12 Lecciones sobre por qué no hay que juzgar un libro por su portada

Historias
hace 14 horas

¿Te has dado cuenta de que a veces nuestra primera impresión de una persona se basa en cómo está vestida? Así, algunos de nuestros lectores experimentaron una actitud de desdén hacia ellos mismos por no estar vestidos de gala.

  • Fui al mercado justo después de limpiar el patio. Llevaba una chaqueta, que se había desgastado con el tiempo, mis pantalones, que habían visto días mejores, y mis botas de agua. Compré un pastel, fruta y verdura y me dirigí al coche. En ese momento, un hombre de unos 40 años, respetablemente vestido, me miró durante largo rato y, finalmente, me dijo con simpatía: “¿Qué, querida, hoy tienes una celebración?”. Le miré desconcertada, subí al coche y me marché. Se quedó muy sorprendido. © Ekaterina-Vladimirovna Shcherbakova / Dzen
  • Trabajaba en una tienda de lencería. Por la noche, no había nadie, solo nosotras, las vendedoras. Llegó una anciana maloliente con un perro infeliz. Era un espectáculo para la vista. Le dije que era una tienda cara; las demás chicas ni se acercaron a ella. Entonces la anciana me dijo que necesitaba un bra de una talla determinada, que se quedaría fuera con el perro y que yo se lo vendiera. Me dio el dinero, compró un sostén muy caro sin probárselo y se fue. © 450383 Navitanyuk / Dzen
  • Estaba buscando trabajo. Acudí a una entrevista laboral y me senté frente a una jefa remilgada. Llevaba una blusa y un peinado sofisticado, olía a perfume caro y hacía sonar sus caras uñas tecleando en una calculadora. Había un hombre sentado allí. Desgreñado, con un suéter rancio de pescador, sacudiendo el zapato desgastado. No sé si llegó antes que yo o necesitaba algo allí. Al final, el hombre resultó ser el dueño de varias empresas, incluida aquella en la que me contrataron a raíz de la entrevista. © Margarita S-Begemotom / Dzen
  • Cuando voy al mercado a comprar comida, me visto con algo poco atractivo. Puedo regatear y los vendedores no me cobran mucho. Pero si voy desde el trabajo con ropa bonita, me hacen precios completamente diferentes. © Lala Svetlaya / Dzen
  • Fui al bosque a por bayas. Llevaba la ropa adecuada: botas viejas, un pañuelo en la cabeza. Fui a la farmacia a por un tentempié en forma de barritas de cereales. Elegí barritas y en el mismo momento se me cayó el dinero de las manos. Sin pensármelo dos veces me senté a recogerlo e inmediatamente oí el grito histérico de la farmacéutica: “Primero paga, luego todo lo demás”. Dejé en silencio estas pobres barritas sobre el mostrador y me marché. Pero hace un par de días me sonrió con todas sus fuerzas cuando compré vitaminas caras. Es verdad que iba vestida de otra manera. © Dark Side of Power / Dzen
  • Una vez en 2013 fui con un amigo a comprarle un flamante Mazda. Yo llevaba ropa sencilla pero cómoda. Mientras registraban la venta, me paseé por la sala de exposición y me senté en todos los coches. Un empleado me miró como diciendo, ya te has sentado en los coches caros, ahora vete de aquí. El final fue precioso. Mi amigo y yo nos íbamos y los empleados salieron a tomar el aire. Les dije: “De todas formas, no quería comprar nada”, me subí a mi Lexus de 2010 y nos fuimos. Tendrían que haberles visto los ojos saltones. © Maxim Shikov / Dzen
  • Puse un anuncio de venta de auriculares. Vino un hombre normal y corriente en un coche viejo, vestido de forma extraña y mirándome de forma tan rara que resultaba incómodo. Le enseñé a mi esposo quién me había comprado los auriculares, y se le desencajó la cara. Resultó que era algún famoso de nuestra ciudad. Y yo no tenía ni idea. Ahora entiendo por qué el hombre me miraba con tanta atención, al parecer estaba seguro de que lo reconocería. © Jasmyne75 / ADME
  • Una vez entré en una boutique de lujo. Llevaba una minifalda y una gabardina corta. La asesora me recibió muy agresiva. Le pregunté si tenían faldas rectas, necesitaba una para la oficina. Entonces ella siseó que no tenían ese tipo de faldas. Y con una mirada de que la tienda no era de mi nivel, que por qué había venido aquí. Pero ella no sabía que yo tenía en el bolsillo una tarjeta de cliente de plata de esta tienda. Encontré la falda en otro sitio, y en general es asunto mío lo que me pongo el fin de semana. © Olga R / Dzen
  • Una vez estaba sentada en una policlínica, esperando mi turno. Entró un joven en chaqueta motera con remaches, en zapatos con puntera de metal, con pelo largo, tatuajes en el cuello y túneles en las orejas. Informal en estado puro. Al cabo de unos minutos, se me cayó la mandíbula. Porque volví a verlo, pero ya con uniforme de médico y una placa en el pecho que decía “cirujano oncólogo”. © Paloma Blanca. / Dzen
  • Yo trabajaba en una peluquería. Teníamos un empleado al que le gustaba elegir a los clientes más ricos. Escogió a una chica que vino a cortarse el pelo con la esperanza de una generosa propina. Y a mí al mismo tiempo, literalmente, a través de la ventana se metió una mujer vestida modestamente y pidió que le cortara el cabello urgentemente, ya que tenía que ir corriendo a una fiesta. La acepté. Me crucé con aquel empleado y comenzó a comerme el coco acerca de por qué acepté a una mujer tan pobre, porque la suya estaba muy bien vestida, con brillantes en las orejas, su padre la trajo en un coche caro. Como resultado, me pagaron el doble por el corte de pelo y el peinado, y a él no le dieron ni un centavo de propina. Tendrían que haberle visto la cara y oído cómo refunfuñaba. © Hámster en una rueda / Dzen
  • De alguna manera se me atascó el teléfono, que ya hacía tiempo que tenía que haberlo cambiado. Salimos rápidamente y nos fuimos vestidos prácticamente con la ropa de casa. Cuando llegamos a una gran tienda de electrónica y electrodomésticos, un vendedor salió a nuestro encuentro con una sonrisa burlona. Apretando los dientes de mala gana, dijo: “¿A qué han venido?”. Le expusimos los requisitos y el presupuesto, tras lo cual empezó a moverse. Entonces mi esposa dijo que, ya que estábamos allí, compráramos una tableta. El vendedor ya se había puesto en marcha. Mientras echábamos un vistazo a los artilugios, miré un hervidor de agua para el nuevo garaje y una batería externa. También decidimos cambiar la estufa de la cocina. El vendedor empezó a ofrecernos obsesivamente una garantía adicional. La rechazamos. Nos preguntó qué haríamos si se rompía algo. Mi esposa respondió: “Compraremos una nueva”. © Nord *** / Dzen
  • En una época en que los mercados florecían, encontré una chaqueta de plumón. No llevaba dinero encima. Un par de días más tarde fue a la casa de campo, llevaba la ropa muy sencilla, propia de trabajos de jardinería. En el camino nos detuvimos para comprarme esa chaqueta de plumón. Cuando llegamos, la vendedora me miró con simpatía y me dijo un precio que era un 25 % más bajo de lo que me había dicho aquella vez cuando me vio con ropa más presentable. © Zhuja Lapteva / Dzen

Y también tenemos un artículo sobre el encuentro con desconocidos, tras el cual tanto el sol brilla más como la hierba se ve más verde.

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