14 Historias en las que un simple rechazo habría evitado muchos problemas

Historias
hace 5 horas

Hacer una buena acción siempre es admirable. Por ejemplo, cederle el asiento a una persona mayor en el autobús si eres joven y tienes energía de sobra. Pero hay quienes confunden la bondad con debilidad y comienzan a aprovecharse. En estos casos, es importante saber poner límites.

Y como extra, al final te contaremos una historia sobre por qué hacer el bien (con moderación) puede ser realmente útil.

  • Un día iba en un autobús lleno, con la gente apretada como sardinas enlatadas. En una de las paradas subió una señora mayor. Una chica, al verla, se levantó y le cedió su asiento. Yo observé la escena con una sonrisa. El trayecto era incómodo, con constantes sacudidas en cada curva. De repente, escuché un montón de insultos. ¡Era la misma señora, gritándole a la chica que le había cedido el asiento! La regañaba porque, al moverse con el vaivén del bus, la había rozado varias veces. La discusión terminó cuando alguien intervino con un comentario simple pero contundente:
    — Si tan mal la estás pasando, ¿por qué no mejor le devuelves su asiento?
  • Viajaba en un tren nocturno. Al llegar a mi compartimento, encontré a un niño de unos diez años dormido en mi litera inferior. Su madre y su abuela me rogaron que intercambiáramos lugares para que él no tuviera que dormir arriba. Acepté y comencé a acomodar mis cosas en la litera superior. En eso, ambas empezaron a quejarse de que hacía demasiado ruido y podía despertar al "angelito". Respiré hondo y dije en voz alta y clara:
    — O me dejan acomodarme tranquila, o el niño vuelve a su sitio original.
    Después de eso, no dijeron ni una palabra más.
  • El primer día en mi nuevo trabajo, una compañera horneó galletas de fresa para compartir con todos. Cuando llegó mi turno, no quise comerlas, así que, sin pensarlo mucho, solté:
    — Uy, es que soy alérgica a la fresa. Para mi sorpresa, mi compañera tomó el plato con todas las galletas y lo arrojó a la basura sin dudarlo. Luego anunció que, a partir de ese día, nadie debía traer fresas a la oficina. Llevo tres años fingiendo que tengo alergia a la fresa.
  • Una amiga me pidió llorando que le prestara dinero por unos días. Me conmovió tanto que acepté y fui a retirar efectivo de mi tarjeta de crédito, a pesar de la comisión y los intereses diarios. Cuando le entregué el dinero, lo guardó en su billetera y, de reojo, vi que tenía una tarjeta de crédito idéntica a la mía.
    — ¿Por qué no retiraste de tu propia tarjeta? —le pregunté, confundida.
    Me miró con naturalidad y respondió:
    — ¡Pues qué pregunta! ¡A mí me cobran comisión e intereses!
  • El hijo de unos amigos, un niño de seis años, entró corriendo a la sala y comenzó a saltar sobre el sofá con los zapatos puestos. Le dije a su mamá que eso no estaba bien. Ella, encogiéndose de hombros, contestó:
    — Ay, por más que le diga, no entiende. Tiene un carácter difícil.
    No me convenció la respuesta. Llamé al niño, me agaché a su altura y le susurré al oído:
    — Si sigues brincando en el sofá, te las verás conmigo.
    No volvió a subirse en todo el tiempo que estuvieron de visita. Aparentemente, sí entendía.
  • Mi jefe me preguntó: — ¿Podrías quedarte a trabajar esta noche? Dije que sí. Luego, otro jefe preguntó: — ¿Podrías tomar también el turno de la mañana? De nuevo, dije que sí. Más tarde, otro superior preguntó: — ¿Te importaría hacer otro turno nocturno después? Y, por supuesto, acepté. Así fue como terminé trabajando 34 horas seguidas. © lukhgsdkhgdkhgdkgh / Reddit
  • Hace unos 15 años, viajaba por trabajo en tren. En ese entonces, los revisores permitían que pasajeros sin boleto se colaran en los vagones. Me tocó una litera inferior en clase turista. Me recosté y, al poco tiempo, una señora mayor se acercó: — Hijo, ¿puedo sentarme aquí? Solo voy un par de horas. Me dio pena y acepté. Pasaron cuatro horas. Al principio, solo se sentó, pero luego se quedó dormida… sobre mis piernas. Fui a buscar al revisor y le pedí que la retirara. Me miró con desaprobación y dijo: — ¿Tan difícil es cederle el asiento a una anciana? Amenacé con hablar con el jefe de tren. Con mala cara, el revisor la llevó a su compartimiento.
  • Siempre elijo asientos en el pasillo cuando viajo en avión, generalmente en las filas 12C o 11C, porque me resultan cómodos. Pero en cada vuelo pasa lo mismo:
    — Disculpa, ¿podrías cambiarte? Es que quiero sentarme con mi mamá/hijo/amiga. Me ponen carita de "gato de Shrek", pero lo siento. Yo pagué extra por mi asiento. Si tanto querían sentarse juntos, ¿por qué no pensaron en eso al comprar los boletos? Lo mismo pasa en los trenes. Si elegiste un lugar incómodo, ni modo.
  • Una vez, mi amiga me rogó que la acompañara a tocar en un restaurante. Ella en la guitarra; yo, cantando. Yo no quería, porque canto fatal, pero esperaba que al escucharme en el ensayo se diera cuenta y cambiara de idea. No lo hizo. Así que terminé cantando por dos horas en un restaurante lleno de gente. Las expresiones de los clientes, una mezcla de lástima y horror, me perseguirán toda la vida.
  • Cuando me mudé a Italia, conocí a una compatriota que estaba en una situación complicada. Había viajado con su hija para casarse con su prometido, pero él la dejó tirada. Sin casa, sin dinero, sin nada. Hablé con mi esposo y decidimos ofrecerle nuestro hogar temporalmente. Poco después, noté que intentaba seducir a mi esposo. Al principio, pensé que solo era mi imaginación. Luego me pidió que cuidara a su hija mientras ella buscaba trabajo. Acepté sin dudarlo. Al día siguiente, recibí una llamada de mi jefe. Me dijo que si pensaba recomendar personas para trabajar en la empresa, debía avisarle primero. Resulta que, mientras yo cuidaba a su hija, esta mujer se presentó en mi oficina haciéndose pasar por mi amiga de la infancia, tratando de conseguir un empleo a mis espaldas. Gracias por la lección. Desde entonces, aprendí a ser más cautelosa.

  • Mi tía está en pleno proceso de divorcio tras 15 años de matrimonio. Sin embargo, sigue lavándole la ropa a su ex porque "no puede decirle que no". No entiendo cómo puede iniciar un divorcio y, al mismo tiempo, seguir lavándole los calzones a ese hombre. © white-dog-***s / Reddit
  • Un compañero de trabajo recibía muchas quejas, así que me enviaron a supervisarlo. Cuando llegué, me recibió con un carísimo pastel. — No, gracias. No puedo comer tanto azúcar. — Pero puedes tomar solo un pedazo, ¿no? — No puedo, soy diabético. — Oh, pero tu médico no tiene por qué enterarse. Afortunadamente, otro compañero intervino: — Si come pastel, se va a enfermar. Pero el tipo no se rendía: — ¿Y qué tal un trozo de tarta? ¿O unos cruasanes de chocolate? Al final, descubrimos que el tipo sabía que me costaba decir que no a la comida y trató de sobornarme con dulces. Lo despedimos. © punkwa*** / Reddit
  • Mi papá tiene muchos hermanos y primos. La mayoría vive en Europa, pero cada vez que alguno viaja de vacaciones a Canadá, se autoinvita a casa de mis padres. Mis papás los recogen en el aeropuerto (¡a dos horas de distancia!), los hospedan por un mes, los alimentan, los llevan de paseo y, cuando se van, ni un "gracias". Y lo peor es que mis padres nunca se atreven a decir que no. © 10S_NE1 / Reddit
  • Compré un boleto de tren con litera inferior. Entra una señora mayor y me dice: — Hija, ¿podrías darme tu lugar? Me dio pena y acepté. A las 11 de la noche, cuando ya estaba dormida en la litera superior, me despertó su hijo. — Disculpa, pero ¿puedes irte a mi asiento al fondo del vagón, junto al baño? Así puedo dormir con mi mamá aquí. Me harté y fui directo al revisor. Puse a todos en su lugar según sus boletos y asunto resuelto. Moraleja: hay gente que se aprovechará de tu bondad sin ningún remordimiento.

Bono

  • Yo tengo una historia similar. Compré un boleto con litera inferior. En mi compartimento, viajaban una madre con su hijo de cuatro años. La señora me pidió cambiar lugares porque al niño le dolía el estómago de los nervios, ya que era su primer viaje en tren. Acepté sin problema. ¡Y, amigos, me trataron como una reina! Cada media hora me mandaban dulces, barras de chocolate, crepas, sándwiches con embutidos y hasta fiambres. Yo solo me levantaba para ir al baño, porque cada vez que quería bajar a buscar agua caliente, la señora corría a traerme té.

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