Estaba cursando el 4to año de medicina, ya era época de fin de año y estaba habilitado a presentarme a rendir examen para cursar el 5to Curso el año siguiente. Casualmente me invitan a un acontecimiento, pues ejecuto guitarra y canto. Al llegar al evento estaba un profesor de otorrino, (materia del 5to año)...y los compañeros decidieron que yo no hablara, no dijera absolutamente ni una palabra, y me presentaron como sordo mudo. El profesor en cuestión aún no me conocia, hasta ese entonces. Hasta que llega el hijo del docente que también era estudiante y compañero...me saluda y le saludo y conversamos tranquilamente. Entonces el padre le pregunta al hijo de donde nos conocemos. Le contesta, somos compañeros. La mentira tiene pata corta. El docente me dijo, acordate que el próximo año seras mi alumno. Risa generalizada...
12 Anécdotas universitarias que siguen sacando sonrisas décadas después
Historias
hace 8 meses

Ser estudiante no era fácil, pero sí divertido. Claro, dormíamos poco durante los exámenes, pero la alegría de aprobar lo compensaba. La comida era modesta, pero siempre estaba el compañerismo, donde un simple antojo podía salvarse con las provisiones de algún amigo. Todo tenía un aire cálido y entrañable. Así que pensamos: ¿por qué no revivir esos recuerdos? Estas historias te ayudarán a hacerlo.
- Mi etapa universitaria coincidió con una gran crisis en mi bolsillo. Un día, después de clase, mientras caminaba y hacía cuentas. Descubrí de que no tenía suficiente dinero para pagar el transporte. Me resigné a irme caminando, pero justo pasó el autobús que necesitaba y, sin pensarlo, subí. Cuando llegó el momento de pagar, no tenía suficiente y todos me miraban esperando. Me puse roja mientras rebuscaba desesperadamente en mi bolso, hasta que una mujer simplemente preguntó cuánto me faltaba y pagó no solo por mí, sino también por ella. En ese momento, un ‘gracias’ parecía poco. Desde entonces, practico la filosofía de ayudar a los demás. © Overheard / Ideer
- Cuando vivíamos en la residencia estudiantil, era común prestarnos cosas entre compañeros. Como el dinero escaseaba, nos prestábamos comida. Una vez, le pedí 15 empanadillas congeladas a mi vecino. Cuando al fin compré las mías, cociné y comí, me di cuenta de que había calculado mal y solo me quedaban 14 para devolverle. Como compensación, le llevé dos cebollas junto con las empanadillas. No se quejó. De hecho, unos meses después, el ‘trueque’ de una empanadilla por dos cebollas se había convertido en una tasa de cambio en toda la residencia, y se mantuvo por años. ¡Inauguré una nueva moneda estudiantil! © Lexbill / Pikabu
- Estudiaba medicina. En las clases nos sentábamos en grupos de unos 13, bien juntos, para que fuera más fácil copiar. Siempre pensé que los profesores no podían ver lo que hacíamos atrás, y cuando decían que lo veían todo, creía que solo intentaban asustarnos. Hasta que un día, ya como docente, di mi primera clase… ¡Y sí, se ve todo! © Overheard / Ideer
- Entre compañeros solíamos reunir dinero para los cumpleaños. Normalmente, aportábamos 0.5 dólares, pero cuando llegó el cumpleaños de la chica más popular del grupo, decidieron que cada uno debía poner 1.5 dólares para comprarle el regalo que había pedido. Yo, que venía de una familia humilde, me negué. Al principio, recibí miradas de desprecio, pero después otra chica, de una familia acomodada, también decidió no contribuir, solo por justicia. Al final, nos dejaron en paz… Pero fue gracioso ver sus reacciones.
- Era 1998. Estaba en la universidad y, en ese momento, tenía pocas semanas de embarazo. Tomé un autobús para regresar a casa después de los exámenes. El viaje duraba 14 horas y apenas tenía dinero para el boleto, ni siquiera para comprar agua. En un momento, la sed era insoportable. Durante una parada en un restaurante de carretera, mi compañera de asiento bajó a comer, dejando su refresco en el asiento. Aquel sabor lo recuerdo hasta hoy. Sí, me dio vergüenza, pero en ese momento, nada me habría detenido. ¡Gracias, desconocida! © Overheard / Ideer
- Era de noche y al día siguiente tenía un examen de matemáticas. A las 10:30 p. m., de repente, me di cuenta de que aún tenía que estudiar 27 de los 47 temas. Entré en pánico. Estudié como pude y me fui a dormir resignada. A la mañana siguiente, descubrí que lo recordaba todo… ¡y aprobé con la máxima nota! Parece que soy de esos estudiantes que todos odian: "No estudié nada… pero saqué un 10". Gracias, cerebro, me salvaste. © Overheard / Ideer
- Hace unos años, mi amiga fue reasignada a una nueva habitación en la residencia. Bueno, "nueva" era un decir. Había un refrigerador viejo, oxidado y apestoso que, entre tres personas, apenas logramos arrastrar hasta la cocina. Hacía un ruido infernal, resonando en todo el edificio. Exhaustas, nos tomamos un descanso en el balcón… y en cinco minutos, el refrigerador había desaparecido sin hacer el más mínimo sonido. ¿Quién se lo llevó? ¿Cómo? ¿Para qué? Hasta hoy sigue siendo un misterio. © Overheard / Ideer
- Era el año 2005. Volvía a casa por vacaciones en un viaje de tren de ocho horas. Mi boleto lo había comprado con un gran descuento estudiantil y mi única provisión eran unas galletas y agua. No tenía ni un centavo, ya que la beca apenas alcanzaba para el transporte a la universidad. En mi compartimento viajaban un hombre de unos 40 años y una mujer de 30. Una hora antes de mi destino, el hombre se me acercó y me dijo: "Oye, he hecho buenas migas con la mujer del compartimento, ¿nos dejas un rato solos?". Antes de que pudiera responder, me metió en la mano un billete que equivalía al doble de mi beca. No lo pensé dos veces, agarré mi mochila, les deseé buen viaje y me fui al vagón restaurante. Esas monedas me salvaron. Al bajarme del tren, los vi abrazados junto a la ventana. © alexm626 / Pikabu
- Día de la ciudad, un evento especial por el centenario. Con mis compañeros de clase, fuimos al estadio a ver el espectáculo. Al terminar, pasé por mi departamento para recoger mis cosas y corrí a la estación de autobuses, ya que tenía boletos comprados con anticipación para mí y una amiga. Las calles estaban cerradas y los autobuses no pasaban. Después de media hora esperando, me di cuenta de que no llegaría a tiempo, así que eché a correr con mis maletas. Tras 15 minutos de carrera, sin aliento y con lágrimas en los ojos, acepté que no lo lograría. Entonces, escuché el sonido de una motocicleta. "¿Por qué lloras?" – me preguntó un chico motociclista. Entre sollozos, le conté mi situación. Sin dudarlo, tomó mi maleta, me hizo una seña para que subiera, y salimos disparados. No sé a qué velocidad fuimos, pero llegamos justo a tiempo. Mi amiga estaba sola en la estación, también al borde de las lágrimas. Cuando le pregunté cuánto le debía, él solo señaló su mejilla con una sonrisa. Le di un beso y se marchó. Durante mucho tiempo caminé por esa calle con la esperanza de verlo otra vez… pero nunca lo volví a encontrar. Han pasado 30 años y aún pienso en mi caballero de la moto. © Overheard / Ideer
- A menudo tengo flashbacks de mi época universitaria y de mi mejor amiga. En nuestra pequeña habitación de la residencia, ella solía estudiar matemáticas acostada en la cama con medias negras y una blusa gris, mientras yo freía papas después de un largo día de clases. Recuerdo mirarla y sentirme en paz, como si todo estuviera en su lugar. Me pregunto dónde estará ahora. Tal vez sea maestra, tenga esposo e hijos… ¿Se acordará de mí? © Overheard / Ideer
- Volver a la residencia después de varias semanas fuera siempre traía sorpresas. Apenas entré a mi habitación, fui directo a lavarme las manos. Agarré la jabonera de mi mesita de noche y, al abrirla, una horda de seis cucarachas gigantes salió disparada. Creo que mis gritos se escucharon en toda la residencia. Luego entendí lo que había pasado: las cucarachas se habían metido en la jabonera atraídas por el aroma, pero no pudieron salir. Vaya bienvenida. © Overheard / Ideer
- Estudiaba y trabajaba al mismo tiempo. Llegué a un examen con apenas dos temas repasados. Pensé: "Con suerte, lo paso". Saqué un tema al azar, respondí como pude y, para mi sorpresa, el profesor me puso la nota más alta. "¿Pero por qué?" – pregunté, incrédula. Él sonrió y me dijo: "Te sorprendería saber que fuiste de las pocas que respondieron al menos la mitad del tema correctamente. Así que toma tu libreta y vete de vacaciones". Lo bueno de haber leído tantos libros en el transporte, en los descansos y antes de dormir es que, de algún modo, mi cerebro guardó toda la información.
Si estos recuerdos te hicieron sonreír, seguro que también disfrutarás revivir anécdotas de la época escolar, donde también pasaron muchas cosas inolvidables.
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