12 Momentos que demuestran que el otoño siempre tiene su encanto

Historias
hace 5 horas

He aquí algunas historias cálidas sobre la estación otoñal. Algunas personas han tenido suerte con el tiempo y han pasado un veranito de San Juan en la ciudad. Y otras ya están buscando nuevas botas de goma en el mercado.

  • En mi trabajo, las compañeras más astutas se apresuraron a reservar las fechas de vacaciones en verano, así que no me quedó otra opción y pedí mi descanso en septiembre. Hace poco regresé: bronceada, con todos los asuntos personales resueltos, tras disfrutar del tiempo no tan caluroso. Al llegar a la oficina, una colega me miró ojiplática y soltó: “¿Sabes qué, querida? Ya te vale. No solo llegas tarde al trabajo, ¡sino que encima te has pasado las vacaciones de maravilla!”. En resumen, el veranillo de San Miguel es lo mejor.
  • Mi hijo fue a la escuela primaria por primera vez. Se despertó y empezó a prepararse él mismo. Se puso pantalones cortos, una playera con coches y una gorra. Mi marido dijo que esta ropa no era la adecuada. Apenas pudimos convencerle de que se vistiera bien. En la asamblea, cuando todos los niños recitaban poemas, se quitó la chaqueta y lo primero que dijo por el micrófono fue: “Pido disculpas por mi aspecto, pero aquí hace un calor increíble”. © Mamdarinka / VK
  • Septiembre. Comí sandía por primera vez este año. © bigloveforwine / Twitter
  • Me gusta mucho el melón. Puedo comerme uno entero en un día. Por desgracia, vivo en el norte, así que solo podemos disfrutar de esta delicia un par de semanas en agosto. Un verano no conseguí probar ni un trozo. Estaban en el mercado, grandes y bonitos, pero mi madre solo compraba sandías porque a ella y a mi hermana les gustan más. Sufría en silencio. Pasó el verano, mi padre y yo volvíamos de un entrenamiento a finales de septiembre, entramos en la tienda. Me preguntó, como de costumbre, qué quería. Yo solté: “¡Melón!” — y lo compramos. Mis padres están divorciados, así que iba a visitar a mi padre y me comía este melón soso (de supermercado en septiembre, qué quieres que te diga), sintiéndome increíblemente feliz. © Overheard / VK
  • El otro día mi marido me llamó vieja. Viajábamos en un minibús, es verano indio en la ciudad, hace demasiado calor para algunos, pero no para mí. Había una ventanilla abierta en la cabina, que yo misma cerré porque hacía fresco. Mi marido me miró descontento y dijo: “¿Qué haces? Hace calor y estoy sofocado”. Yo le contesté: “¡Hay una corriente de aire!”. Casi nos peleamos por esta ventana en el minibús, pero la discusión acabó con la ventana cerrada y yo convertida en una “vieja gruñona”. © Mamdarinka / VK
  • Ahora tenemos un auténtico “veranillo de San Miguel” en nuestra ciudad: hace mucho calor, brilla el sol, se está bien. Todos los días salgo a pasear con mi hijo recién nacido, que duerme dulcemente, y disfruto del tiempo. Me he dado cuenta de que hay mucha gente paseando por la ciudad con un altavoz bluetooth que no tiene reparo en escuchar y demostrar su gusto musical. Así que los jóvenes siempre, cuando me ven, apagan el sonido o lo hacen más bajo, porque ven que voy caminando con un bebé durmiendo. No es gran cosa, ¡pero es lindo! Ayer, sin embargo, un hombre adulto paseaba con un altavoz y puso adrede su reguetón a todo volumen cuando pasó junto a mí... ¿Y de qué “generación perdida” se puede hablar? © Mamdarinka / VK
  • Una vez viajaba de noche en tren. Era septiembre y las noches ya eran bastante frías. Podía sentir a través del sueño que tenía un frío insoportable, pero tenía tantas ganas de dormir que ni siquiera tuve fuerzas para agarrar una manta de la estantería y taparme. Debía de ser obvio para todos que me estaba congelando. Porque estaba tumbada y entonces sentí que alguien me había tapado. Inmediatamente sentí calor y me dormí. Es una pena que nunca supiera quién era. © Overheard / Ideer
  • A primeros de septiembre, las dalias estaban en plena floración en nuestra casa de campo. Eran grandes y pesaban mucho. Y desde el primer curso, siempre llevaba un ramo de dalias a la escuela. Los tallos se envolvían con cinta adhesiva, ya que ninguna cinta convencional podía soportar tanto peso. Estos ramos siempre eran admirados, pero también eran una maldición para la maestra. Todos los años iba a entregar un ramo a una de ellas con una gran sonrisa, y ellas intentaban adivinar con horror en los ojos quién sería la “afortunada” esta vez. © Overheard / Ideer
  • Mi marido solo tiene un defecto grave: es completamente incapaz de aprender de sus propios errores. El año pasado decidió comprar a nuestro hijo un traje para el próximo año escolar inmediatamente después del final del período lectivo, para no buscarlo luego en agosto desesperadamente. Y mi hijo durante el verano creció 10 cm y dos tallas en los hombros (hace natación). En septiembre, los pantalones le quedaron cortos, la chaqueta no llegaba a abrocharse, a la fiesta del comienzo del curso fue en una chaqueta prestada de un vecino, inmediatamente después corrimos a comprarle ropa nueva. Pasa el año, llega el siguiente junio, mi marido dice: “Compremos ahora un traje para nuestro hijo, así en agosto no tendremos que preocuparnos”. No sé cómo sobrevivió hasta la edad adulta. © Overheard / Ideer
  • Imagínate esto. Septiembre, vas caminando desde la escuela por el sector privado. Llevas un cortavientos en la mano porque hace calor a la hora de comer y eres estudiante de primer turno. El sol abrasa. Te acercas hasta el codiciado grifo para beber agua. © *******deadline / Twitter
  • Sucedió que en último curso mi amiga y yo nos saltamos todo el mes de septiembre. Cuando llegamos al instituto, el 2 o el 3 de octubre, nos llevaron al despacho de la directora para que escribiéramos una carta de explicación. Pero ya teníamos todo preparado para este caso. Sabiendo que nada nos salvaría, escribimos en la nota explicativa que seguíamos pensando que era verano. La directora la leyó, suspiró en silencio y no nos ha vuelto a llamar. © Podsheshano / VK
  • Tenía un día libre en el trabajo y el primer sábado de septiembre fui a la tienda con mis hijos a por ropa nueva. Fuera todavía tenemos una ola de calor, pero en las tiendas las colecciones ya eran muy otoñales. Mi hija eligió un vestido, faldas, un par de blusas, bueno puro poliéster. Gritó que volvería a casa con la ropa nueva puesta. Cuando llegamos al aparcamiento, ya estaba sudando a gota gorda. Se sentó, pidió que pusiera el aire acondicionado y dijo: “Mamá, ¿septiembre es realmente otoño?”.

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