre mi cabeza, entonces en el mejor de los casos me queda un poco más de medio siglo.

¿Y quieres que pase al menos algo de mi tiempo usando zapatos incómodos? ¡Por qué no dices también que puedo permitirme comida insípida e interlocutores aburridos!

En mi infancia, experimenté 2 episodios de una fuertísima crisis existencial. A los 6 años, me di cuenta de que todos eran mortales, y ese día no pude quedarme dormida en toda la noche, sofocada por este enorme descubrimiento. Toqué suavemente a mi abuela con el dedo un par de veces para comprobar que no había muerto sin esperar el desayuno, pero mi abuela pudo sobrevivir esa noche terrible para mí, y el desayuno, y en hasta todas las vacaciones preescolares. Murió exactamente 10 años después de aquel verano.

La segunda vez que me topé con el abismo, fue creo que a los 12 años, cuando estaba haciendo la lista de libros para leer en los próximos dos meses. Sabía que un volumen de “Los tres mosqueteros” me llevaría alrededor de una semana, había 3 de ellos, y Dumas padre tenía cerca de 600 obras. Yo tenía una vaga idea sobre la existencia de otros autores y sobre las leyes de la multiplicación y, sin importar cómo intentara hacer el cálculo, el resultado siempre era el de que hasta la vejez (o sea hasta los 30 años), no podría llegar a leer todos los libros que me gustaban.

Las dos veces tuve tanto miedo que instantáneamente aprendí a hacer trampa y engañarme. “No, todo esto es una tontería. No puede ser. Definitivamente pensaré en algo”, decidí entonces, y esta promesa me permitió conciliar el sueño normalmente. Aunque en lo más profundo de mi corazón yo sabía que no era así.

La admisión a la Universidad, el descubrimiento de la literatura del mundo antiguo, de la Europa medieval, de la América posmoderna y los funerales de familiares y amigos probaban claramente: hay muerte, pero no hay tiempo para más no sea tocar todo lo bello.

Sería medianamente soportable si en el mundo solo hubiera libros. Pero cuanto más tiempo vives, tantas más cosas aprendes y, de repente, aparecen las noches de verano, los senderos de los parques, las frutas exóticas, las comedias francesas, el sonido de las olas, los paseos por la ciudad en primavera, los abrazos, la música, las ciudades lejanas, las charlas hasta el amanecer, el trabajo favorito, el helado, los besos, las tardes junto a la chimenea, los paseos en bicicleta, los pequeños cafés que sirven pasteles...

Hay tanto de todo eso que no cabrá en ninguna vida. Aún si elijo una sola cosa, igual no tendré tiempo suficiente para sentirla en su totalidad. Si, por ejemplo, decido que lo que más amo en la vida son los postres, no me alcanzarán ni 10 vidas para probarlos todos. Aún si muestro una voluntad indomable y una disciplina de hierro y pruebo, digamos, dos postres al día, a la edad de los 80 años no habré probado ni la mitad de lo que se produce en tan solo mi ciudad, donde hay cientos cientos, si no miles, de pastelerías.

¿Y si suponemos que, además de los gustativos, tengo otros receptores? ¿Si además de los postres me gustan, por ejemplo, las flores?
¿Tienes idea de cuántos nombres hay en botánica?
Yo no me lo puedo ni imaginar, para mí es un abismo, que comienza a mirarte fijamente en cuanto intentas buscar otro nombre impronunciable en Google.

¿Por qué digo esto?
¿Recuerdas esa historia sobre un profesor que iba a las conferencias con un frasco, unas piedras y arena y les mostraba a las personas que habían ido a recibir la educación superior el arte de la gestión del espacio del frasco?
La idea era que lo más grande era lo más importante, y había que ponerlo en el frasco primero, y el resto, la arena, el agua y otras pequeñeces, era lo menos importante, y se distribuiría allí solo, el frasco se llenaría y todo, todo entraría.

Mi idea de hoy es que allí no cabrá nada, lo metas en el orden en que lo metas. Y todo lo que está en tu poder es dejar de meter nimiedades dentro.
Aún si lo pones sobre la mesa y lo olvidas allí, igual se llenará de aire, de luz y de polvo, porque así es como funciona la vida en esta bola que llamamos hogar. Un vaso no está ni medio vacío ni medio lleno, siempre está lleno en diferentes proporciones de agua y aire, líquido y gas, o coca-cola y whisky, en mi caso.

La vida es una cosa tan llena que una pequeña personita está simplemente sumergida en toda esa abundancia de opciones. Y aún si eliges meticulosamente solo lo bueno, igual reventarás: no podrás leer todos los libros interesantes, no podrás besar a todas las personas hermosas, no te podrás comer todas las cosas sabrosas.

Aquí se necesita la gestión de tiempo más estricta posible, para llegar a hacer tanto como sea posible. En estas condiciones de severa competencia de todas las cosas bellas, gastar tu único recurso temporal, cada vez más escaso, en cualquier idiotez es simplemente irresponsable.
¿Qué relaciones tóxicas, qué películas aburridas, qué proyectos poco interesantes, qué zapatos incómodos? ¿Qué brócoli, maldita sea?

***
— Deberías usar tacones, ¡queda muy elegante!
— No, gracias.
— ¿Por qué? (pasando a un susurro confidencial) Es por tu sobrepeso, ¿no?
— Sabes qué... Sí, es por él. Por el sobrepeso. Dios la bendiga".

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