12 Historias sobre profesionales y salones de belleza que saben cómo impresionar

Historias
hace 5 horas

Encontrar a un profesional que perfectamente haga su peinado, manicura u otros procedimientos de belleza es una misión responsable. A menudo, en busca de ellos te topas con pseudoprofesionales. Y a veces las condiciones en el salón de belleza o en la casa de un especialista son tan insoportables que ni siquiera sus talentos pueden salvarlos.

  • El destino me llevó de algún modo a otra ciudad. Naturalmente, surgió la cuestión de encontrar una peluquera. Me la recomendaron. Bien, pedí cita y llegué allí. Me aplicó el tinte en el cabello. Pasó algún tiempo, y la peluquera dijo: “Arrodíllese, le lavaré el tinte del flequillo”. Volví a preguntar: “¡¿Perdón?!”. Entonces la especialista, indignada, señaló el lavabo y repitió que me arrodillara para que me quitara el tinte de los flequillos, dejándolo actuar un poco más en el resto del cabello. Después, cuando pude volver a mi ciudad con mi peluquera de siempre y le conté esta historia, me pidió que no le contara más historias tan indecentes. © Aline Dichka / ADME
  • Cuando tenía unos 15 años, una amiga me cortó el flequillo. Mi hizo uno recto, y quedaba muy decente. Al cabo de un tiempo, el flequillo creció, y yo, paseando con mis padres por la ciudad, dije que había que recortarlo. Dicho y hecho. Cinco minutos después estábamos en la peluquería. Una mujer con más de 20 años de experiencia se puso a recortarme el flequillo. Tardó sospechosamente mucho. Al cabo de un tiempo dijo: “¡Ups!”. Vi que tenía el flequillo en forma de un arco iris. Mis padres volvieron a recogerme y se echaron a reír. Y yo también me reí. No estaba contenta, pero me reí. No recuerdo si nos cobraron. Tuve que disimular esta barbaridad con todo tipo de artilugios y después de eso decidí cortarme el flequillo solo ocho años más tarde. © Alina / ADME
  • Conocía a una peluquera-colorista que me peinaba después de teñirme y me cobraba dinero por ello. Era imposible evitarlo, le pedía que solo me secara el cabello con secador, incluso yo misma. El peinado era terrible, siempre tenía que lavarme el pelo después. Su argumento: “No dejo a los clientes sin peinar”. Bueno, ¡entonces regálalo si forma parte de tu imagen! Yo era joven y modesta, ahora la habría mandado lejos directamente. © Lily estuvo aquí / ADME
  • Mi hermana es rubia natural. Un día decidió teñirse el cabello de rubio fresa. Eligió una peluquería cool con buenas críticas, pero el resultado fue deplorable: su cabello se volvió verde pantano. Y la peluquera intentó asegurarle que eso es lo que se llama rubio fresa. En general, solo después de montar un escándalo y llamar a la propietaria del salón, esta colorista le eliminó el color, pero nunca admitió su error. © SON5SON / ADME
  • Papá llegó a la peluquería, preguntó a la recepcionista si podían recortarle un poco la barba. La señora empezó a decir que nadie se ocuparía solo de su barba, y en general tiene los pelos duros, las tijeras no podrían cortarlo, y la maquinilla se rompería. Papá se enojó, entró en la peluquería y preguntó si era posible hacer lo que pedía o no. Las peluqueras le dijeron: “No hay problema, pase”. © Nastasia7.7.7 / YouTube
  • Mi ahora exespecialista, en nuestra última cita (después de la cual se volvió ex), le gritaba desde la mesa a su esposo porque no había encargado el pastel. Él estaba cambiándole el pañal al hijo menor en la mesa de al lado. Luego me contó que se había inscrito en clases de canto, encendió un micrófono portátil y empezó a cantarme. Yo fingí que me gustó y le aplaudí. Pero eso no fue todo. La siguiente clienta llegó como 40 minutos antes y resultó ser su amiga. Colocó una silla junto a nosotras y se pusieron a chismear. Por cierto, yo iba con esta especialista solo de vez en cuando, para que me hiciera la manicura francesa, porque le salía perfecta. Justo por eso aguantaba todo ese circo alrededor. Pero incluso el trabajo de ese día fue pésimo. La bloqueé en cuanto salí. Eso sí, los recuerdos no me han dejado en paz en años. © alexandrag2294 / YouTube
  • Abrieron un salón infantil en nuestra ciudad, con todo tipo de sillitas curiosas, caricaturas y otras atracciones. Solo con previa cita. Mi hijo mayor estaba en primer grado. Fuimos a cortarle el cabello a esa peluquería milagrosa. Le mostré a la estilista una foto de cómo quería que se lo cortaran. Nada complicado: estilo corto y deportivo. La estilista no era ninguna novata, tenía un montón de certificados y diplomas. Le estuvo cortando el pelo durante una hora, pero no lo consiguió. Mi hijo es paciente, además veía caricaturas sin parar, y como mamá no estaba nerviosa, él tampoco, así que no tenía problema en quedarse sentado.
    Cabe decir que, hace mucho, yo estudié para ser peluquera. Ya no ejerzo, pero la técnica no se olvida, y nos formaron bien. En fin, cuando la peluquera confesó que no sabía cómo terminar ese corte, no me quedó más remedio que tomar las tijeras y darle una clase magistral. Por supuesto, no pagué, y jamás volvimos. Pero eso sí: ¡me ofrecieron trabajo! © Red Fox / ADME
  • Tenía cita con una especialista muy solicitada: siempre tiene la agenda llena. Para las pestañas, me acomodó en una silla, con cabeza y pies en los descansabrazos, que estaba en la cocina. Allí mismo su vecina freía calabacines con ajo. Al terminar, descubrí con horror que mi cabello olía a ajo. El olor duró 24 horas, hasta el siguiente lavado. Pero seguí pidiendo citas con ella durante dos años: era la mejor especialista, venía los fines de semana desde la capital. © Alice710.00 / YouTube
  • Me hacían extensiones de pestañas. Miré el resultado: una clara asimetría. Había más pestañas en un ojo. Se lo comenté a la especialista, que me miró entrecerrando los ojos. Nunca olvidaré su respuesta: “Entonces tienes diferente número de pestañas en los ojos”. Es decir, fui a verla y no tenía ninguna asimetría, y ahora de repente tengo una que se ve a simple vista. Me dijo que había pegado una pestaña postiza en cada una de mis propias pestañas. Le dije: “¿Cómo voy a andar por ahí con los ojos así de diferentes, me pregunto?”. Me propuso volver a tumbarme en el sofá, añadió pestañas... y voilá, la asimetría había desaparecido, había encontrado dónde pegarlas. © AnnaBorodina18 / YouTube
  • Recuerdo con horror aquella visita. Entré al departamento y fue espantoso: olía a gatos, la cocina llena de platos sucios, un desorden y una suciedad terribles. En ese entonces, lamentablemente, no había salones de belleza como alternativa. Nunca volví a poner un pie ahí.
    Después fui a casa de otra. En ese departamento había un ruido tremendo, la especialista ni siquiera se molestó en limpiar la mesa después de la clienta anterior, y las herramientas estaban sin desinfectar. Encima puso música a todo volumen y se la pasaba brincando y bailando. En fin, me olvidé del tema de la manicura durante varios años, hasta que empezaron a abrir salones en la ciudad. © LarisaZakharova-Zh8l / YouTube
  • Encontré a una señora. Tenía que ir a una boda y necesitaba ponerme extensiones de pestañas. No lo hice con anticipación porque me enteré tarde del evento. En fin, ella vivía en una casa particular. Toco la puerta del portón y salen unos niños. Les pregunto: “¿Su mamá es la que hace pestañas?”. Y ellos gritan hacia el fondo del patio: “¡Mamá, vino una clienta!”.
    Sale una chica con un perro en brazos, y otras dos la siguen detrás. Yo estaba en shock. Me lleva a una habitación, los perros entran con ella, y a la tercera no la suelta en ningún momento. Me dice: “Acuéstate, voy a lavarme las manos y ya vengo”. Bueno, al menos eso lo agradecí. Le empecé a explicar lo que quería, y me dice que no tiene ese tipo de curvatura. Había que verme la cara de alegría. Le dije que para mí era algo fundamental y salí corriendo de esa casa. © pandamina_ / YouTube
  • Iba a casa de una chica que tenía un carlino. Se quedaba tumbado, roncando a mis pies. Al principio pensé que no pasaba nada. Un par de meses después, apareció otro carlino pequeño. Y un mes más tarde, dos AmStaff. Es decir, cuatro perros, más un gato. Los perros se me subían encima. Era muy frustrante verlo. Al final, decidí cambiar de especialista porque no necesitaba estas molestias. Además, se comportaba de forma extraña, llamando “de abuela” a la forma de uñas que yo quería. Y un día me preguntó indignada: “¿Vamos a hacerte una sola uña?”. Se me había roto. ¿Tenía que ir así o qué? © katrin595 / YouTube

Aquí va una verdad absoluta: es insoportable tratar con personas que dan su opinión sin que nadie se la haya pedido. Reunimos historias reales sobre este tipo de personajes.

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