La vida nos depara a menudo sorpresas. Por eso, incluso el viaje más rutinario al kínder puede convertirse en una verdadera historia de detectives, y pasar un examen, en todo una película de acción.
- Trabajé en una empresa en la que el dueño tenía una amante entre los gerentes. Todos lo entendían todo, pero se callaban delante de su esposa. Un día le envió una foto en la que salió su rubia en el espejo. La mujer vino a la oficina buscando a la amante, y yo fui corriendo a buscar al dueño. Me ofreció un trato: me hago pasar por su amante (soy rubia también), me despide y me paga una cantidad de dinero equivalente a seis meses de sueldo. Solo para poder seguir teniendo cerca a su amante verdadera. Lo acepté, y más tarde me ayudó con un trabajo.
- Iba caminando con una amiga. Dos jóvenes empezaron a seguirnos. Siempre llevo un anillo en el dedo anular como un adorno. Me volví bruscamente y dije: “Sonia, 20 años. Casada”. Mostré el anillo. Mi amiga captó el mensaje: “Nina, 20 años. Fue dama de honor en la boda, agarré el ramo. ¿Algún interesado en casarse conmigo?”. En resumen: estoy a punto de convertirme en la esposa de uno de esos jóvenes, y Nina se casó con el otro esta semana. Nos tocaron chicos atrevidos.
- Voy al trabajo cuesta abajo, el cruce está a unos 5 metros. Me adelanta un monopatín en el que va un niño de unos 7 u 8 años, de rodillas. A la izquierda, circula un camión, pero por unos arbustos el niño no se ve. Me doy cuenta de lo que está a punto de ocurrir, tiro mi bolsa con un recipiente de comida y corro tras el chico. Un segundo antes del accidente, lo agarró en brazos y consigo golpear el monopatín con el pie hacia un lado. El niño empieza a gritar del susto, entonces su madre se acerca corriendo y me grita porque he agarrado a su hijo.
- He oído hablar de gente que pierde documentos y dinero. Cómo se caen teléfonos del bolsillo trasero de los pantalones y acaban en el retrete. Todo es trivial, aunque triste. Hoy me he sonado la nariz en la calle y se me han salido las dos lentillas de contacto de los ojos. Me costaron 40 dólares y eran las últimas. Tengo miopía de −9.5.
- Iba en un autobús interurbano y me quedé dormido. Me desperté y vi que una chica se había sentado a mi lado. No voy a describir su belleza, pero todos los hombres arqueaban el cuello mirándola. Me quedé boquiabierto ante tanta suerte. Pensé en cómo llegar a conocerla, cómo entablar una conversación. Y entonces vi que estaba a punto de bajar. No recuerdo lo que le dije, rogándole su número de teléfono. Ella lo garabateó en un papel, me lo metió en el puño y salió corriendo del autobús. Estaba feliz como una perdiz. ¡Había ganado el codiciado premio! Desdoblé la nota, y allí ponía: “Estoy ocupada”.
- La semana pasada me escribió un compañero de clase con el que no nos veíamos ni nos comunicábamos desde hacía mil años. Nuestro diálogo comenzó con sus palabras: “Hola, Diana. En primer lugar, siento haberme burlado siempre de ti en la escuela. En segundo lugar, dime por favor, ¿sigues trabajando como abogada?”. Sinceramente, al principio me sorprendió, pero enseguida me di cuenta de que se había metido en un buen lío si venía corriendo a pedirme perdón por las bromas de la escuela. Me convertí en su abogada, resulta que el caso no es nada fácil, pero aún así me hace reír.
- Llevé a mi hijo al kínder con zapatos nuevos. Por la tarde fui a recogerlo, los zapatos eran exactamente los mismos, de la misma talla, pero como si tuvieran varios años de uso. Le pregunté a la tutora, pero no supo decirme nada. Los zapatos no fueron baratos, de cuero genuino, me dio mucha pena. Al día siguiente la búsqueda por parte de las tutoras no tuvo éxito: mi hijo volvió a casa llevando los mismos zapatos usados. Llegó el fin de semana. El lunes avisé a mi jefe de que llegaría tarde, y fui al kínder muy temprano. Me quedé esperando. De repente vi a una madre con un niño luciendo los zapatos nuevos de mi hijo. Cuando le pedí que me los devolviera, empezó a ponerse histérica: “¿Tanto te importa que sean zapatos nuevos? Al fin y al cabo, he dejado los mismos, ¡pero más cómodos al ser ya usados!”. Le expliqué cuál era la diferencia, y que si faltara algo más, iría enseguida a poner una denuncia.
- Una vez me probé un traje de baño de una pieza. Tenía unos tirantes retorcidos en la espalda sin ningún tipo de cierre. El traje me quedó perfecto, pero quitarlo resultó ser un gran problema. Presa del pánico, toda sudada, ya quería pedir ayuda, pues no veía cómo salir de él de manera independiente. Soñaba con al menos sobrevivir a la pelea. Todo salió bien. Pero todavía tengo una aversión a los trajes de baño de una sola pieza.
- Un día me desperté en el departamento de una mujer hermosa. Mientras mi acompañante preparaba el desayuno, le dije que iría a la tienda a comprar agua mineral. Cuando volví al barrio con mis compras, me di cuenta de que no tenía ni el número de su departamento, ni el del edificio, ni su número de teléfono. Así que me fui a casa y no volví a verla nunca.
- Mi hermana menor se ha casado 5 veces, no es broma. Cada vez que quería una boda, no estaba contenta con un simple registro. En su última boda, me entregaron un micrófono y me dijeron que hiciera un brindis. Me había preparado de antemano encontrando el mismo texto que había dicho 4 veces antes. Solo que no tuve en cuenta un momento: el novio ya no se llamaba Víctor, sino Diego, pero solo me quedó claro cuando ya lo había dicho. Mi hermana intentó enfurruñarse y ofenderse, pero le prometí que en la próxima boda no ocurriría tal cosa, y se calmó.
- En una de las fiestas, el esposo de mi amiga empezó a llenarme de piropos. Se maravillaba de que me viera mucho más joven que mis años. Delgada, hermosa, sin arrugas ni canas. Mientras que su mujer, mi amiga que tenía la misma edad, no se cuidaba y ¡se había convertido en una mujer mayor! Sonreí y le dije que tengo buen aspecto porque gasto mucho dinero en ello. Como alimentos de calidad, duermo mucho, voy a esteticistas, sí, tengo vitaminas y suplementos que por sí solos cuestan cientos de dólares, y eso sin mencionar el costo de los cosméticos. Y su esposa no tiene tal oportunidad, porque cuando compró un champú profesional, le echó una bronca. Buf, maldito adulador.
- Estaba en una tienda eligiendo fruta. Agarré un manojo de plátanos e inmediatamente una mujer de unos 50 años me golpeó las manos. Me dijo que había sido la primera en verlos y que yo los tenía que dejarle a ella. Me reí sorprendida: delante de mí había una caja entera de plátanos idénticos. ¿Ella quiso precisamente estos? Estaba claro que la desconocida tenía un mal día, así que decidió desquitarse conmigo. Me dijo que conocía a gente así, que a todos nos gusta agarrar lo que pertenece a los demás, me arrebató los plátanos de las manos y se fue.
- Un día decidí ir a hacerme la manicura a un nuevo salón de belleza . Al terminar, la chica me pidió permiso para hacerme un par de fotos de las uñas recién pintadas. Se lo permití. Pero ella sacó una rasuradora de algún sitio e intentó afeitarme los vellos de los dedos. Dijo que era para que la foto saliera mejor. Ahora tengo un complejo más en mi baúl, gracias, chica amable.
- En la uni estuve mucho tiempo sin poder aprobar mi asignatura favorita, en la que me consideraba un as. Mi profesor de prácticas también se escandalizaba: ¿cómo era posible? Al final, los alumnos de cursos superiores se apiadaron de mí y me explicaron qué me pasaba. Si no, me habrían expulsado. Resultó ser sencillo: me parecía demasiado a la exnovia del examinador. La solución surgió de forma natural: me teñí el cabello y le pedí a mi amiga otra ropa. Aprobé.
¿Sabías que en el 50 % de los casos, cuando pensamos que un ser querido o un amigo nos entiende muy bien, estamos equivocados? No sabemos si una simple conversación habría ayudado en las siguientes situaciones que les ocurrieron a nuestros protagonistas al tratar con sus familiares.