12 Relatos de quienes rompieron estereotipos tras enfrentarse a situaciones absurdas

Historias
hace 19 horas

Muchas veces no nos damos cuenta de cuánto influyen los estereotipos en nuestra vida. Por ejemplo, la gente mira raro a alguien con el cabello teñido de colores o se depila solo porque en algún momento alguien decidió que así debía ser. Pero a veces, nos enfrentamos a los prejuicios de formas bastante inesperadas.

  • Soy contadora. En cuanto lo menciono, la gente se imagina automáticamente a una mujer mayor, robusta, con rizos y de mal carácter, que se descontrola en las fiestas de la oficina. Pero la realidad es otra: tengo el cabello corto, varios tatuajes visibles y peso apenas 50 kilos. Cuando alguien llega diciendo "Necesito un contador", y yo respondo "Dime en qué te ayudo", puedo ver en sus ojos la decepción al no encontrar el personaje estereotípico que esperaban. ¿Cuántos años más tendrán que pasar para que desaparezca este prejuicio? Entiendo perfectamente a los hombres contadores.
  • Una vez, en una plaza concurrida, tropecé y caí de cara al suelo. Me hice dos cortes. En un instante, me rodeó un grupo de personas que actuaron de manera tan coordinada y eficiente que parecía una escena ensayada de una película. En menos de dos minutos me prestaron primeros auxilios. Esta experiencia se quedó grabada en mi memoria como una prueba clara de lo frágiles que son los estereotipos. Siempre se dice que en la calle nadie ayuda a nadie, pero eso no es verdad. Confíen en la gente: los límites y barreras solo existen en nuestra mente.
  • Tenía una amiga con la que llevaba más de 10 años de amistad. Un día decidió dejar de depilarse. No era algo que me afectara, mientras se viera aseada y no oliera mal a kilómetros de distancia, nuestra amistad seguía igual. Pero ella se lo tomó demasiado en serio. La última vez que vino a mi casa, se llevó mis rastrillos y mi espuma de afeitar, argumentando que me estaba liberando de los estereotipos. Le pedí con firmeza que me devolviera mis cosas. ¿Y qué hizo? Me bloqueó de todos lados.
  • Me teñí el cabello de azul oscuro. Mi novia reaccionó con tranquilidad, mi mamá me dijo que estaba loco, pero no hizo drama. En cambio, mi papá montó un escándalo, gritó que lo estaba avergonzando y que no me atreviera a visitarlos con “ese trapeador en la cabeza”. Como si no fuera suficiente aguantar las risas y miradas burlonas en la calle, ahora resulta que, con 26 años, todavía debo pedir permiso a mis padres para decidir qué hacer con mi vida.
  • El otro día iba en el metro y subieron dos chicas con guitarras. Esperaron a que el tren saliera del túnel y comenzara a avanzar por la superficie, y luego empezaron a tocar un clásico del rock. Lo hicieron tan bien que me quedé asombrada escuchándolas. Después pidieron una colaboración para su música. Pensé que la mayoría las ignoraría o, peor aún, las rechazaría de mala manera. Pero no. Varias personas les dieron dinero, algunos incluso aplaudieron y les hicieron cumplidos.
  • Tengo un sueño. Bueno, más que un sueño, un objetivo: quiero mudarme a Japón para vivir y trabajar allí. Ya comencé a estudiar japonés por mi cuenta y, en solo dos días, he logrado algunos avances. Me fascina la cultura, la tradición, la escritura y el idioma de ese país. Pero lo que me molesta es que, en cuanto la gente se entera de que me gusta el anime, empiezan con preguntas absurdas: "¿Quieres ir a Japón o comer algas marinas solo porque ves anime?" ¡Sí, claro, todo es por el anime! Como si alguien dijera: "¿Te gusta Estados Unidos porque ves caricaturas americanas?" ¿Qué clase de estereotipos son estos?
  • Por cosas del destino (y de mi esposo), dejé mi trabajo como diseñadora publicitaria y terminé atendiendo un local en un centro comercial con horario "dos días sí, dos días no". ¡Y es un sueño hecho realidad! No me da tiempo de cansarme, trabajo solo medio mes y tengo un montón de tiempo para mí, mi familia, mis hobbies y mis proyectos. No hay estrés, clientes exigentes, plazos imposibles ni horas extras. Al final del día, simplemente cierro la tienda y dejo el trabajo ahí. Y cuando no hay clientes, puedo leer todo el tiempo que quiera. Pero lo que más me sorprendió fue la gente. A diferencia del estereotipo, casi todas las vendedoras son alegres y sociables. Muchas han viajado al extranjero varias veces, algunas practican deportes, otras bailan, y una incluso está escribiendo un libro. Hasta que no lo viví en carne propia, estaba segura de que este trabajo era una pesadilla.
  • Siempre soñé con aumentar el tamaño de mis labios, pero mi esposo estaba en contra. Así que decidí hacerlo sin decirle nada. Encontré un buen especialista y fui tras mi sueño. Después de la intervención, volví a casa lista para enfrentar su reacción. Se quedó en shock al ver el tamaño de mis labios. No me habló en una semana y no me besó en un mes. Luego, de la nada, me puso un ultimátum: "O te los desinflas, o nos separamos". No entiendo. Solo son labios, sigo siendo la misma persona. ¿Por qué debería pedir permiso para hacer algo con mi propio cuerpo?
  • Entré al consultorio para hacerme un análisis de sangre. De reojo vi a un chico que ya estaba sentado con un algodón cerca de la nariz. Noté cómo sus ojos se ponían en blanco y supe lo que iba a pasar. Me apresuré a sujetarlo para evitar que se desplomara de la silla. En cuestión de segundos, tres enfermeras se unieron a mí, pero el chico ya había perdido el conocimiento. Nunca había visto algo así en mi vida, y para ser sincera, nos costó bastante sostenerlo porque era bastante corpulento. Las enfermeras comenzaron a reanimarlo y, por suerte, volvió en sí rápidamente. Nos miró a todas y preguntó con una sonrisa: “¿Me desmayé?” Resulta que había rechazado la opción de donar sangre acostado en una camilla, aunque sabía que podría marearse. Le pareció poco “masculino”. ¿Y qué ganó con eso? Una barra de chocolate y, al final, igual tuvo que acostarse un rato para recuperarse. A mí también me dieron una barra por mi rápida reacción y valentía. Y mientras la saboreaba, pensaba en los estereotipos con los que nos crían, esos que hacen que los hombres se avergüencen de mostrar la más mínima debilidad, incluso cuando afecta su bienestar.
  • Llevamos tres años viviendo juntos en un departamento alquilado. Mi novio paga el alquiler, compra la comida y los antojos, mientras que yo ahorro casi todo mi sueldo para nuestras vacaciones juntos. Y aquí está mi dilema: ¿esto es normal? ¿O estoy atrapada en un estereotipo anticuado de que el hombre es el proveedor y la mujer la administradora del hogar y las finanzas? En mi familia, siempre manejamos un presupuesto en común y distribuíamos los gastos según los ingresos de cada uno. ¿Estoy exagerando o realmente hay algo de qué preocuparse?
  • Mi mamá trabaja como barrendera. Un día estaba barriendo los senderos del parque cuando pasó una mujer con su hijo, explicándole algo con insistencia. De repente, el niño se acercó a mi madre y le preguntó: “Señora, ¿sacaba malas notas en la escuela?” Ella, sin dudarlo, respondió: “No, siempre fui una alumna excelente”. El niño salió corriendo hacia su mamá y le gritó con emoción: “¡Mamá, las calificaciones no son lo más importante!” Ese niño va por buen camino.

Algunas personas tienen que lidiar con los estereotipos que la vida les impone. Otras, con sus ex parejas. Ambas cosas pueden hacerte perder los nervios, pero en raras ocasiones, también pueden traer algo inesperado que ilumine tu vida.

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