14 Empleados que convirtieron el trabajo en todo menos rutina

Historias
hace 1 día

Puede parecer que en el trabajo la mayor parte del tiempo reina el aburrimiento, pero en realidad es todo un caos: desde situaciones en que no te invitan ni un trozo de pastel, pero sí te piden cooperar con dinero, hasta incidentes donde una mujer embarazada asusta a una enfermera hasta provocarle hipo.

  • Trabajo en una escuela y odió a la directora. Siempre tiene algo que criticar: que si la manicura, que si las pulseras, que si esto o aquello. Hace poco dijo que mis zapatos brillaban demasiado. A mi compañera le dijo que no se puede venir a la escuela con la piel bronceada, que eso es “inapropiado”. Nos chupa la energía a todas, menos a los hombres. El profesor de física siempre viene en jeans y camiseta, ¡y ella hasta le sirve té en los recreos! Una vez fui en jeans negros y camisa blanca, y me armó un escándalo. Y el maestro de educación cívica huele mal, no cuida su barba y su suéter está lleno de manchas. Un día la directora regañaba a una practicante por delinearse los ojos y yo le dije: “Mejor dígale al maestro de cívica”. Ella se puso a gritar que a él hay que compadecerlo, que su esposa lo dejó (¡hace más de 10 años!). Sin embargo, todavía tiene el descaro de pedirnos ayuda para llenar los documentos de los profesores hombres, “porque ellos son hombres”. Me encantan los niños, amo mi profesión, pero de verdad quiero renunciar. © Oído por ahí / Ideer
  • Soy taxista y siempre cobro menos a las abuelitas. Una vez llevé a dos señoras mayores a una clínica. El viaje costaba 25 dólares. La más anciana quiso saber el precio. Yo le pregunté su edad y ella respondió que tenía 97 años. “Entonces serán 9.7 dólares”, le dije. Le di cambio de 10, y en eso la otra señora le susurra molesta: “¿Para qué te sumaste 10 años más?” © Fatherbig / Pikabu
  • Mi esposo trabaja rodeado de mujeres. Cada mañana, antes de salir, revisa frente al espejo que su camisa esté bien planchada y cómo le queda el saco. Usa únicamente perfumes caros y originales, en resumen, hace lo posible por lucir impecable. Yo observo todo eso y me consume un fuerte sentimiento de celos. Él no se esmera tanto frente a mí como frente a sus colegas. Siento como si yo lavara y planchara todo para que él se vea bien para ellas. Es como si lo estuviera envolviendo con mis propias manos en papel de regalo. Cada 8 de marzo, él me regala flores, pero a ellas les organiza toda una comida especial. ¡Qué más quisiera yo que pasara más tiempo conmigo! Ya hablé con él sobre esto y me dice que no tengo por qué preocuparme, que son simplemente compañeras de trabajo y que yo exagero todo. Pero simplemente no logro aceptarlo, y tampoco puedo pedirle que renuncie, pues vivimos de su sueldo y con mi salario mínimo no nos alcanzaría. No me quejo de mi apariencia, pero no puedo evitar sentir inseguridad ante la posibilidad de que alguna becaria joven lo atrape en el trabajo. © Cuarto de chismes / VK
  • En nuestro trabajo ocurrió algo curioso: una chica del despacho de al lado vino diciendo que una colega cumplía años y que ella había traído un pastel, por lo que debíamos cooperar para el regalo. Nosotras, por supuesto, no tuvimos problema, aportamos dinero y esperamos que nos invitaran a tomar té. Cerca del final del día preguntamos cuándo podíamos pasar a su oficina. Ella nos respondió tranquilamente: “Ah, es que ya nos comimos el pastel. Pero igual cooperen con el regalo, ¡somos un solo equipo!”. ¡Vaya que son astutas! Para la celebración no nos incluyeron, pero para recolectar dinero sí que se acordaron de nosotras. © Habitación № 6 / VK
  • Trabajo en una escuela privada de inglés. Siempre me preguntaba por qué los niños entraban al aula sin tocar la puerta, no saludaban, no se despedían, tocaban mis cosas, y jamás decían “salud”, “gracias” o “por favor”. Pero ahora que estamos en la semana de reuniones individuales con los padres, todo me quedó claro.
    Una mamá entró sin tocar, se sentó directamente en una silla y dijo: “¿Tú eres Marina, verdad?”
    Otra me interrumpía a mitad de cada frase.
    A una tercera le sonó el teléfono, y me dijo: “Espere tantito”, y se puso a discutir qué tipo de pasta comprar y qué cenar esa noche.
    Otra simplemente agarró mis papeles de la mesa sin pedir permiso y empezó a hojearlos.
    Y una más me llamó “María” tres veces, aunque doy clases desde septiembre, me presenté y ya la había corregido.
    Esto no es “porque esta generación sea así”, es falta de educación. © Oído por ahí / Ideer
  • Fui enfermera de maternidad. Uno de esos días resultó pesadísimo, como si todas se hubieran puesto de acuerdo para parir al mismo tiempo. Además, mi compañera de turno se enfermó y tuve que quedarme también en el turno de noche. Curiosamente, la noche transcurrió muy tranquila, así que nos quedamos medio dormidas. Me desperté a las 3 de la mañana y vi frente a mí a una mujer embarazada, pálida, con el cabello largo, llorando. Del susto me vinieron a la mente todas las leyendas de terror del hospital. Luego la reconocí: era una chica que había llegado recientemente con nosotros. Le pregunté si le dolía algo o qué le pasaba. Y entre lágrimas me dijo: “Creo que ya empezaron las contracciones, voy a dar a luz. Pero ustedes dormían tan rico, me dio pena despertarlas”. Fue para reír y llorar. Por cierto, esta mujer tan considerada tuvo un parto muy tranquilo y dio a luz a un niño sano. © Mamdarinka / VK
  • Trabajé en una cafetería y había una regla clara: no se permitía comida traída de fuera. Durante un banquete, al final del evento, sacaron un pastel. Les explicamos que, como mucho, podían tomarle una foto y volver a guardarlo en su caja. En respuesta, hubo una rabieta infantil y una madre diciendo: “Ahora mami les va a dar pastel”. Una mesera se quejaba con la administradora diciendo: “Pero si son niños”. Al final, todos comieron pastel, aunque sabían de antemano que estaba prohibido. Nunca entendí por qué esa madre pasó la responsabilidad a otros. Los niños se acostumbraban a que todos sus caprichosos se les deben de cumplir y la respuesta a cualquier reclamo era: “Cuando tengas los tuyos, lo entenderás”. © Oído por ahí / Ideer
  • Ese día, una compañera pidió permiso al jefe para salir una hora antes. Cuando llegó la hora acordada, empezó a alistarse para irse, pero antes decidió tomarse un té con una amiga. Resultado: salió junto con todos los demás, no una hora antes como planeaba. Y cuando alguien le preguntó por qué seguía ahí charlando, respondió: “El jefe ya me dio permiso, hago lo que quiero”. Lógica con L mayúscula. © Fyrich / Pikabu
  • Un día llegó un nuevo empleado a la oficina. Nos enteramos por un correo de bienvenida que se envió a todo el personal. Apenas un minuto después, escuchamos al jefe gritar furioso, y lo vimos correr hacia recursos humanos. Poco después, vimos cómo sacaban al nuevo con seguridad. Resultó que había respondido a ese correo automático, enviando un mensaje a todos nosotros en el que detallaba todos los errores legales de la empresa y decía que varias personas deberían ser despedidas. También escribió que contratarlo a él era la única decisión inteligente que había tomado la dirección en mucho tiempo. Duró 45 minutos en el cargo. © Left_Apparently / Reddit
  • Trabajé como auditora. Mi jefa siempre me ponía trabas. Un día, le pregunté a un compañero: “¿Dónde está esa bruja?”. Él se puso nervioso y me preguntó de quién hablaba. Justo en ese momento apareció la jefa y me miró con los ojos bien abiertos. Pero yo no me dejé intimidar y solté: “La dueña del departamento, la que debía traernos las llaves”. Por suerte, el compañero me siguió el juego, aunque tal dueña ni siquiera existía. © A***Xam / Pikabu
  • Trabajé junto a mi esposo. Al principio fue muy divertido. Siempre estábamos juntos, no nos aburríamos. Almorzábamos juntos y cada uno cumplía con sus tareas. Pero después las cosas cambiaron. Me ascendieron y empecé a ganar más. Me convertí en subdirectora. A él no le gustó nada que yo le diera órdenes en el trabajo ni que ganara más. Renunció y ahora trabaja como cajero en el supermercado cerca de casa. Su sueldo es todavía más bajo. Pero él está feliz y dice: “Al menos ahí tú no me mandas”. Y yo solo pienso que me casé con un tonto. © Cuarto de chismes / VK
  • Trabajé en una clínica pública. De los cuatro ascensores, solo funcionaban dos, y en cada uno se formaban filas. Por una regla no escrita, los empleados podían pasar sin hacer fila. Faltaban siete minutos para las ocho y yo iba con prisa hacia mi consultorio. Al abrirse la puerta del ascensor, una abuelita pequeña y aparentemente frágil me empujó con fuerza diciendo: “Voy a consulta”, y se metió primero. Le dije: “Pero si viene a consulta con nosotros, ¿por qué empujarme?”. No dijo nada, ni siquiera se avergonzó. Me dejó un enorme moretón en el brazo como recuerdo de su ‘gratitud’. © Oído por ahí / Ideer
  • Entré a trabajar en un nuevo lugar. La jefa era una verdadera amargada: algunas chicas terminaban llorando en el baño, otras no lo aguantaban y renunciaban. Pero se me ocurrió una solución: me hice amiga del departamento de recursos humanos, y cada vez que la jefa llamaba por teléfono estando ellos presentes, subía el volumen para que todos pudieran oír cómo gritaba.
    Un mes después, hicieron una encuesta sobre el liderazgo. Preguntaron si estábamos conformes. Y cuando vieron que todos, sin excepción, votamos por un cambio de dirección, echaron a la amargada y ascendieron a nuestro supervisor. Ahora todos estamos felices y trabajamos con gusto. © Historias laborales / VK

En otro de nuestros artículos, la gente simplemente quería conseguir un empleo, pero resultó que no era tan fácil como parecía.

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